viernes, 31 de octubre de 2014
ENCUENTRO CON LOS PEQUEÑOS LECTORES
Organizado por el Centro Andaluz de las Letras, visitaré el próximo 12 de noviembre el pueblo de Álora, en la serranía malagueña, en donde tendrá lugar una reunión con los pequeños lectores, en la biblioteca municipal Tomás García.
Iré subiendo más información en el siguiente enlace.
sábado, 18 de octubre de 2014
«PAMPLONA» DE VÍCTOR HUGO
Por: Pilar Alberdi
Probablemente, muchas personas ignoren que Víctor Hugo(1802-1885), el genial autor de la novela El jorabado de Notre Dame, Los miserables, y tantas obras más, entre ellas, ese tipo de novela analítica, hoy le llamaríamos periodística, como fue El último día de un condenado a muerte, residió parte de su niñez, en España. Su padre, un general, era también el gobernador de las «provincias centrales» (Ávila, Segovia,Guadalajara...) y respondía de su tarea ante José Bonaparte, hermano de Napoleón. Aquella experiencia familiar en la Península, le permitió saborear la sonoridad del idioma, la arquitectura, la literatura, no dejará de citar luego a autores españoles, y en sus recuerdos quedará para siempre, no sólo lo mejor, sino la visión de las crueldades de la guerra y la extrema pobreza de la población. Poco importaba que le llamaran: “el chiquito francés”, él se sintió por momentos, tan español como cualquiera.
Treinta años después regresará a España y lo hará por el camino del norte que llevaba a Pamplona. Lo que observamos en estas palabras que nos acerca la editorial Casimiro es un redescubrimiento de aquella España. Vuelven los recuerdos de la pobreza y de la violencia, pero también los de la valentía. No pasa indiferente por villas como las de San Sebastián, Hernani, Tolosa. A su paso, recuerda los nombres de ilustres marineros o guerreros. Su mirada, aún quedándose atrapada en los blasones, los balcones, lo pórticos de las iglesias, va más allá, y el viaje, la dureza del mismo, le hacer reflexionar sobre la vida de las personas y de los animales. Como va en diligencia, como el trayecto es difícil, como los caminos de las montañas vascongadas señorean al pie de los precipicios, no solo observa la sacrificada que es la vida de los pobladores y de los hombres que conducen la diligencia, sino la de los animales que lo hacen posible. Mirando el ajetreo del cochero y sus ayudantes, y el de las pobres mulas que en alguna parte más díficil del ascenso por las montañas, tienen que ser ayudadas por una yunta de bueyes y algún campesino, dice: «viven [las mulas], vagamente iluminadas por los vacilantes resplandores del instinto, ensordecidas por cien cascabeles en sus oídos, casi cegadas por las anteojeras, aprisionadas por las guarniciones, asustadas por el ruido de las cadenas, las ruedas y el empedrado», y esto cuando tienen la suerte de llegar a ciudades principales, que en las demás, sólo barrizal encuentran.
Cree, Víctor Hugo, que hay ahí, en la reflexión posible de la relación entre las personas y los animales, un verdadero abismo para el pensamiento. «La filosofía se ha ocupado poco del hombre fuera del hombre», dirá, mientras afirma que otra moral tendrá que ser entrevista.
Su mirada sobre España le hace decir que es un «país admirable, muy curioso y divertido». Y, afirma el viajero, como lo haría un turista actual: «Mientras llueve en París, yo tengo aquí el sol, y el cielo azul, y apenas las pocas nubes que se necesitan para simular magníficas humaredas en las montañas», pero cuando baja la vista hacia la población, y ve a la gente descalza, clama: «¡Oh, España decrépita. (…) ¡Grande historia, gran pasado, gran porvenir! ¡Presente feo y miserable: y en todos lados aceite y vino». Y llama la atención sobre un tema, al que la sociología de estos últimos años ha dado importancia, ese vacío sin mirada que yace entre las grandes carreteras. Dice: «Hay siete u ocho grandes carreteras; todo el mundo las sigue. Nadie conoce los lugares intermedios», y se lamenta también por esa Europa, la de los ferrocarriles, que al mismo tiempo que une unas poblaciones, separa otras.
Como gran pensador, como persona sensible, le exaspera ese «aburrirse» de la gente, por ejemplo, el de algunos de los viajeros con los que tiene que convivir, esa queja tan ajena a su modo de ser, y señala convencido, que «los detalles en la naturaleza son la vida; en el arte, el estilo».
