Hace tiempo leí la versión larga de Platero y yo, con notas de Ana Suárez Miramón (Biblioteca Didáctica Anaya). Las notas me permitieron apreciar las veces que aparece la palabra «azul» como símbolo del modernismo, y el «amarillo» y sus variaciones («oro», «cobre», etc.) como símbolo impresionista.
¿Cuánto tiempo hace que no releía Platero y yo? Mucho.
Hacia 1980 fuimos a visitar la casa del poeta en Moguer, y el cementerio donde está enterrado junto a Zenobia. Recuerdo que Ernesto, mi esposo, hizo numerosas fotos y yo redacté varios artículos para medios periodísticos en los que colaboraba.
Ya entonces supe (me enteré en aquella visita) que Platero era la síntesis de varios burros, algo que Ana también comenta en el libro.
En esta lectura me ha llamado la atención ese deseo de llevar al personaje a la azotea, a la torre, al borde del aljibe. Ese amor y respeto por los animales: perros, burros, etc.
Al vivir en Andalucía, en este rincón de Málaga, he disfrutado al ver qué bien retrata (eso significa que las ha vivido intensamente) las flores (rosas, heliotropos, madreselvas, verbenas, espadañas, amapolas, clavelinas, margaritas, geranios, lirios, lilas, azahares...); los frutales (naranjos, mandarinos, granados, manzanos, higueras...); otros árboles como los pinos, cipreses, falsos pimenteros, acacias...); y aves como jilgueros, verderones, golondrinas, gorriones, mirlos, abubillas, estorninos, cuervos, palomas. Nombra un árbol donde debió haber un cuco y de manera literaria a un ruiseñor. Heché en falta algún petirrojo o algún carbonero común. Y supongo que, por aquella época, aún no había cotorras argentinas en bandadas de doce o trece ejemplares como se ven ahora.
Me agradó saber que el emblema de los libros de Juan Ramón era unas hojas de perejil, y que se nombra en uno de los últimos capítulos una corona de perejil como simil de una de laurel que el poeta ha puesto a Platero como ganador de una carrera con los niños, sobrinos del poeta.
También he disfrutado mucho con esos «Marco Aurelios de los prados» como llama a los burros; y esas «amapolas pasadas de sol», o esas «avispas orinegras».
En algunos pasajes de esta versión completa he detectado un doble mensaje en donde se puede ver el talante triste y melancólico del poeta y he percibido con claridad su modo de hablar, reflejado en la forma de estructurar las frases con separaciones fonéticas cada cuatro palabras, aproximadamente. Por ejemplo, la primera frase del capítulo titulado El perro atado, dice: «La entrada del otoño/ es para mí, Platero/ un perro atado, ladrando/ limpia y largamente en la/ soledad de un corral, de/ un patio o de un jardín». (Las separaciones son mías).
Creo que todos los escritores deberíamos releer de vez en cuando obras para niños, hablo de obras de calidad, por aquello que dijera también Andersen de que él buscaba cuando escribía para niños un tema para adultos, y luego lo desarrollaba como si fuera para niños.