viernes, 25 de octubre de 2013

DAVID LE BRETON: «EL TATUAJE O LA FIRMA DEL YO»


Reseña: Pilar Alberdi

«La condición humana es corporal. Asunto de identidad tanto individual como colectiva, el cuerpo es el espacio que se muestra para que los demás lo lean e interpreten. La piel es, ante todo, prueba de presencia en el mundo. A través de ella se nos conoce, se nos nombra, se nos identifica con un género, con un saber estar o seducir, con una edad, una «etnia» o una condición social. Envuelve y encarna a la persona asemejándola a otras o diferenciándola, según sean los signos en liza. Su textura, sus cicatrices, sus rasgos particulares (lunares, arrugas, etc., dibujan un paisaje único. Al igual que los archivos, la piel conserva los rastros de la historia personal». Podríamos sumar los piercings, las escarifaciones y otros rituales.
El ensayo El tatuaje o la firma del yo de David Le Breton, con traducción de Raoul Albé, escrito especialmente para la Editorial Casimiro, recoge un acercamiento integral al tema del tatuaje, desde el pasado al presente. Si para la psicología la piel es la frontera con los otros, el lugar donde más rápidamente puede aparecer una señal psicosomática, muchas de las frases de esta obra son de un gran acierto formal e intuitivo: la piel «Sismógrafo de nuestro sentido de identidad, traduce “estados de ánimo”», «Pantalla donde, con las innumerables formas de escenificación de la apariencia que ofrece nuestro mundo contemporáneo, proyectar una identidad soñada», «La piel es el lugar donde se fabrica la identidad. Tanto es así que las marcas añadidas deliberadamente se convierten en signos de identidad que se lucen sobre la propia carne», «toda sociedad, de una forma u otra modifica culturalmente el cuerpo de sus integrantes. El cuerpo siempre es “enunciado”», leáse “sinificados y valores”. Con la lectura aprendemos que en muchas culturas «el hombre y la mujer no marcados quedan relegados a un estatus inferior» y lo contrario como sucedió durante muchos siglos en Europa, hasta que llegó ese tiempo en que los marinos anglosajones se enamoraron de los rituales de extrañas islas, allá por la Polinesia, por las Islas Marquesas, y se dejaron tatuar los cuerpos. Sabremos a través de estas páginas que el tatuaje está negado en la Biblia y del mismo modo en el Corán. Si para algunos no estar marcados significa no tener identidad, otros la recuperan o, al menos, así lo sienten cuando se hacen un tatuaje. Soportan el dolor que supone su adquisición, y les sirve a modo de amuleto, de fuerza invisible, de recordatorio de su decisión, de su arrojo y valentía. A veces, es un acto meditado largo tiempo; otras un impulso. Porque el tatuaje expresa lo que no se puede decir de otra manera, lo que tuvo que hacerse para mostrar algo, una posición, por ejemplo, del adolescente frente a los criterios de los padres, de una persona frente a la sociedad. ¿Se tatúan las personas porque es algo que está de moda? Esta y más preguntas contesta este ensayo que roza las fronteras de la teología y las creencias, también asume su parte de análisis antropológico y sociológico. Hay lugares donde el tatuaje es una tradición. Sus dibujos se interpretan de un modo determinado, pero en otras partes del mundo, como en Europa, se utilizan símbolos de lejanas tradiciones, a veces, sin saber qué representan, porque el símbolo, en esta sociedad occidental, no importa por lo que dice, sino por lo que es: un tatuaje, un reto, una distinción, un elemento provocativo, acaso, también una moda, en la que como aquello de las marcas comerciales de las prendas de vestir, el que las porta se siente distinto, único, por increíble que resulte.
«Habiendo sido sobre todo masculino (el tatuaje), a menudo agresivo, o asertivo de la virilidad, empieza a atraer a las mujeres»; otro fenómeno nuevo. Ellas elegirán motivos más discretos, dibujos orientales. De aquellos pueblos que los europeos consideraban primitivos a estos primitivos modernos... Y pensando y pensando, porque este tema da mucho para reflexionar, y aunque no se trata de un tatuaje, sino de unas palabras pintadas sobre un cuerpo, comprendo todavía mejor cuán grande es el efecto que producen estas jóvenes mujeres que llevan escrito en su pecho la palabra FEM, cuando saltan al mundo a través de la pantalla.
¡De cuánta simbología se puede cargar un cuerpo! Aunque en la Obertura de esta obra se llega a decir, «el cuerpo desnudo parece ser algo insoportable». Y creo que algo de razón tiene, porque el cuerpo desnudo, nos recuerda, sacado de ciertos contextos, lo primitivos y vulnerables que aún somos.

