miércoles, 26 de octubre de 2011

"SOLO" DE ANTÓNIO NOBRE



Por: Pilar Alberdi

Este magnífico poemario del poeta lusitano António Nobre (1867-1900) publicado por la Editorial Sequitur, contó con la ayuda de la Dirección del Libro y las Bibliotecas del Ministerio de Cultura de Portugal y del Instituto Camões – Portugal.

Las palabras de Pessoa que recoge Miguel Ángel Flores de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco en la presentación del libro, sirven también como pequeña sinopsis para la contraportada:

«De António Nobre parten todas las palabras con sentido lusitano que desde entonces hasta nuestros días han sido pronunciadas. Fue el primero en poner en europeo este sentimiento portugués de las almas y de las cosas, que tiene pena de que no sean cuerpos, para poderlas festejar, y de que otras no sean gentes, para poder hablar con ellas. Él llegó en el otoño y con el crepúsculo. ¡Pobre de quien lo comprende y ama! Lo sublime en él es humilde, el orgullo, ingenuo, y hay un sabor de infancia triste en el más adulto horror de su tedio y de sus desesperanzas».

Se constituye así, António Nobre, junto a Camilo Pessanha, Cesario Verde, Antero de Quetal y Camões en antecedente del mejor Pessoa.

Teniendo en cuenta lo anterior, la lectura de varios de los poemas del libro a través de la web de la editorial, pronto provocaron en mí el deseo de tenerlo entre las manos. No me defraudó. Y mucho he debido encontrar en él cuando a mano, con esta letra mía, casi ilegible, he tomado 11 páginas de notas, que, lógicamente no podré volcar aquí, pero que han sido un sano ejercicio lector.

Realmente, es difícil escapar al envolvimiento sonoro y metafísico que se desprende del conjunto de este libro.

En los dos primeros poemas, titulados ambos de igual modo, «Memoria», nos encontramos con una presentación del pasado. El rápido juego entre la primera persona y la tercera, y el presente y el pasado da como resultado unos versos en movimiento, cuya respuesta no sacia, y queremos saber más.

De Memoria I (Extracto)

«Nací yo... El viejo se quedó aún acá.
Pero ella dijo:—Voy a la Cueva,
António, ya vengo...» ¡Y aún no ha regresado!
António es vuestro. ¡Tened vuestra obra!
¡”Solo” es el poeta nato, el inconstante, el santo, el afectivo!
Fue sacado de un vientre: no hice más que escribirlo...
¡Leedlo y veréis surgir del poniente las penas idas,
Como quien ve al sol hundirse en las aguas,
Y sube a los acantilados para volverlo a ver!

De Memoria II (Extracto)

«Y un día, ella quiso pasear.
Se puso las sandalias, se tocó con flores,
Se vistió de Nuestra Señora de los Dolores:
“Voy a la ermita, en berlina.
António ya regreso...” ¡Y ella no regresaba!
(…)
Y así se creo un ángel, el Diablo, el vago».

Tengo la sensación de que cuando uno lee poesía está ante un profesor que sabe más que nosotros, y cuyas palabras, es decir, el significado de esas palabras, tendremos que hacer un esfuerzo por comprender. Porque esa «cueva», la de los versos anteriores y de esto nos daremos cuenta bastante avanzado el libro, aunque lo intuyéramos, es una «fosa». Y esa que se va, y que una puede pensar sea la madre, acaso sea la felicidad. Pero la poesía es una madeja, y a veces no sólo tiene una única punta su hilo.

De este modo, el poeta, juega, sin proponérselo, con nuestra sabiduría intuitiva, que es también la suya.

Los seudónimos que el poeta utiliza para nombrarse son «Anto, el Astrólogo, el Afligido, el Vago, el Moderado, el Diablo...»

Lo religioso que impregnaba la vida diaria de la época, también está presente en los poemas: «Muy santo me iba, muya santo regresaba. ¿Pecados? ¡Ninguno!», «En las noches rezaba, rezaba (y todavía lo hago)», «¡Que Dios se apiade de las almas del infierno! —¡Amén! ¡Ojalá!»

En un solo poema titulado «António» vemos aparecer prácticamente todos los temas que se nos irá revelando su poesía.

