sábado, 24 de octubre de 2015

EL OTRO PIE DE LA SIRENA

Reseña: Pilar Alberdi

Los proverbios africanos nos hablan de un pueblo sensato. Recuerdo que adquirí mi primer ejemplar de estas voces africanas en la adolescencia y, siempre he vuelto a él. Allí hay palabras que deben ser escuchadas. Hoy, contamos con una serie de Fundaciones y de entidades que buscan ampliar esas voces, una de ellas es Casa África, a la que corresponde el honor de publicar a autores africanos.
El autor, Mía Couto no es un hombre negro, o sí. Todo depende. Nació blanco y en Mozambique.
Se dice en la contraportada de esta novela que se trata de «una novela de viajes y encuentros imposibles». Estoy de acuerdo, el mayor de ellos, el más importante, el encuentro, ilimitado viaje, con uno mismo.
Entre los personajes principales, aquellos por los que vamos conociendo los hilos de esta madeja, están Mwadia Malunga y su pareja Zero Madzero.
Como en algunas novelas latinoamericanas, la magia se enraíza con poblados míticos, el que se ha dejado, aquel al que uno se dirige, si lo prefieren, aquel en el que se está y aquel que se recuerda y al que nunca se regresa totalmente, ni siquiera volviendo. Además, si uno está decidido hasta puede fundar su propio reino.
Estos temas del ir y el venir, los conocen bien muchos pueblos, y todos los inmigrantes:
―¿Te vas para siempre?
―Volveré.
―Si tienes que volver, vuelve antes de irte.

Los nombres de los personajes y de los lugares tienen su porqué. Qué mejor nombre para un militar que Edmundo Esplendor Marcial Capitani. Los nombres siempre señalan un mundo y también aconteceres que sólo pueden pasar en uno o a partir de uno, que marcan historias propias y ajenas o que las deshacen para siempre.
¿Y las creencias? Las creencias mutan y se transforman para sobrevivir a los imperios. Ya existían allí, en donde algunos creen haberlas llevado por primera vez. Vanos sueños humanos. No hay dios más sagrado que aquel que habita en el corazón.
Como en toda cultura que se precie oral, es decir, con tradiciones que pasan de una generación a otra, hay una presencia animista que pervive en el lenguaje. Quien no tenga conciencia del valor y de la variedad de estas culturas se pierde un mundo. Porque en este tipo de tradiciones un pastor no sólo cuida su ganado, sino hasta lagartos, el paisaje o el sol. Es cuestión de sensibilidades, de ser Uno con la tierra. Pero no desde este pensamiento, tal y como acabo de escribirlo, bajo una perspectiva occidental que sugiere que hay que racionalizarlo todo. En África, Uno es uno, con todo y en todo.
En esta obra no se habla de pobreza al modo en que la entienden los europeos, en esta obra las necesidades son de otro tipo, a veces se expresan y otras se guardan durante años, y tiene que ver con los sentimientos, con los choques de palabras, con lo que pudo ser y ya no es, con lo que se queda perdido por el camino.
Los aconteceres de esta narrativa nos harán viajar al pasado, pero también nos permitirán conocer los extraños límites, si es que hay alguno, entre la vida y la muerte. En una cultura donde tanto valor tienen los ancestros, uno debe ser buena persona para convertirse en un ser que será recordado y podrá influir, acaso, sobre aconteceres futuros en los que se vean afectados los parientes.
Antiguos conquistadores, misioneros, esclavistas, la vida de África pasa lentamente por estas páginas. Además, con personajes como Mwadia Malunga, no es difícil que uno se deje llevar de su mano, ella es una de esas personas que reza, no para pedir, sino para dar.
Podría ofrecerles más datos, trasladarles aquí muchísimas frases que me encantaron, pero les dejo un par: «Anduvieron como si hubiese un camino», «estoy cansada de tener piel».
Quizá uno no sepa muy bien lo que es estar cansado de tener piel, pero en este libro, por si todavía no lo sabía, lo comprenderá.



Datos del autor en la colección de literatura de Casa África:

António Emílio Leite Couto, conocido como Mia Couto, nació en Beira, Mozambique, en 1955. En 1972 se instaló en Maputo, donde comenzó a estudiar Medicina. Dos años después abandonó sus estudios para dedicarse al Periodismo. Fue director de la Agencia de Información de Mozambique (AIM), de la revista Tempo y del diario Noticias de Maputo.
Su carrera literaria se inició en 1983, con el libro de poemas Raiz de Orvalho, al que siguió, en 1986, su primer libro de cuentos, Vozes Anoitecidas. Ha publicado novelas, crónicas y relatos breves. Su novela Tierra sonámbula fue elegida como uno de los doce mejores libros africanos del siglo XX por un jurado reunido con motivo de la Feria Internacional de Zimbabwe.
Su extensa producción literaria goza de enorme prestigio en los países de lengua portuguesa, y ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el español, catalán, sueco, francés, alemán e italiano.
En toda su obra de ficción Mia Couto juega con el lenguaje y crea neologismos, altera la sintaxis, se sirve de la tradición oral y de los proverbios. Su escritura destila amor a África, con un estilo a veces surrealista, y cercano en ocasiones al realismo mágico.
En 1999 Mia Couto recibió el Premio Virgílio Ferreira, por el conjunto de su obra.
En 2013 recibe el Premio Camões, el más prestigioso que se otorga a la creación literaria en lengua portuguesa, convirtiéndose en el segundo mozambiqueño en recibirlo, después de José Craveirinha.