sábado, 19 de octubre de 2013

SER PERSONA



Dicen que este vídeo emocionó al mundo. Ya lo han visto más de trece millones de personas. Por supuesto, no hace falta saber idiomas para apreciarlo.
Apela a los sentimientos más íntimos. ¿Dónde estaban los demás cuando más los necesitamos? Siempre es bueno recordar que los demás somos todos.
(Ni siquiera importa que se trate de un anuncio publicitario. Eso, en este caso, no tiene ninguna importancia).

jueves, 17 de octubre de 2013

GUY DE MAUPASSANT: «SICILIA»


Por: Pilar Alberdi


En su época, el siglo XIX, este magnífico texto de Guy de Maupassant (1850-1893), también podría haberse titulado: Defensa de Sicilia. «Existe en Francia el convencimiento de que Sicilia es un lugar salvaje, difícil e incluso peligroso para el que la quiera visitar. De vez en cuando, algún viajero, que pasa por ser bastante audaz, se aventura a llegar hasta Palermo, y regresa afirmando que es una ciudad interesante. Y eso es todo», se lamenta el escritor, que ha buscado la oportunidad de visitar la isla y otros lugares cercanos a ella, y está dispuesto a convencer a los viajeros franceses de que cualquiera de los caminos que les lleven a Sicilia dará como resultado un feliz encuentro con un pueblo de carácter agradable, con un legado, el de la cultura latina y griega, que les sorprenderá. Comenta: «Es, al igual que España, el país de las naranjas, de la tierra florida, donde el aire —en primavera— es un puro perfume». Además, cuenta con un volcán poderoso, el Etna.
La visita le sirve para reflexionar sobre la arquitectura de su tiempo a la que no ve posible comparar con la clásica. El siglo que le ha tocado vivir «parece haber perdido el don de fabricar belleza con piedras, el misterioso secreto de la seducción de las líneas, el sentido de la estética en los monumentos. Parece que no entendiéramos, que no supiéramos que la simple proporción de un muro puede infundir en el espíritu la misma sensación de gozo artístico, la misma emoción secreta y profunda que una obra maestra de Rembrandt, de Velázquez o de Veronés». Y pone como ejemplo
los templos griegos de Segesta y el de Juno, y otros como el de Selinunte, o los maravillosos teatros que, como todos los teatros que hicieron los griegos, están ubicados en lugares estratégicos, desde los cuales se pueden ver hermosas vistas, como si se tratase de un teatro dentro de otro teatro.
Maupassant, como un niño inquieto, no parece tener límite en su curiosidad. Lo festeja todo: hasta la coincidencia de haberse alojado en el mismo hotel, en que lo hizo Wagner, muchos años atrás, para dar fin a su obra Parsifal. Cuando el encargado del hotel, le muestra la habitación que ocupó el músico, le dice:«Aquí guardaba la ropa blanca, después de haberla impregnado con esencias de rosa. Este olor ya nunca desaparecerá».
Sin duda, muestra el escritor, la vitalidad del hombre del siglo XIX, el que no depende de un jornal exiguo, al que le gusta la naturaleza, salir al campo, la montaña, el mar; de hecho, el viaje lo ha realizado en un barco a vela de su propiedad; y cuando canta la belleza de la tierra que visita, describe con sencillas pinceladas el placer de ver aloes florecidos, vides, las ornamentaciones coloridas de los carros que transportan turistas, y hasta las mismas piedras de los caminos por los que asciende con sus amigos a las montañas. Todo es digno de admirar y de ser recordado: los volcanes, la luz del cielo, el aire que respiran, los rostros de los lugareños; incluso las espeluznantes galerías del Cementerio de los Capuchinos, donde se exponen difuntos momificados. Pero no sólo tiene la mirada dispuesta para lo bello, la visión de niños trabajando en las minas de azufre, le hace decir: «Esta deleznable explotación de la infancia es una de las cosas más triste que puedan verse».
El viaje continúa. Si de Palermo cruzó a Sicilia, de esta irá hacia Mesina: «No hay el menor soplo de brisa; sólo la marcha del barco turba la calma del aire dormido sobre el agua. Las orillas de Sicilia y de Calabria destilan un aroma de naranjos en flor tan intenso que todo el estrecho está perfumado, como si fuera la habitación de una mujer». Pasarán entre Escila y Carabidis hasta quedar frente a las islas Lípari, en donde destacan los volcanes Stromboli y Vulcano. De Lípari sale mucha de la piedra pómez que se comercia en el mundo. Y cuando unos días después llegan a Siracusa, explica: «Mucha gente atraviesa continentes enteros para ir en peregrinación a ver alguna estatua milagrosa». Y él lo ha hecho para ver a la Venus de Siracusa y también para admirar el Carnero de bronce. De la Venus, dice: «Una obra de arte sólo es superior cuando es, al mismo tiempo, un símbolo y la expresión exacta de una realidad». Esa mujer en mármol tiene la cualidad de parecer viva. Lo afirma el hombre que describe los paisajes, las ciudades, sus habitantes, sus costumbres, Guy de Maupassant, el lector de los autores rusos, el poeta sentimental, el cercano escritor de cuentos, el viajero convertido en turista.



