sábado, 26 de junio de 2010

GOLUCHO



Antes de hablar de «Golucho« y el «Nuevo Realismo» español, quiero traer el recuerdo de otra corriente que bajo el nombre de Fluxus ocupó otra línea de pensamiento del arte de los años 60 del siglo XX.
Fluxus, fue un movimiento artístico en contra del arte como mercancía, surgió gracias a la iniciativa de George Maciunas, Woolf Vostel, John Cage, Joseph Beuys, Charlotte Moorman, Nam June Pack. Se afianzó en Europa, norteamerica y Japón. Entre los participantes del movimiento ocupó un lugar importante Woolf Vostell con la iniciativa de sus happenings, algunos muy provocativos como un autobús que recorría ciudades alemanas recogiendo gente pero las ventanillas estaban pintadas y no se podía mirar al exterior ni ser visto, en directa referencia, como otras muchas obras suyas, al holocausto judío, y a aquellos vagones de trenes en que la gente era llevada hacinada a los campos de concentración. Fue también el iniciador de los dècollages, técnica en que se inspiró al ver cómo quedaban los carteles de publicidad pegados en las paredes unos sobre otros. Rasgados o rotos podían ofrecer mensajes diferentes, superpuestos; idea que traslado al arte. También fue el primer artista de video arte, y también el primero en utilizar televisores en sus esculturas conceptuales. Casado con una cacereña, Mercedes Guardado Olivenza, fundó en 1976 el Museo Vostell Malpartida, en Cáceres, España, que hoy pertenece a la red de museos de Extremadura.
Voy a contar una pequeña historia. En el año 1981 salió un reportaje a Vostell en la revista semanal de un periódico español bajo un título que no le hacía justicia y que decía algo así como el artista loco. Por si sirve de referencia, por aquel entonces también se mostraba al artista realista Antonio López Torres como el pintor que iba por la ciudad con su caballete, su caja de pinturas y su lienzo. Aparecieron numerosas fotos de este tipo. Es decir, ante la novedad tanto del arte conceptual como del nuevo realismo, parecía que las luces se volcaban más sobre lo anecdótico. Así que, mientras yo iba recortando y guardando reportajes de ambas tendenciaas, no lo dudé y le escribí a Woolf Vostell para solicitarle una entrevista para varios medios periodísticos en los que colaboraba en ese momento.
La respuesta no tardó en llegar y poco después nos encontrábamos viajando hacia Malpartida de Cáceres en un viejo coche, mi pareja, yo, y nuestros tres hijos, el menor de ellos de apenas seis meses. Siempre me quedará el recuerdo familiar de aquella visita a su casa y su museo. No dudaron un instante en hacernos pasar a todos, en ofrecer a nuestros hijos los juguetes de sus propios hijos que ya eran unos jóvenes independientes y que se dedicaban a la fotografía y al cine. Recuerdo con especial afecto a Vostell y a Mercedes por su calidad humana. Poco tiempo después me invitaron a participar en un libro homenaje a Vostell. Entonces yo era joven y vi un modelo de artista trabajador, de intelectual que aplicaba sus dudas y sus preguntas a su obra. Un compañero de compañeros que, además, ayudaba a divulgar a otros artistas. Y también vi una pareja que se llevaba bien, donde había mucho amor, y fuerza para llevar sus ideas adelante. Vostell falleció en 1998, y viendo su vida en perspectiva parece que hubiese sido sólo un soplo. Pero sin embargo, ahí está su obra y su tarea como intelectual, en muchos museos del mundo, pero también aquí en España, en el Museo Vostel de Malpartida en Cáceres.
Mientras Fluxus comenzaba, por los años 60, a tocar las conciencias y las miradas de mucha gente, un «Nuevo Realismo» surgía en Francia de la mano de Pierre Restany y el pintor Ives Klein. Poco después el movimiento se expandía llegando a España donde había pintores como el citado anteriormente, Antonio López Torres, y otros menos conocidos como era el caso de Miguel Ángel Mayo, conocido hoy día por Golucho, y que además se hallaba por esa época en Francia. Posteriormente, el grupo de pintores que formarían el nuevo realismo en España, escribirían un manifiesto titulado La gallina ciega, en donde exponían sus ideas.
Con Golucho me sucedió algo imprevisto. Al llegar a su página web, quedé realmente impresionada. Después, volví más veces a su página y a esas imágenes, como si allí se me hubiese quedado algo o como si allí pudiese recuperarlo.
Un día, al mirarnos frente a un espejo, observamos sorprendidos en nuestros cuerpos: esa piel flácida, esos muslos pesados, ese abdomen creciente, con los que tan sólo unos años atrás no habíamos contado... Mientras tanto nuestros padres envejecen, enferman y mueren. Hacemos balance de lo que hemos ganado o perdido.
Hay quien llama a todo esto: hiperrealismo. Pero en el fondo, es lo mismo que decía la gente de Fluxus: Arte= Vida, Vida=Arte.
Les invito a ver la obra de Golucho en su página.
El siguiente enlace corresponde al Manifiesto español del nuevo realismo donde podrán conocer al resto de integrantes de este movimiento.


