Reseña: Pilar Alberdi
Acaba de publicar la
Editorial Funambulista las cartas entre Samuel Langhorne Clemens, más conocido por su seudónimo literario de
Mark Twain y quien fuera su esposa, Olivia Langdon, «Livy».
La traducción es de
Alma Fernández Simón y el postafacio de
Rubén Pujante Corbalán.
En estas cartas observamos a un Marc Twain, enamorado de su mujer y de su familia, pero que a causa de su participación en negocios editoriales y, en especial, de los viajes que hacía para dar conferencias, pasaba gran parte de su tiempo fuera del hogar. Así le vemos recorrer América y Europa, en caballo, calesa, tren y barcos. De hecho, hay una carta en que se disculpa por su «mala escritura pero estoy en un carro de caballos...»
Por falta de tiempo, las cartas ofrecen información sin detenerse en detalles, pero como el propio Mark Twain se lamenta, mucho le gustaría detenerse en descripciones. Igual, hablan de sus problemas económicos, de los regalos que ha comprado para las niñas o su mujer, pregunta por sus suegros, y comenta cómo se portó el público en sus conferencias.
El objeto en sí que representa la carta como acto de comunicación nos desvela esos pequeños detalles como las posdatas que en un intento de continuar la conversación se van multiplicando con el simple añadido de P.D 1, PD 2. Una de las cartas incluye un total de 5 posdatas. Y en otra se señala que la fecha con la que se data la carta ya ha pasado porque es más de medianoche.
Quienes vivimos en este tiempo, difícilmente podemos comprender lo que representaba para las personas del siglo XIX, la falta de comunicación inmediata. Cada interlocutor en un punto u otro del territorio se limitaba a imaginar lo que el otro hace o cómo será el tiempo allí. Y aunque lo que se intenta es un diálogo, por momentos tiene la apariencia de un monólogo.
Valgan de ejemplo estas líneas:
«Desde que he escrito la última frase, he estado estudiando la guía del ferrocarril durante un hora, cariño, y creo que podré llegar a casa a última hora de la tarde o ya en la noche del sábado, quedarme allí hasta después de las doce y luego seguir hasta Nueva York, donde puedo descansar todo el domingo y la mitad del lunes... o puede que haya un tren diurno el domingo de Hartford a Nueva York. Ya veré».
Por su parte Livy contesta: «Espero que en Filadelfia esté haciendo una noche agradable. Aquí está lluvioso y desapacible ».
Ella imagina cómo será el tiempo en donde se encuentra su esposo; desea para él lo mejor, y a su vez le cuenta con detalle cómo está el tiempo en donde ella vive. Todos esos datos llegarán días después a los respectivos corresponsales. Mientras él, en un lejano pueblo se contenta con mirar el daguerrotipo que representa a su amada y le canta alabanzas. Y ella se preocupa de contarle las pequeñas anécdotas familiares que vive junto a sus pequeñas hijas.
Ninguno de los dos puede llegar a casa y ponerse la radio o la televisión para sentirse menos solos. Y Mark Twain lo expresa claramente: «Mañana seguramente me levantaré y bajaré a la ciudad, porque tengo que hablar con alguien, estoy lleno de conversaciones».
El auge de los periodistas taquígrafos trajo al dictado de sus conferencias un problema añadido. Con cada nueva presentación de un texto podía hacer un recorrido de muchas poblaciones, pero en cuanto algún periodista tomaba nota de la misma y la publicaba en un periódico se veía obligado a escribir otra conferencia inmediatamente, sino ¿de qué modo podría entretener y sorprender a su público? Le molestaba terriblemente que esos periodistas y, en especial, los dueños de los periódicos, no comprendiesen que de esas conferencias dependía el sustento de la familia. Se lamentaba: «...porque aunque la ley proteja estrictamente lo que un zapatero crea con las manos, no protege lo que yo he creado con mi mente».
La cifra de ejemplares vendidos de algunos de sus libros eran muy altas y cuando piensa en esa historia que escribirá sobre el Mississipi, le dice a Livy, su mujer: «Pero cuando escriba el libro del Mississipi, ¡ojo!, me pasaré dos meses en el río tomando apuntes, y apuesto a que haré un trabajo de calidad».
Por correspondencia se declaraban su amor y respeto pero también sus enfados y preocupaciones. Y también los sueños. Livy le dice que deben terminar con esa separación que impone la necesidad de obtener dinero a través de las conferencias, y asume que si es necesario habrá que recortar gastos para que eso sea posible: «Nos alojaremos o viviremos en una casita de campo y nos quedaremos con una criada, viviremos cerca de los coches de caballos para no necesitar ni caballo ni carruaje».
Él habla de sus protectores de los zapatos, en un tiempo en que las calles de los pueblos eran de tierra y se ponían imposibles con las lluvias. También refiere los buenos servicios que en esos casos le daba su abrigo de piel de foca.