Palabras de la contraportada:

«En la primavera de 1885, hastiado de París, Maupassant zarpó desde Cannes a bordo de un yate comprado con la fortuna que le proporcionaban sus éxitos literarios. Surcando el mar, llegará hasta “la perla del Mediterráneo”, hasta esa isla en donde “se encuentra todo cuanto en la tierra haya para seducir la mirada, el espíritu y la fantasía».

La editorial: Casimiro Libros.

MÁLAGA EN OCTUBRE

Mail Art - Pilar Alberdi

Bien podría ser esta imagen de uno de mis trabajos de mail art, una visión de Málaga. Pero veo dos espigones, dos escolleras avanzando hacia el mar y bien podrían hablar de la ciudad en que nací. Todavía recuerdo con ilusión aquellas exposiciones de Mail Art Internacional que organicé en Alcalá de Henares y Madrid. Aquellas otras en las que participé. Valga este pequeño recuerdo. Siempre ilusiona mirar atrás y ver que a un paso siguió otro.

domingo, 13 de octubre de 2013

«ESPAÑAHOGÁNDONOS...»

Poeta Blas de Otero

«Españahogándonos...» De Blas de Otero a Jaime Gil de Viedma.

Por:Pilar Alberdi


Estos días, mientras esperaba el nacimiento de nuestro quinto nieto, qué hermosa es la vida cuando nace y cuántas esperanzas trae, releí dos antologías de poesía, una de Blas de Otero (1916-1979) y otra de Jaime Gil de Biedma. Hablaban ellos de la España de los 50, de ese siglo XX en que algunos de nosotros hemos nacido, de esa posguerra estrecha de miras, del suplicio de los días iguales, sin futuro, de la pobreza, y miren por dónde, quién lo iba a decir, resultó que parecían estar hablando de hoy, de este día, de esta España, en la que en vez de dar soluciones inteligentes se da sufrimiento sin miramientos. Y la pregunta es sencilla: ¿por qué tanto sufrimiento? ¿Por qué destruir a las familias? ¿Por qué quitar a los pensionistas su futuro? Creo que hay personas que necesitan tener a otros por debajo suyo para sentirse un poco importantes. Crean la pobreza, la aumentan cada día, y luego dictan leyes con la intención de quitarla de la vista, de la suya especialmente. Y como la pobreza que crean no debería ser vista por el centro de la capital de España, resulta que ahora los músicos callejeros deberán pasar un casting en donde demuestren que saben cantar o tocar un instrumento musical, y los aparcacoches y otras personas que se ganan la vida, es decir, que sobreviven en las calles, serán multados con una cifras que, seguramente, no han visto hace meses. Y es que estos dirigentes piensan que estos pobres son ricos, sí, pero ricos de pobreza, en esta tierra de nadie, en donde falla la justicia social. En fin, que ya lo decía Blas de Otero, pero hace sesenta años: «Madre y madrasta mía,/España miserable/ y hermosa. Si repaso/con los ojos tu ayer, salta la sangre/ fraticida, el desdén/idiota ante la ciencia,/el progreso». Sí, el desdén ante la ciencia y el progreso, y también ante la educación y la salud pública universal...Y cuando habla de sí, el poeta, se vuelve humilde y reflexiona: «Para qué hablar de este hombre cuando hay tantos que esperan españahogándose». Y él soñaba con un mañana, estoy segura de que no pensó en este momento, en donde: «De haber nacido, haber/ nacido en otra España;/sobre todo/ la España de mañana». Pero no puede ser esta España la soñada, porque aquí se ha declarado a las corridas de toros Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad, y él escribía «Pregunto y me pregunto: ¿Qué es España?/ ¿Una noche emergiendo entre la sangre?/ ¿Una vieja, horrorosa plaza de toros/ de multitud sedienta y hambrienta y sin salida?». Y por si alguien cree que él habla mal de España, aclara: «En vuestras manos/tenéis España. Dicen que la dejo/ malparada. No es culpa del espejo./ Que juzguen los que viven por sus manos». Sí, que la juzguen estos 6 millones de parados, los jubilados a los que se condena a la pobreza, las pequeñas empresas que han desaparecido y las que sobreviven a duras penas, la falta de crédito y el aumento de la deuda de España de la que no nos beneficiaremos, pero que pagaremos todos.
Poeta Jaime Gil de Viedma
Y estaba yo en estos pensamientos, tarde de domingo, y en estas áridas relecturas, una noche de la semana pasada, cuando los versos de Jaime Gil de Viedma (1929-1990), otro poeta de los 50, de un golpe me empujaron de aquella España a esta: «Adelantaron/ las lluvias, y el Gobierno/ reunido en consejo de ministros/ no se sabe is estudia a estas horas / el subsidio de paro/ o el derecho al despido,/ o si sencillamente, aislado en su océano,/ se limita a esperar que la tormenta pase/ y llegue el día, el día en que, por fin/ las cosas dejen de venir mal dadas». Pero seguimos en la misma senda, y aquí no se extradita a torturadores o asesinos franquistas, ni aunque los pida la justicia de otro país... Y sólo queda hacer memoria, actos, conmemoraciones, y seguir insistiendo: «Porque no éramos muchos, es verdad, / en el campo sin cruces donde unos españoles/ duermen aparte el sueño, /encomendados sólo a la esperanza humana,/ a la memoria y a las generaciones»... Y que me digan a mí, que los poetas no viven en la realidad, que me lo digan, sí, que me nieguen que estamos un día sí y otro también en esta cruel espera, «españahogándonos», sin más.