Crédito ilustración: Golucho.
Título de la obra: «Retrato de insomnios».
El dibujo obtuvo el Premio de Pintura de la Fundación de Artes y Artistas, 2007.España.
Cesión de la utilización de la imagen para el presente artículo por el propio autor.

Museo Vostell Malpartida aquí.

Texto del artículo: Pilar Alberdi

lunes, 21 de junio de 2010

SARAMAGO


Un "adiós", es siempre un "hasta pronto". Fui una lectora fiel de uno de sus relatos "El Centauro"... "Entonces llegó el tiempo del rechazo. El mundo transformado persiguió al centauro". Venía de una época y ya no podía ir a ninguna otra. En su vida, el centauro, había visto muchas cosas, y en el último milenio había observado a escondidas como "un hombre con lanza y armadura, encima de un escualido caballo" luchaba contra los molinos...
Les dejo aquí un enlace al cuento. ¿Qué mejor despedida?

lunes, 14 de junio de 2010

CUENTOS SIMILARES: POE, CORTAZAR.



Texto: Pilar Alberdi

Los autores a los que voy a referirme son Edgar Allán Poe y Julio Cortazar. Para ello tomaré en cuenta, sus relatos «El corazón delator» y «El gato negro» de Poe; y «Cartas de mamá» y «Final de juego» de Cortazar.
En «El corazón delator» el protagonista siente curiosidad enfermiza por el ojo «azul pálido, nublado y con una catarata» de un viejo. Por las noches, cuando el viejo duerme, lo espía. Acude sigiloso hasta la habitación, abre la puerta, apenas una rendija, y con un haz de luz de una linterna ilumina el ojo muerto como para cerciorarse de que realmente lo está. Este ojo, la mirada si fuese posible de este ojo, según yo lo entiendo, representa la conciencia. Finalmente decide deshacerse del ojo matando al viejo. Esconde los restos de su cuerpo bajo el entarimado de madera del suelo. Y como sabe que vendrán, espera a los investigadores. Cuando llegan se muestra tranquilo. Sin embargo, de repente, le parece oír un tic-tac cada vez más fuerte; mira al piso en la zona donde ha ocultado el cadáver, y se delata a sí mismo porque cree que los policías también están oyendo el latir del corazón del hombre. El ojo-conciencia no ha muerto. No ha sido posible matarlo.
El segundo cuento de Poe sigue los mismos pasos. El protagonista dominado por el alcohol ya no se reconoce como la persona que fue, pero, a la vez no logra enmendarse. En esta ocasión los personajes son un hombre, su mujer, un gato y los investigadores. El tema del ojo que lo persigue vuelve a repetirse, porque en un ataque de ira contra un gato callejero, al que previamente encuentra y lleva a su casa, le saca un ojo. «Del bolsillo de mi chaleco saqué un cortaplumas, lo abrí, cogí al pobre animal por la garganta y, deliberadamente le vacié un ojo...» (…) «La órbita del ojo perdido presentaba, es cierto, un aspecto espantoso». Este anticipo de lo que fue capaz de hacer al gato, pone en aviso al lector de lo que podría llegar a hacer a su mujer. En efecto: la mata. Para disimular su desaparición decide