viernes, 26 de mayo de 2017

LA PENA DE MUERTE EN LA LITERATURA


Pilar Alberdi



Las letras son puentes, a veces alegres y otras tristes. Pero, aunque sean tristes, aunque hablen de lo la parte oscura de la humanidad, hay que seguirlas, hay que ahondar en ellas, sufrirlas, hasta sentir que el pensamiento duele.
Hay tres obras —entre otras— que hablan de esos momentos en que en nombre de la autoridad se ha de matar a un hombre. Una de ellas es la Balada de la Cárcel de Reading de Oscar Wilde, en donde se relata el final del convicto Carlos T. Wooldrige, suceso ocurrido el 7 de julio de 1896; la segunda es el cuento La ejecución de Troppman de Ivan Turgueniev, en donde el narrador, que ha sido invitado por la autoridad a ver la ejecución y en cierto modo a servir de testigo, observa cómo de madrugada, entre voces de chiquillos, conversaciones de mujeres y disputas de borrachos, los alrededores de la prisión se van llenando de gente, corre el año de 1870, en París, las tabernas están abiertas, y una multitud se reúne para ver morir a un joven en la guillotina, a las siete de la mañana en punto. Son unas 25.000 personas, aproximadamente, las que están allí, lo sabe, porque son las que caben en la plaza de la Roquette y en las calles adyacentes. El narrador cuenta lo que ve por una razón: «Como castigo que me impongo a mí mismo y como enseñanza para los demás, quiero contar todo lo que vi y revivir, para el recuerdo, las penosas impresiones de aquella noche». Como en la Balada de la Cárcel de Reading de Oscar Wilde, aquí también se trata de un joven acusado de asesinato. Antes de cumplirse la hora, en presencia del capellán, el jefe de la policía informa al joven que ha sido rechazado el indulto solicitado y que ha llegado «la hora de la reparación». El verdugo de Bauvais y su ayudante maniatan al joven, a continuación, cortan la tela de la blusa y el cabello para dejar libre el cuello. «Mechones de cabellos castaños, tupidos, se deslizaron sobre sus hombros y cayeron sobre el parqué. Uno de ellos se deslizó hasta mis botas». Si alguna vez esas manos estuvieron manchadas de sangre, ahora están atadas e indefensas una sobre la otra. El narrador continúa con su explicación: cuando el preso salió a la plaza donde se había levantado la guillotina «el mugido de la muchedumbre nos alcanzó como una oleada incesante y terriblemente agitada». Luego se hizo un silencio, el joven fue guillotinado y cuando todo acabó, el narrador observa apesadumbrado que «ninguno de nosotros, absolutamente ninguno, ofrecía el aspecto de un hombre que ha asistido a la ejecución de un acto de justicia. Todos intentaban apartarse de esta idea y rechazar la responsabilidad del asesinato».
En tercer lugar, en este pequeño recuerdo de las obras de escritores que se manifestaron en contra de la pena de muerte, está George Orwell. En su obra Cazando un elefante aparece el cuento El ajusticiamiento, donde comenta la participación del narrador en ese tipo de acto. Ya no estamos en Reino Unido ni en Francia como en los anteriores casos, sino en Birmania. Para empezar, indica cómo sacan de la celda a un reo de los varios que tienen orden de ejecutar durante los próximos días. Los guardias que lo han maniatado, lo llevan «tomándolo por el brazo y el hombro, como empujándolo y sosteniéndolo, al mismo tiempo». De repente, ya en el patio de tierra, el reo evita pisar un charco. Es el momento en el que el narrador dice: «Es curioso, pero hasta ese instante, yo nunca me había dado cuenta de lo que significa matar a un hombre que tiene salud y conciencia». (…) Luego, inesperadamente, un perro entra al patio, da brincos alrededor del grupo e intenta lamer al condenado. Todos se alteran. Un hombre, un condenado a muerte es festejado como un amigo por un perro. Retiran al animal y poco después, la horca cumple su lúgubre tarea, y la normalidad parece asentarse en la rutina diaria. «Experimentábamos un enorme alivio ahora que la tarea estaba terminada. Uno sentía el impulso de cantar, de echar a correr, de soltar risitas. A un mismo tiempo todo el mundo comenzó a charlar jovialmente. Luego, bebieron, fumaron, intentaron olvidar». Pero sabían, aunque intentaban olvidarlo por unas horas, que en los días siguientes habría más ejecuciones, y ellos serían nuevamente los encargados de realizarlas.
Aún recuerdo otro autor, Denis Diderot, explicando los motivos por los que el pueblo acude a ver las ejecuciones. Escribe: el pueblo «va a buscar la plaza de la Grêve una escena que pueda contar a su regreso al arrabal, esa u otra, le da igual mientras tenga un papel junto a sus vecinos y se haga escuchar por ellos. Dad en el Boulevard una fiesta divertida y veréis que la plaza de las ejecuciones está vacía».
Lo dijimos al principio, las palabras son puentes, vuelan de un libro a otro, permanecen allí años o siglos, unas veces son alegres, pero otras muchas son tristes. A veces, somos nosotros los que las encontramos; otras, nos encuentran ellas. En juegos como este se dan la mano la vida y la literatura, pero también la muerte.



