martes, 25 de septiembre de 2012
EL DRAMA
Por: Pilar Alberdi
Nos emocionamos ante lo que el protagonista quiere conseguir (deseo), insiste en conseguir (esperanza) y no conseguirá (abismo), ya sea que lo sepa él, otros personajes o lo sepamos nosotros como lectores. ¿Y qué es eso que queda al final de la derrota del personaje y la victoria de las circunstancias? La comprensión, algo muy cercano a la compasión.
Veamos tres ejemplos:
Vanka (1886) Antón Chéjov (Rusia, 1860 – 1904)
Como en casi todos sus cuentos, Chéjov nos ofrece todas las explicaciones necesarias en las dos primeras frases que ocupan unos pocos renglones. Vanka Yúkov es un niño de nueve años que ha sido enviado a la ciudad como aprendiz de zapatero. En Navidad cuando el patrón se marcha para asistir a misa, el chico saca papel y tinta del armario y comienza a escribir a su abuelo. Le contará lo mucho que trabaja y lo poco que le dan de comer, y le solicita que venga a buscarlo. Las tres primeras frases de esa carta también son fundamentales: «Te escribo una carta. Te deseo Feliz Navidad y que Dios Nuestro Señor te de todo lo mejor. No tengo padre ni madre, sólo me quedas tú». Escribe la dirección del destinatario en el sobre:«A la aldea de mi abuelo». Y después de pensarlo un poco más, añade: «Para Konstantin Makárich». Después saldrá contento a la calle «sin ponerse la pelliza» a buscar «buzones de correo» que como le han explicado es a donde hay que echar las cartas. De regresó, se recostó a dormir y soñó, nos dice el autor «mecido con dulces esperanzas» con la casa del abuelo, y vio entre sueños a éste, feliz, leyéndole la carta a las cocineras...
La tortura de la esperanza (1888). Philippe – Auguste Villiers de L'Isle – Adam (Francia, 1838 – 1889).
En el primer párrafo el autor nos sitúa en el lugar que suceden los hechos y nos indica quién es el responsable de ese sitio. «Bajo las bóvedas del Tribunal de Zaragoza, en un atardecer de aquel entonces, el venerable Pedro Arbués de Espila, sexto prior de los dominicos de Segovia y Gran Inquisidor de España (...)» También se nos dice que se dirige a un «in pace» y poco después nos da los datos de la persona que habita la celda, se trata de Aser Abarbanel, rabí, judío aragonés, «sometido a tortura, día a día, desde hacía un año».
Ya en la celda, el prior le comunica que será «expuesto en el quemadero». El «fraile redentor» (torturador) que acompaña al prior, pide perdón al rabí. Cuando ambos salen, el condenado descubre que la puerta no ha quedado bien cerrada y tiene la esperanza de escapar. Lo comprueba: ¡está abierta! Se asoma, y sale a los pasillos, se cruza con varios frailes, pero no lo ven.
El autor del texto habla de esperanza... «la incierta esperanza del judío era tenaz por ser la última». ¿Prepara al lector al llamarla «incierta»? Lo vuelve a hacer cuando más adelante dice: «¡Adelante! Era preciso apresurarse hacia esa meta que él, de modo enfermizo sin duda, imaginaba ser la liberación». Cuando le faltan una treintena de pasos para conseguirlo, el narrrador insiste: «El triste evadido, sintió que una loca esperanza llenaba todo su ser». Obsérvese el adjetivo: «loca». Cuando ya cree alcanzar la libertad y que son los brazos de Dios los que lo abrazan, descubre horrorizado que son los del inquisidor Pedro Arbués. Entonces el autor dice: «¡Y entretanto el rabí Aser Abarbanel, con los ojos en blanco, jadeando angustiosamente entre los brazos del ascético don Arbués comprenderá confusamente que cada etapa de la noche funesta no fue más que un previsto tormento de esperanza!».