La naturaleza:

«¡Aguas del río!, ¡aguas de los montes!
Cantigas de agua en los montes,
Que sois como nanas cantando...»

Las costumbres populares y las actividades: la siembra, la recogida de la uva, las corridas de toros...

La pobreza:

«Trepaba a las higueras colmadas de higos
Como astros en el cielo:
y abajo, en espera, levantaban mendigos
El roto sombrero...»

Reminiscencia a través de la construcción de las estrofas de la cadencia de los juegos de la niñez...:

«Quedé muy pobre, quedé sin quimeras,
Tal como Pedro Sem
Que tuvo fragatas, que tuvo galeras
Que tuvo y no tiene»

Y extiende su propia desolación a la tierra que lo vio nacer:

«¿Ves tu país sin esperanza?
Que todo se derrumba como
Los castillos que elevaste en el Aire?»

Es un poeta que nos habla de «hadas», de las mágicas hadas de los cuentos que comenzaban con las palabras “Había una vez...”; que nos recuerda que los viajes de la época aún se hacían en berlinas y en diligencias, tirados por caballos, en cuyos arneses bailaban tintineantes campanillas; mientras que por los mares los grandes barcos a vapor se cruzaban con los viejos bergantines a vela.

Mientras leía sus versos no he podido dejar de sentir su influencia, no sólo sobre Pessoa, sino sobre los poetas de la Generación del 27, porque, de algún modo, al margen de la tradición póetica clásica de la que todos bebieron, la época que les tocó vivir fue similar.

Escuchemos a António Nobre:

«Niño y mozo, tuve una Torre de Leche,
¡Torre sin par!
Olivares que daban aceite...
¡Un día, los castillos se desplomaron!»

¿En qué se diferencia del Juan Ramón Jiménez, que dijo: «Cuando yo era el niño Dios de Moguer». Y también lo tenía todo. Pero se ve que las pérdidas se contabilizan distinto: si comparamos las biografías de ambos poetas, los dos pierden junto con la vida de sus padres gran parte de los bienes patrimoniales de la familia. Y así, de ese modo, escribe Juan Ramón su Platero y yo, como si aún lo tuviera todo, cuando ya vive de alquiler junto a su madre, mientras que Antonio Nobre, que se niega a seguir levantando castillos en el aire, ya da por perdido todo.

Porque la poesía ¿qué es? ¿Qué es la literatura? Sino la vida de esas personas que la escribieron y la disfrazaron de personajes y hechos?

Vive António Nobre en París, en el barrio Latino, y sigue lamentando lo perdido en Portugal: la abuela que lo adoraba, y hasta las fiestas populares en las que participaba el pueblo.

«¡Oh banderas! ¡Oh sol! ¡Cohetes! ¡Oh corrida!
¡Oh buey mágico entre los capotes rojos»

Porque no es lo mismo la vida del «señorito» que las de las gentes del pueblo... Porque no era lo mismo él, que iba en berlina junto a su padre hacia la casa señorial donde los esperaba su abuela, que esos pobres campesinos que bajaban ahítos la cabeza y se quitaban el sombrero cuando ellos pasaban.

«!Y la procesión pasa! ¡Pleamar del pueblo!
Marea llena de Océano Atlántico!
El buen pueblo con traje nuevo (...)»

Es una rememoración del pueblo en el que no faltan tísicos, ciegos, tullidos, mendigos harapientos... Y cuando nombra la pobreza que nos recuerda esos cuadros oscuros de Goya, precisamente esos, que no se pintan para la ricos, se pregunta:

«¿Qué sucedió con los Pintores de mi país extraño?
¿Dónde están que no vienen a pintar?»

Es un poeta que ve la verdad y la dice; que nombra los prejuicios... Y hay en este sentido un poema revelador sobre una higuera en la que se nos dice que mientras ella sigue regalando sus higos a los pobres, las personas la juzgan como aquella en la que un traidor (Judas) se quitó la vida, y por eso los carpinteros no la utilizan, ni se quema su leña en los hogares, y acaso sólo se la utiliza para hacer horcas.