Hay, en este ensayo, esa sinceridad que hoy, probablemente, nos falta. En la prosa de Víctor Hugo, una iglesia puede ser «horrible», el estilo de un edificio «feo y pobre», «calvas las montañas y serias las llanuras». Es un gran detallista, Víctor Hugo, dice lo que piensa. El instante que vivió, lo comparte en palabras,y, en cierto grado, lo revivimos con él. De verdad, complace saber que no pasó por la vida indiferente. Reclama siempre nuestra atención, nos despierta. Sin duda, toda su obra, y estos apuntes viajeros en particular, serán siempre, una invitación a la lectura.
lunes, 13 de octubre de 2014
EL CONTRATO SOCIAL
Por: Pilar Alberdi
«El hombre es bueno por naturaleza» Jean Jacobo Rousseau
Me pregunto: ¿qué filósofo no habrá leído el Contrato Social de Jean Jacobo Rousseau? Entiendo que han sido numerosos, aunque tengo dudas sobre cuántos políticos lo han leído, porque si lo hubieran hecho tendrían otra conciencia de su mandato, la de que sólo son los representantes de quienes les han elegido.
Así como en cualquier ciudad puede reconocerse a través de antiguas ruinas la ciudad que fue en otros tiempos, lo mismo sucede con la filosofía. Recordaba Freud (1856-1939) en El malestar de la cultura que aunque en el cuerpo del adulto ya no se pueda vislumbrar al niño que fue, si se lo puede encontrar en su psique. Y en el pensamiento de los filósofos sucede lo mismo. Si detrás de Albert Camus (1913-1960) podemos encontrar a Rousseau, el primero dirá que antes que el Contrato Social de Rousseau está el de Hume (1711-1776), y tiene razón en varios sentidos, no solo el de que aquella obra le preceda, sino que Hume, buen amigo, ayudó a Rousseau cuando este se exilió en Gran Bretaña. «Somos hijos de nuestras obras» como dijo Cervantes, pero aún más de las de los demás. También lo somos de nuestro pasado.
En aquellos tiempos y aún después, cien páginas les bastaban a aquellos filósofos para decir lo esencial, hoy parece que necesitamos muchas más, y seguro que no decimos tanto.
Del Contrato Social de Rousseau salen muchas de las frases más conocidas del autor, esas que podemos encontrar por diferentes webs de Internet, un tanto solitarias, un tanto encadenadas unas a otras, como nacidas de no se sabe dónde. Pero en sus tiempos, los temas eran claros, aún los más difíciles, a la guerra se la llamaba «guerra», para qué menos, un conjunto inacabable de guerras entre nobles, reyes, Papas, etnias diversas, ansias libertarias, los tenía acostumbrados a ese holocausto, y pese al horror que significaba y continúa representando, se la declaraba, incluso se guerreaba de verano en verano, todavía no había llegado el cínico y espantoso tiempo de los eufemismos dispuestos para encubrir matanzas de civiles por doquier.
Se asombraba el filósofo francés de que los hombres nacieran libres y vivieran en todas partes encadenados. Me pregunto qué diría de estos tiempos de desinformación permanente, de estas cadenas invisibles. Quizá reflexionaba sobre esto, Rosa de Luxemburgo (1871-1919), cuando escribió aquello de «Quien no se mueve no escucha sus cadenas». Yo escucho las mías cada vez que intento informarme, es cuando mejor las escucho. Y si me muevo un poco, si paso de la televisión a las redes sociales, si escuchó las necedades que dicen tantos, porque son tantos, políticos, y representantes de Organismos internacionales y empresariales, entonces reconozco la cárcel en que nos movemos, pero no necesariamente a los verdaderos carceleros. Encadenados, sí, por enculturación, por etnocentrismo y patriarcalismo, por la constante desinformación, por los cantos de sirenas, por la relación entre los grupos poderosos y el discurso que imponen, pero también por el horror, el temor y la impotencia.
Sabía Maquiavelo, que la otra parte, el opresor, que siempre es el más fuerte «no lo es jamás bastante para ser siempre el amo o señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber». Y ahí esta el problema, la ley, siempre es la del más fuerte. La ley capaz de desahuciar a las personas y dejarlas en la calle, la ley que impide al inmigrante el acceso a la sanidad universal, la ley que juzga rápidamente a los pobres y a los que se atreven a señalar algunas grandes verdades y demora los juicios por largos años cuando se trata de gente cercana o que es parte del poder. Ese que hace posible que aún moviendo la rama, no se caigan las hojas o que logra que si se caen sean invisibles. Pero que tengamos casi que pedir permiso para vivir, para tener un trabajo, una casa, para soñar que nuestros descendientes vivan dignamente, eso, resulta imperdonable. El tiempo de los esclavos ha pasado y si otro nuevo llega, será el de los robots: la antihumanidad, la humanitas de unos pocos ricos, por primera vez, terrible decirlo, la imprescindibilidad del resto, de aquellos que siempre fueron la mano de obra, se llamasen esclavos, siervos o trabajadores.