Si en el cuento de Chéjov los adjetivos pasan desapercibidos, es decir no llaman nuestra atención pero sirven para reflejar la vida del niño y la situación en que se encuentra...(«plumilla enmohecida», «ventana oscura», en el cuento del autor francés los adjetivos tienen un peso y una fuerza singular: «el venerable Pedro Arbués» es el inquisidor; y la mayoría de los adjetivos sirven para destacar el terrible momento que está viviendo el rabí; así el corredor es «sepulcral», los frailes son «siniestros», siguen otros como «abrasador» por el aliento «viciado por el ayuno» del prior, hay «mejillas tumefactas»... Y aquí nos damos cuenta del valor de un adjetivo bien elegido y la forma en la que colaboran para describir a los personajes, crear el ambiente y destacar la situación.
Y ahora veamos el tercer cuento que quería comentar: Ley de vida (1901). Jack London (USA, 1876 – 1916).
El argumento de este cuento trata del abandono del viejo indio Koskook por su hijo el cacique de la tribu. Es un anciano y ya no puede partir con la tribu. Es la ley.
Desde el interior de su tienda escucha cómo retiran las otras tiendas; también oye las voces de su nieta y de su hijo; la del chamán; y los gruñidos inquietos de los perros cuando los sujetan con los arneses para tirar de los trineos.
El anciano tiene a su lado un poco de leña.
Antes de que todos se marchen, el hijo, que es también el cacique, va a la tienda. El padre valora el hecho porque otros hijos en la misma situación no han acudido a ver por última vez a sus padres. Pregunta al anciano si está bien y el padre contesta que lo está...«La medida de su vida era un haz de leña», cuando el frío lo alcance morirá, así había sido siempre para todos los viejos que ya no podían valerse por sí mismos y así sería en el futuro.
El hijo se marcha y el anciano se queda solo. Recuerda que él hizo lo mismo con su padre. Y a continuación rememora la historia del viejo alce amenazado por los lobos. Cuando era un niño, él había visto ese acoso junto a otro amigo. «Siguieron de cerca con ardor la caza leyendo a cada paso la inexorable tragedia que estaba escribiéndose». Con el paso del tiempo ambos niños llegaron a ser grandes caciques. «Mucho tiempo estuvo meditando sobre los días de su juventud hasta que el fuego se redujo y sintió el profundo mordisco del hielo». Hacía frío.Ya no quedaba leña...En ese momento percibe la llegada de un lobo al que siguen otros y comprende que esta a punto de revivir la tragedia del viejo alce... Primero se rebela, sacude un leño encendido e intenta pegarles. Después se rinde.
En el fondo y hasta el último momento la esperanza del anciano fue la de no ser abandonado, escuchó alejarse a la tribu y aún así espero inútilmente a que volviese el hijo, pero su hijo era un cacique y estaba obligado a cumplir la ley.
En los tres casos se trata de la esperanza como protagonista bajo la imagen de un niño casi muerto de hambre y obligado a ser aprendiz de un zapatero de la ciudad, lo que lo alejó de de su familia en el campo; de un reo de la inquisición que vislumbra por primera vez la posibilidad de escapar, aunque al final resulta imposible; y de un anciano indio que debe aceptar la ley que impone que aquel que no pueda valerse por sí mismo se lo deja atrás en beneficio del grupo.
En el fondo, los tres desean estar con los suyos, algo que no podrán cumplir. Pero no analizamos los tres cuentos por esto, sino porque son un clarísimo ejemplo de cómo se produce y percibimos el drama en un texto o en nuestras vidas bajo los conceptos de deseo, esperanza y abismo.
lunes, 17 de septiembre de 2012
UNA OPINIÓN SOBRE "ESCRIBIR"
En el blog La aventura de crear mundos paralelos una opinión de la escritora Pat Casalà.
Les invito a visitar el blog en el siguiente enlace
miércoles, 12 de septiembre de 2012
SWAN LAKE
Ballet de El lago de los cisnes con coreografía de Matthew Bourne en una versión masculina que ya han visto más de 29.000 espectadores.
martes, 11 de septiembre de 2012
ENTREVISTA EN "DE LECTURA OBLIGADA"
Queridos amigos: les dejo el enlace a la entrevista que me hizo Alberto Berenguer para la página literaria De lectura Obligada. Narrativa... haikus... No quedó nada en el tintero.
