sábado, 18 de marzo de 2023

CARACTERÍSTICAS DEL SUJETO GLOBALISTA EN LA ACTUALIDAD

 


 

Muy agradecida a La gaceta por la publicación de mi artículo Características del sujeto globalista en la actualidad. 

Dos razones para leerlo: en su base está el análisis realizado estos años sobre el grave momento social que vivimos, tanto en España como internacionalmente. En segundo lugar, es una invitación a la lectura de En el principio, la duda, obra ganadora de la VI edición del Premio Diderot de Ensayo, 2022. 

El medio, La gaceta, cuenta con excepcionales articulistas con una mirada atenta y crítica sobre la realidad. Un honor esta participación. 

Enlace al artículo




EL ESPECTÁCULO DE LOS ESPECTADORES

 

 

«El espectáculo de los espectadores» . Primera colaboración para la Revista Perro Negro. Muy agradecida a su director Juan Toledo por la invitación.

«La revista apareció por primera vez en Lima en abril de 2015. Se lanzó como una publicación bimestral con aires culturales en donde el cine, el arte, la literatura y el pensamiento crítico se mezclan horizontalmente, sin jerarquías. Actualmente su centro de actividades se ha trasladado de la  capital peruana a Londres».

Sin duda, la clase media ha sido la gran espectadora de la Historia. Y de esto va el artículo. Una mirada al presente pero también con ráfagas del pasado, porque ha habido grandes maestros que supieron retratarla.

Enlace al artículo.

ALAS DE MARIPOSA

 

 

Octava edición para América. (También hay edición española). Para niños a partir de ocho años. Valores más sentimientos.

 

Alas de mariposa

Autor:  Pilar Alberdi
Ilustrador:  Mercedes de la Jara

Por los cuentos sabemos que una golondrina puede enamorarse de un junco, un rey ir desnudo por la calle, creyendo que va vestido con las mejores galas... que las princesas se vuelven valientes y los ogros pequeños. Pero ¿qué harías tú si tuvieras que renunciar a lo que más quieres? Esta es la historia de un niño y una mariposa... Pero la historia no es tan simple.... Entonces... volvamos a empezar: esta es la historia tan mágica como real de un niño, una mariposa, un vendedor de antigüedades, un pueblo...

Enlace: 

Editorial Bambú

miércoles, 22 de febrero de 2023

EN EL PRINCIPIO, LA DUDA

 


Obra ganadora de la VI Edición del Premio Diderot de Ensayo 2022


En el principio, la duda recoge el fundamento de la duda como principio esencial del ser humano para cuestionarse a sí mismo y en especial el momento actual, en donde de manera evidente ha surgido un nuevo totalitarismo de pensamiento único y con pretensiones universales. Los títulos de los capítulos resultan una guía para este camino del conocimiento personal y social partiendo de un Elogio a la duda. Las preguntas esenciales, por tanto, nos cuestionan sobre cómo hemos llegado hasta aquí, cuáles son los límites de la obediencia, la manipulación mediática y del lenguaje que hemos padecido, y aquello que Camus describió como la «moral de la pandilla» frente al hombre recto. De ahí surgen las preguntas básicas: ¿qué pienso?, ¿por qué pienso de esta manera?, ¿quién me influye? Lo hemos visto: nada es tan fácil como destruir la libertad de los demás y nada tan difícil como recuperarla. Pero es posible, y este es el objeto de la reflexión de la presente obra.

 

Enlace a En el principio, la duda

 

Pilar Alberdi (Argentina, 1954). Escritora, Licenciada en Psicología (UOC) y Graduada en Filosofía (UNED). Recibió, entre otros, los premios de «Relatos Feria del Libro de Madrid, el «Ciudad de Segovia» de Teatro y el «Lazarillo» para Textos Teatrales. Ha publicado libros de poesía (Haiku, El pórtico de la luz), narrativa (Isla de Nam, Los cuadernos de la señora Bell), literatura infantil (Cuentos para niños, Alas de mariposa, Tierras de Esmeralda La esfera mágica—) y ensayo (Escribir, El chivo expiatorio y el círculo de la muerte). Colabora en diferentes medios periodísticos y culturales de España y América. Reside en Málaga (España).