viernes, 11 de octubre de 2013

DE PAUL RICOUEER A UMBERTO ECO: EL SENTIDO DEL TEXTO


Por: Pilar Alberdi

Se quejaba Umberto Eco en su obra Interpretación y sobreinterpretación de esas interpretaciones únicas, sacralizadas de ciertos textos religiosos, clásicos o modernos... que han superado el paso del tiempo. A fin de cuentas, una interpretación de un texto, es aquello que percibe un lector, según su formación lectora, su experiencia vital, y también el uso que quiera o no hacer de dicho texto. Y se quejaba, precisamente él, que ha sido un claro interpretador de textos de otros autores. Como su ámbito es el universitario, además del de la literatura, recordemos por ejemplo su obra El nombre de la rosa, conoce bien el tema de las diferentes corrientes críticas. Explica: «En algunos de mis escritos recientes he indicado que, entre la intención del autor (muy difícil de descubrir y con frecuencia irrelevante para la interpretación de un texto) y la intención del interprete (lector) que (citando a Richard Rorty) sencillamente “golpea el texto hasta darle una forma que servirá para su propósito; existe una tercera posibilidad. Existe una intención del texto». Y esta es, probablemente, aquella que pueden captar muchos lectores a través de sus conjeturas, pero poco más, porque el lector queda fuera las verdaderas posibilidades que dieron origen al texto y que muchas veces son una revelación hasta para los propios autores. Aciertos, ideas que surgieron de improviso y que superan la idea inicial del texto y su estructura. Umberto Eco, expresa esta situación de la siguiente manera: «un texto que es una máquina concebida para provocar interpretaciones, se desarrolla a veces a partir de un territorio magmático que no tiene ―o no tiene aún― nada que ver con la literatura».
El libro Interpretación y sobreinterpretación reúne las tres conferencias que Umberto Eco pronunció en la Universidad de Cambridge en 1992. En la primera analizaba a través de la historia del pensamiento occidental los secretos que los lectores especializaado pueden encontrar en algunas obras, contribuyendo con ello a que sean interpretadas de un modo único. En la segunda, amplía la idea de que no debería haber «interpretaciones correctas» de un texto e incide en la perspectiva de que el texto conlleva un «lector modelo», que leerá la obra en el sentido en «que se creó para ser leída ». Y la verdad es que este, es un punto de vista muy interesante. La tercera conferencia se refiere al hecho de que un autor que se dirija a una comunidad de lectores y no a un único lector, aquí entiendo yo por «comunidad de lectores» a aquellos que pertenecen a un ámbito o posición concreto, por ejemplo, profesores, editores, correctores, mujeres, hombres, jóvenes, niños así como a los que gustan de la lectura de determinados géneros (terror, cuento, novela...), sabe que será «interpretado no según sus intenciones, sino según una compleja estrategia de interacciones que también implica a los lectores, así como a su competencia en la lengua en cuanto patrimonio social», es decir en lo que supone en conocimiento compartido por una cultura, incluidas las interpretaciones de otros textos ya leídos, además del que se está leyendo. De todos es conocido, por ejemplo, que para alguien que no domine bien una lengua, y tenemos el ejemplo básico en los niños, será muy difícil captar las segundas intenciones, que pueden interpretarse en una palabra aplicada de un determinado modo o en una frase.
A los temas planteados en esas tres conferencias a cargo de Umberto Eco, contestaron Richard Rorty, Jonathan Culler, Christine Brooke-Rose, aportando sus propios puntos de vista.