Publicado Letras en la frontera(USA) el 24 de mayo de 2017.

miércoles, 24 de mayo de 2017

¿EL PROBLEMA DE PLATÓN? ¿EL DE ORWELL? ¿O LOS DOS?



Pilar Alberdi

Nadie esperaría hallar al comienzo de un libro de gramática un dilema político, sin embargo, así ha sido en el caso de Noam Chomsky y su muy conocida obra Gramática generativa, en donde plantea el modelo de una Gramática universal, innata y común a todas las personas, que es la que nos posibilita la adquisición del lenguaje. Ese modelo sería el que permite a los niños aprender fácilmente una lengua, sin el conocimiento previo de sus reglas, que aplican, sin embargo, correctamente.
El dilema que presenta Chomsky es el siguiente: ¿cómo es que sabemos tanto y cómo es que sabemos tan poco? Al primero lo llama «el problema de Platón» y al segundo «el problema de Orwell», ya imaginan a qué Orwell se refiere, sí al autor —entre otros libros— de 1984 y Rebelión en la Granja. Un escritor que tuvo en el punto de mira a los imperialismos y totalitarismos.
El problema de Platón, el de las Ideas innatas (belleza, bondad y otras), ese dualismo, en fin, por el que han navegado distintas corrientes filosóficas, lo da por acabado con la Gramática Universal. Existiría un modelo biológico que explicaría la rápida adquisición de ese conocimiento, esa habilidad para hacernos con el lenguaje. Pero con respecto al problema de Orwell, el tema se pone difícil. Si somos tan listos para lo primero, si acaso esa cualidad nos viene como al resto de los animales por unas características innatas, a ellos en su medida y a nosotros en la nuestra, ¿cómo es que sabemos tan poco? Pero, realmente: ¿sabemos tan poco? ¿O deberíamos decir que no queremos o no nos interesa saber más?
Dejemos las cosas claras. Lo que a Orwell le preocupaba es la «manipulación», evidentemente a Chomsky también, no en minúsculas, sino así: la MANIPULACIÓN. Es decir, le preocupaba nuestra ignorancia, que siempre puede beneficiar a un tercero. Lo que pasa cuando uno vive en una democracia representativa es que suele creer que no le manipulan. Pero sí, nos manipulan, a toda hora nos indican qué debemos comprar, cómo debemos pensar, qué estudios cursar, qué trabajos tener, en caso de que los encontremos. Pero, centrémonos por un momento en «el problema Orwelliano». Lo cierto es que la cuestión ya la conocía Le Boon, aún cuando el primero todavía no hubiese nacido ni la hubiese planteado. Lo comentó en su libro Psicología de las multitudes del que luego sacó muy buen partido Freud, en su Psicología de las masas. ¿Qué dice Le Boon? Que la masa es conservadora. Así de sencillo. Que entre arriesgar por lo que pueda venir nuevo o quedarse como está, se queda como está. Y ustedes dirán: ¿y cómo es esto? «¡La gente quiere cambio!» Y sí, todos queremos cambio, pero un cambio previsible, un poquito de cambio. En realidad, los cambios se producen cuando ya nadie, pero nadie nadie, nadie, puede vivir cómo vivía, y de esto ¡qué casualidad!, los pueblos se enteran siempre tarde. Así que, mientras algunos pocos continúen pensando que pueden ganar dinero y otros que el tema de la economía puede empeorar, y a las pruebas me remito, ¿qué partido creen que volvería a salir electo en España? ¿El que tiene más casos de corrupción, el que ha congelado el dinero de las jubilaciones, el que ha reducido las inversiones en educación y cultura, aquel que defrauda al pueblo? ¡Vaya! Pues, han adivinado.
Llegados a este punto comprendería que me pregunten cómo es que si Noam Chomsky no desentrañó el problema, pretendo resolverlo yo. No se trata de eso. Él sabe que no tiene solución, y yo también.