No me conformo, y lo digo. Contrato como Pacto Social, como garantía, contrato para ser cumplido. ¿Cumplido? Por tanto, la ley de ayer no tiene por qué ser aceptada hoy. De ahí la importancia del despertar. «Desde que al tratarse de los negocios del Estado, hay quien diga: ¿qué me importa? El Estado está perdido». Y eso que él no conoció las tarjetas opacas, pero sí las reuniones de salón, la entrega feroz de una nación a los sicarios de turno. Lo que sabía Rousseau, nosotros lo vamos descubriendo ahora, toda esa piratería de guante blanco, la de las «puertas giratorias» que van de lo público a la empresa privada, la pandilla de amiguetes, los invitados de turno a la mesa del poder... ¿Nada nuevo bajo el sol? Nada. Realmente, hasta nos parece increíble que las palabras del filósofo mantengan tal vigencia hoy en día, al margen de que siendo aquel un tiempo de Revolución e Ilustración, abriese las ventanas a nuevas realidades. No tenemos, pues, más que mirar a nuestros alrededor, la corrupción cruza el Estado de una frontera a otra, de un mar a otro; de este continente a otros, en donde los paraísos fiscales como grandes huchas inmoderadas, devoran en gran medida lo que podría haber sido parte del bienestar de la mayoría.
¡Que razón tenía, Rousseau! «Por este fácil medio [el de la representación ya sea elegida o no],todos los gobiernos del mundo, una vez que poseen la fuerza pública usurpan tarde o temprano la autoridad soberana». Vamos a pagar, porque así lo especifica un contrato, el descalabro de una empresa de fracking frente a la costa murciana, peor nos irá con el contrato comercial entre Europa y USA. Cuando Rousseau describe el mundo del siglo XVIII, nos retrata sin pretenderlo. No imaginaba que su mensaje podía llegar tan lejos, que sería leído con placer y sorpresa al mismo tiempo, en futuros siglos. Incluso me parece que alguna de sus frases las dirige de forma directa a nuestro gobierno: «cuando a pesar de su esplendor un país se despuebla no es verdad que todo marche bien». Y me deja pensando en el exilio de la juventud española que no encuentra trabajo, porque nadie lo creará, porque no hay más que darse un paseo por los polígonos industriales para ver los carteles de «Se alquila» o «Se vende», mientras el crédito no fluye y sigue salvando a los bancos. No está de más decir que este golpe mortal, ya lo vivió con dictaduras incluidas, Latinoamérica, en los años setenta del s. XX. Y el FMI pidiendo todavía más moderación en los salarios, y el Banco Central Europeo dando dinero a los bancos, y Estados Unidos imprimiendo dólares a diario, continuarán con su cantinela de que no se hace lo suficiente, cuando los que se benefician y se ríen de los demás son siempre los mismos. El poder, de eso se trata. Mandar, sentirse importante, más que otro, de eso trata el poder. Pero no es lo mismo un año para un anciano que para un joven. A un joven le corre más rápido el tiempo, lo empuja a actuar, incluso a irse. ¡Lástima de juventud que tiene que marcharse! Pero, ¿y a los mayores que les queda? El temor a lo que vendrá: ¿podrán cobrar sus jubilaciones, les alcanzarán para vivir, para comprar sus medicamentos? Platón en su República, planteaba que el nivel básico para vivir de todos los ciudadanos debía ser la posesión de una casa y tierra para cultivar con el fin de sustentarse. Era una época en que había esclavos. Hoy, hablamos de una «renta básica», necesaria, y algunos se sorprenden.
Me parece importante recalcar la pregunta clave del libro de Rousseau, que a mi juicio, es: ¿a cambió de qué vende el pueblo su libertad, por qué está dispuesto a nombrar representantes que usurparán su mandato? Por qué está dispuesto a conformarse cuando le dicen que hay Bienestar Social y luego cuando no hay, o cuando le anticipan que cada día habrá menos. Y una piensa en la respuesta típica: orden, seguridad, que la maldad de uno o más quede sometida para el mayor bien de todos...