ENLACE
viernes, 7 de septiembre de 2012
LA CIGARRA CANTÓ
Por: Pilar Alberdi
El chirimoyo es un árbol alto, magnífico, al que todos los que nos visitan continúan recordando años después.
¿Qué edad tendrá? ¿Cuarenta? El chirimoyo crece a unos pasos de la tapia que da al río y la mitad de su copa tiende a bajar en largas ramas hacia ese lado. Cuando los frutos caen, explotan contra los cantos rodados y la tierra seca del río.
Bajo el árbol hay dos mesas largas y algunas más pequeñas.
También la barbacoa está a su lado. Mi padre hace allí sus pinitos de cocina; y mi madre amplía su horario de cocina para ofrecernos pescaíto frito o al horno, ensaladas y verduras variadas como corresponde a la típica cocina mediterránea.
Solo cuando canta la cigarra mi madre dirá:
—Ya está aquí el verano —antes no, aunque los días sean terriblemente calurosos.
El chirimoyo y otros frutales que hay en el terreno son los sobrevivientes de la antigua huerta que había en este sitio: «Huerta Julián». Con ese nombre se la recuerda, y es el mismo que le han puesto a un parque cercano a la urbanización. Junto a esa plaza se construirá un nuevo edificio para ambulatorio y la estación de metro.
La modernidad es así. Ha llegado antes de lo que muchos esperábamos. Ya casi no se distingue la distancia entre este pequeño pueblo y la capital. Y en los montes proliferan demasiadas urbanizaciones nuevas. Dicen que en 20 años el pueblo será una ciudad con 100.000 habitantes, y que en el futuro todas las ciudades del mediterráneo formarán una megápolis.
Junto al chirimoyo, está la piscina.
En la piscina las personas más jóvenes de la familia se hacen aguadillas, juegan carreras de natación, suben a las colchonetas: una con forma de delfín y la otra de sofá. Otros años tuvimos una con forma de tiburón, y otra de cocodrilo.
Uno de los jóvenes antes de saltar a la parte más profunda de la piscina, grita:
—¡Bomba!
Y los demás ya saben lo que va a caer.
Se oye un estrépito. Y las últimas gotas del agua alcanzan en su vuelo las hojas más bajas del chirimoyo.
Nosotros aún sonreímos cuando «la bomba» aparece en la parte de sombra que da el árbol en la piscina, diciendo:
—¡Qué buena está! — y vemos cómo el agua le resbala por su cabeza rapada a cero y por el rostro brillante, mientras con las manos se frota los ojos y un instante después vuelve a sumergirse.
Los que están en la piscina comienzan a hacer planes. Es como si el agua hablase. Hacen planes para ir al cine, a la discoteca, deciden si irán a la playa más tarde, o sobre cuántos grados de protección solar y cuánta eficacia tienen las cremas que han traído de la ciudad.
Alguien se queja del picor de unos pequeños granitos a causa del cloro del agua.
—Tranquilos —dice—, es un problema de todos los años. Si no se me pasa con la pomada antialérgica, iré al ambulatorio.
—Peor son los mosquitos —dice mi padre, mientras los demás lo recuerdan aplaudiendo el aire por la noche como loco o colocando mosquiteras.
Cuando uno de nosotros le comenta que en una próxima vida podría renacer como mosquito, contesta «vale» y continúa persiguiéndolos o defendiéndose según se mire.
Cuando los jóvenes comienzan a salir del agua es como si sus cuerpos pesasen más. Se tapan hasta la cintura con una toalla, o se las echan por los hombros. De cualquier manera, los dibujos y los colores de las telas de las toallas rara vez hacen juego con sus bañadores. Da gusto verlos, así, guapos, jóvenes, despeinados, quitándose las gafas de buceo y poniéndose las de calle, escurriéndose con la mano el cabello, riéndose aún de las aguadillas, y de las pistolas de agua con las que han jugado como si fueran niños.