emparedar el cadáver en el sótano. Cuando acaba de levantar las paredes, conforme con el trabajo realizado, se dispone a esperar a los investigadores, los cuales no tardan en llegar. Le piden ver la casa y él los acompaña con la seguridad de que no encontrarán nada. Cuando acceden al sótano también está tranquilo. Sin embargo, del lugar donde está emparedado el cadáver de la mujer sale un grito delator horroroso, es del gato que ha quedado encerrado junto al cadáver. El mismo al que le quitó un ojo.
También podríamos pensar que el autor conocía a una persona con esta característica, la de un ojo ciego, y que le afectase de alguna manera personal. (Es un dato que desconozco).
Sea como fuere, lo que queda claro es los dos cuentos tienen una estructura similar. Dos asesinatos, la forma de deshacerse del cadáver ocultándolo en la casa tras unas maderas o una pared, la delación que en un caso llega a través del mismo protagonista que cree oír latir el corazón del hombre asesinado, y en el otro caso, a través del maullido del gato encerrado junto al cuerpo de la mujer muerta. En los dos relatos hay ojos muertos, vacíos, que actúan, según mi criterio, como conciencia acusadora.
Cabe sumar que ambos cuentos como todos los demás que componen las Narraciones extraordinarias están escritos en primera persona.

Los relatos de Cortazar en los que veo una relación estructural similar son «Cartas de mamá» y «Final de juego».
En el primero cada vez que llega una carta de la madre, el personaje de nombre Luis, es obligado a volver al pasado. Está casado con la que fue la novia de su hermano Nico, muerto por tisis. Contrajeron matrimonio después del fallecimiento del enfermo. El rechazo de la familia a ese noviazgo y casamiento, ayudó a la pareja a subir a un barco y marcharse a Europa. Viven en París. Pero la madre no dejó de escribirles y en las cartas que reciben nombra a Nico como si estuviera vivo, y en la última, incluso, señala el barco y el puerto al que llegará, y el tren y la hora en que accederá a París. Luis escribe a su familia preocupado por la insanía de la madre, y se ve obligado a mostrarle las cartas a Laura, su esposa y ex novia de su hermano Nico. La pareja formada por Luis y Laura, durante los dos años que llevan en París se habían dedicado a evitar el nombre y cualquier referencia a Nico. Pero de repente, las últimas cartas de la madre los hace volver al pasado... El día que se cumple la fecha de llegada de Nico, algo imposible puesto que Nico está muerto, y la noticia sólo puede ser fruto de la insanía de la madre, ninguno de los dos da muestras de que irá a la estación. Él va a la estación de tren y la ve a ella, esperando, intentando comprobar que es imposible que un muerto se presente. Cuando él regresa a la casa, ella le hace saber que pasó todo el día en casa. Él sabe que es mentira. Hacia el final de relato hay un momento de complicidad en que cada uno reconoce haber estado allí.

