lunes, 25 de enero de 2010

LAS FATÍDICAS HERMANAS, MACBETH, LADY MACBETCH, Y VICEVERSA.

Porque el orden de los personajes no altera el producto, el malo siempre será el malo. Por eso, el buen teatro siempre responde a un dilema moral. Y el de Shakespeare, lo hace. Las preguntas son básicas: ¿puede este amor superar las circunstancias adversas que lo rodean? (Romeo y Julieta); ¿este villano salirse con la suya? (Ricardo III); ¿ese anciano comprender quién le será fiel en la vejez? (El rey Lear); ¿ese hombre dominar sus pasiones? (Otelo); ¿ese joven aceptar la realidad tal cual es? (Hamlet). Cada una de sus obras parece responder a una pregunta. Y son muchas, y se multiplican, además, con las relecturas.
El gran sentido del drama que tiene Shakespeare, a mí, siempre me ha resultado admirable. No precisa de escenografía no sólo porque la época isabelina veía el teatro de ese modo, sino porque con las palabras líricas del autor alcanza y sobra para crear esos ambientes, al margen de que también puedan ayudar el vestuario, las armas, los sonidos y, por supuesto, la presencia de las actrices y actores que dan vida a la obra.
Sin duda, el escritor fue un gran lector de obras clásicas del teatro griego y latino. La utilización del Coro para presentar la historia o la utilización de un personaje con el mismo fin, lo hacen evidente. También las repeticiones y anticipación de datos favoreciendo la comprensión de hechos que sucederán más tarde, nos habla de su conocimiento del cuento popular. En cuanto a los refranes, los utiliza constantemente. Por ejemplo, en Romeo y Julieta, regala al oído del pueblo esas repeticiones que el vulgo sabe de memoria porque las utiliza a diario y, por tanto, las disfruta enormemente. Seguramente, mientras las escuchaban, el público estaba pensando: «totalmente de acuerdo», «eso mismo hubiera dicho yo», «por supuesto que es así». Responde de este modo Shakespeare a la cultura oral con la cultura oral.
Estos fines de semana de un invierno mediterráneo especialmente lluvioso, siempre que puedo, especialmente las noches de los sábados o las tardes de los domingos, vuelvo a la relectura de obras de teatro de los grandes maestros. Me gustaría señalar algunos de mis preferidos: por supuesto griegos y latinos, siempre; y más cercanos a nuestro tiempo: Molière, Henrik Ibsen, Luigi Pirandello, August Strindberg, Mauricio Maeterlinck, Henry de Montherlant, Federico García Lorca, Jaciento Benavente, Arthur Adamov (muy especialmente en su versión de la obra Almas Muertas de Nikolái Gogol), Tennese Williams, Jacques Deval, Arthur Miller, Bertolt Brecht, Samuel Becket, Eugene Ionesco, Friedrich Dürrenmatt, Peter Weiss, Torny Lindgren...
Pero retornar a Shakespeare es siempre una sorpresa. Se percibe un acierto detrás de otro, y nunca los mismos porque con cada relectura el placer cambia. En su historia de amor, Romeo y Julieta, que en el recuerdo de la obra vista en el teatro siempre aparece más suave de lo que es por escrito, me impresiona la gran crueldad que muestra el padre hacia Julieta cuando quiere imponerle un matrimonio concertado por él. Pero esa crueldad no es anormal para la época, sino normal en el sentido de que responde a condicionamientos que podemos decir que hoy también existen. Es decir: quiero que estudies ésto; que te cases preferentemente con alguien de nuestra misma clase social o religión, etc. También es llamativa la frialdad de la madre y esa distancia en el trato, propia de una época en que las criaturas eran entregadas a sus ayas. Pero qué no podríamos decir de este tiempo, en que las guarderías suplen muchas veces el cariño, y la distancia en el trato y el control de las conductas no logra hacerse efectiva con el paso de los años. Así, en el otro polo, la ternura y el amor de la nodriza hacia Julieta nos llama la atención. Por esa niña de sus ojos, esta mujer del pueblo, pondrá en juego hasta su propia vida por amor a Julieta, y es lo mínimo que una madre daría por sus hijos. Hay un momento curioso en el texto que nos recuerda la obra Lisistrata de Aristófanes, justo cuando los señores Capuleto y Montesco cerca del inicio de la obra quieren pelearse y sus mujeres como defensoras de la posible paz entre las dos familias, los tratan respectivamente como a un niño y como a un anciano. En un caso la mujer de uno sugiere a su esposo que debe cambiar la espada que está pidiendo por una muleta, y en el otro le ordena tajantemente que se detenga y que no busque pelea con su vecino.