 


NOVALIS: UN SABER ENCICLOPÉDICO Y TELEOLÓGICO

 

Manuscrito de Novalis

 Estimados amigos:

Me complace comunicarles mi colaboración mensual en Filosofía en la red, revista que les recomiendo por su calidad, por las importantes alianzas  que mantiene con otras entidades y medios de divulgación filosófica y humanista internacional y por la amplia lista de colaboradores, lo que permite, además, una constante renovación de artículos.

Del autor del que me ocupo en esta ocasión, Novalis, decirles que me gustaría destacar su enorme  curiosidad, y su vertiente humanista. Un autor poco conocido para el público en general, pero interesantísimo y con una visión trascendental del ser humano.

Por todo ello, les invito a conocer Filosofía en la red.

La lectura de mi artículo sobre Novalis pueden hacerla a través del siguiente enlace.

Muchas gracias por su atención.

sábado, 11 de febrero de 2023

LOS GRAJOS DE DOSTOIEVSKY

 


Pilar Alberdi

 

«En verdad, en verdad os digo que, si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere produce mucho fruto». San Juan 12:24

 

Hay en San Petersburgo un viento que siempre llega del Báltico; el que se posa sobre los grandes árboles y deja un canto entre las hojas que danzan como castañuelas junto a las alas de los grajos; el mismo que silba en las marismas.

Dice la leyenda de esta ciudad que una muchacha estaba dispuesta a contraer matrimonio con el capitán del primer barco con velas rojas que llegase a puerto, y un capitán que sentía amor por la muchacha hizo teñir las velas para ganar su afecto.

Me pregunto: ¿cuántas muchachas han tenido un sueño de amor y cuántos hombres han sido capaces de llevarlo a cabo?

Espero la llegada del solsticio de verano en el malecón que da al río Nevá, justo enfrente del Palacio de Invierno. Mientras la gente llena los huecos que quedan libres, los vendedores de corazones de papel rojo, que luego subirán al cielo, aumentan rápidamente sus ventas. Son adolescentes los que se los compran: ¿creen en el amor?  Por eso, a las doce de la noche numerosos corazones rojos comienzan a cruzar sobre el río desde la otra orilla, mientras les siguen los que se encienden desde la nuestra.

Un viento frío invita a pensar que el invierno todavía no se ha marchado de San Petersburgo, y lo a gusto que estaría yo en la habitación del hotel con un libro en las manos; pero he venido a vivir esto, y aquí estoy: casi helada pero bien

Es a las dos de la madrugada cuando se abre el Puente del Palacio, y comienzan a llegar las primeras embarcaciones; completarán el recorrido por el cauce del río Nevá. Vienen precedidas de un concierto de músicas, luces y algarabía. Ya comienzan a destacar más allá de los cuerpos y las cabezas que pugnan contra las barandillas que dan al río para observarlas. ¡Ya llegan! En las cubiertas de los barcos, las personas bailan, cantan, brindan con sus copas en alto, saludan hacia ambas orillas. El agua se tiñe de colores y el aire recoge viejas canciones populares que expande de un lado a otro sobre las luces de las farolas que besan el oscuro río recordando la leyenda.

El clamor ha pasado. Todavía algún rezagado compra y enciende algún corazón rojo que parte indómito frente al Palacio. Es ya bien entrada la madrugada cuando los petersburgueses regresan a sus hogares y los turistas a sus hoteles. Yo estoy en el hotel Moscow, frente al Monasterio de Alejandro Nevsky, a cuyo lado están los cementerios de San Lázaro y Tijvin. Es un hotel de amplias dimensiones, espacioso, con un toque de los años 50. Desde la ventana, junto a la entrada del monasterio, veo una grúa moviendo tierra, mientras por la calle comienza lentamente a aumentar el número de autobuses, trolebuses, coches, motociclistas, y la presencia de rápidos peatones. Recién comienza la madrugada, pero es casi de día.

Frente a la entrada del monasterio se detiene un autobús, ni viejo ni moderno. De él bajan presurosas una decena de mujeres con las cabezas cubiertas con pañuelos coloridos cuyas puntas ondean sobre sus abrigos a causa de las ráfagas de aire que trae una brisa gélida del norte. Un pope, vestido de negro, sosteniéndose el sombrero con la mano para que no se le vuele, sale ágil a su encuentro, da varias veces la mano, realiza algunas pequeñas reverencias con la cabeza, y pronto encauza y dirige al grupo por un camino ancho hacia la majestuosa basílica que está un poco más allá de los cementerios de Tijvin y San Lázaro.