Pero aún así, daré un dato que justifica el pensamiento de Le Boon. Entre el inicio de la Revolución Francesa y la coronación de Napoleón pasan varios años. ¿Quién iba a querer algo así? ¿Quién hubiera comenzado aquel jaleo para terminar coronando a un corso, en resumidas cuentas, un inmigrante en París? En las películas, además, como el tiempo va más de prisa, lo muestran así: surge la revolución y a los cinco minutos ajustician al rey, cuando en realidad, pasan varios años, y no le faltaron al rey oportunidades para salvarse. De verdad, lees un poco de Historia o ves una película y quedas sorprendido.
Bien, en suma y para ir resumiendo: ¿sabemos ya por qué pensamos tan poco? ¿Sabemos por qué nos dejamos manipular? Esta es la cuestión.
A Sócrates le gustaba decir aquello de «Yo sólo sé que no sé nada»; van a tener que perdonarme, pero, como yo no soy tan humilde, lo dejo aquí escrito: yo sé esto. Al menos, lo que acabo de decir. Sí, y algo más, quería comentarles por si fuera de su interés que la filosofía del lenguaje, a la que he dedicado parte de mi tiempo estas últimas semanas, da mucho qué pensar. Síganme, porque merece el esfuerzo para llegar a una conclusión con respecto al tema que nos ocupa. Que dice Carnap que la palabra es un concepto; pero viene Skripe y explica que un nombre propio no es algo rígido, a ver, por poner un ejemplo, qué es «Cervantes», Cervantes es muchas cosas: «el autor del Quijote», «el creador de Sancho Panza», «el escritor que estuvo en prisión», «el que pidió a la Corona un puesto para ir a América y no se lo dieron», «el más pobre entre los escritores pobres de su tiempo, al que ahora, se le buscan huesos y se le festeja en numerosos ocasiones mientras se reeditan sus libros»; pero entonces, llega Putnam, y conste que me estoy saltando a algunos filósofos, y dice, que no, que no es solo eso, una cuestión de significados a la manera clásica, ya que lo que importan son todos los posibles mundos para ese significado, esos en los que interviene la probabilidad y que nos remiten a aquellos otros posibles mundos, en los que el designador rígido y los descriptores no rígidos, ese abanico de definiciones que hemos aportado sobre Cervantes, pudieran tener cabida, y que nos recuerda al paso, a aquel de los mejores mundos posibles, que Leibnitz pensó fuera el nuestro, ¡ahí, cuidado! Pero, síganme, que aún merece el esfuerzo. Después llega Quine, un lógico positivista que dice que un niño aprende el lenguaje de manera conductista a través de acierto y error, premio y castigo, y que más que una palabra lo que aprende con ella, es una oración, un acontecimiento, y que sí, que tal vez exista algo así como un «aparato generativo», tampoco quiere quitarle toda la razón a Chomsky que ha seguido en alguna medida a Wittgenstein, y ahora sí presten atención porque éste hablará de «juegos de lenguaje», explica, veréis lo fácil que lo explica, que lo que un niño aprende con el lenguaje es el modo de comportarse ante las palabras, ¿han oído bien, verdad? Pues, eso. Que te explican que con «demonio» debes asustarte, te asustas; que las «flores» tienen perfume, y eso es bueno, te encantarán. Quisiera aclarar que los ejemplos son míos, pero la idea es suya. Él, pone de ejemplo la palabra «dolor» que es la que te explican cuando tú dices, «¡Ay!», y entonces te enseñan a comportarte ante el «dolor», y lo mismo te regañan porque te caíste, te ponen una tirita con dibujitos o te cantan aquello de «Sana, sanita…». En mis tiempos las rodillas se nos quedaban sangrando y nos decían que éramos valientes.
Yo creo, de verdad lo creo, que deberíamos pensar mucho en esto, en esos «juegos del lenguaje», porque por ahí nos tienen pillados, ya ven que hasta los partidos políticos se cambian de nombre cada cierto tiempo, especialmente cuando las cosas las han hecho mal, o, en otros casos, vemos cómo los políticos se salen de un partido y se crean otro sólo para ganar las próximas elecciones.
En fin, Platón, Orwell, Platón, Orwell, publicidad, propaganda, manipulación, los mass media… Cómo nos comportamos ante las palabras, cómo nos han enseñado a comportarnos… Pues, por ahí está la cuestión.



