Pilar Alberdi
En su obra
Los orígenes del totalitarismo, pero no solo en esta obra,
Hannah Arendt reflexionó sobre quiénes fueron los que apoyaron el nacional socialismo. Su voz nos da cierta garantía porque estaba allí como testigo; no fueron aquellos que se habían identificado antes con otros partidos, no eran los que ya pertenecían a un determinado partido; eran gentes de «nuevo partido», de ese que encabezaba Hitler. También señala Arendt que fue el partido al que se sumaron inmediatamente «los mediocres». Y resaltaba, a propósito de esto, cómo gustan los mediocres de aquello que llama su atención, de una cierta
teatralidad, una exuberante puesta en escena, la admiración ciega por el poder, el escándalo, el sucio juego de las palabras emponzoñadas que bailan los necios al compás que marca el
autoritarismo de turno. Evidentemente, Hitler conocía estas debilidades de la gente, por eso realizaba sus grandes puestas en escena de noche, cuando después de un día agotador, era más fácil influir en ella. Y, en cuanto al conjunto de la población que acabó sosteniendo el régimen, ese conjunto se fue sometiendo poco a poco, sin reflexionar, porque la gente piensa lo justo para vivir su día a día, es decir, utiliza un pensamiento meramente instrumental, no-reflexivo, jugando en esta secuencia un papel especial «los obedientes»; los mismos, como nos dice Arendt, que luego pasaron de aquel régimen criminal a una democracia, sin hacerse mayores problemas. Y a estos
«obedientes», en el fondo
«mediocres» e
«irreflexivos», Hannah Arendt, que los señala en muchas de sus páginas, les tenía pavor, igual que se lo tuvieron otros muchos intelectuales europeos.
Me pregunto sobre estas cuestiones al hilo de lo que está sucediendo en Europa, y como no podía ser de otra manera, en España; a esta ola de
neofascismo, a la facilidad con que se señala al otro, al inmigrante, por ejemplo, sin darle voz; a lo fácil que es para algunos volcar su propia debilidad transformada en desprecio al Otro. Han de saber todos estos despreciadores, que lo único que muestra su bravuconería es su propia debilidad no asumida. Quizá, deberían preguntarse quién les hizo tanto daño en su niñez, cómo se resignaron después sin rebelarse, y por qué desean volcar su agresividad, es decir, su frustración en otros. Observamos cómo gente que fue inmigrante en Europa ahora rechaza a otros inmigrantes. Cómo gente que ha sido despreciada por el poder económico y político, se suma a partidos de extrema derecha, de claro carácter autoritario.
El escritor búlgaro
Tzvetan Todorov en
Memoria del mal, tentación del bien ―Indagación sobre el siglo XX― indicó las diez circunstancias que se conjugan para que aparezcan los
totalitarismos, entre ellas, el convencimiento de estar viviendo un
tiempo apocalíptico, un momento que los intereses de turno presentan como de todo o nada, de muerte o renacimiento, de avance o retroceso. El blanco y negro con el que se presentan los hechos de una manera machacona, simplista, obsesionada, y muchas veces abyecta, porque detrás de estas directrices hay intereses diversos (económicos, políticos…) que pugnan por alcanzar sus fines, y acaban presentando algún tipo de solución, de tal manera que esta parezca a simple vista, la única solución posible, la solución para todo. Es como bien señala Todorov una promesa de «solución utópica» que una vez puesta en marcha, ha supuesto la más feroz inhumanidad contra otros seres, y muy especialmente entre grupos.
Veamos ahora qué nos dicen ese trencito de palabras: «irreflexivos»-«mediocres»- «obedientes». En el primer caso, el del irreflexivo, se trata de un vivir sin hacerse problemas, me refiero a verdaderos problemas con lo que acontece, es un mero funcionar con el piloto autómatico donde importan poco las previsiones de futuro, se vive en presente, y no hay un interés por querer saber más; en el segundo caso, el mediocre, se mantiene a salvo de cualquier discordancia dejándose llevar por la opinión pública generada a través de los los mass media; y en el tercer caso, el obediente sabe que no sufrirá castigo, mientras que quien se rebele, sí.
Sería interesante pensar que la gente actúa así, porque no tiene conciencia o suficientes conocimientos, pero no, al contrario, actúa así por conveniencia, no tiene interés en buscar información que le aclare los hechos, y es esta conveniencia, este primitivo deseo de supervivencia, la que le hará aceptar como válida cualquier solución a un problema que se presenta como definitivo.
Publicado en
El Cuaderno 29-07-2019