El viento que llega del golfo de Finlandia alza con fuerza las gaviotas y palomas que veo pasar frente a la ventana para luego dirigirse al río.

Cada amor que nace para la vida desconoce que se apagará y morirá. ¿Si conociera su destino nacería? A la muchacha que soñó con un barco de velas rojas y un apuesto capitán que cumpliese su sueño, seguramente también le sucedió. Tuvo que aceptar con el tiempo que lo mejor de ellos moriría en el final de sus días, ¿o no? ¿Me pregunto qué sentiría aquel capitán que pinto las velas de rojo por una muchacha, que sentiría ella por aquel marino?

Duermo unas horas y pronto estoy listo para salir a la calle nuevamente. Me atrae la idea de visitar esos cementerios, incluso el monasterio; de ir tras los pasos de las mujeres y el pope; de dejarme empujar por el viento como las gaviotas.

Bajo a la primera planta que es donde está el restaurante. Desayuno. Media hora después salgo a la acera. Me cruzo con un grupo de turistas rusos, familias con niños y adolescentes, que acaban de llegar.

Cruzo la Avenida. En una pequeña tienda de objetos rituales, cerca de la grúa y del lugar donde se había detenido el autobús con las ancianas, intento sin éxito hacer una fotografía de un pequeño altar, la persona que atiende tras el mostrador, me indica con el ceño fruncido y un gesto de su mano que no la haga, y yo que no encuentro razones objetivas para esa negativa, me marcho ofuscado sin comprarle nada.

Ya en el cementerio de Tijvin, saco del bolsillo de mi abrigo una libreta y un bolígrafo. Estoy de pie frente a la tumba de Dostoievski. Sé que puede parecer infantil, pero estoy muy emocionado y siento el deseo de abrazar su estatua. ¿Qué sentido tiene? No lo sé, pero aquí estoy, es mi testimonio; doy fe de que ha vivido, yo le he leído, he intentado comprender su vida; sus infortunios, me digo, nada fue en vano. Sus ojos me observan desde su busto de mármol. Sobre nuestras cabezas, la suya pétrea y la mía aún viva, las hojas de los álamos negros se mueven dulcemente y el viento produce un sonido especial, un ronroneo muy suave, que invita a mirar al cielo constantemente como si allí arriba entre las hojas, estuviesen ángeles, cuchicheando sobre nosotros y la vida o ¡vaya uno a saber sobre qué!

Dejo atrás la tumba del escritor, mientras paso junto a las de los músicos Tchaikovski, Stravinski, Borodin, y el famoso maestro de ballet Petipa. Luego, me dirijo fuera del recinto con la intención de pasar al otro cementerio, el de San Lázaro, que está justamente enfrente. Apenas unos minutos después, muestro el ticket de entrada que incluía la visita y paso. Observo este nuevo espacio que me parece más antiguo que el anterior, pronto descubro que lo es, y un recuerdo viene a apuntarme las palabras del poeta español Luis Cernuda cuando dice: «Esto es el hombre. Mira/ la avenida de tumbas y cipreses». Sí, no sólo observo, sino que soy consciente de lo que miro, el aspecto del cementerio es decadente, antiguo, triste, melancólico; es la primera vez que lo veo y, acaso, la única. Seguramente, nunca volveré por aquí.

Figuras simbólicas adornan algunas de las tumbas más antiguas, extrañas calaveras con cráneos y mandíbulas de formas casi rectangulares, y también hay imágenes esculpidas en las que se puede ver árboles con una rama rota o caída, una alegoría permanente por los seres queridos fallecidos. El frío mármol habla sin poder detener el tiempo.

Recorro los senderos mientras admiro con respeto reverencial las viejas tumbas y criptas, y es poco después, cuando me dispongo a salir con el pensamiento ya puesto en la excursión que haré al día siguiente al cementerio de Novodévichi, también en la ciudad de San Petersburgo, en donde está enterrado el escritor Chéjov, cuando un sorpresivo gorjeo me detiene y me obliga a mirar hacia lo alto. Lo primero que veo son miles de hojas moviéndose bajo pequeños lagos de cielo azul y nubes blancas. Pero ¿qué más hay allí? Como no sé hablar ruso, al escuchar el canto grave de unos pájaros que no alcanzo a ver entre las altas ramas de los árboles, señalo con las manos hacia arriba, y con un gesto le pregunto a la mujer que cuida esta parte del cementerio, qué clase de pájaros son esos; sin duda, se trata de córvidos, acaso una corneja, un cuervo o un grajo. Ella también mira hacia arriba. Por más que lo intento, no logro verlos; sobre los álamos, la dorada luz cae en gotas ambarinas y blancas de un cielo azul prístino e impoluto. Los pequeños círculos de luz como goterones cubren el sendero.