La respuesta, es una idea utilitarista en el fondo, también comunitarista. Apela a la justicia social. Viajera en el tiempo, la idea, nos llega desde la época feudal, de aquellos señores y aquellos vasallos, del clero y su inmenso poder. De ahí que Rousseau afirme ya en plena Ilustración, que «un rey, lejos de proporcionar la subsistencia a sus súbditos, saca de ellos la suya, y según Rabelais, un rey no vive poco».
Si releemos, y lo hacía yo estos días a Ernst Bloch (1888-1975) y su obra sobre Thómas Münzer y el decálogo de «la rebelión de los campesinos» en Alemania, el sentido de la lucha social es la misma para todas las épocas, la exigencia de derechos mínimos. Exigían que las extensas tierras de los señores no estuviesen acotadas, que se pudiese cazar, cruzar lindes, beber de los ríos, dar el diezmo sí, pero a los más pobres de entre los suyos, y no a los príncipes ni al clero. La desesperación les obligó a ofrecer la vida en esa lucha, que inexorablemente perdieron. Después vinieron algunos cambios, con los mismos en el poder, por supuesto. Acabar con el que exige más, en eso consiste el poder, dejar al que se doblega y acepta menos. ¿Entroncaríamos aquellas prioridades con los temas ecológicos de hoy? Incluso, con eso se podría. El respeto al ser humano, comienza por el necesario a la naturaleza, sin cuya vida, así como con el respeto a las demás especies, la humanidad no es nada.
Pero de todas las frases de este libro de Rousseau, quizá la más terrible, al menos para mí, es esta: «la especie humana, dividida en rebaños, cuyos jefes los guardan para devorarlos». ¡Tantas guerra como ha habido! ¡Tantas injusticias! ¡Tantas como seguirá habiendo! Si pudiera conocer los datos que hoy sabemos, se asombraría de lo que fue capaz en malignidad el siglo XX, y de lo que está dando ya de sí el XXI. Cada día se mueren de hambre: 17.000 niños. Aumenta la producción de armamentos, que enriquece, por supuesto, a numerosos países. ¿Cómo se puede escribir esto sin sentir dolor y, al mismo tiempo, vergüenza? Es imposible. ¿Tan terribles somos, tan imperfectos? ¿Nunca cambiaremos?
Jean Jacobo Rousseau fue, como todos nosotros, un ser con grandes luces y sombras en su vida. Tuvo una infancia y una juventud difíciles, que le facilitaron sentir empatía por el sufrimiento de los más débiles y desamparados. Fue pintor, músico, relojero, grabador, esos oficios le permitieron sobrevivir. Sus hijos acabaron en hospicios por su propia decisión. Con la publicación del Contrato Social y otras obras, muy especialmente con Emilio o De la Educación sufrió persecución. Conoció el destierro, vivió pobremente, incluso enamorado, y los últimos años de su vida se sostuvo económicamente haciendo lecturas públicas de sus memorias. ¿No es ingrato que quién ve y denuncia tenga que pasar por estas iniquidades? Lo ingrato sería ver y no decir.
Ocurrió hace 235 años, fue un 9 de octubre, cuando la Asamblea Constituyente surgida de la Revolución francesa (1779), derrocado ya el «Antiguo Régimen», ordenó el traslado de los restos de Jean Jacques Rousseau al Panteón de Hombres Ilustres. Marcado por su época y a la vez opuesto a ella, atrás quedaban sus libros proscritos y quemados en la hoguera. El Contrato Social de Rousseau, tan actual.
Publicado en NuevaTribuna 13-10-2014
jueves, 2 de octubre de 2014
AVERROES: ÚLTIMAS HORAS EN MARRAKECH
Por: Pilar Alberdi
Me encuentro estos días estudiando la Historia de la filosofía medieval y renacentista. Es un encuentro positivo que me permite comprender el paso de la teología a la filosofía que debieron dar los llamados, primeros padres del cristianismo: san Agustin, san Anselmo, santo Tomás de Aquino... No son santos porque hubieran sufrido martirio sino porque así los considera la iglesia. Su mayor problema no fue explicar la existencia de Dios, para ello encontraron muchas razones, sino explicar las tres personas en una, es decir, la unión del Hijo, el Padre y el Espíritu Santo en una misma persona, lo que les obligó a filosofar, a debatir, a sumar reflexiones, y en este camino, con un encuentro inesperado con las obras de Aristóteles que volvían a Europa, de la mano de los filósofos musulmanes como Averroes (1126-1198), o el judío Maimónides, a los que bien podríamos llamar hoy y sentir como españoles ya que nacieron en la península y en ella vivieron en la ciudad de Córdoba. Estos conocían las obras del filósofo griego a través de copias manuscritas en árabe.