Discurso y excedente de sentido de Paul Ricoeur (1913-2005)

Lo primero que cabría destacar en este ensayo de Ricoeur es su claridad. Resulta muy interesante su propuesta de que «el texto está mudo». Lo compara con una partitura y al lector con el director de una orquesta. Y añade: «Una interpretación debe ser no solamente probable, sino más probable que otra interpretación», con lo que se acerca al pensamiento expresado por Umberto Eco y, quizá también por otros autores, en la idea de que puede haber un lector modelo para cada texto.
Luego, diferencia aquello que el texto dice de lo que habla: «el texto habla sobre un mundo posible y sobre una posible forma de orientarse dentro de él». Por lo que el lector, si lo pensamos bien, además de interpretar lo que habitualmente conocemos como trama y subtrama, o historia y argumento, debe buscar o al menos interrogarse sobre otras cuestiones como (y esto lo apunto yo), ¿qué quiso decir el autor? Paul Ricouer reconoce la imposibilidad de acceder a la psique del autor. Y es verdad que no podemos acceder a ella en su totalidad, pero creo que el conjunto de la obra de un autor habla de su psique y, por supuesto, de su forma de estar e interpretar el mundo en que vive, aunque lo haga desde diferentes géneros literarios y temas. Sin embargo, afirma Ricouer, lo que importa verdaderamente es que como lectores podemos acercanos a la manera de «mirar las cosas (que tiene el autor), lo que constituye el genuino poder referencial del texto». Y por si quedase alguna duda de lo que ha querido decir, añade. «Las cartas de Pablo no están menos dirigidas a mí que a los romanos, a los gálatas, a los corintios y a los efesios».