Algunos escritores son muy buenos observadores. Gracias a eso pueden reflejar la vida tal como es en sus personajes. Pero no sólo es eso, son personas sensibles. Conocen la alegría y el sufrimiento humano, en sus emociones básicas: las del placer y las de dolor; las han vivido en sus propias carnes, y porque pueden comprenderlas, saben transmitirlas cabalmente a los demás. Resulta maravilloso comprobar la sabiduría psicológica de Shakespeare (Acto III, Escena III) en el momento en que Fray Lorenzo dice que «los locos no tienen oídos» hace responder a Romeo: «¿Cómo han de tenerlos cuando los cuerdos carecen de ojos?» ¡Es una verdad tan grande...! Generalmente el que se queja de que otro no le oye, o no le hace caso, no está viendo qué está pasando ahí, ni siquiera ha visto o no quiere ver qué parte de eso que está pasando ahí (falta de interés de un adolescente por el futuro, inapetencia, confusión, odio, enfermedad) le pertenece, ha sido en todo o en parte, obra suya. Tal vez por eso me gusta Macbeth. Porque es claro y concreto.
En domingos como el de hoy en que es un placer estar cerca del fuego del hogar una comprende cuán débil es el corazón humano. Ahí están las Fatídicas Hermanas con sus cazos y sus pucheros haciendo conjuros y prometiendo coronas regias; ahí el débil Macbeth cruzando la frontera entre el bien y el mal a cambio de una prebenda; más allá Lady Macbeth quien incitándolo será la que luego con la conciencia semiperdida intente lavarse, frotar inútilmente sus manos en el aire como si lo hiciera bajo un chorro de agua gélida, comprobando ante la silenciosa mirada de los demás, que las manchas de sangre, las rojas manchas de sangre de la corona regia que ella misma ha ayudado a usurpar permanecen en su piel aunque sólo sean visibles para ella.
Tiene Macbeth como otras obras de Shakespeare ese saber llegar al climax con una economía de palabras sorprendente y con la precisión de aquel que sostiene firmemente el arco y dispara desde el inicio la flecha hacia el lugar correcto, el final, donde la verdad que ha estado oculta se hace por fin visible. Y para ello no necesita mostrarnos el dolor del pueblo, sino el dolor que son capaces de infligirse entre sí, las mismas personas que conviven y se relacionan en las más altas esferas del poder.
De la poesía al teatro, del teatro a la poesía. Ese fue el recorrido que hizo Shakespeare. Si aplicamos esto a los demás géneros, yo diría a los jóvenes escritores que prueben a hacerlo; que transformen su poesía en teatro, sus relatos y novelas en guiones cinematográficos, y así cuantos cambios formales consideren. Que estudien de todas las teorías literarias, es decir, de todos los géneros un poco. Eso les hará comprender mejor cómo están tramadas las historias, y cómo puntos focales que son importantes en un género pasan a un segundo plano en otro y cómo lo que en un género es parte de la historia secundaria en otro pasa a un primer plano.