En «Final de juego» tres jovencitas —la narradora más Leticia y Holanda— aburridas de los largos días estivales se dedican a jugar al juego de hacer de estatuas o actitudes en el fondo del terreno de la casa, cerca de una vía del ferrocarril por la que pasan los trenes. Mientras una hace de estatua las otras observan la actitud de los pasajeros. Algunos viajeros ocupan siempre los mismos asientos. Uno de ellos les arroja un papelito dando su nombre y diciendo que le gustan las estatuas. Otro día les dice que le gustan las tres. Una de las chicas sufre parálisis y actúa menos. Un día, cae un papelito del tren diciendo que al joven pasajero le gusta la más haragana de las tres. Finalmente, el joven avisa en otro papel que en el próximo viaje se bajará en la estación más cercana e irá a runirse con ellas. Leticia que es la que sufre parálisis dice que está enferma para no ir. Las otras dos van y mienten, diciéndole al muchacho que la joven no pudo ir. Leticia, que ha renunciado a ver al muchacho por temor a ser rechazada debido a su enfermedad, se mantiene encerrada en su habitación un par de días más y cuando sale toma las joyas de su madre, busca a sus compañeras de juegos y les pide que cuando pase el tren la dejen actuar a ella. Pasa el tren y el joven saca la cabeza para verla. Cuando terminó la actuación la joven lloraba. Al día siguiente, el joven ya no estaba en la ventanilla, y la chica tampoco jugó más a estatuas y actitudes.

Los cuatro relatos son dramáticos. En el primero subyace el tema de la conciencia y lo que no se puede ocultar.
En el segundo caso, se habla de la enfermedad y sus limitaciones, y de encuentros imposibles.

Me gustaría señalar también el gran parecido temático subyacente en La casa Usher de Poe y Casa tomada de Cortazar. En ambas hay dos hermanos (mujer y varón) con una vida en común casi como si fueran pareja, y una casa que es parte de la situación.

En la obra El lenguaje literario, Teoría y práctica de Fernando Gómez Redondo, Editorial Edaf, 1994, un libro muy interesante y con excelentes referencias, se habla de la “tensión arquitéctonica” que subyace en un poema ya sea de verso regular o libre. Al analizar un poema de Juan Ramón Jiménez titulado "Parque Viejo", el autor señala que las palabras que dan forma a la rima son las que marcan los elementos intuitivos que hicieron posible el poema. Por un lado se refieren a lo estéril, desierto, desolado, hasta llegar a otras como luminoso y finalmente a cielo.
En la prosa ocurre igual. Digamos que algo inconsciente o menos consciente impregna de fuerza e intuiciones el tejido de la trama, en la que subyacen temas o palabras claves. Vemos en los dos cuentos de Poe: el ojo muerto o ciego, del que se sospecha y, actúa a modo de conciencia; y en los de Cortazar, la imposibilidad de un encuentro en el que media la enfermedad o la muerte con el consiguiente sentimiento de traicción.

sábado, 5 de junio de 2010

CERVANTES Y ALCALÁ DE HENARES



Texto y fotos: Pilar Alberdi

La biografía de un hombre... Me he preguntado muchas veces que significan estas palabras. Pongamos que digo: Miguel de Cervantes y entre paréntesis dos fechas que van de 1547 a 1616. Sumemos a eso que “probablemente” nació en Alcalá de Henares y falleció en Madrid. Poco a poco veremos aparecer otros condicionales, quizá es el mismo Miguel de Cervantes acusado de herir a un hombre en un duelo; que supuestamente tomó para sí un dinero que no le pertenecía y fue encarcelado. Hijo de un hombre que, a su vez, endeudado pasó un tiempo en la cárcel. Digamos hechos mejor constatados: que estuvo al servicio del cardenal Giulio Acquaviva y que siguiendo a este personaje conoció importantes ciudades italianas; que luego bajo las órdenes del capitán Diego de Urbina participó en la batalla de Lepanto, y que herido en el pecho y una mano, esta le quedó inútil. Añadamos que de regreso a España, la nave en que viajaba fue asaltada y hechos presos sus pasajeros y que pasó cinco años de cautiverio en Argel. Que programó varias fugas con sus compañeros pero sin mayores éxitos. Que por su libertad se pidieron quinientos escudos de oro, valor que su madre intentó conseguir. Que cuando consiguió su libertad volvió a España, sirvió como comisario para abastecer a la Armada Invencible, y que por esta razón hizo numerosos viajes entre Madrid y Andalucía, llegando a conocer muy bien algunos pueblos de La Mancha donde hay molinos de viento, sin cuyo conocimiento, quizá, no hubiera escrito El Quijote. Que su matrimonio, al parecer, fue un fracaso. Que fue encarcelado un par de veces, y que en una de ellas surgió la idea de escribir el Quijote. Sin olvidar que sus estudios fueron los propios de un autodidacta. A todo esto se puede sumar que su padre trabajó como cirujano en el hospital de Antezana de Alcalá de Henares, que su hermano también estuvo cautivo en Argel, que solicitó varias veces y no le fue concedido un puesto en el Nuevo Mundo, que tuvo un mecenas, el VII Conde de Lemos...