domingo, 6 de octubre de 2013

«EICHMANN EN JERUSALÉN» de Hannah Arendt


Por: Pilar Alberdi


Hasta el año 1961, Alemania pagó a Israel, según datos que constan en el libro Eichmann en Jerusalén, un total de 737 millones de dólares en «compensación», si esta palabra puede utilizarse de ese modo, en el caso del asesinato de millones de personas de origen judío.
Por esa misma época, y es un dato a tener en cuenta, lo que nos permite comprender la impunidad de que gozaban los responsables del anterior régimen nazi tras la posguerra, de los 1.500 jueces de la magistratura alemana, más de 500 habían formado parte del Tercer Reich. A los que hay que sumar, la presencia en Alemania, de altos cargos del nazismo, que no se molestaron en cambiar sus nombres y apellidos y que ejercían sus profesiones liberales, ya sea como médicos, farmacéuticos, sin ningún temor. Si algunos fueron juzgados, las penas a las que fueron condenados no sumaron, en general, más de cinco años. Hubo algún caso de diez. Idéntica actitud se tuvo en el resto de Europa. Además los nazis contaron con la ayuda de la organización Odessa, fundada en 1946 para ayudar a prófugos nazis, como fueron los casos de Eichmann y Menguele.
Pero el juicio de Eichmann, teniente coronel de las SS, secuestrado en Argentina por agentes secretos del Mossad para ser juzgado en Israel, tiene como precedente el hecho de que cuando se descubrió que Josef Menguele residía en Argentina, se solicitó la extradición a aquel país y fue desestimada. Ante el temor de que ocurriese lo mismo con Eichmann, se opto por recurrir a los servicios secretos de Israel.Quien denunció la presencia de Eichmann en Argentina fue Simon Wiesenthal. Él, que había perdido a 89 miembros de su familia en los Campos de Exterminio, ayudó a presentar ante la justicia, con sus intensas búsquedas, a más de mil.
El juicio de Eichamann, iba a provocar amplias repercusiones en tiempos de la Guerra Fría. En primer lugar, en Alemania se abrieron algunas causas a nazis, aunque las condenas fueron pequeñas. El interés por este juicio motivó a numerosos medios periodísticos a enviar corresponsales para cubrir el proceso. Una de estas enviadas por la revista New Yorker, al parecer se ofreció ella, fue la filósofa, judeo alemana, Hannah Arendt, que se había refugiado finalmente en Norteamérica durante la Segunda Guerra Mundial después de haber pasado por otros países.
El resultado de su trabajo se resumió en cinco artículos que remitió a la revista y, posteriormente, en un libro Eichmann en Jerusalén. En la obra, la autora intenta no dejar cabos sueltos y, sobre todo, trasluce un pensamiento independiente que le causó algunos roces con la comunidad judía y también con varios intelectuales, entre ellos, Isaiah Israel.
La filósofa ve a Eichmann, y cita parte de sus declaraciones como lo que es, un hombre común, un eslabón más en la larga lista de la burocracia política y militar que hizo posible el holocausto y al que seis psiquiatras, con motivo de su enjuiciamiento, habían calificado como una persona «normal». Eichmann fue el oficial que estuvo a cargo de la emigración de los judíos alemanes (1933 a 1938) y posteriormente de las deportaciones masivas a Campos de extermino (1939). Solo en dos o tres ocasiones, según su propia declaración, tuvo que asistir a aquellos lugares de desolación y muerte, y ver algo de lo que allí ocurría, y quedó consternado, aunque siguió cumpliendo con la tarea que le fue ordenada. El hombre capaz de llevar adelante esa tarea, fue el mismo que devolvió por «malsano», según nos cuenta Hannah Harendt, el libro Lolita de Nabokov que le habían prestado mientras permanecía preso en Jerusalén, y el mismo que se declaró inocente, negó haber cometido crímenes y alegó en defensa de sus actos, la obediencia y las leyes que imperaban en la Alemania de esa época.
Dice la autora, «No fue hasta el estallido de la guerra, el 1º de septiembre de 1939, cuando el régimen nazi se hizo abiertamente totalitario y abiertamente criminal». Era el tiempo en que Himler, inventaba frases para levantar la moral de los soldados: «Mi honor es mi lealtad». Hitler se presentaba como el Mesías que iba a salvar a Alemania y al mundo de los judíos, los gitanos, los comunistas, los homosexuales y lesbianas, las personas con minusvalías, los opositores políticos...
Una brutal maquinaria de aniquilamiento se había puesto en marcha, pero la escritora aclara que aunque los sistemas totalitarios hacen desaparecer personas, no hay «bolsas de olvido». Sin embargo, contra este olvido hay que luchar, porque las víctimas, la mayoría de las veces, no tienen voz ni se les ofrece justicia, y sobran ejemplos como para citar aquí, incluidas las víctimas del franquismo.
Lo terrible y degradante para cualquier persona que viva en este mundo y, en especial en Europa, es saber que estos hechos ocurrieron hace relativamente poco tiempo, que los vimos revivir no hace tanto en Yugoslavia, y que en esta Comunidad Europea en crisis, hay ejemplos de nuevos estallidos fascistas a través de organizaciones de ideario racista.
La filósofa Hannah Arendt escuchó a Eichmann, si bien lo hizo como corresponsal de una revista, pero sobre todo como persona que conoció lo sucedido en Alemania y como intelectual atenta a lo vivido. Percibe que que por falta de memoria del acusado que se limita a hacer hincapié en unos sucesos y no en otros, y por una mala gestión de su abogado, que quizá desconocía algunos hechos, o simplemente porque su defendido ni siquiera los recordaba o porque se sentía lo suficientemente culpable como para no mencionarlos, podía haber aportado el testimonio de algunas personas judías a las que facilitó la salida de Alemania o, incluso, el traslado de deportados a determinados Campos de Exterminio, en donde pensaba que por encontrarse ya en el final de la guerra, quizá pudiesen salvarse. Nada le disculpaba, pues ya era parte del gran entramado de muerte, pero este último tipo de acciones, al ver que los altos mandos ya no podían controlarles, fue llevado a cabo por numerosos oficiales con el desconocimiento de sus superiores.
Hannah Arendt también lo escuchó con atención cuando dijo que quedó horrorizado al ver, en las dos o tres ocasiones en las que fue obligado a estar en los campos de exterminio o en zonas de fusilamiento, la forma en que se mataba, y lo vivos que parecían los cadáveres después de haber inhalado el gas de la muerte o cómo se arrojaba tierra sobre personas que aún se movían, después de ser obligadas a desnudarse, a colocarse en una zanja, ya sea de pie o recostadas, y a ser ametralladas, y se olvidó decir otras atrocidades previas como las violaciones y vejaciones de todo tipo, aunque cita el horror con que vivió como le rompían los brazos a una mujer joven. Pero ¿por qué hay que decir todo esto en voz alta? ¿Por qué hay que verlo una y otra vez en los documentales de la época, en las fotos que sacuden con una fuerza sin igual nuestro corazón? Porque es necesario saber lo que personas aparentemente normales son capaces de hacer o de dejar que otros hagan cuando impera el terror y se hace un hueco el militarismo. Y aunque nos gustaría pensar que no volverá a suceder, hemos visto esos campos y esos desaparecidos en países como Argentina, Uruguay o Chile.
