Por Pilar Alberdi
Este artículo habla de la condición de la mujer en el siglo XIX y parte del XX
Siempre me he preguntado qué hace posible que una obra nos sacuda por dentro y sintamos que ahí está la humanidad tal como es, con sus errores y sus aciertos. La respuesta es bien sencilla: alguien ha visto la verdad y la cuenta.
Tolstoi lo consigue siempre. Se acerca por el camino de la novela que utiliza, en parte, a modo de un ensayo como lo hacen también otros autores de la época. Acierta siempre, por supuesto. Lo consiguió con
La muerte de Ivan Illich, y también con la
Sonata a Kreuzer. Los personajes le sirven para analizar a la sociedad, y no dudo habrá escandalizado a muchos lectores.
Esta novela, breve comparada con otras del autor, trata de lo que un «caballero» cuenta a otro, al que utiliza a modo de confidente, durante un viaje en tren. ¿Qué mejor que un desconocido para contar una verdad que muerde su corazón? Esa verdad es que el hombre, llevado por sus celos, ha dado muerte a su mujer. Su castigo: la pérdida de la tutela de los hijos, pero continúa en libertad.
Tolstoi aprovecha este drama para contarnos cuál es la condición en que se encuentra la mujer en el siglo que le ha tocado vivir, y de qué tipo son las relaciones entre mujeres y hombres, a las que él considera propias de una sociedad hipócrita. Nadie quiere asumir que se busca el mejor postor para las hijas casaderas y que no les importa darlas a hombres sifilíticos ni a ancianos si estos tienen una posición económica desahogada. «Diga a su madre o a alguna muchacha que su ocupación consiste en pescar novio. ¡Dios mío, qué ofensa!» No, las madres se dedicarán a mostrar a los posibles pretendientes de las hijas, las habilidades de las jóvenes como pianistas, sus intereses y preferencias culturales, o su refinado gusto por tal o cual moda, tal autor o tal obra de teatro, y de esa manera pretenderán disimular lo obvio. Mientras tanto, ellos, se olvidarán de las casas de citas por un tiempo, y de las mujeres que allí conocieron.
Se pregunta
Tolstoi con ironía por qué se prohíbe el juego y se permite a las mujeres ir vestidas igual que prostitutas, mostrando sus escotes y esforzándose en llamar la atención. La respuesta es que la sociedad sabe que esas hijas casaderas están compitiendo con las mujeres de las casas de citas. ¿Cómo no van a estar neurasténicas —dice el personaje que ha matado a su mujer y que a la vez hace de analista de la sociedad— si ya casadas y con hijos pequeños siempre están amamantando al último, o preñadas del siguiente, y además, tienen que seguir siendo buenas amantes o solícitas perdedoras en la cama a cambio de que sus maridos no se vayan con otras. Mujeres a las que no sólo ve sometidas a sus maridos, sino los demás hombres (padres, hermanos, sacerdotes...) y entre ellos, muy especialmente, a los médicos, que imponen sus modas sobre cómo deben cuidarse los hijos, en una época funesta para su crianza ya que aún no existía la penicilina, y no sabían cómo evitar la muerte de esos niños a partir de la mínima infección o enfermedad contagiosa.

Sobre su propio matrimonio, el hombre que ha matado a su mujer explica que el suyo, era igual al de todos los demás: «eramos dos condenados —dice— unidos por la misma cadena, que se odiaban y se envenenaban la vida mutuamente». (El matrimonio de
Tolstoi con Sophia, también tuvo algo de esto, y es conocida la forma en que alejándose del hogar, acompañado de una hija, cayó enfermo y falleció) sólo que antes, al comienzo de la relación no lo sabía, no sabía que la vida del 99% de los matrimonios se parecía a la mía. (...) Combatíamos el uno contra el otro por medio de los hijos. Cada cual tenía su preferido». Temas de conversación como el tiempo, los niños... sirven a los matrimonios para pasar el día, mientras cada uno se mantiene en sus ocupaciones. Ellas, en las del hogar; ellos, enfrascados en sus negocios o empleos. Cuando el matrimonio no es pobre, es decir, cuando no «viven como cerdos», como es el caso del hombre que confía su historia en la novela
Sonata a Kreuzer, la pareja limita el número de hijos, ya sea por la abstención de la relación o por otros métodos. Comenta que son «las mujeres perdidas y las esposas de los soldados las que arrojan sus hijos a los estanques y a los pozos», por esa culpa grave las llevan a presidio, incluso a la muerte, pero «nosotros —dice por las personas de mejor posición social— hacemos todo esto a su debido tiempo y con limpieza». Confiesa, además, que sentía a su mujer como una parte más de sus propiedades, y que nos trae a la actualidad de esa terrible frase de «la maté porque era mía».