Ya para terminar resaltaría el gran acierto de algunas de las frases de Shakespeare que han pasado a la historia como «mi reino por un caballo» en su Ricardo III; o «el cielo está aquí donde vive Julieta» (Romeo y Julieta) que da pie a una enumeración de esa cantidad de seres que pueden ver a Julieta, incluso los ratoncillos, pero no él, condenado a un fatal destierro. Pienso también en Macbeth y siempre recuerdo las brujas con sus conjuros favoreciendo a los perversos, ese bosque de Birman acercándose a Dunsinane, y esas últimas palabras... «Tomorrow, and tomorrow, and tomorrow...» («Mañana, y mañana, y mañana...») Porque los malos de Shakespeare al final parecen comprender lo absurdo de su destino que es ser una persona más como las demás que va camino de la muerte; para decirnos finalmente que «la vida es una sombra que pasa (...), un actor representando su papel».
Un tiempo atrás se llegó a dudar de la existencia del autor, ¿nos sorprende? No ha de sorprendernos. Y hace muy poco tiempo desde sectores católicos se ha llamado la atención sobre el cristianismo de Shakespeare, que de ningún modo está oculto en su obra, sino bien visible para quienes lo leemos habitualmente.
Por último decir que casi todas las obras del autor tienen numerosos personajes. Digo ésto y ya para terminar porque sólo el que conoce cómo se traman las obras puede darse cuenta de la importancia del número de personajes y del papel que cada uno de ellos juega. Esto es algo que han comprendido algunos autores muy bien. Los que plagian no, porque en general van en zig-zag y no saben a dónde van. Así cuando decimos simplemente Alicia en el País de las Maravillas, quizá nos llega mentalmente la figura de la niña, del conejo, de la reina y de los naipes, y algún otro personaje pero en esa obra hay sobre treinta personajes para hacer resaltar a unos pocos y en especial a una niña de nombre Alicia. Y lo mismo podríamos decir de una película como la que transcribe el guión de Casablanca con numerosos personajes al servicio de la pareja principal.
Shakespeare debió ser un gran estudioso de la literatura clásica, no tengo dudas, a la que reelería constantemente, renovando y dando impulso al género con una fuerza que supo llegar hasta nuestros días y que no se detendrá en el tiempo, al menos mientras la humanidad siga su curso y este mundo siga siendo habitable.

CUADERNOS

Hace años que llevo unos cuadernos donde analizo a mi manera las obras literarias que voy leyendo. Algunas por curiosidad, por ejemplo, El Código Da Vinci de Dan Brown lo leí dos veces y pese a que lo analicé capítulo a capítulo, no le encontré el encanto que hallaron en esa obra tantas personas. Es más. Aún me pregunto: ¿cómo es posible?
Sin embargo, me compensan otras meditaciones. Adjetivos y adverbios: ¿sí o no? Al parecer los periodistas se inclinan por no utilizarlos, algunos escritores, entre ellos Stephen King también, el resto dudamos. Un artista de los adjetivos es Borges... «la vasta y vaga acumulación del pasado». Ahí es nada. Pero ¿qué habría hecho Edgar Alan Poe sin los adjetivos para describir sus ambientes de terror? Nada. Sin ellos sus relatos no serían lo que son.
Cuando releo estos cuadernos me sorprendo a mí misma. En la página 8 del segundo cuaderno, leo: «Me gustan por su calidad y síntesis esa especie de prólogo-resumen que utiliza para sus obras Mary Higgins Clark». Una página después estoy con Howard Philip Lovecraft. Se ve que este cuaderno iba todo de terror. Dice el autor en un artículo titulado «Algunas notas sobre la ficción interplanetaria»: «Una buena historia interplanetaria ha de tener personajes humanos realistas». Al pie veo una nota mía... «Es decir: que así sean robots o cualquier otro tipo de ser tiene que mostrarse y expresarse en términos humanos. Pero, me pregunto: ¿es que podríamos hacerlo de otro modo?».
