lunes, 28 de mayo de 2018

PASITOS DE PALOMA


Pilar Alberdi

Decía Friedrich Nietzche que «Los pensamientos que se acercan con pies de paloma son los que gobiernan el mundo». Y es tarde, casi siempre, para cuando las personas se dan cuenta de lo que sucede.
Con la misma intención Ulrich Beck, en su libro La sociedad del riesgo, redondeó el sentido al hablar de «los zapatos silenciosos de la normalidad» con la que se presentan los hechos. Era normal que ocurriese esto y aquello, y ¿cómo es que nadie lo anticipó?
Lo habitual es que los delicados pasos de paloma aplasten en su avance aquello que creíamos más nuestro, comenzando por nuestros derechos. La voz que se eleva por encima de esos pasitos de paloma o de esos zapatos de la normalidad proclama que el paro es coyuntural, la crisis pasará, a los bancos hay que rescatarlos, no habrá más burbujas inmobiliarias, no hubo mala intención con las preferentes. La voz, por encima de los zapatones que se imponen y aplastan tiene siempre un tono de sofista, y proclama un conocimiento que se vende al mejor postor. Pero la voz, esa voz, que deja hacer y se presta al mejor postor como pensaba Platón porta un anzuelo, y no uno solo, más, todos los que sean necesarios; pero no para los peces, a esos, ya los pesca el hombre común; no, los anzuelos de los sofistas, aquellos a los que se refiere Platón, son para «animales andadores», es decir, y según su propia afirmación, «para los hombres», esos pobrecitos, la afirmación también es suya «animales domesticados», tan fáciles de guiar con palabras. Porque los clásicos no solo son esas palabras en griego con las que se adornan algunos textos del presente, sino, ese conocimiento de los hombres, con los que una puede o no estar de acuerdo.
Este capitalismo no es el del pasado, es peor, mucho peor, aquí cada uno queda librado a su suerte. Ahí los pensionistas; aquí, las feministas, más allá los trabajadores precarios…
Este capitalismo se parece, si a algo se parece, al de sus inicios.
Y entonces llegan ellos, los «fondos buitres», oímos, y nos sorprende el nombre hasta que sabemos que los «fondos buitres», esos a los que algunos políticos les han vendido «viviendas de protección oficial», están formados también por pequeños inversionistas que podrían ser su vecino, pero resulta que están en la otra punta del mundo, y nunca verán su cara ni sus preocupaciones, por tanto, no se sentirán responsables, mientras alguien les entrega la ganancia que han obtenido por sus ahorros.
Son momentos en que una recuerda a Sygmunt Bauman explicando cómo la endiablada libertad de movimiento de este nuevo capital globalizado, que se posa y picotea en todas partes, tiene un parecido con la de aquellos «terratenientes absentistas de antaño» que vivían de sus siervos o de sus campesinos, es decir, de su trabajo y de sus impuestos, sin conocerlos ni preocuparse por ellos. Pero, es probable, y aquí quiero implementar un punto de vista más cercano, más de vecinos, más de conciudadanos, que cuando usted piense en esa pequeña suma de dinero que tiene en su cuenta del banco, o en esa cuota del seguro del hogar que tiene que pagar y que alguien necesitará invertir por usted, no piense en estas cosas, no piense que su banco o su aseguradora invierte en ese tipo de fondos, porque pensar eso sería como saberse parte de ese gran monstruo alado, que viene y va con sigilo, y camina con pasitos de paloma.