Ante los testimonios de los testigos de aquellas matanzas, el juez del juicio a Eichmann preguntaba por qué no se rebelaron. Hannah Arendt resume lo dicho en la sala, indicando que para la mayoría de aquellas personas, después de años de persecución, pérdida de derechos y bienes materiales, engaño y sometimiento, morir por los disparos, era lo mejor que podía sucederles, ya que había muertes todavía peores. Y, además, ¿cómo podían rebelarse cuando las consecuencias podían ser terribles para los suyos? Sabemos que se quemó a mujeres y niños dentro de iglesias, que se hizo desaparecer poblaciones y pueblos enteros. Pero pese a todo este conocimiento, entre las cosas que no le perdonaron algunos a la escritora, fue que se sumara a las voces de otros que antes que ella, dijeron que el juicio a Eichmann debía haber sido internacional. Tampoco se le perdonó la última frase de su libro, en donde se hablaba de «la banalidad del mal». («Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes»), pero menos todavía se le perdonó que dijese algo sobre los Consejos Judíos, creados y establecidos por los nazis en los ghettos, citando el libro The Destruction of the European Jews (La destrucción de los judíos europeos) de Raúl Hilber, quien escribió sobre la creación de aquellos Consejos y de la policía judía que dominaba en los ghettos: “Fue un sistema que permitió a los alemanes ahorrar personal y fondos, y al mismo tiempo aumentar su dominio sobre las víctimas. Una vez dominados los dirigentes judíos, estaban en posición de controlar a toda la comunidad”. Hannah Arendt escribió: «Para los judíos, el papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa». Presos judíos también eran los que recibían, junto a los oficiales nazis, a los grupos de deportados, y quienes retiraban los cuerpos gaseados y los llevaban a los hornos. Eichmann, durante el proceso, corroboró con sus declaraciones los datos aportados en su día por Raúl Hilber. El sistema que habían creado les permitió conseguir sus objetivos con mayor facilidad.
Si a esto sumamos que la propia Arendt en 1961 recomendó la no publicación del libro de Raúl Hilber a la editorial Princeton University Press, obra que fue publicada con posterioridad en una editorial pequeña, nos damos cuenta de que, al margen de las consideraciones que ella hubiera podido tener en aquel momento para la no recomendación de ese libro, el hecho de reconocer dos años después en su obra Eichmann en Israel, la importancia de los datos presentados por Hilber, basados en los archivos nazis a los que tuvo acceso, con la afirmación de que esos Consejos Judíos sirvieron a los fines nazis, debió ser un tema difícil de aceptar, incluso para ella.
La pregunta de Arendt es: «¿Por qué colaboró aquella gente en la destrucción de su propio pueblo; a fin de cuentas, en labrar su propia ruina?», ya que eran los encargados de hacer las listas de las personas que vivían en los ghettos así como de sus bienes materiales.
Algunos de los responsables de esos Consejos o de otros organismos judíos que luego fueron juzgados en Israel, justificaron sus actos diciendo que no podían decir a toda esa gente que iban a morir, o que se sintieron bien de haber podido salvar a algunos; aunque otros responsables de Consejos actuaron diferente, comunicando a los demás la situación y eligiendo entre todos qué postura tomar o, en algún caso, suicidándose porque moralmente no podían cumplir las órdenes encomendadas por los oficiales nazis que les habían puesto al frente de esos Consejos.
También hay que tener en cuenta que oficiales como Eichmann, ignoraban que se llegaría a lo que se dio en llamar la Solución Final y que se aceleró a partir de julio 1942. Es más, el propio acusado había llegado a considerar que era posible crear un Estado Judío en el Este de Europa.
Las últimas palabras de Eichmann en el patíbulo, antes de ser ahorcado, fueron: «¡Larga vida a Austria, larga vida a Alemania, larga vida a Argentina, nunca las olvidaré!».
¿Era eso todo lo que tenía qué decir? Me pregunto: ¿agradecimiento a Austria porque allí se sintió despreciado como alemán; a Alemania, porque su incorporación al partido nazi en Austria le permitió encontrar un rumbo en su vida y sentirse «importante», ¡ay, cuánto sabía de esto el psicoanalista Adler!; y a Argentina porque llegó allí gracias a la organización Odessa y se sintió protegido, tanto que ni siquiera se cambió de nombre, se reunió con su familia y trabajó en una empresa de fabricación de coches? Por supuesto, en esas últimas palabras no hay ninguna para las víctimas.
Quizá la historia de Eichman, que puede contarse a través de algunos los datos de su biografía, debería entenderse psicológicamente a partir de estos otros: Hubo una vez un niño que se quedó huérfano, cuyo padre se volvió a casar y se marchó a Austria, pero el pequeño no se sintió querido por la nueva mujer de su padre que le dio dos nuevos vástagos a aquél; allí el pequeño Adolf se hizo amigo de un niño judío de nombre Salomon en cuya casa se sentía feliz porque allí sí se sentía en familia y gracias a este niño aprendió yidish...
Y, si seguimos con los demás oficiales, incluso con el propio Hitler, encontraremos un padre violento y alcohólico, y con otros dictadores más de lo mismo... Y, muchos de ellos, presentaron dificultades con los estudios,probablemente por las circunstancias en que vivieron, lo que les ocasionaría falta de concentración y de sentido para imaginar su futuro. Eso es lo que encontraremos: el escaso amor que recibieron en su niñez y el maltrato. Aborrecen, pues, la debilidad que padecieron e inconscientemente desean ocupar el lugar (superior en cuanto a dominio) de quien les vejó. Padecen, un grave «complejo de inferioridad» unido a otras psicopatologías.
Hay en Youtube vídeos de la época, especialmente, algunos de los que están realizados con imágenes tomadas por Eva Braun, la joven amante de Hitler. Al margen de la opulencia en que vivían, observen el lenguaje corporal que muestran los jerarcas nazis, además del típico saludo nazi, miren los brazos cruzados, las manos tomadas por delante del cuerpo, «en barrera», que puede leerse al mismo tiempo como protección de sí mismos y superioridad; también les vemos con las manos sujetas por detrás de la espalda que significa una demostración de seguridad y experiencia; los pulgares sobre el cinto y las manos «en jarras» ofrecen un claro mensaje de poder y superioridad; las manos en el bolsillo, que algo se esconde o desinterés por aquello de lo que se está conversando en ese momento; también les vemos llevar la cabeza alta, erguida; la mirada directa y de frente; resulta abundante la fuerte gestualización, el movimiento enérgico de manos y brazos para acentuar algunas partes de su locución y lo hierático e histérico de muchos de sus gestos.
Según testigos de la época los nazis siempre parecían llenos de ira, eso también les permitía mostrarse fuertes y seguros de lo que hacían. Si aceptamos que más del 80% de la información que recibimos es por la vista, podemos comprender lo que significaba este tipo de mensajes, así como el de otros actos de propaganda.