Datos. Datos. Más datos...Parece que la vida tuviera que estar hecha de datos, fechas, lugares... Y realmente, lo está, y hasta se puede representar por dos fechas, la del nacimiento y la de la muerte, separada por un guión y escritas entre paréntesis. Pero de esos datos hoy me quiero quedar sólo con uno, el del escritor que recibe de su mecenas, no sólo ayuda material o incluso amistad, sino la atención de un lector que espera con entusiasmo las obras de su protegido. Este hecho me conmueve. Por lo menos Cervantes sabía que había un hombre que esperaría poder leer su obra y lo haría con placeer.
Muy cerca de la hora de su muerte (y aquí se hace patente que el fallecimiento de Cervantes fue tan consciente como la vida que realizó) se dirige a Pedro Fernández de Castro y Andrade, VII Conde de Lemos, su mecenas, cuando ya ni siquiera hubieran sido necesarios más agradecimientos, con las siguientes palabras:

«Aquellas coplas antiguas que fueron en su tiempo celebradas, que comienzan: "Puesto ya el pie en el estribo", quisiera yo no vinieran tan a pelo en esta mi epístola, porque casi con las mismas palabras las puedo comenzar diciendo:
Puesto ya el pie en el estribo,
con las ansias de la muerte,
gran señor, ésta te escribo.
Ayer me dieron la extremaunción, y hoy escribo ésta. El tiempo es breve, las ansias crecen, las esperanzas menguan, y, con todo esto, llevo la vida sobre el deseo que tengo de vivir y quisiera yo ponerle coto hasta besar los pies de V. E., que podría ser fuese tanto el contento de ver a V. E. bueno en España, que me volviese a dar la vida. Pero, si está decretado que la haya de perder, cúmplase la voluntad de los cielos y, por lo menos, sepa V. E. este mi deseo y sepa que tuvo en mí un tan aficionado criado de servirle, que quiso pasar aún más allá de la muerte mostrando su intención. Con todo esto, como en profecía, me alegro de la llegada de V. E.; regocíjome de verle señalar con el dedo y realégrome de que salieron verdaderas mis esperanzas dilatadas en la fama de las bondades de V. E. Todavía me quedan en el alma ciertas reliquias y asomos de las Semanas del Jardín y del famoso Bernardo. Si a dicha, por buena ventura mía (que ya no sería sino milagro), me diere el cielo vida, las verá, y, con ellas, el fin de la Galatea, de quien sé está aficionado V. E., y con estas obras continuado mi deseo; guarde Dios a V. E. como puede, Miguel de Cervantes».



Al Conde de Lemos le dedicó, entre otros libros, la Segunda parte de el Quijote y también Las novelas ejemplares. Hace años adquirimos mi esposo y yo, un viejo ejemplar de Las novelas ejemplares en El Rastro de Madrid. Por aquel tiempo nos agradaba sobremanera ir a rebuscar entre las cajas de las librerías de viejo.
Me asombró entonces con el mismo poder que lo hace ahora cuando lo releo, el autoretrato que hace de sí mismo. Sin añadidos ni máscaras. Sin éxito. Sin inmortalidad. Sólo ante el espejo de la vida.