No hago más que dar vuelta la página cuando me encuentro con Sthepen King y su obra La mitad oscura. Veo que me ha llamado la atención un par de renglones sobre una prostituta. «Las piernas dejaron de sostenerla y cayó de rodillas con un extraño donaire como una niña a punto de recibir la comunión». A continuación mi análisis... «Pienso que esa aclaración 'con un extraño donaire' resulta muy eficaz y es lo que inconscientemente nos recuerda la gracia, la fe, la creencia en el símbolo de la comunión más todas las asociaciones que cada cual porta en sí sobre ese tema. Ejemplo: «voy a recibir la comunión por primera vez, ¿qué pasa si mastico la ostia? Son las preguntas y las cuestiones que uno se plantearía o, al menos, que nos planteábamos los niños de nuestra época. Pero también podrían hacer los lectores del libro otra asociación con una felación por la posición que toma el personaje y por su condición de prostituta». ¡Hay que ver lo que da de sí una frase!
Veo que parte del resto del cuaderno lo he dedicado a temas de literatura infantil, y el resultado es bueno. Trasladaré alguna de esas notas por aquí más adelante.
Más allá de esas páginas dediqué un espacio a La Dama de las Camelias de Alejandro Dumas (hijo), obra que no había leído hasta 2008. Imperdonable. Me gusta esa frase del capítulo segundo: «Son de esos soles que se ponen como salen, sin brillo».
Al comienzo de esta nota hablé de adjetivos. Aquí van unos algunos ejemplos tomados de Gabriel García Márquez en El coronel no tiene quien le escriba: «respiración pedregosa», «hombre árido», «huesos sólidos», «hojas podridas», «bronces rotos» (por las campanas dando toques...). Esta obra es una de las que más me gusta del autor. Reconozco que me llaman la atención la estructura de ciertas oraciones que él forma en base a tres o cuatro sustantivos claves, y que yo no podría hacer porque no están dentro de mi forma de pensar. Voy a poner algún ejemplo: «el coronel experimentó la sensación de que nacían hongos y lirios venenosos en sus tripas».
También el 2008 fue el año de la lectura de La Cartuja de Parma de Sthendal. Escribí de ella: «Todo el tiempo el novelista nos recuerda que está ahí, que lo importante es él y esas maravillosas frases que dice y esperamos anhelantes de verlas aparecer cada cierto número de páginas. Ejemplo: `Si no te conviertes en un hipócrita, quizás llegues a ser un hombre', 'los pueblos adoptan las costumbres de sus dueños', 'la condesa advirtió que el desprecio había matado en ella al amor'.
El año 2009 fue el año de mis lecturas de Thomas Mann: el Doctor Faustus, La Montaña Mágica.
Durante estos años leí muchos libros de teoría literaria de diferentes géneros: novela, relato, dramaturgia, guión. Pero creo que todas las teorías podrían resumirse en la frase que Hitchcock contestó a Truffaut en una entrevista: «Lo esencial es conmover al público y la emoción nace de la manera de contar la historia, de la manera de yuxtaponer las secuencias». Se me dirá que habla de cine. Pero no, habla de literatura.

jueves, 14 de enero de 2010

LA FAMILIA EN HARRY POTTER

La familia en Harry Potter no es un tema del que se haya hablado. Se comentó mucho, sí, el sentido mágico de la historia; la simbología de los nombres elegidos para los personajes; el papel de cada uno.