Van subiendo por las escaleras uno a uno. Pronto se reúnen en parejas.
—¿A qué queréis jugar? —dice una—. ¿O queréis merendar? ¿Alguien quiere horchata?
—¡Pero si recién hemos almorzado!
—Da igual. ¿Quién quiere merendar?
—Yo —dice el último en salir de la piscina que ya está secando la espalda de su pareja mientras la sujeta por los hombros, la abraza, le dice algo al oído, y le da un beso en el hombro como quien deja allí una estrella.
Finalmente el agua se va quedando quieta tras el último pie que ha salido, y vuelve a escucharse el sonido del agua de la fuente que está junto a la piscina.
En el aire hay olor a jazmín y madreselva. Uno de los jazmines ha subido por las ramas de un mandarino y lo ha ocupado por completo.
Mi madre es la que pinta la piscina todos los años. Siempre le promete a mi hermana que dibujará unos delfines, porque a ella le gustan. Lleva años prometiéndolo. Luego dice que no consiguió la cenefa con el dibujo. Yo creo que tiene miedo de que no le queden bien pintados, y es que así con la imaginación son más bonitos... Si ella pudiera decirlo, diría eso, exactamente, estoy seguro.
Mi madre igual que otras madres sabe hacer croché, cocinar, también tiene una profesión, pero sobre todas las cosas lo que le gusta de verdad —estoy seguro— es pintar la piscina.
Lo disimula en las conversaciones telefónicas que mantiene con nosotros:
—De verdad, hijos, no sé si este año podré pintar la piscina.
Cuando nosotros comenzamos a llegar, rara vez podemos hacerlo todos el mismo día, a veces ni tan siquiera la misma semana, lo primerito que nos encontramos es a los padres, y lo segundo a la piscina recién pintada. Y es tan bonita, así, azul tan azul y llenita de agua.
Le decimos:
—Mamá, la piscina te ha quedado de maravilla este año.
—¿Tú crees? —pregunta ella—.No sé... No os vayáis a creer, que no en vano pasan los años por una. Y es que cada año que pasa estamos más viejos. ¿A que sí, cariño? —busca en los ojos de mi padre su asentimiento.
Sé que todos los años piensa lo mismo: que para qué se toma ella todo ese trabajo que se podría encargar a un pintor.
Pero no se trata de eso. Sino del rito. Ahora la cuna es una piscina para los hijos ya mayores. Ya rondan los treinta años. Ahora la tarde de la fiesta de cumpleaños de la reunión familiar tiene esa forma de cubo azul con agua.
Cerca de la fecha de nuestras vacaciones, a veces en julio, generalmente en agosto, mi madre y mi padre van a comprar la pintura, pero todos los años cuando llegan a la pinturería tienen dudas sobre la clase de pintura que deben comprar.
Mi padre siempre recuerda que el bote del año pasado por alguna parte decía: «color azul mediterráneo».
El empleado pone cara de estar de acuerdo y pregunta:
—¿De caucho o al agua?
¡Los ha pillado otra vez! Como todos los años…
—¿De caucho o al agua? —repite mi padre intentando recordar...—. De caucho —afirma.
—Al agua —dice mi madre. Es al agua...
—¿Era o no era «color azul mediterráneo? —pregunta el dependiente mirándolos a los dos y esperando una respuesta inteligente—. Si es «azul mediterráneo»—dice el empleado—entonces es al agua.
—Al agua , claro que sí, seguro que es al agua —repiten mi madre y mi padre al unísono y se quedan por fin más tranquilos.
Ya tienen lo que iban a buscar. Y con ese calor... «La calor…» como dicen en el pueblo… «La calor…» Ahora sólo les queda llevar todos esos kilos de pintura a casa.
—Te dije que teníamos que haber traído el carrito de la compra...
—No pasa nada mujer... Yo llevo tres latas, y tú una.
—De eso nada. Dos y dos. Dos para ti y dos para mí.
El empleado sonríe mientras espera a que terminen la discusión para entregarles el ticket con el vuelto.
—Gracias hombre —dice mi padre recogiendo la calderilla.
