Pilar Alberdi
Una se pregunta si las pequeñas historias importan a alguien, y yo creo que sí. Así que voy a comenzar esta reflexión hablando de un mercado en el que sus puestos de venta de frutas, pescados, carnes… van cerrando. Es verdad, que ya había visto cerrar otros puestos de mercado, en una ciudad mayor, en donde antes vivía. Allí reacondicionaron aquellos servicios municipales como locales para artesanos, artistas y otras actividades culturales. La verdad es que aquellos puestos la mayor parte del día estaban cerrados.
La ciudad que conocimos se muere y lo estamos viendo. ¿Lo estamos viendo? Tengo mis dudas. A nadie le parece extraño que los supermercados hayan copado las ventas. Es lógico, «allí se compra más barato», dicen. Y, además, parece haber una cierta competencia entre ellos, «en este se compra más barato que en aquel ―nos explican―, además en aquel tienes una bolera, cines, restaurantes». Y el paseo del domingo, antes hasta la Iglesia; se convierte en el paseo hasta el Super. Y es entonces cuando el pequeño comercio comienza a morir en silencio y esto afecta a las familias, es decir, a algunas familias, las que vivían de sus puestos de venta, hoy un comercio imposible.
Hace varias décadas ya, los pueblos del interior de España comenzaron a despoblarse. Se vivía mejor en las ciudades, allí había más posibilidad de encontrar trabajo, y de que los hijos estudiasen en la universidad para «labrarse» un futuro. Hoy, los que todavía quedan en los pueblos, leo que más de 78.000 poblaciones solo tienen 100 habitantes, acuden a manifestarse a la capital, porque en la capital, es donde se supone que a uno lo oyen. De verdad, ¿alguien escucha?
Y viene todo esto a cuenta, tras la lectura de un libro sumamente esclarecedor como es el de Esteban Hernández: El tiempo pervertido ―Derecha e izquierda en el siglo XXI ―. Un tiempo pervertido que es, en realidad un tiempo detenido, sin avance, o con un avance tan vertiginoso, que donde antes se encontraban dos fuerzas pugnando por ganar el pulso político del futuro frente al pasado, o el del pasado frente al futuro, hay un presente desazonante.
Nos dice Esteban Hernández que el tiempo de la globalización, tal y como se ha llevado ha cabo está finiquitado. Me ha recordado aquel tiempo de expansión colonialista que se llevó por delante a tantas regiones, y que tras la Segunda Guerra Mundial hubo que desanudar, para mejor conveniencia de los privilegiados, y acaso convivencia de todos, aunque seguramente no reparó en los que quedaron por el camino.
Cuando un libro tiene algo que decir una discute con él. Yo lo he hecho. No me ha dejado indiferente y festejo que el periodista esté tan a pie de calle, tan atento a lo que se publica diariamente, que no se le escape una noticia, aunque incluso yo no comulgue con algunas de sus ideas.
En esta obra nos habla de los cuatro últimos repliegues conservadores y lo que han conseguido sus partícipes, mientras volaban alto con las alas de la globalización. Cuando estas alas para algunos ya no funcionan, al menos para la nueva visión de algunas de las partes, algunas políticas han de cambiar.
Las grandes élites financieras se han hecho con la intermediación. Sus principales negocios giran en ese entorno: llámense estas compañías Amazon o Uber. Implantan su modelo de negocio, en donde este ya estaba, apropiándose el espacio, ampliándolo gracias a una cantidad ingente de capital.
Los Estados, todo lo han permitido de esta globalización. Las lentejas que comemos se traen de otros países, y las naranjas españolas se pudren en los campos porque el precio que imponen los intermediarios, no alcanza para cosecharlas.
Pero no todos se han dejado hacer de este modo, allí donde Hernández ve torpeza por haber dejado que China, que como bien señala, no estaba en los años setenta entre los cien primeros países del mundo, se convirtiese en la segunda potencia del mundo, o la primera, deberíamos decir; pero donde él ve torpeza, yo veo avaricia. Tantos millones de chinos y tanto para venderles… Pero los dirigentes chinos actuaron con la mirada más larga, impusieron vetos, controles, cualquier empresa que se quisiese radicar allí sólo podría tener el 49 % de capital. El restante 51 % sería para China. Imaginen una España que hubiera hecho algo similar; cuán rica sería; unos países que hubieran puesto sus trabas.
Hernández explica cuáles son los posibles caminos que tiene Europa, él plantea tres posibilidades claras. Y sin entrar aquí en detalles que merecen ser leídos con atención en el propio libro, solo hay algo en contra que él también señala: ese tiempo pervertido, detenido; esa falta de valentía frente a lo que sería posible cambiar.
Comencé este artículo hablando de un puesto en un mercado, que en una pequeña localidad de Málaga, acabará bajando su persiana. No es el primero; en ese mercado, solo quedan unos pocos más abiertos, y más pronto que tarde, el resto se verá obligado a cerrar.
La vida explica claro; pero a veces parece que no comprendemos. Hay gente empeñada también en que lo tecnológico sea lo primero; esos robots que mueven objetos, esos coches que rodarán solos; esos empleados que serán aquí y allá sustituidos por máquinas, por inteligencia artificial; esos genes modificados que alargaran la vida, pero ¿de quién? Lo que se dice menos, es que de ese portento se beneficiarán solo la clase social triunfadora y unas pocas empresas multinacionales, mientras los demás, incluidas las anteriores élites nacionales, empobrecerán.
Supongamos ahora que la familia que tenía el puesto que acaba de cerrar en el mercado, poseía unos pequeños ahorros en un banco, es posible que estos estén trabajando ya, en uno de esos grandes fondos de inversión, por ejemplo, para comprar pisos en las grandes capitales, valga el ejemplo de Madrid, es decir arrojando al extrarradio a los que antes vivían en el centro, con el fin de conseguir una alta rentabilidad para sus inversores. Es casi seguro que la familia que ha bajado la persiana de ese puesto no haya pensado en esto; igual que el que acude al super no ha pensado en esta familia.
En resumen, «es el capitalismo», nos dicen; pero somos nosotros.
Lean, este libro. Lo merece.