Publicado en Diario 16 28/05/2018

martes, 8 de mayo de 2018

LA MÁSCARA CON LA QUE SE CUBRE LA ÉPOCA




Pilar Alberdi


Un buen escritor no debe escribir para su época. Debe escribir, sin más, sin esperar ver los frutos. Echar barquitos a la mar del pensamiento. Hilvanar historias sobre un mundo vasto de reflexiones, que no siempre, coincidirá con la máscara con que se cubre la época.
En el inconmensurable porvenir, alguien rescatará una palabra, o simplemente un pensamiento, que fue pensado y olvidado, y, de repente, se abrirá nuevamente a la luz, con renovada insistencia. Pequeñas joyas de luz, fósiles sociales de la inteligencia; abiertas al infinito.
Pensemos, por ejemplo, en aquellos griegos presocráticos, atomistas, en los que hablaron de la rotación de la Tierra o de la traslación de ésta alrededor del Sol; pensamiento oculto durante siglos tras el aristotelismo, el platonismo y la escolástica, y que volvió a surgir con renovado entusiasmo en el siglo XVI, inaugurando la Revolución Científica.
La Modernidad marcó una época, la del hombre europeo, blanco y etnocéntrico. Bajo los eslóganes de Libertad, Fraternidad e Igualdad, que sin duda ayudaron a derrocar al viejo régimen de las monarquías, para imponer después nuevos colonialismos bajo la figura del Estado, pero olvidó a la mujer, a la que no consideró «ciudadana» durante el proceso de la Revolución Francesa, y a la que negó el voto hasta bien entrado el siglo XX, y aún hoy, en muchos países. Pero ahí está el feminismo impidiendo que las heridas, las llagas purulentas, se cierren en falso.
La superficialidad de la época la marca siempre un grupo de poder, una camarilla de personas y familias abanderadas de la ideología dominante, su propia ideología.
El feminismo llegó para iluminar esa oscuridad, en la que el hombre había alabado la universalidad sin reconocer ni tan siquiera a sus pares, las mujeres. Así, mientras la Modernidad anunció su mundo en tres palabras (Fraternidad, Igualdad, Libertad), la Posmodernidad solo depende de una: «globalización» económica y política para beneficio de los que dominan el mundo, y producen y comercian y monopolizan sin conciencia ecológica. Si bien es verdad que, en algún momento, al final del siglo XX, a esa globalización la acompañó otra palabra, «multiculturalismo», esta desapareció después de las numerosas guerras creadas en el norte de África y en Oriente Próximo y la llegada de desplazados a Europa.
La época, es ciega, no reconoce el pensamiento que la ha de superar. Así, el hombre actual vale su peso en dinero: sueldos de hambre; riquezas de otros siempre en «paraísos fiscales»; poderes y países que nunca harán nada para remediarlo. En ello va su beneficio.
El conocimiento, el ansia de saber, la sabiduría, ya no es un valor en alza. A cambio, la mediocridad se impone, mientras los nuevos «metarrelatos salvadores» se instalan en las pomposas televisiones vendiéndonos la felicidad a plazos, y desde allí, hipertrofiados en el consumo diario de las noticias, iracundos gallos y gallinas de la política, la economía, los mass media saludan al Sol cada mañana amenazando con una nueva arma, una nueva guerra, una nueva corruptela, una masiva expulsión de inmigrantes, un bienestar siempre futuro, siempre al otro lado de muros contra los más desfavorecidos; siempre más allá de una crisis, de esta o de la que viene. Mientras, en el gallinero, la mayoría silenciosa e indiferente, aplaude; pero no solo eso, aplaude y teme, como ha aplaudido y ha temido siempre.
Aplaudir, tiene eso, es tan fácil aproximar las palmas de las manos con cierta fuerza y que aparezca un sonido. ¡Ha sido siempre tan fácil! ¡Es tan fácil asustar! Incluso cuando la gente conviva con robots, seguirá siendo muy fácil aplaudir lo que está de moda.
Llegada esa época, no será difícil tampoco enseñarles a los robots dos cosas: cómo obedecer y cómo aplaudir. Temer, no sabrán. El resto pertenece a la Historia. Pero el que escribe, la que reflexiona, el que se bate a duelo con las ideas viejas, no callará, y de época en época alguien, en un tiempo futuro, tomará en sus manos sus palabras y las pondrá en pie. Humanizadas, serán oídas.
Por eso, un buen escritor, una buena escritora, no debe escribir para su época. Debe escribir, sin más, sin esperar ver los frutos. Echar barquitos a la mar del pensamiento. Hilvanar historias sobre un mundo vasto de reflexiones, que no siempre, coincidirá con la máscara con que se cubre la época.


Publicado en Diario 16 08/05/2018