Por:
Pilar Alberdi
Este magnífico poemario del poeta lusitano
António Nobre (1867-1900) publicado por la
Editorial Sequitur, contó con la ayuda de la Dirección del Libro y las Bibliotecas del Ministerio de Cultura de Portugal y del Instituto Camões – Portugal.
Las palabras de Pessoa que recoge Miguel Ángel Flores de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco en la presentación del libro, sirven también como pequeña sinopsis para la contraportada:
«De António Nobre parten todas las palabras con sentido lusitano que desde entonces hasta nuestros días han sido pronunciadas. Fue el primero en poner en europeo este sentimiento portugués de las almas y de las cosas, que tiene pena de que no sean cuerpos, para poderlas festejar, y de que otras no sean gentes, para poder hablar con ellas. Él llegó en el otoño y con el crepúsculo. ¡Pobre de quien lo comprende y ama! Lo sublime en él es humilde, el orgullo, ingenuo, y hay un sabor de infancia triste en el más adulto horror de su tedio y de sus desesperanzas».
Se constituye así, António Nobre, junto a Camilo Pessanha, Cesario Verde, Antero de Quetal y Camões en antecedente del mejor Pessoa.
Teniendo en cuenta lo anterior, la lectura de varios de los poemas del libro a través de la web de la editorial, pronto provocaron en mí el deseo de tenerlo entre las manos. No me defraudó. Y mucho he debido encontrar en él cuando a mano, con esta letra mía, casi ilegible, he tomado 11 páginas de notas, que, lógicamente no podré volcar aquí, pero que han sido un sano ejercicio lector.
Realmente, es difícil escapar al envolvimiento sonoro y metafísico que se desprende del conjunto de este libro.
En los dos primeros poemas, titulados ambos de igual modo, «Memoria», nos encontramos con una presentación del pasado. El rápido juego entre la primera persona y la tercera, y el presente y el pasado da como resultado unos versos en movimiento, cuya respuesta no sacia, y queremos saber más.
De Memoria I (Extracto)
«Nací yo... El viejo se quedó aún acá.
Pero ella dijo:—Voy a la Cueva,
António, ya vengo...» ¡Y aún no ha regresado!
António es vuestro. ¡Tened vuestra obra!
¡”Solo” es el poeta nato, el inconstante, el santo, el afectivo!
Fue sacado de un vientre: no hice más que escribirlo...
¡Leedlo y veréis surgir del poniente las penas idas,
Como quien ve al sol hundirse en las aguas,
Y sube a los acantilados para volverlo a ver!
De Memoria II (Extracto)
«Y un día, ella quiso pasear.
Se puso las sandalias, se tocó con flores,
Se vistió de Nuestra Señora de los Dolores:
“Voy a la ermita, en berlina.
António ya regreso...” ¡Y ella no regresaba!
(…)
Y así se creo un ángel, el Diablo, el vago».
Tengo la sensación de que cuando uno lee poesía está ante un profesor que sabe más que nosotros, y cuyas palabras, es decir, el significado de esas palabras, tendremos que hacer un esfuerzo por comprender. Porque esa «cueva», la de los versos anteriores y de esto nos daremos cuenta bastante avanzado el libro, aunque lo intuyéramos, es una «fosa». Y esa que se va, y que una puede pensar sea la madre, acaso sea la felicidad. Pero la poesía es una madeja, y a veces no sólo tiene una única punta su hilo.
De este modo, el poeta, juega, sin proponérselo, con nuestra sabiduría intuitiva, que es también la suya.
Los seudónimos que el poeta utiliza para nombrarse son «Anto, el Astrólogo, el Afligido, el Vago, el Moderado, el Diablo...»
Lo religioso que impregnaba la vida diaria de la época, también está presente en los poemas: «Muy santo me iba, muya santo regresaba. ¿Pecados? ¡Ninguno!», «En las noches rezaba, rezaba (y todavía lo hago)», «¡Que Dios se apiade de las almas del infierno! —¡Amén! ¡Ojalá!»
En un solo poema titulado «António» vemos aparecer prácticamente todos los temas que se nos irá revelando su poesía.
La naturaleza:
«¡Aguas del río!, ¡aguas de los montes!
Cantigas de agua en los montes,
Que sois como nanas cantando...»
Las costumbres populares y las actividades: la siembra, la recogida de la uva, las corridas de toros...
La pobreza:
«Trepaba a las higueras colmadas de higos
Como astros en el cielo:
y abajo, en espera, levantaban mendigos
El roto sombrero...»