Después de esta lectura yo sé que he tocado un sentimiento vivo, la de una persona que acaso perdió la valentía de vivir y tuvo que tratarse de tú a tú con el «tedio»; que enfermó de tuberculosis y falleció a la edad de 33 años, justo cuando había conseguido un puesto de cónsul, que quizá iba a solucionarle el aspecto más prosaico de su vida y, precisamente aquel que quizá lo hubiese alejado de su terrible soledad.

Su gran sentido del ritmo y la versificación me han hecho vivir momentos espléndidos con la lectura, y ya como broche final, les dejo con la autorización de la editorial, estos últimos versos.

En el poema «Entre Duero y Miño» se pregunta si un día encontrará una novia... Y dice:

«¿Pero en qué patria, en qué nación me espera
Esta torre, esta luna, esta quimera?
Fui a ver a mi hada y le dije: “¡Madrina”
¿Dónde habrá en la Tierra así una reina?”
Y mi hada, con su varita mágica,
Un reino me señaló, allá abajo, al pie del mar...
¡Niñas, niñas lindas!
¡Cuál de vosotras es mi ideal?
Niñas, lindas niñas
Del reino de Portugal!»


Pueden acceder a la Editorial Sequitur a través de este enlace

OTOÑO



Por: Pilar Alberdi

El lunes la tormenta le puso voz al río que pasa junto a nuestra casa y que la mayor parte del año es un cauce seco.
Cuando canta, sonoro, me recuerda el río de mis antepasados en el País Vasco.
Aquí, en Málaga, amarillean las naranjas; y las plantas, olvidadas de sí, también se olvidan de que es otoño.

sábado, 22 de octubre de 2011

DOS CAUTIVOS de Lajoz Zilahy




Por: Pilar Alberdi

Publicada en España el pasado mes de junio por la Editorial Funambulista,la obra Dos cautivos de Lajos Zilahy nos cuenta la historia de dos jóvenes Miett y Péter que viven en la ciudad de Buda en Hungría. Poco a poco el libro nos muestra cómo son sus vidas antes de conocerse; después, cuando se enamoran, contraen matrimonio, sueñan con un futuro acorde a la clase social a la que pertenecen. Pero entonces, llegan los sucesos de Sarajevo que acaban en la Primera Guerra Mundial y sus vidas como las de muchos otros quedan rotas por las funestas circunstancias. Acompañan a Miet y Péter personajes secundarios como la madre y un amigo de Péter, o el padre, el ama de llaves y los conocidos de Miett, entre ellos una amiga muy querida.

Si tuviera que comparar esta obra con otras diría que se une en intención a la denuncia de la hipocrecía del siglo XIX que aún pervivía en el XX.

Destacaría en Lajos Zilahy su gran capacidad para describir con frases sencillas el tiempo y el entorno, tal y como pedía Antón Chejov. Algo que aunque parezca fácil no lo es. Pondré dos ejemplos: «Hacía un tiempo desapacible; soplaba el viento y llovía». «Pequeños copos de nieve bailoteaban en torno a la amarillenta luz de las farolas de gas». Reprsentan en sí mismas una gran economía de palabras, pero que leídas en el contexto de la obra ofrecen el resultado esperado para realzar la escena y las emociones que en ella se viven.
Por otra parte, la cercanía a la naturaleza del escritor resulta evidente cuando se sirve de ella para explicar las épocas del año, ya sea que nos diga que aparecen las vendedoras de la flor de la nieve y los ramitos de violeta por las escalinatas de la iglesia o que están en la «segunda floración de las acacias».
Detalles de la vida diaria nos muestran un mundo que parece amar y odiar a las mujeres al mismo tiempo. Por un lado celebran su belleza, y por otra las consideran viejas a partir de los 24 años de edad.

Personalmente he sentido que el narrador se hace demasiado visible en la parte media del libro, explicándonos lo que hacen los personajes más que mostrándonos las acciones de una manera directa como lo había hecho al principio, sin embargo las pequeñas perlas literarias que saltan por una línea y otra compensan sobradamente este hecho y nos llevan a un final en donde los sentimientos vuelven a prevalecer.

Sirva de ejemplo de esas joyas literarias, la descripción de la madre de Péter: «Aquella viejecita tan sencilla y pulcra, de mirada mariposeante, no había representado gran cosa en su vida».