El gran acierto de
Tolstoi al escribir esta obra es utilizar a este
«Otelo», este hombre celoso, como antes lo hiciera
Shakespeare, para contar que el hombre de su época, sólo ve en la mujer un «objeto de placer», a la que en general prefiere «poco inteligente, pero bella», aunque la belleza, y lo sabe, sea un don pasajero.

Finalmente, el autor se pregunta a través de la figura del narrador cuáles son los derechos que le faltan a la mujer de su tiempo. Y considerándolos, dice: «¿El de votar, el de ser juez?» La respuesta que
Tolstoi pone en boca de su personaje es que «esas misiones no son derechos», sino que el verdadero derecho de la mujer dependería en poder estar al mismo nivel que los hombres en cuanto a las relaciones sexuales porque a ellas les está prohibido «disfrutar de un hombre o abstraerse según su deseo y elegir en lugar de ser elegida».
Personalmente, intento imaginar lo que en su época habrán supuesto estas palabras tan claramente expresadas. Debieron caer del mismo modo letal en que cayeron años después las que dijo
Sigmund Freud, sobre el alto número de incestos en las familias. Pese a eso, el autor deja entrever que las mujeres, para compensar la situación en la que se encontraban, condicionaban de un modo u otro la sensualidad de sus maridos.
Sin duda, una obra dramática. Se suelen relacionar textos como:
Madame Bovary de
Flaubert,
Ana Karenina de
Tolstoi,
La regenta de
Clarín,
El primo Basilio de
Eca de Queiroz como aquellas en las que se habla del adulterio femenino del siglo XIX, pero por poco que pensemos, de lo que realmente hablan es de la condición de la mujer, determinada por una época, la que les tocó vivir. Lo que se juzgaba en esas mujeres, hoy ya no se juzgaría, al menos no dentro de la misma o idéntica cultura. Pero lo que ocurrió en el siglo XIX, continuó en gran medida hasta mediados del XX y persiste en nuestros días.
Esta reflexión, nos obliga a pensar en los derechos que la mujer ha conseguido en los años que nos separan de las obras citadas y, en especial, de la
Sonata a Kreuzer de
Tolstoi: el derecho al voto, a ciertos trabajos y profesiones, el control del número de hijos, la elección de la pareja, el divorcio. Es admirable. Pero al levantar la cabeza para mirar a los lados, nos damos cuenta de que no siempre es así, de que en otros lugares del mundo las mujeres continúan viviendo como en aquella época o aún peor, y que incluso ahora, en España, y acaso en el preciso momento en que estás leyendo estas líneas, una mujer puede estar sufriendo violencia de género.
Nota: la
Sonata para violín Nº9, opus 47, año 1802 fue escrita por
Ludwig van Beethoven.Primero se la dedica a
George Brdigetower, pero luego al escuchar a éste hablar mal de una mujer,cambia la dedicatoria en favor de
Rodolphe Kreu, el mejor violinista de la época. Éste, jamás la tocó.
Puedes oír la sonata en el siguiente enlace :http://en.wikipedia.org/wiki/Violin_Sonata_No._9_%28Beethoven%29
Si deseas ver cómo fue la última etapa de la vida de Tolstoi, puedes darte una idea viendo la película
La última estación , título original
The last station del director Michael Hoffman. La foto que acompaña mi artículo, es la del protagonista de esta película, Cristopher Plummer, representando a
Tolstoi.