Casa África tiene como objetivo la traducción al castellano de los títulos más relevantes de la literatura africana, tanto de los escritores ya consagrados como de los nuevos valores emergentes. Los libros, editados en colaboración con El Cobre-El Aleph hasta el año 2011, están disponibles en librerías y grandes superficies de toda España. Actualmente la colección cuenta con las siguientes obras. Ver catálogo en el siguiente enlace

sábado, 3 de octubre de 2015

EDVARD MUNCH: CUADERNOS DEL ALMA


Por: Pilar Alberdi

«Al morir, Edvard Munch (1863-1944) legó a la ciudad de Oslo más de 1.000 cuadros, 4.500 dibujos y 18.000 grabados que se encontraban en su casa-taller de Ekely, en las afueras de Oslo». Los escritos que cedió, cartas y cuadernos sumaron más de 13.000 páginas.
Una vez más y como en anteriores ocasiones en que hemos tenido la oportunidad de centrarnos sobre un pintor, percibimos la importancia del diálogo abierto en sus textos. Como sucediera con Kafka, pero no menos que con otros autores, sobre algunos de esos renglones, un mandato explícito: «Destrúyase a mi muerte» o «Para ser leído por persona sensible», lo que nos indica cómo percibía el mundo que le rodeaba: áspero, cruel, indiferente. ¿Quién no recuerda su, hoy famoso, lienzo El grito? Que no puede ser, evidentemente otra cosa que el silencioso grito de Munch.
La obra publicada por la editorial Casimiro consta de una pequeña presentación, una cronología de las fechas más señaladas en la vida del pintor, y una selección de fragmentos de los Cuadernos del alma junto a fotos de pinturas, grabados, dibujos y anotaciones de su puño y letra.
Los textos nos permiten acercarnos al dolor y a la melancolía del autor, a la pérdida de sus seres queridos, a la búsqueda más personal e intimista de su obra, a sus constantes crisis nerviosas. Aparece también una firme posición sobre la crítica recibida por sus obras y algún fragmento de las contestaciones que dio en periódicos.
El amor, lo conoció a ráfagas. No quiso contraer matrimonio ni formar una familia, y así lo expresa claramente.
Lo que vende le alcanza para proseguir en su tarea, sin embargo, eso no le impide ver el valor material que va adquiriendo su obra en manos de terceros: «Recibí 5 coronas por un cuadro que luego se vendió a una galería en Bergen por 1.500. Por La muchacha sentada al borde de la cama recibí 60 coronas. Este cuadro luego se vendió a una galería por 2.500».
Convencido de que una buena pintura y una idea brillante nunca mueren siguió adelante. Así describe el nacimiento de su cuadro El grito: «Un atardecer iba caminando por un sendero, la ciudad a un lado, el fiordo al otro ―estaba cansado y enfermo―, me paré a contemplar el fiordo dejando que mis amigos se alejaran. El sol se estaba poniendo, y el aire se hizo rojo como la sangre; sentí como si un Grito hubiera atravesado la Naturaleza; sentí un Grito. Pinté ese cuadro, pinté el aire y las nubes como sangre. El cuadro: El grito del Friso de la Vida».
En Cuadernos del alma también explica su gradual ruptura con el impresionismo, su visita a París en 1884, su interés por Velázquez. Se pregunta: «¿Cómo es que nadie ha notado que mis grandes retratos tienen algo velazqueño?» Reconoce al pintor español y a Couture como sus maestros.
Humanamente le asombra la vida y ese constante desgaste de generaciones que llegan y se marchan. Se pregunta qué es el tiempo, y la respuesta no admite dudas: «Un simple segundo entre latidos del corazón».
España debió ocupar un lugar en sus pensamientos por aquel que consideraba su maestro, Velázquez, pero también por otros hechos y circunstancias. Describe un local: «allí estaba una bailarina española, unos músicos gitanos»(…) La zona junto al escenario estaba iluminada con los colores más vibrantes ―como la caja de pintura que nos regalaron cuando éramos niños pequeños―; deslumbrante blanco, resplandeciente rojo en las ropas de los gitanos, amarillo y verde también». Y concluye la escena indicando que quiere pintar algo que lo fascine tanto como él ha sido fascinado en ese espacio, quiere pintar «a dos personas, en el momento más sagrado de sus vidas».
Durante más de 30 años trabaja en el Friso de la vida. Se siente poco comprendido; sus horas bajas están dominadas por un «cansancio perenne», pero cuando se recupera continúa pintando.
Quizá, de todas las frases del texto me quedo con esta: «No pinto lo que veo; pinto lo que vi». El pensamiento que vuelve al lugar de los hechos y los retrata


Nota:
Próxima exposición de la obra de Edvard Munch. Museo Thysen-Bornemiza, desde el 6 de octubre al 17 de enero, Madrid.
Simultáneamente se celebra otra en Munich (Alemania), en el Museo Van Gogh.