Publicado en Nueva Revolución el 19 de mayo de 2017.

lunes, 15 de mayo de 2017

ESTÉTICA DE LA BONDAD EN BERTOLT BRECHT ―EL ALMA BUENA DE SE-CHUAN―





Pilar Alberdi


«Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son imprescindibles». Bertolt Brecht (Antología poética)

«Decir que los buenos fueron vencidos no porque fueron buenos sino porque eran débiles requiere cierto valor». Bertolt Brecht (Las cinco dificultades para decir la verdad)

Introducción

Si asumimos la Metafísica como una Ontología y una Teodicea, esta última con su teoría del mal y de la búsqueda del sentido de la vida, comprenderemos rápidamente que toda la obra (poesía, ensayos, artículos, teatro) de Bertolt Brecht puede explicarse por esas dos últimas categorías.
Brecht, no se pregunta qué es el mal, porque lo sabe, simplemente lo muestra, a través de los pesares que soportan los buenos; la lucha que mantiene la bondad en un mundo, que despliega la maldad cada día y que no la contempla como su bien más necesario.
Como es lógico, en un mundo así, los buenos, viven sin comprender tantas veces lo que les sucede e incluso cuando lo comprenden, a veces, ya es tarde para resolver la situación de otra manera. No es el caso de El alma buena de Se-Chuan. Lo que tampoco soluciona lo esencial, ese dualismo, esa maquinaria binaria, formada por dos palabras, dos realidades, las del bien y el mal en permanente lucha y presentes en el devenir.
Brecht considera que la realidad con sus fuegos de artificio y sus trampas, acostumbra a dejarnos indiferentes, tanto que cuando uno está frente a ella, los ojos dejan de percibirla o se niegan a hacerlo; que el dolor propio no atendido y el dolor ajeno, más lejano todavía, nos hace torpes y descuidados al desgarro emotivo; que el goce personal es egoísta, asumido como necesario y prioritario frente al de los demás; que la actitud excesivamente competitiva y el afán de salir vencedores nos hace soberbios frente a la desigualdad y la miseria. Por eso, precisamente, porque conoce bien el tema, intenta desentrañarlo en cada una de sus obras.
En Las cinco dificultades para decir la verdad lo deja claro, afirma: hay que tener «valor para escribir la verdad, aunque se la desfigure por doquier», «la inteligencia necesaria para describirla», «discernimiento indispensable para difundirla» y «el arte de hacerla manejable como un arma».
Él conoce que la verdad permanece escondida tras las mentiras. Tiene su atención puesta en los desheredados de la tierra, en los humillados, los héroes anónimos y los no tan anónimos (La vida de Galileo). Sabe que siempre ha habido oprimidos y que siempre los habrá, pero también conoce que no es una respuesta de hombres y mujeres dignos, el no presentar batalla. Quiere sacar a la luz el engaño en que pasamos nuestras vidas. Señalar las palabras que distraen, que disfrazan la verdad, que la ocultan y la entierran. Por eso, indica que quien «en la actualidad remplaza “pueblo” por “población” y “tierra” por “propiedad rural” se niega ya a acreditar algunas mentiras». (Puedes continuar con la lectura de este artículo en la revista La caverna de Platón. Gracias)

domingo, 7 de mayo de 2017

ELOGIO DE LA REPETICIÓN




Pilar Alberdi

«Pero el murmullo del viento, el canto alternante de las olas, el suspirar de la hierba, etc.; mejoran a cada cinco minutos cuando se escuchan». (Kierkegaard)
«No se olvidan de crecer los manzanos, nos pase lo que nos pase», (Chesterton)