Frases:
«Cuando nace un niño judío no sé qué hacer con él: no puedo dejar al bebé en libertad, pues no existen los judíos libres; no puedo permitirles que vivan en el campamento, pues no contamos con las instalaciones que permitan su normal desarrollo; no sería humanitario enviarlo a los hornos sin permitir que la madre estuviera allí para presenciar su muerte. Por eso, envío juntos a la madre y a la criatura».
Josef Menguele. Responsable del Campo de Concentración de Auschwitz

«Entonces tomé la decisión de no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Unos pocos días después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero». Hitler

«para luchar hace falta odio» Hitler

Frase que figuraba en la puerta de entrada de algunos Campos de concentración: Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres), que podía leerse con un doble sentido. En el campo de Buchenwald, decía: Jedem das seine (Cada uno lo suyo).

Frase escrita por Günther Anders, seudónimo del filósofo judeo polaco Günther Stern (1902-1992), primer esposo de Annah Arendt, autora del libro Eichmann en Jerusalén. La frase expresa el sentimiento de culpabilidad (propio de todo sobreviviente, y también de un “duelo” no resuelto) cuando visitó Auschwitz, ya que él, igual que su esposa también sufrieron la persecusión nazi: «Si se me pregunta en qué día me avergoncé absolutamente, responderé: en esta tarde de verano cuando en Auschwitz estuve ante los montones de anteojos, de zapatos, de dentaduras postizas, de manojos de cabellos humanos, de maletas sin dueño. Porque allí tendrían que haber estado también mis anteojos, mis dientes, mis zapatos, mi maleta. Y me sentí -ya que no había sido un preso en Auschwitz porque me había salvado por casualidad- sí, me sentí un desertor».


Foto: tomada de Internet, en la que se aprecia la frase Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres)en la puerta de entrada de Auschwitz.