
Todos los árboles dan sus frutos, algunas más y algunos menos.
Para Yolanda, con cariño
Por Pilar Alberdi
Hay un viejo cuento que me gusta contarme cuando me quejo. No sé de quién es. Quizá sea de los que habitualmente llamamos anónimos o populares, pero aunque lo sean tienen autor y también coautores, porque el cuento va cambiando con los años. El relato dice que había un campesino que se quejaba al cura porque su casa era un caos contando conque en ella vivían su mujer, sus numerosos hijos, y su suegra. Y como siguiera quejándose, el cura, le dijo que la solución era que metiese en casa la cabra. Es decir, a veces, sólo cuando las cosas empeoran es cuando nos damos cuenta de los beneficios que tenemos, y que nuestra vida no merece tantas quejas... Quizás ésta sea la sabiduría que uno adquiere con los años, que tiene mucho que agradecer y poco de lo que quejarse. Y que los males que aquejan a nuestra generación, comparados con los de otras anteriores, acaso no sean tantos. Todo depende de con qué se compare.
Pero hoy vamos a hablar de árboles. De árboles y flores como metáfora de este conocimiento de lo que nos da y damos a la vida.
Permítanme traer los versos de una poetisa china de nombre Li Ch'ng-Chao que nació en 1084:
«La luna arriba, quieta.
Cierran las alas las cortinas...
Y sin embargo
yo todavía rozo esos pétalos caídos,
todavía me envuelve este perfume
que no acaba de irse,
y toco este momento todavía.»
«Y toco este momento todavía...» Las generaciones pasan pero mientras el mundo sea como es, los sentimientos serán los mismos.
Cuando yo miro hacia el jardín de la casa que ahora ocupo, y veo un par de naranjos, un chirimoyo, y tres mandarinos que han quedado de las viejas huertas que había en este lugar, y los veo florecer y dar sus frutos, siempre me digo: «míralos, ahí están dando sus frutos y sin pedir que nadie se los agradezca». Ahora, muy pronto estarán ya a punto de ser tomados con la mano, y yo me veré subiendo a una escalera, y bajándolos, haciendo zumos, deleitándome con el sabor de su pulpa, masticando sus gajos, y comparando sin ninguna necesidad si están más dulces o menos que el año anterior, porque hasta cuando nos dan algo sin pedirlo juzgamos su calidad y comparamos...
Y ahora voy a hablarles de una buena mujer de más de noventa años a a la que le gustan las flores y los árboles. Yolanda no ha sido una escritora profesional pero ha dejado a sus hijos y sus nietos unos cuadernos donde explica su vida. Ella, que se sabe ya, en esa frontera en que se hacen balances, ha dejado escrito un poema titulado: «Mi duraznero» que en español, sería «Mi melocotonero».

Mi duraznero
En mi humilde patio, en tibia mañana,
un árbol planté; elegí un duraznero,
como un hijo lo cuidé, pronto creció,
sus ramas vigorosas al cielo se elevaron
y en primavera, sus hermosas flores cuajaron
mostrando sus pétalos rosas.
Abejitas curiosas en suave susurro llegaron,
una ronda formaron, su néctar libaron
y en sus frágiles canastas el polen se llevaron.
Yo a su lado fui creciendo y también en primavera,
en mi vientre, un retoño floreció.
Así juntos caminamos por la vida.
Su copa en frondoso verdor se cubrió,
avecitas bulliciosas y píos en mi patio resonaron.
Bajo su sombra mis hijos jugaron,
se deshojaron sus flores, y sus pétalos
como hábil artesano, una alfombra rosada
en mi patio desplegó.
¡Cuántas cosas me regaló
en sus ramas como árbol navideño
con sus frutos engalanados!
Los años fueron pasando...
Yo en mi vejez te contemplo,
tú también envejeciste,
¡y sigues brindándome flores!
Yo partiré de este mundo
y tu seguirás floreciendo,
yo pido como homenaje
que en mi tumba depositen
una rama florecida
del árbol que yo planté,
en una tibia mañana.
Yolanda 21-06-2009
Querida Yolanda, gracias por tu vida, porque toda vida se despliega en ondas y afecta a otros; gracias a tus nietos que me han traído este poema desde Argentina; cuando ni tú ni yo estemos, seguirán floreciendo las primaveras...