Para mi madre lavar la piscina y pintarla es como preparar una tarta. La tarta de las vacaciones del verano para ir tentando a la familia y que vayan llegando. Además como en esa época es su cumpleaños, aprovecha para adornar ese día con farolillos y otros adornos que va anudando de una rama a otra del chirimoyo.
El día que mis padres comienzan a llenar la piscina ya sabemos todos que estamos a punto de reunirnos. El agua se llena de flotadores y los perros viendo a esos monstruos de plástico moverse sobre el agua a causa de la brisa, no saben si ladrarles. ¿Es lo que se debe hacer, no?
Cuando por fin ya estamos todos juntos bajo el chirimoyo, nos contamos lo último de nuestras vidas. Nos observamos. Vemos si alguien ha adelgazado, engordado, le han aparecido más canas, se le nota más contento o más triste... Intentamos captar un nuevo gesto en el rostro. A veces, nos sorprende un ademán. Una palabra, una frase. Incluso observamos cómo se lleva cada uno con su pareja.
Nos reímos. Reímos tanto bajo el chirimoyo que a un observador podría parecerle que el árbol da risa.
Sin cada uno de estos elementos, estoy seguro, el verano no sería lo mismo.
La piscina recuerda a mis padres días de cuando éramos pequeños y nos llevaban a la playa. Al inicio de su pareja eran tan pobres que mi hermano mayor que había conocido el mar cuando era un bebé no lo volvió a ver hasta que cumplió 8 años. Mi hermana tuvo mejor suerte. Y yo también. Dicen que iba a todas partes en cochecito, aunque tuviera sólo unos días o unos pocos meses, aunque a decir verdad, yo no me enteré de nada. «Es que cuando fuimos todos juntos a Cáceres...» explican. Y si yo me sorprendo, aclaran: «Es que tú ibas en cochecito». De ese modo, al parecer, recorrí media España.
Sé que mientras nosotros nos bañamos y nuestros padres oyen nuestras voces de adultos, recuerdan imágenes, sabores, sonidos, colores del pasado. Quizá de una playa de Galicia, o de Portugal...
Bajo ese árbol también hablamos del futuro. Y el futuro incluye a la piscina, por supuesto.
«Cuando lleguen los nietos...» dicen nuestros padres.
E imaginamos a esos pequeños seres dando palmitas en el agua bajo la sombra del chirimoyo, y mi padre va calculando y lo dice claramente que habrá que hacer una cerca alrededor de la piscina.
Así, aún antes de nacer ya protegen a nuestros futuros hijos.
A veces, mirando hacia la fuente donde se bañan gorriones, tordos y palomas, pienso que nosotros también hemos sido y aún somos para nuestros padres como pájaros.
En vacaciones, cuando vuelve el silencio a la piscina es porque nos vamos todos juntos al cine o a almorzar o a cenar fuera o a visitar otros lugares. Al final de las vacaciones, cuando nosotros ya nos marchamos a las ciudades y a los pueblos donde vivimos, entonces mi padre y mi madre comienzan a hablar de que habrá que vaciar la piscina que es como retirar la cuna, dar por terminado los últimos restos de la tarta después de la fiesta... y nosotros nos dejamos llevar por nuestros coches.... para hacer nuestra vida, ir a nuestros trabajos, seguir con nuestras lecturas, escuchar música, hacer la nueva receta que han cocinado mamá o papá este verano, y pensar en la descendencia, y hasta quizá en casarnos ya que algunos de nosotros hace tiempo que vivimos en pareja, y en hacer el amor, por supuesto, en hacer el amor y traer niños al mundo.
De los días que tiene el año, estos de las vacaciones son los más especiales. Incluso más que los de Navidad o Año Nuevo porque en esas fechas raramente logramos estar todos juntos.
Llegará el otoño. Y por el interior de la piscina resbalará la lluvia. Caerán las hojas secas. Y sólo antes de que vuelva a cantar la cigarra —aunque ya esté bastante avanzado el verano— mis padres irán a la tienda de pinturas. Entonces el empleado les preguntará «qué clase de pintura quieren para la piscina» y volverá a empezar la historia de todos los años.