Pero los tiempos van cambiando. El tren suplanta a los barcos. Pero no será hasta una carta fechada en 1903 que el autor se refiera al hecho de hacer una llamada telefónica.
Todas las palabras que tiene para la gente de color son amables. Él ayuda cuando ve una necesidad, y de algún modo sabe que realiza el acto por ella, por su amada, que siempre le recuerda en sus cartas cuál es el buen camino, y hasta le escribe palabras de la Biblia, aunque ya en la madurez tenga sus dudas sobre Dios e intente aferrarse a la antigua fe. Mark Twain, además, nació pobre, y no sólo conoce el mundo que le rodea sino que escribió una obra excepcional como es Príncipe y mendigo, donde demuestra cómo serán valoradas y tratadas las personas según sea su cuna, o lo que es lo mismo por su apariencia y su condición.
Sus niñas se llamaron Susie, Clara y Jean. Y también tuvieron un niño que falleció al poco tiempo de nacer.
Como la vida es como es, en un momento escribe: «¡yo y los míos éramos pobres hace una hora, y ahora somos ricos y nuestros problemas han desaparecido». Pero el drama continúa... Poco después perderán a su hija Susie, y aquí dará comienzo el declive.
Las cartas más emotivas están hacia el final de la vida del escritor. Ahí sufren el zarpazo de la muerte de esta hija, y después fallecerán Olivia, y Jean.
Como bien dice
Rubén Pujante Corbalán en el postfacio titulado
Samuel canta a Livy : «Samuel escribe, ensalza, adora y canta a Livy en cada una de sus cartas hasta la última de ellas» y de las 200 cartas de este volumen 163 son para ella.
Enlace a la editorial: www.funambulista.net
Sinopsis de la contraportada del libro
Twain dejó escrito: «El producto más franco, más libre y más privado de la mente y del corazón humano es una carta de amor». Este epistolario inédito hasta ahora en español (que abarca desde el noviazgo de la pareja en 1867 hasta la muerte de Olivia «Livy» Langdon en 1904) revela no sólo la íntima parcela sentimental del genial escritor estadounidense, sino también el aspecto profesional de su carrera. En muchas de las cartas aparece el espíritu filantrópico del novelista, su sentido de la solidaridad y su hondo desasosiego por el ser humano. Pero, sobre todo, como bien señala Rubén Pujante Corbalán en su postfacio, la utilización maestra del humor es «el matiz que fluctúa en la correspondencia como testimonio de un estilo personal. Son las anotaciones humorísticas, los pequeños comentarios jocosos, los chistes y anécdotas graciosas los que amenizan la lectura de las cartas y despiertan la sonrisa y la carcajada complaciente del lector».
Cabe leer pues esta correspondencia como una radiografía de la vida de Twain, quien escribió en el prefacio a su autobiografía: «Me ha parecido que podía ser tan franco, libre y desinhibido como una carta de amor si supiera que lo que estaba escribiendo no iba a ser expuesto a ojo humano alguno hasta que yo estuviera muerto, ignorante de todo e indiferente».
El autor (Datos facilitados por la editorial).
Mark Twain, seudónimo de Samuel Langhorne Clemens, nació el 30 de noviembre de 1835 en Florida (Missouri). En 1851 publicó notas en el periódico de su hermano, el Hannibal Journal. Fue piloto de un barco de vapor por el río Mississippi. En 1861, se alistó en el ejército Confederado. Fue periodista en el Territorial Enterprise de Virginia City y, en 1863, empezó a firmar sus artículos con el seudónimo Mark Twain, una expresión utilizada en el río Mississippi que significa dos brazas de profundidad (el calado mínimo necesario para la buena navegación). En 1865 escribe la historia que escuchó en las minas de oro de California: «La célebre rana saltarina del condado de las Calaveras», y logró una enorme fama en todo el país. En 1870 contrajo matrimonio con Olivia Langdon y se estableció en Hartford (Connecticut). Escribe Tom Sawyer (1876), que describe la infancia en un pueblo a orillas del Mississippi, El Príncipe y el Mendigo (1882), Un yanqui en la corte del Rey Arturo (1889), Las aventuras de Huckelberry Finn (1884), considerada la obra maestra de Twain. En 1884 crea la editora Charles L. Webster and Company, pero la inversión en una imprenta automática le endeudó, por lo que tuvo que dar una gira de conferencias por todo el mundo para obtener fondos. En las décadas 1890 y 1900 sus escritos exponen amargura y un creciente pesimismo causados por el fracaso de sus negocios y la muerte de su mujer y dos de sus hijas. Escribe Wilson (1894), novela sobre un asesinato con trasfondo racista, y Recuerdos personales de Juana de Arco (1896), biografía sentimental. Recibió el doctorado Honoris Causa por la Universidad de Oxford en 1907. Falleció el 21 de abril de 1910 en Nueva York.