Hay repeticiones que nos alegran la vida. Nos dan seguridad, y nos permiten ver aquello que, oculto para la actividad diaria, se repite incansablemente. Ahí, lo más común: el sol y el canto de los gallos; la luna y las estrellas.
Observo esta repetición desde el jardín. Gracias a que el agua no falta nunca en la fuente, los pájaros bajan a beber y bañarse, y nosotros recibimos su canto cada día. Los bulliciosos mirlos, el canto triste de las palomas, los gorriones con su piar de polluelo, los verderones y su reverbero, los carboneros comunes de cabecitas negras y ágiles vuelos, los petirrojos que llegan en primavera y vuelven en otoño, las golondrinas de mayo. Hay cotorras argentinas que anidan en las palmeras del paseo de la costa y cruzan con su color verde sobre el jardín, con su vuelo de bala que rompe el aire, con su estridencia de chillidos, causando, casi puedo asegurarlo, tirabuzones vertiginosos en el aire, mientras alguna gaviota grazna arrastrando en su vuelo el sonido del mar, con su rebalaje mañanero y el recuerdo de no tan lejanos puertos.
Son esas las repeticiones que me gustan, pero también están las de las plantas. Al jazmín de invierno sigue la floración del jazmín de verano. Los mandarinos y naranjos nos brindan el aroma de azahares. Si el calor no es intenso aparecen con sus afilados picos las «Aves del paraíso» con sus penachos naranjas. Bien a la sombra, la «Costilla de Adán» de inmensas hojas, parece querer escalar la pared para ganar un nuevo territorio. Donde unos bulbos dieron ya sus flores, los narcisos, por ejemplo, aparecen luego las fresias; más allá gladiolos, dalias, anémonas. Me extendería explicando todo este pequeño mundo, que ofrece mil sensaciones, y se expresa igual que nosotros en la vida a través de momentos renovados.
Hay una oración silenciosa junto al rocío de las mañanas, que moja mis zapatillas azules de jardinera.
Llega la primavera y se alteran con brotes nuevos las higueras; el jacarandá, ya despojado de su verde manto derrama flores y frutos que se renovarán en otoño, pero entonces, será en grandes racimos; al tiempo que el alto Pascuero comienza a preparar sus hojas rojas para festejar con su alegre colorido unas fiestas navideñas que ignora, y que sólo alteraran el estruendo de los cohetes que lanzaremos entusiasmados al cielo en Año Nuevo.
Los ciclos de la vida se repiten. Cada cual cumple con su tarea. Ahí, las hormigas, y yo quejándome. Todo a un mismo tiempo.
Y suele ser en Semana Santa, algunos años, mientras preparamos torrijas y el tiempo de descanso nos reúne con un esplendor nuevo, cuando algunos años como ha ocurrido en este, abrimos la Caja de los Recuerdos, donde conservamos aquellas primeras palabras y dibujos de los hijos, algunas ilusionantes cartas al Ratón Pérez, poemas infantiles y adolescentes, algunas manualidades. Pero ahora, también otras caras miran esos recuerdos, asombrados de que sus padres hubiesen sido niños como ellos; son los pequeños de la casa, los hijos de nuestros hijos.
Esto es la vida, repetición, de la buena, y a veces, también de la mala, como cuando uno desea que pase un duelo o una crisis. Pero hoy sólo quería hablar de las repeticiones buenas. De esa repetición de los veranos que nos devuelve a las playas y a las piscinas; de la repetición de los inviernos que invitan a ir al cine y a internarse en nuevas lecturas. De las nubes que pasan y nos invitan a imaginarles figuras como cuando éramos niños. ¿Y nuestros juegos? ¿No eran repeticiones? ¿Y nuestras palabras? ¿No son repetición renovada? ¿Y nuestro amor?
Las repeticiones que nos gustan son las que nos hacen bien. Las que se repiten, incluso, en el recuerdo y hasta en los sueños. ¿No habéis visto cómo les encanta a los niños las repeticiones, cómo cada palabra de un cuento debe ser repetida igual que el día anterior? Y cómo nos encanta a todos volver a aquel primer beso de enamorados, a aquel primer puesto de trabajo que nos hizo sentir que éramos adultos, o a aquel examen del que salimos tan felices dispuestos a estrenar, ¡por fin!, nuestro carné de conducir.
Esto es la vida. Volvamos siempre a las repeticiones, a las que nos gustan. Quedémonos con lo mejor, es nuestro tesoro. No se parece a una propiedad ni a una cuenta en el banco. Nosotros, eso está claro, sólo dejaremos «repeticiones», pero, eso sí, de las buenas.