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lunes, 3 de septiembre de 2012
EL RETRATO DE DORIAN GRAY
Relecturas de verano.
Reseña: Pilar Alberdi
«Lo menos frecuente en este mundo es vivir.
La mayoría de la gente existe. Eso es todo».
Oscar Wilde
Se podría creer que El retrato de Dorian Gray trata sobre el tema del narcismo, y es que no falta un retrato que fije la imagen ni un espejo, pero en el fondo de lo que se trata es de por cuánto estaría el protagonista dispuesto a vender su alma.
Después nos quedaría por definir el estilo y el género que aunque realista en principio, acaba siendo fantástico.
Como dice Carmen Martín Gaite en el prólogo a la edición de Salvat, el autor vivió en ese período de la historia inglesa conocido por «el largo reinado de la reina Victoria (1837-1901)» que marcó y definió una época en la que las diferencias de clase eran abismales y la pobreza empujaba a las personas del campo a las ciudades y de estas a otras tierras en donde pudiesen labrarse un futuro.
Pero a Oscar Wilde, aunque fue crítico con los políticos y el sistema educativo, lo que más le molestaba era la «hipocrecia» de la clase alta, no tanto por el desprecio que esta pudieran tener a las clases media y baja, sino por el ocultamiento de sus propios defectos. Y aunque su obra destila misoginia en abundancia, también escribió alguna obra en defensa de las mujeres como es el caso de Una mujer sin importancia, y hasta me atrevería a asegurar que en el fondo hasta su versión de Salomé, tuvo que romper esquemas en su época. La obra se representó en Francia porque en Inglaterra estaba prohibida la representación de obras de teatro en las que apareciesen personajes bíblicos.
De la biografía del autor conocemos que nació en Irlanda. Su padre fue oftalmólogo y su madre una mujer con intereses políticos y literarios. En este sentido mantuvo salones literarios en los que, el joven Oscar tuvo la ocasión de conocer a numerosas personas. Pero también era la madre, según refieren las biografías, una persona un tanto superficial en otros aspectos, que valoraba la belleza al punto de hacer lo imposible para disimular su envejecimiento. A Oscar, también le preocupó este tema.
Como no es mi intención detallar aquí su biografía paso a comentarles que el libro se abre con un prefacio donde el autor explica a los lectores la diferencia entre el artista y el crítico, devolviendo la importancia al primero y exigiendo al segundo conocimientos culturales amplios acordes a su desempeño.
Seguramente hay en la vida muchas formas de vender el alma al diablo. Robert Louis Stevenson nos dio aquel cuento de El diablo en una botella que mantiene en su esencia algo de los Cuentos de las mil y una noches con sus lámparas mágicas, sus ogros y el cumplimiento de los deseos, solo que en aquel, lo único que no se le puede pedir al demonio es que alargue la vida. Oscar Wilde al presentarnos las razones por las que el joven Dorian Gray está dispuesto a vender su alma nos presenta otro tema: el de la eterna juventud, pero no de una manera superficial sino profunda, ya que veremos las entretelas del narcisismo y el egoísmo del personaje.
El retrato de Dorian Gray es un drama intenso que en algún momento me ha recordado la forma de escribir de Victor Hugo, de quien sé el autor era admirador. Y en este sentido me parece magnífico que tan gran maestro pudiera dar tan magníficos discípulos. Pero no es la única referencia literaria destacable. Sin duda, Edgar Allán Poe también está presente con su renovada manera de entender el terror hacia el final de la obra.
Los personajes principales de esta novela son Basilio Hallward, lord Henry Wotton y Dorian Gray.
La obra acabará recalcando que lo importante de una confesión nada tiene que ver con el confesor, sino con el acto de declarar lo ocurrido y aún así, muchas veces, ni siquiera puede eso salvar a alguien, aunque en cierto modo sea una forma de liberación. Dorian Gray sabe que: «En el mundo común de los hechos, los malos no son castigados, ni los buenos recompensados».