Aunque considero que falta un mayor dramatismo en las escenas que suceden en Rusia; esa clase de destrucción enfurecida que sí puede percibirse en los escritores rusos (Babel, Pasternak...) de ese momento en que confluyen el final de la Primera Guerra Mundial con la Revolución rusa de 1917, estamos en presencia, sin duda, de una obra que se ha ganado por derecho propio un lugar destacado en la literatura centroeuropea.

martes, 18 de octubre de 2011

BARCAS EN LA PLAYA



Barcas en la playa

Por: Pilar Alberdi

«¿Cómo puede uno saciarse de un ser?»
Margaritte Yourcenar,

Me había venido un poco abajo tras el fallecimiento de nuestra perra Luna, porque aunque creía que era yo la que la sacaba a pasear a ella todas las mañanas por la playa, con los días me di cuenta que era al contrario. Sin yo saberlo, la que me invitaba a salir era ella. Juntas caminábamos 4 km y a veces 8. Juntas nos cruzábamos con caminantes, con vecinos que como nosotras veían amanecer en la playa. Y los fines de semana salíamos con mi esposo. Y a falta de los hijos que ya no viven en casa y tienen sus familias, ella era nuestra niña chica.

Hoy he vuelto a la playa. Y una vez más se ha repetido la escena. Al verme, notan que falta algo, y enseguida me preguntan: «¿Y la perra?» Incluso personas que saben que ya no está. Luego recuerdan y se disculpan. Es normal. Pero hoy, además, me topé con un hombre que no comprende la añoranza, al hablar de la perra me dijo: «¡Perros, bah! Perros hay muchos» y señaló hacia el camino como esperando encontrarse alguno... Sólo le faltó decir: puede recoger uno, comprarlo, todos son iguales, son sólo eso, perros... Y yo podía haberle contestado, ya lo sé, pero no se trata de eso. Y no, no son sólo perros, al menos, no como los que usted imagina.

Y es verdad, perros hay muchos, y también personas... Y no todas son iguales, y no todas tienen el mismo tipo de sentimientos. Junto a nosotros pasaba una pareja mayor tomada de la mano y yo pensaba que muy pronto uno de los dos ya no estaría. Que uno de ellos también tendría que aprender a caminar sola o solo por la playa. Y me quedé mirando sus manos arrugadas, tan juntas...Y la soledad que las amenazaba.

En el varadero había varias barcas nuevas, y también barcas, que nadie reclama, dejadas al olvido.

lunes, 17 de octubre de 2011

ENTREVISTA EN "LA ESTANTERÍA DEL OLVIDO"








Ha sido una interesante entrevista en la que me han preguntado por varios temas que tienen que ver con la creación literaria. Me tienta anticiparos alguna de las preguntas, pero os dejo el enlace.
Enlace a La estantería del olvido