«este que veis aquí de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegres ojos, y de nariz corva aunque bien proporcionada, las barbas de plata que no ha veinte años que fuéron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes no crecidos, porque no tiene sino seis y esos mal acondicionados, y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros, el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva ántes blanca que morena, algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies: este digo, que es el rostro del autor de la Galatea, y de D. Quixote de la Mancha, y del que hizo el Viage del Parnaso á imitación del de Cesar, Caporal Perusino, y otras obras que andan pro ahí descarriadas, y quizá sin el nombre de su dueño: llámase comunmente Miguel de Cervantes Saavedra»

Hay un dato más que no se suele reflejar y es el de que tuvo que ver como yo veo en esta visita a la ciudad de Alcalá de Henares en la que viví muchos años, y donde nacieron dos de nuestros tres hijos, las altas torres de las iglesias y los conventos con sus grandes nidos de cigüeñas. Se supone que se marchó de esta ciudad a los cuatro años, pero es posible que volviera más de una vez, pues era entonces Alcalá ciudad principal y plaza del arzobispado. Intento imaginar esa imagen, la de los nidos con cigüeñas, entrando por sus pupilas. La del silencioso vuelo de las grandes aves cruzando sobre las entonces calles de tierra donde no faltaría la alegría bullanguera de las golondrinas viajando de un alero a otro. Y entonces, sí, algo se completa. Porque, muchas veces, los datos nos impiden ver al hombre y desfiguran los hechos. El hombre que escribió a los cincuenta y ocho años la novela El Ingenioso hidalgo de La Mancha, debió pasar horas muy oscuras en su vida. El mismo prólogo de su libro es una parodia con poemas de alabanza a la obra, como resultado de no haber podido encontrar persona que se atreviese a hacerle un prólogo. Como escritor de escritores, el paso del tiempo nos ha dado el testimonio sincero de un larga lista de autores que admiraron la obra. También otra ignominiosa lista de los que hicieron segundas partes del Quijote sin permiso.

Camino por las calles de Alcalá en este final de primavera. En mi mano llevo la manita tierna de mi pequeño nieto. Voy hacia el centro y me detengo frente a la Casa de Cervantes. En realidad no ha sido su casa. Pero contiene una colección de ediciones del Quijote, y es punto de visitas turísticas. Frente a la puerta de la casa hay dos figuras en bronce: el Quijote y Sancho. A los niños les gusta subirse en ellas. La gente toma fotografías. Los edificios de la calle Mayor mantienen los soportales del pasado y en días de lluvia y calor siempre ha sido un refugio caminar bajo ellos. La calle con un empedrado que imita el que hubo en el pasado, se llena de sombrillas, mesas y sillas de los bares. A un paso, en la Plaza Mayor, una estatua recuerda al escritor, sostiene su mano derecha en alto y entre sus dedos una pluma. En esta ciudad, en España y en el mundo hay festejos cuando llega la efemérides de su nacimiento o el recuerdo de su muerte. También hay un premio de renombre internacional que se otorga en el Paraninfo de la vieja Universidad. Pero ¿qué pensaba Cervantes de Alcalá si es que pensaba algo? ¿Quién fue Cervantes en aquella Alcalá? ¿Quién leyó su obra? ¿Quién lo socorrió en sus infortunios? Hoy tengo puesta la vista en las cigüeñas, en sus altos vuelos, en su soledad acompañada, siempre me gustaron mucho, he disfrutado viéndolas llegar y viéndolas partir, y la tarde, esta tarde de final de primavera, con la mano de mi nieto en la mía, se vuelve más y más cervantina mientras los inmigrantes hablan en idiomas que no comprendo, los niños juegan en los parques y los ancianos como en los viejos tiempos, acuden a la sombra protectora de las iglesias.
Dostoievski pensaba que la respuesta a la pregunta: “¿qué es el hombre?” se podía contestar con El Quijote. Y creo que muchos le darían la razón.