Como muchos de sus amigos pensaban, Oscar Wilde no supo medir sus fuerzas contra el mundo al que iba dirigida su crítica. Y este libro, y luego otros provocaron escozor en los sectores sociales a los que hacia referencia. Si ya había conocido etapas de gran penuria económica, al final de su vida, fue condenado a dos años de trabajos forzados en una prisión que para mayor ironía se llamaba Reading. La mitad del tiempo que pasó allí le negaron papel, tinta y libros. Le permitían una única visita mensual. Tras un cambio de director pudo escribir su conocido De profundis. Pero en esa cárcel no estaba permitido hablar a los reclusos a los que sometían, además de a los trabajos forzados a una vida de tipo cistircense.
Nunca le fallaron sus amigos, especialmente Robert Roos y Frank Harris, tampoco su mujer, Constance Lloyd, pese a todas las circunstancias que provocaron que el matrimonio se separase. De algún modo, me alegra pensar que hasta Bernard Shaw, dato del que me enteré hace poco tiempo, fue uno de los que le pidió que no iniciará un juicio por difamación contra el marqués de Queensberry, que tantas penas le iba a causar poco después. Ya en su derrota no me sorprende que sus acreedores, aunque lo hiciesen con permiso de un juez, entrasen a su casa y se llevasen más de lo que se les debía, ni que fuese un actor (Charles Brookfield) quien ayudó al marqués de Queensberry a conseguir pruebas, y otro el que le hizo una fiesta en honor del marqués cuando ganó el juicio. ¿Cómo sorprenderse? Acaso, ¿no participó entre los acusadores de Sócrates un poeta de ínfima valía? ¿Qué les habría pasado a estos actores en relación con Oscar Wilde? Sí, así es la vida. Cuando Oscar Wilde sale de la cárcel, le resulta imposible vivir en Londres y se traslada a Francia con otro nombre, país en el que fallecerá.
Y ahora, recordando a otros autores de la época compruebo que Edtih Wharton, Henry James, E. M. Forster, fueron contemporáneos suyos. ¡Qué diferencia de caracteres! Aquél tan impetuoso, los otros sosegados y contemplativos.
Así como las obras de Cervantes o de Shakespeare están plagadas de refranes, las de Oscar Wilde sobresalen por frases que muestran una crítica social al mundo de las costumbres del siglo XIX, y que también serían, supongo, un reflejo de lo que se decía en los salones literarios. Lo curioso es que pasa el tiempo y muchas continúan vigentes y valen para las vicisitudes de nuestros días.
Oscar Wilde fue un hombre culto, llegó a dirigir una revista para mujeres, le encantaba la moda, pensaba que la ropa de su época era incómoda, tanto para mujeres como para hombres,y aunque tenía dificultad para comprender a las mujeres inglesas, admiraba la libertad y el carácter alegre de las mujeres norteamericanas.
Como autor de obras infantiles fue el autor de cuentos maravillosos que integran el volumen El príncipe feliz y otros cuentos (1888). Y son estos cuentos y El retrato de Dorian Gray las obras que le hicieron popular en su primera época como escritor. En medio, varias más también de prosa, poesía, ensayo y teatro (El abanico de Lady Windersmere, Una mujer sin importancia, Salomé, Un marido ideal, La importancia de llamarse Ernesto) . Después, en la cárcel, llegó: De profundis. Y, poco después, en Francia, la que se considera un alegato contra el modelo penitenciario y la pena de muerte: La balada de la cárcel de Reading.
Notas:
El retrato de Dorian Gray.Editorial: Salvat (Biblioteca Básica), 1970.
Foto: Oscar Wilde
Otras lecturas relacionadas:
Oscar Wilde. Fernando Agustinoy. Plaza & Janés (Enciclopedia Popular Ilustrada, serie H, El hombre), 1964.
De profundis. Oscar Wilde. Seix Barral (Biblioteca Breve de Bolsillo), 1981
Ensayos y artículos Oscar Wilde. Hyspamérica. Biblioteca personal Jorge Luis Borges, 1986
Balada de la cárcel de Reading. Puedes leer el poema en este enlace.
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