viernes, 14 de octubre de 2011

UN LIBRO DE FRIEDRICH TORBERG



Por: Pilar Alberdi

El libro que nos presenta la Editorial Sajalín, incluye las novelas breves Mía es la venganza y El regreso del Golem del escritor Friedrich Torberg (1908-1979). Según los datos que nos ofrece la editorial: el autor "emigró a Suiza en 1938 y participo como voluntario en el ejército checoslovaco en Francia". Tras la ocupación nazi el PEN Club internacional logró poner a salvo a varios escritores europeos entre los que se encontraba Torberg. Más tarde regresó a Austria,y falleció en su ciudad natal, Viena.
Mía es la venganza se inicia con historia de un hombre que acude todos los días al muelle del puerto de Nueva Jersey con la intención de ver llegar a alguno de los ex compañeros del barracón de los judíos, con quienes estuvo internado en el campo de concentración de Heindenburg.
Durante el transcurso de la novela conoceremos lo que sucedió en ese campo a partir del oficial Hermann Wagenseil.
La historia refleja, a la manera de un ensayo novelado, cómo se impone el mal y qué factores utiliza para conseguirlo. Uno de ellos era evitar la solidaridad entre las víctimas.
Creo que pocas veces se llega al profundo análisis qué hay en esta novela para presentarnos la locura de poder mancilladora de Hitler y sus secuaces.
Si pueden ustedes imaginarse un barracón para 40 personas en el que se instala a 80 ya tienen el comienzo de la historia... Frente a esta tragedia se definirá un dilema moral.
Algunos de los personajes tienen las preguntas y las respuestas. Pero, a veces, no son las preguntas ni las respuestas adecuadas, y la víctima ya no sabe sobre qué mínimo de raciocionio o de esperanza sostener su voluntad.
El final que ocupa apenas unos pocos renglones, resulta algo confuso, pero aún así, creo que quien lea esta novela no podrá olvidar la imagen de ese hombre que en un puerto de EE.UU. espera ver llegar a alguno de sus antiguos compañeros del Barracón de los judíos del campo de Heinderburg.
Evidentemente, una sola fotografía de lo que ocurrió por aquellas fechas alcanza para sentir el agobio de una monstruosidad como la ocurrida, pero aquí está explicada con palabras como funciona una mente enferma, la del oficial Wagenseil.
Lo que podamos leer e interpretar en la siguiente novela El regreso del Golem que apela a aspectos más literarios que la anterior sobre el escenario de la cruel realidad, no hace más que ampliar nuestro conocimiento de los hechos ocurridos, de la torpeza del mundo político de la época que no quiso ver a tiempo lo que estaba sucediendo, de lo fácil que un sistema organizado pudo aniquilar sistemáticamente a un pueblo y de cómo el poder de los que iban ascendiendo en esos mandos de crueldad inusitada, a veces, era tan insignificante en el conjunto de esa máquina de matar que era el nazismo, que también podían tener sus días contados y acabar siendo víctimas.
Dos obras que hay que leer, sin duda.

jueves, 13 de octubre de 2011

Más reseñas de Isla de Nam





Gracias a todos los que se están haciendo eco de la publicación de mi novela breve Isla de Nam a través de notas, sorteos del libro y reseñas. Gracias también a las personas que se toman el tiempo, no sólo para mí libro, sino para otros libros, de hacer fotos que sitúen al lector frente a lo que puede esperar de la obra. Gracias a todos, porque sin la ayuda de tanta gente muchos escritores seríamos casi invisibles.

Más información en el blog de la novela: Isla de Nam

miércoles, 5 de octubre de 2011

LA BANDERA INGLESA de Imre Kertész

Por: Pilar Alberdi

Con traducción de Adan Kovalsics. Editorial Acantilado.
El autor, nacido en 1924 en Budapest «fue deportado a Auschwitz y a Buchanwald. A su regreso, Imre Kertész, trabajó como periodista, escritor y traductor».
El libro se compone de tres narraciones breves: La bandera inglesa, El buscador de huellas, y El expediente.
Cuando leo a estos autores del Este, siento que su literatura está marcada por el ensayo, que sus análisis son éticos, que no les basta con contar una historia ni comentar lo que sienten, que la religiosidad toca sus vidas, que cuando nos hablan del momento histórico que les tocó vivir no escatiman su opinión: se sienten rodeados de una masa desagradable de gente dispuesta a dar un mordisco a otros en cualquier momento, y eso es lo que los rodea, el salvase quien pueda, una opresión constante manifestada en discursos manipulados por las necesidades políticas, racionamiento, opresión, delación. De esto es de lo que habla el primer cuento. Un mundo donde nadie puede sentirse seguro. Por eso el narrador de la historia tiene claro que, en gran medida, durante toda su vida, lo que lo salvó de los pensamientos de muerte, más que las banderitas patrias o que esa banderita inglesa que acaba de ver y que anticipa la liberación, fue la lectura, porque la lectura actuó como una segunda piel para distanciarse y, a la vez, para enfrentarse al mundo.
La prosa de esta narración, repetitiva, enumerativa, muestra encadenamientos constantes. Es como un espeso ovillo de lana en la que el pensamiento del escritor fuese la punta, una punta que está escondida entre los demás hilos, y está esperando que alguien tire de ella, y lo saque de allí, y le quite todo ese caos, esa congoja en la que el escritor está atrapado; ese peso y esa angustia. Pero no sucederá.

