
Por: Pilar Alberdi
¿Quién fue Arthur Schopenhauer? El prologuista del libro, nos dice, de una manera sencilla, que fue una persona cuyas ideas fundamentales en filosofía habían sido desarrolladas antes de cumplir los 30 años de edad, y nos explica : «Los libros en los que asentó ese pensamiento no vendieron más de cien ejemplares; a los pocos cursos que dictó no concurrió ni una docena de alumnos; no logró consumar de manera feliz ninguna relación amorosa; al fin de la adolescencia se quedó huérfano de padre, y a su madre y a su hermana, luego de una relación tensa y llena de rencores, no volvió a verlas; cuando se propuso traducir al inglés la Crítica de la Razón Pura, se lo rechazaron; cuando por fin se hizo famoso, en los últimos años de su vida, fue gracias a un artículo aparecido en un diario inglés que alababa el que es sin duda el libro menor de toda su obra: Parerga y Paralipomena. Sin embargo, la fidelidad de Schopenhauer a su pensamiento único era más profunda de lo que él mismo creía».
Como no tuvo suerte en aquello que deseó no es ilógico verle afirmar que «toda noble y sabía inspiración encuentra difícilmente ocasión para mostrarse, para obrar, para hacerse oír, mientras que lo absurdo y lo falso en el campo de las ideas, la insulsez y la vulgaridad en las regiones del arte, la malicia y la farsa en la vida práctica, reinan sin solución de continuidad».
Creo que en este libro no hay nada que no sepamos, que no hayamos pensado alguna vez. Schopenhauer es un hombre que leyó filosofía, pero también temas de religiones orientales como el bramanismo y el budismo a las que cita, lo que le aporta una perspectiva crítica frente al progreso como fuente inagotable de deseos, y al tiempo que le tocó vivir.
Si partimos de una de sus frases que dice: «Si Dios fue quien hizo este mundo, no me gustaría ser ese Dios, la miseria del mundo me desgarra el corazón» comprenderemos pronto lo duro que puede ser leer este libro. No se queda en sutilezas, no disimula sus sentimientos, al punto en que siendo capaz de defender a los animales, ataca sin piedad a las mujeres y, muy especialmente, a las «damas». Precisamente en temas, en los que otros autores como Tolstoi o Flaubert, vieron la difícil situación en que éstas se encontraban.
Su idea de la moral es que está formada de la siguiente manera: «Solamente hay tres resortes fundamentales de las acciones humanas, y todos los posibles motivos no obedecen sino a ellos: el egoísmo, que quiere su propio bien (carece de límites); la malevolencia, que quiere el mal ajeno (llega a la extrema crueldad); la piedad, que quiere el bien del otro (llega a la generosidad, la grandeza del alma). Cualquier acción humana obedece a uno de estos tres móviles, o a dos simultáneamente». Y sobre la conciencia opina: «¿De qué está formada la conciencia? 1/5 de temores religiosos, 1/5 de prejuicios, 1/5 de vanidad, 1/5 de costumbre».
El amor, del que piensa que es «una compensación de la muerte» no duda en dividirlo en dos clases: aquel que responde a la especie (pasional, que no mide las consecuencias de sus acciones) y aquel que remite al cálculo de hacer un buen matrimonio.
Critica a los «optimistas» ya sea porque encuentran motivos para vivir o porque creen en otro tipo de vida después de la muerte. Si algo es para él este mundo, es un «campo de carnicería en que seres atormentados y ansiosos no subsisten sin devorarse unos a otros», unas veces por propia decisión y otras porque son enviados a las guerras. En resumen, dice «los hombres se asemejan a relojes que fueron montados y marchan sin saber por qué», unos luchando contra la miseria y otros contra el hastío.
Pienso que Los dolores del mundo de Arthur Schopenahuer es una de esas obras que no puede faltar entre nuestros libros de filosofía. Si su intención fue hacernos pensar, y me consta que lo fue, lo consigue. Pero no sólo pensamos sobre su libro, sino sobre lo que él piensa. Desde mi punto de vista le veo debatirse inútilmente en un mar que divide dos orillas, el del dolor que limita al hombre (sabemos cuál es) y el que al mismo tiempo lo salva (porque le permite unirse a los demás en la piedad). La no aceptación de que ambos van juntos y son el mismo dolor, y sin duda la falta de un amor verdadero que lo redimiese como persona, como ser único e insustituible para otros, hicieron posibles estos pensamientos.
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