Texto: Pilar Alberdi.
Fotos: Ernesto Fernández
Hacía tiempo que queríamos visitarlo, y ayer domingo cumplimos con el propósito. Llegamos temprano. Dos leones de mármol, a los lados de la verja que da paso al interior, parecían vigilar la escasa circulación de coches que pasaba en ese momento por la calle Pries.
En semana, las puertas se abren pronto, pero los domingos es a las 10:00 AM, ya que una hora más tarde, en la capilla anglicana, se celebra el oficio religioso.
La primera impresión que una tiene al entrar, es la de estar en un cementerio jardín ganado por los tréboles, y por un juego encantador de luces y sombras en un ambiente acogedor y apacible. Me recordó al que había visto hace un par de años en Gibraltar, sólo que el de Málaga fue el primer cementerio protestante de España.

En sus inicios el cementerio fue un terreno con unas pocas tumbas, rodeado de chumberas a modo de precaria protección natural. Poco después, hacia 1831, se construyó un muro alto de adobe y piedra para proteger el conjunto de las sepulturas. Más tarde se fue utilizando el resto del terreno y se construyó otro muro. Razón por la que parece que hay un cementerio dentro de otro cementerio. En el más antiguo, las sepulturas de tierra, levantadas sobre una base de ladrillos, muestran en su parte superior, conchas marinas de las que habitualmente podemos encontrar caminando por las playas de Málaga. Por alguna razón, resultan una visión pertubadora, porque no faltan, además, numerosas tumbas de niños, lo cual es lógico, si tenemos en cuenta la alta mortalidad infantil de la época.Pero también, porque nos traen el recuerdo de personas cubiertas con una mortaja, ya que las conchas desgastadas por el sol y la lluvia, aparecen blancas.

Antes de que suceso tan ventajoso ocurriese, el de tener un cementerio, los protestantes eran enterrados de noche, y en las peores condiciones. Por lo que cuentan las crónicas oficiales, al estar prohíbida sus sepultura en los cementerios católicos, se los enterraba en posición vertical en la arena de la playa, pero, muchas veces, la marea provocaba que los cuerpos saliesen a la luz. Y si pensamos que este modo era terrible, aún podía ser peor, ya que muchos cuerpos acababan en cualquier terreno o a las orillas de los ríos. Imaginemos lo que debió ser en la época, esta situación. Las personas que profesaban una creencia diferente a la católica, debían tener pánico a lo que sería de sus cuerpos poco después de su muerte.
Por esa época llegó a Málaga, enviado como cónsul, un hombre llamado William Mark. Al parecer fue un hombre hecho a sí mismo, que alcanzó altos puestos en la administración. Su sepultura y la de sus familiares, la podemos ver en el cementerio. Fue él, quien insistiendo y reclamando sobre la base de acuerdos existentes entre los reyes de Inglaterra y España, consiguió poner en pie el primer cementerio protestante de España.

Cementerio jardín en el que no falta una gran cantidad y variedad de árboles y plantas. Por sus pequeños senderos, caminamos bajo la sombra de numerosos jacarandas, ficus, pinos canarios, araucarias, plátanos, mimosas, falsas acacias y pimenteros, numerosos algarrobos, olivos, eucaliptos, moreras, naranjos... Distinguiendo entre sus hojas y ramas, los edificios cercanos, y oyendo el canto de los pájaros: alborotadores gorriones, dulces mirlos, tristes palomas... Más allá, en los muros que dan a la calle, altas y coloridas bouganvillas intentaban con éxito la acera de la calle Pries.
El espacio interior del cementerio, aprovechando la pendiente, en una zona que en el pasado se llamó La Cañada de los Ingleses, está trabajado en bancales. Fuimos de uno a otro... Primero con ese temor reverencial de quien piensa que a los muertos hay que dejarlos en paz, y después con la seguridad de estar viviendo un momento especial. De este modo, leyendo las letras cinceladas o pegadas en bronce sobre las lápidas, fui apuntando en una pequeña libreta unos cuantos epitafios. Y, permítanme decirles, que fue precisamente en esos momentos, con esas lecturas, y las imágenes esculpidas en los mármoles y piedras, cuando sentí a los muertos más vivos. Ya no se trataba de nombres que no significaban nada para mí, ni de dos fechas en el tiempo; sino de seres especiales para la vida de otras personas. Es evidente que ante el poder de la palabra es difícil no emocionarse. Y si bien, en unos epitafios prevalecía el dolor de la separación de los allegados, y en otros brillaba la fe en sus creencias religiosas; sin duda, en ambos casos, se percibía intensamente el amor que habían sentido en vida, o la paz que habían deseado alcanzar.

Por eso, me gustaría dejar aquí algunas de los epitafios que recogí,y que nos transportan a la costumbre latina de enterrar a los muertos a la vera de los caminos principales, pidiendo a los viajeros que se detuviesen unos minutos, mientras leían los epitafios.
«Tus amigos no te olvidan».
«Eternal rest give unto him. O lord and let perpetual light shine upon him».
«En su rostro, después de su muerte, se reflejaba la serenidad de su alma. Mamita, tu recuerdo estará siempre entre nosotros. Dios es amor».
«VOLVER A MÁLAGA.
Que cesen los días que me sean concedidos.
En el jardín fragante
que ampara el cristal del mar.
Y siga el verano rojo, eterno».
«Whose integrity; cahrism, lourage
kidnes and splendid
humour inspired so many».
«Devoted wife and mother
we love and miss you».
«Sur les ailes de temps
la tristesse s' en dors.
But we shall never forget sadiq».
«If Jesús christt be god and
died form me, then no
sacrifice
can be too Great forme to
make for him».
Aunque no tardamos mucho en recorrer el recinto, el tiempo parecía haberse detenido. Yacen aquí personas desconocidas para la mayoría, y otras que alcanzaron cierto grado de reconocimiento público como el hispanista Gerald Brenan la poeta y ensayista Gamel Woolsey, esposa del anterior; las víctimas del naufragio del Gneisenau; otras víctimas de la Segunda Guerra Mundial; una mujer encargada de misiones en África; y el poeta Jorge Guillen y su esposa.
Mientras iban saliendo de la capilla, quienes habían asistido al oficio religioso, comenzamos a marcharnos. Fue un domingo de invierno, que bien podía ser el de una incipiente primavera.
El poeta Jorge Guillén, que decidió volver a España después de la muerte de Franco, y que eligió Málaga para quedarse, escribió que el «tiempo en profundidad está en los jardines». Y acaso, ningún lugar mejor que este Cementerio de los ingleses para certificarlo.
Dice el poema de Jorge Guillén:
Los jardines
Tiempo en profundidad: está en jardines.
Mira cómo se posa. Ya se ahonda.
Ya tuyo su interior. ¡Qué transparencia
de muchas tardes, para siempre juntas!
Sí, tú niñez:ya fábula de fuentes.