Reminiscencia a través de la construcción de las estrofas de la cadencia de los juegos de la niñez...:
«Quedé muy pobre, quedé sin quimeras,
Tal como Pedro Sem
Que tuvo fragatas, que tuvo galeras
Que tuvo y no tiene»
Y extiende su propia desolación a la tierra que lo vio nacer:
«¿Ves tu país sin esperanza?
Que todo se derrumba como
Los castillos que elevaste en el Aire?»
Es un poeta que nos habla de «hadas», de las mágicas hadas de los cuentos que comenzaban con las palabras “Había una vez...”; que nos recuerda que los viajes de la época aún se hacían en berlinas y en diligencias, tirados por caballos, en cuyos arneses bailaban tintineantes campanillas; mientras que por los mares los grandes barcos a vapor se cruzaban con los viejos bergantines a vela.
Mientras leía sus versos no he podido dejar de sentir su influencia, no sólo sobre Pessoa, sino sobre los poetas de la Generación del 27, porque, de algún modo, al margen de la tradición póetica clásica de la que todos bebieron, la época que les tocó vivir fue similar.
Escuchemos a António Nobre:
«Niño y mozo, tuve una Torre de Leche,
¡Torre sin par!
Olivares que daban aceite...
¡Un día, los castillos se desplomaron!»
¿En qué se diferencia del Juan Ramón Jiménez, que dijo: «Cuando yo era el niño Dios de Moguer». Y también lo tenía todo. Pero se ve que las pérdidas se contabilizan distinto: si comparamos las biografías de ambos poetas, los dos pierden junto con la vida de sus padres gran parte de los bienes patrimoniales de la familia. Y así, de ese modo, escribe Juan Ramón su
Platero y yo, como si aún lo tuviera todo, cuando ya vive de alquiler junto a su madre, mientras que Antonio Nobre, que se niega a seguir levantando castillos en el aire, ya da por perdido todo.
Porque la poesía ¿qué es? ¿Qué es la literatura? Sino la vida de esas personas que la escribieron y la disfrazaron de personajes y hechos?
Vive António Nobre en París, en el barrio Latino, y sigue lamentando lo perdido en Portugal: la abuela que lo adoraba, y hasta las fiestas populares en las que participaba el pueblo.
«¡Oh banderas! ¡Oh sol! ¡Cohetes! ¡Oh corrida!
¡Oh buey mágico entre los capotes rojos»
Porque no es lo mismo la vida del «señorito» que las de las gentes del pueblo... Porque no era lo mismo él, que iba en berlina junto a su padre hacia la casa señorial donde los esperaba su abuela, que esos pobres campesinos que bajaban ahítos la cabeza y se quitaban el sombrero cuando ellos pasaban.
«!Y la procesión pasa! ¡Pleamar del pueblo!
Marea llena de Océano Atlántico!
El buen pueblo con traje nuevo (...)»
Es una rememoración del pueblo en el que no faltan tísicos, ciegos, tullidos, mendigos harapientos... Y cuando nombra la pobreza que nos recuerda esos cuadros oscuros de Goya, precisamente esos, que no se pintan para la ricos, se pregunta:
«¿Qué sucedió con los Pintores de mi país extraño?
¿Dónde están que no vienen a pintar?»
Es un poeta que ve la verdad y la dice; que nombra los prejuicios... Y hay en este sentido un poema revelador sobre una higuera en la que se nos dice que mientras ella sigue regalando sus higos a los pobres, las personas la juzgan como aquella en la que un traidor (Judas) se quitó la vida, y por eso los carpinteros no la utilizan, ni se quema su leña en los hogares, y acaso sólo se la utiliza para hacer horcas.
Después de esta lectura yo sé que he tocado un sentimiento vivo, la de una persona que acaso perdió la valentía de vivir y tuvo que tratarse de tú a tú con el «tedio»; que enfermó de tuberculosis y falleció a la edad de 33 años, justo cuando había conseguido un puesto de cónsul, que quizá iba a solucionarle el aspecto más prosaico de su vida y, precisamente aquel que quizá lo hubiese alejado de su terrible soledad.
Su gran sentido del ritmo y la versificación me han hecho vivir momentos espléndidos con la lectura, y ya como broche final, les dejo con la autorización de la editorial, estos últimos versos.
En el poema «Entre Duero y Miño» se pregunta si un día encontrará una novia... Y dice:
«¿Pero en qué patria, en qué nación me espera
Esta torre, esta luna, esta quimera?
Fui a ver a mi hada y le dije: “¡Madrina”
¿Dónde habrá en la Tierra así una reina?”
Y mi hada, con su varita mágica,
Un reino me señaló, allá abajo, al pie del mar...
¡Niñas, niñas lindas!
¡Cuál de vosotras es mi ideal?
Niñas, lindas niñas
Del reino de Portugal!»
Pueden acceder a la Editorial Sequitur a través de este
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