Al principio, algunas voces se alzaron desde diversos sectores para denostar la obra, pero ¿cómo no rendirse a la evidencia de sus supermillonarias ventas y la visión indiscutible de millones de niños leyendo felices y entretenidos los libros de más de 200 páginas de la señora Rowling? Sí. Pero ¿qué tienen las historias de Harry Potter para que gusten tanto? Veamos... Un poco de Superman, de Cenicienta y de otros muchos cuentos populares e infantiles que conocemos. Eso sin duda. Pero además tiene algo más que, a mi juicio, ha pasado desapercibido y que es: ese cotilleo, esa descripción de la vida diaria de la familia de Harry Potter, compuesta por sus tíos y primos y por el recuerdo de los padres fallecidos, que además eran magos, circunstancia que se oculta a Harry Potter y que forma parte del secreto familiar. Y ahí se nos hace la luz... Esa familia es en todo parecida a las nuestras. Quizás en la nuestra no haya magos, pero puede haber un pariente que falleció en un psiquiátrico y del que jamás se habla, como tampoco se habla de aquel que se suicidó, ni del que fue un atracador de guante blanco, un verdugo, un dictador, ni de la que tuvo varias parejas y a la que no dudaron de calificar de puta, ni de aquella que se hizo un aborto, ni de la otra que dijo a su hijo que fue sietemesino por disimular que se casó embarazada. En la familia de Harry Potter ciertas cosas no se nombran. Y en las de los demás tampoco, por eso se oculta el incesto, el abuso sexual y las mujeres se ponen maquillaje para disimular los golpes de su pareja. Percibiendo esto, también vemos cómo cada época social tiene sus condicionamientos y sus traumas y enfermedades peculiares. Y... ¿por qué Rowling nos habla de tíos y de primos y no de padres e hijos, o de abuelos? Porque para que sea «políticamente correcto» es más fácil hablar de tíos y primos. De este modo son los tíos de Harry Potter quienes le organizan la vida desde la primera hora de la mañana; quienes lo maltratan física y psíquicamente sin darle amor ni respeto mientras su primo Dudley no tiene mejor ocupación, según nos dice la autora, que la de «cazarlo». En estas penosas circunstancias ¿qué más ocurre en la vida de Harry Potter? La autora lo dice claramente: «no tiene amigos en el colegio», por lo tanto, no tiene a quién confiar su sufrimiento, está solo, y para colmo vive como si fuera el cubo de la fregona o un viejo objeto abandonado en la alacena que hay bajo la escalera de la casa de sus tíos. Todo esto, claro está, hasta que su vida empieza a cambiar.
Eso es lo que tiene de interesante la vida del personaje llamado Harry Potter, es un espejo donde muchísimos niños y adolescentes, jóvenes y adultos dan una mirada a su propia vida, hogares en donde habitualmente aparecen problemas a causa de las decisiones que toman los adultos. Por cierto, ¿se han dado cuenta de que existen normativas que regulan en el mundo la tenencia de armas, el examen de conducir, el de caza, el de tenencia de animales, etc., y en ningún caso, salvo aquellos requisitos que se exigen a quienes quieren adoptar un niño, a nadie se le solicita ninguna certificación de su valía como ser humano para ser madre o padre? ¿Es que la ley natural de la procreación nos hace por alguna razón mejores padres que aquellas personas que están dispuestas a adoptar?
Sí, de acuerdo, pero ¿qué más tiene Harry Potter, qué otro mensaje subliminal o inconsciente nos ofrece? Para mí, también deja bastante claro la señora Rowling, especialmente en el primer libro de la serie, lo difícil que parece ir por el mundo. Hay una cantidad extraordianaria de frases adversativas con nexos como «pero» y «aunque» que siempre implican que las cosas no son como quisiéramos o que puden torcerse. La autora utiliza este tipo de frases continuamente y lo hace hasta en las descripciones más simples. Por ejemplo, cuando nos dice que el señor Dursley «cayó en un sueño tranquilo(...) pero el gato no». Son frases de tal sencillez que recuerdan aquellas que nos enseñaban en los primeros cursos de los colegios, cuando de niños debíamos hacernos con el lenguaje y con las situaciones que éste describe. Además hay otras frases que comienzan por un «no» y acaban luego en la afirmación de algo y también resultan interesantes.
Pero entonces... ¿es tan importante el contenido familiar en Harry Potter y sus aventuras? Desde luego que sí. Ahí está ese tío que tiene una fábrica de taladros, algo que por sí solo nos habla de un objeto que hace agujeros, hace ruido y taladra; y este mensaje nos llega perfectamente a nuestro corazón. El tío de Harry Potter no podría ser panadero. Evidentemente.
Lo que vemos en esta obra es un niño privado y limitado en su libertad; carente de amor salvo por el que le dan los extraños y los amigos; y un ser confiado a su suerte.
Y entonces surge la pregunta esencial... ¿Y hubo voces que se levantaron contra esta obra? Pues... sí. ¡Vaya por Dios!