Si bien en ese primer cuento ya se hablaba de las responsabilidades de cada uno, en este, El buscador de huellas, resulta explicita la forma de llamar la atención sobre «la parte que cada uno tiene en la maldad». Hay aciertos narrativos plenos, definiciones que llaman la atención por su sencillez y por su eficacia, por ejemplo: «vio hundirse en un remolino los restos de una decisión». ¿Quién no ha visto, quién no ha sentido esa misma sensación? El narrador, desea dar testimonio, porque darlo es afirmar: yo viví, pasé por ésto: «aceptando, resignado, el ciego destino; aguantando con paciencia, contabilizando cada golpe, cada patada o empujón con sabia previsión y amarga rutina». La rutina del dolor, del caos, de la catástrofe, de lo que ya no tiene vuelta atrás...Y luego está esa pregunta clave que aparece en este cuento cuando se cuestiona si alguien puede ocuparse de sí mismo en ese momento trágico,la Segunda Guerra Mundial, y la conclusión es que todos están en eso, precisamente en eso, intentando ocuparse de sí mismos y no por ello se salvarán.

El tercer relato, El expediente, quizá por la posición que ocupa en el libro, permite ahondar más en los temas ya planteados. Llega a decir: «la moral en un mundo inmoral es inmoral». Quizá, por eso, el narrador nos habla de ciudadanos que son, sencillamente, «ciudadanos prisioneros» de lo que otros dictan.

En fin, lo dicho, un libro para leer y pensar...

martes, 4 de octubre de 2011

FEDERICO GARCÍA LORCA



Por: Pilar Alberdi

Acabo de releer una antología de poetas españoles de la Generación del 27. Una edición de Vicente Gaos en Cátedra. Letras Hispánicas. Se trata de la 27ª edición publicada en 2010. Entre los poetas seleccionados aparecen Pedro Salinas, Jorge Guillen, Gerardo Diego, Federico García Lorca, Rafael Alberti, Juan José Domenchina, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre, Luis Cernuda, Emilio Prados, Manuel Altolaguirre.
Llama la atención comprobar que la mayoría cursó Filosofía y Letras y también Derecho.
Eran sin duda unos privilegiados para su época, en la que había en España unos 5.000 universitarios. Sí, leen bien.
¿Elegían Derecho porque era la profesión con futuro? ¿Por compensar a los padres que deseaban una posición acomodada para sus hijos? ¿La elegían, acaso, porque en todo escritor subyace una preocupación ética, una ambición de justicia, sin la cual no sería dada una preocupación sobre el mundo?
Al leer estos poemas, entre los que encuentro algunos de mis preferidos, me doy cuenta la economía de palabras que utiliza Federico García Lorca (1898-1936) y como a una se le redondea la boca con vocales. Ahí están: sonoras, redondas, como perlas de un largo collar hablado. Algo que también se percibe en Dámaso Alonso (1898-1990)y su poemario Hijos de la Ira. Ese libro que no podía vender allá en sus comienzos como poeta. Se nos olvidan las penas, las incomprensiones de estos autores que hoy sentimos largamente consagrados y que en el pasado se pagaban sus propios libros, del mismo modo que hoy se sigue haciendo; por eso, la poesía sigue siendo tierra firme para valientes.
En esta lectura renovada comprendí que ya es imposible que utilicemos palabras que ellos usaron con naturalidad como «rana» o «sapo». La ciudad estaba a un tiro de piedra del campo. Si salían a dar un paseo podían llegarse hasta las quintas.
Imposible decir ya como dijo Dámaso Alonso en el poema Voz del árbol de su libro Hijos de la Ira:
El hombre
—oh agorero croar, oh aullido inútil—
Quién entendería hoy en nuestras ciudades el significado denso de ese «agorero croar». ¿Croar? ¿Qué niño de ciudad ha escuchado croar una rana?

Al leer estos poemas de Federico García Lorca también he visto su preocupación por los animales, por el corazón de la rana que pasa de las manos de un médico a un frasco de vidrio. Y en el poema Ciudad sin sueño del libro Poeta en Nueva York llega a hablar de «la resurrección de las mariposas disecadas».
Es pena tan grande que muriese como murió, aunque yo lo imagino, en el último momento, consolando a otros.