La mujer que está vestida sencillamente, con la cabeza cubierta con un pañuelo, los hombros y la espalda un poco encorvados, es pequeña, regordeta, rubia, de ojos azules, y amplia frente en donde sus infinitas arrugas parecen olas. Tengo la sensación de que, sin comprender mi idioma, sabe de qué le estoy hablando porque a veces los gestos indican más que las palabras. Y como si me conociera de toda la vida, como si yo fuera a ese cementerio todos los días o lo visitara tan solo una vez al año, comienza a hablarme en ruso. Es verdad que yo sólo hice un gesto que ella supo interpretar a la perfección, pero también podía haber encontrado en mi figura algún detalle que me delatara como un turista, por ejemplo, la cámara de fotos o la libreta de notas, o la ropa acaso distinta, en cambio, ella sigue hablando para mí en ruso, cuchichea en voz grave y baja, casi como la de esos pájaros que estamos oyendo, dulcemente, extendiendo más y más las palabras, unas detrás de otras, prolongándolas entre suspiros, mirando al cielo, a las ramas altas de los árboles o mirándome con esos ojos azules directamente, y cuando lo hace, sí, siento que me toca con su alma rusa, y rápidamente señala hacia arriba otra vez y luego lentamente hacia la tierra, se acerca a las plantas que tiene delante, a nuestros pies, y mueve suavemente unas hojas lanceoladas que caen desde el bordillo del camino hasta rozar el suelo, como si algo, no sé qué, que a ella todavía le preocupa, hubiese caído allí alguna vez. No sé muy bien qué ha querido decirme, ¿qué las aves bajan, que hacen sus nidos en tierra, que los huevos o los polluelos caen de los nidos? Los pájaros siguen hablando en lo alto. Su canto es suave. La mujer también ha terminado de hablar y ahora, satisfecha con las explicaciones que me ha dado en ruso, me sonríe afablemente como diciendo: «Ya está, eso es todo».

Me pregunto quién es, quiénes fueron los suyos. ¿Sufrieron en los tiempos del Zar, acaso en los años de la Revolución Rusa, tal vez en los de la Guerra Fría? ¿Quién es esa mujer que me contó una historia en ruso que ella conoce muy bien por pasar aquí todos los días de su vida?

Ella ha vuelto al cubículo de madera donde espera a los visitantes. Los pájaros encima de nuestras cabezas siguen gorjeando y el viento se apresura una vez más entre los troncos de los árboles y hace hablar también a las hojas de las ramas punteras con un silbido grave, como si alguien estuviese allí dando palmas, mientras las doradas cúpulas del  Monasterio de Alejandro Nevsky acaparan el último sol de la tarde.

Han pasado meses desde entonces, ¡qué digo meses!, pronto se cumplirá un año de mi viaje a San Petersburgo, y aquella mujer me sigue hablando en el recuerdo, con idéntica dulzura. ¿Grajos, cuervos, cornejas? ¿Qué pájaros eran aquellos? Yo, a veces, los llamo: «los grajos de Dostoievski».  Pero ¡qué importa! Lo que vale es esa imagen, esa anciana rusa y yo, un turista anónimo, dos desconocidos en el cementerio de San Lázaro bajo el sol de mediodía de un lejano mes de junio; ella y yo, frente a frente, entre un mar de palabras rusas y mi silencio, mientras los pájaros gorjeaban sobre las tumbas de algunos de los más grandes escritores rusos.

 

 

Notas: 

La frase del Evangelio de San Juan, citada al inicio del relato, aparece como Epitafio en la tumba de Dostoievski, y es el epígrafe de su novela Los hermanos Karamazov.

Sobre este cuento: lo escribí hace ya bastantes años. La historia es verdadera. Yo estuve allí con mi esposo, Ernesto. Él cumplió años viendo pasar esos barcos por el río Nevá. La leyenda seguía viva.