Aristóteles fue un gran clasificador, discípulo de Platón, no creía que la vida se extendiese más allá de la muerte a través del alma, o que hubiese algo más, creencia que sí estaba, y empapaba, la teología cristiana desde los tiempos en que Roma se convirtió al cristianismo. Pensemos que el termino Iglesia viene del griego Ekklesía (Asamblea) de la polis griega aunque también se consideran otras referencias.
Como digo, me encontraba yo en esta tarea cuando entre la bibliografía de que dispongo, accedo a un libro de 1919, titulado Averroes.Compendio de Metafísica, texto árabe con traducción y notas de Carlos Quirós Rodríguez. En las primeras páginas figura el nombre del censor y también el de responsable eclesiástico que autorizó la publicación. Se trata de una edición de la Academia de Ciencias Morales y Políticas. (Libro que perteneció o pertenece a la Biblioteca Provincial de Córdoba, así lo dice el sello que figura en algunas de sus páginas, y que escaneado puede encontrarse en Internet).
El traductor de la citada obra menciona en la introducción unas palabras de Menéndez Pidal, tomadas del libro de Asín: Algazel:Dogmática, Moral, Ascética. Págs. 12 y 13, sobre la dificultad de encontrar obras que pudieran considerarse fieles a los textos de Averroes. Se queja en 1901,el filólogo, folclorista e historiador medievalista: «Había que buscar las principales obras de Avicena, Algazabel y Averroes en bárbaras interpretaciones latinas muy difíciles de encontrar ya, hechas sobre otras hebreas, que en su mayor número están inéditas». Continúa: «Lo que son esas traducciones latinas (calco grosero y servil de las palabras, no del sentido) sólo podemos decirlo los que por necesidad hemos tenido que manejarlas o consultarlas alguna vez. Parece increíble que Averroes, interpretado de esta forma haya podido ser el pasto intelectual predilecto de los libres pensadores de la Edad Media».
Averroes, hijo y nieto de jurisconsultos, también sirvió como cadí de los sultanes almohades, primero de Yúsuf y después de su sucesor Yacub Almansur. Durante este último período, Averroes sufrió la acusación de que sus obras se oponían a las creencias musulmanas y fue desterrado. Marchó a Lucena y tiempo después a Marrakech. Durante esta estancia le fueron devueltos los honores, y poco después falleció en esa misma ciudad, al pie del Atlas.
Creo que con lo anterior queda explicado un poco el contexto en que estas obras llegan a Europa y la utilidad que tuvieron pese a sus deficiencias y también quién fue Averroes. Pero lo que yo quiero contarles y para no extenderme en la teoría es una anécdota que viene en este libro. La historia la cuenta Abenarabi en su obra Revelaciones de la Meca. Era este, un místico murciano contemporáneo de Averroes, quien dice haber visto en Marrakech, primero el entierro de Averroes y tiempo después los preparativos para el traslado de sus restos con destino a Córdoba.
Como aclaración diré, que quien haya estado en Marruecos, o ha tenido la posibilidad de ver documentales o fotos, sabe de la necesidad de utilizar burros para el traslado de mercaderías, dada la estrechez de las callejuelas, especialmente en los barrios antiguos y en los zocos, donde no caben otro tipo de vehículos, salvo pequeños carros. Este dato es importante y ahora verán porqué.
Abenarabi relata que se encontraba entre varios conocidos viendo la preparación del traslado de Averroes sobre un burro. «Estaba yo allí parado, en compañía del alfaquí y del literato Ahalhasan Mohamed Bemchobair, secretario de Sid Abusaid (uno de los príncipes almohades) y de mis discípulo Abulhaquem Omar Benazarrach, el copista. Volviéndose éste hacia nosotros, dijo: “¿No os fijáis acaso en lo que le sirve de contrapeso al maestro Averroes en su vehículo? (Se refiere al burro y a las alforjas o cajas que llevase a los lados). A un lado va el maestro y al otro van sus obras, es decir, los libros que compuso”. A lo cual replicó Bemchobair: “¡No lo he de ver, hijo mío! ¡Claro que sí! ¡Bendita sea tu lengua!” Entonces yo tome nota de aquella frase de Abulhaquem, para que me sirviera de tema de meditación y de recordatorio. Ya no quedo más que yo de aquel grupo de amigos. ¡Dios los haya perdonado!, y dije para mis adentros: “A un lado va el maestro, y al otro van sus libros. Más dime: sus anhelos, ¿viéronse al fin cumplidos?”»
Averroes falleció un 10 de diciembre de 1198 y su obra aún perdura.
© De la foto:Fotolia
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