miércoles, 25 de marzo de 2020

MIEDO AL TRIAJE


Pilar Alberdi

Lo digo sinceramente. He tenido que buscar la palabrita en el diccionario. Y mira que he leído bastante, y soy amiga de muchas palabras. Voy al diccionario de la Real Academia. «Triaje: acción y efecto de triar». Es como si alguien hubiera pensado que desconociendo la palabra en cuestión tú igual deberías saber cuál es su posible efecto, es decir, cómo actúa. Corro en busca de esta hija de nuestro vocabulario; la encuentro, «triar», y en su primera acepción me dice: «escoger, separar, entresecar». Hay que reconocerlo, la palabra tiene para el común de los mortales algo de extranjera, vale para un eufemismo, para portar en su invisible mochila un mensaje o una carga que prefiere no ser desvelada.
Y todo esto viene a cuento de muchas cosas, sí, pero sobre todo porque ayer varias personas en distintos puntos de España decidieron marcharse de los hospitales a los que habían acudido, por el tema del coronavirus, del que probablemente estaban sintiendo los primeros síntomas. «Escapan enfermos…» se puede leer en los titulares de los periódicos. Pensemos un poco. El dilema: acudieron para curarse pero escaparon. Y de paso explico lo que quiere decir «dilema»: «Situación en la que es necesario elegir entre dos opciones igual de buenas o igual de malas». Lo dice la RAE, no lo digo yo. Las noticias del modo en que estaban presentada hablaban de ellos como «irresponsables», pero eso es querer ver tan solo la cáscara de la cuestión. ¿Quién hubiera querido escapar de la sanidad a la que acude habitualmente tan solo un mes antes? ¿Qué ha pasado aquí? Uno de los que escapó, leo, vivía en una ciudad del Mediterráneo. La primera decisión que tomó en esta tesitura fue acudir en taxi a la casa de su hijo. Cuando la policía le encontró, al parecer y siempre según la noticia, dijeron que se trataba de un resfriado. ¿Lo dijo el padre? ¿El hijo también? Las noticias, siempre las dan así, a medias. ¿Alguien se extrañaría de que ese hijo se callase en ese momento?
El anciano escapaba con toda probabilidad de la palabra «triaje», la habrá visto en los periódicos, en la televisión, habría escuchado lo que todos escuchaban. Palabra más, palabra menos: si las UCIS colapsaban por el COVID 19, tendrían más probabilidad de ser atendidos los más jóvenes o con mejor estado de salud previo. Como estas decisiones pesan sobre los sanitarios, lo que algunos de ellos opinaban también pudimos saberlo por los periódicos; y quizá por eso, se estableció a continuación que se utilizaría un protocolo diferente basado en un programa informático donde se pondría la edad de los pacientes y sus patologías previas. Se llame como se llame esto, sigue siendo más de lo mismo. Los que tienen más patologías previas siempre serán las personas mayores o aquellos que padezcan algún otro tipo de inmunodeficiencia. Y, de verdad, lo lamento por los sanitarios que están viviendo esta pesadilla porque no la podrán olvidar.
Al «irresponsable» le adjudican el haber puesto en peligro la vida de otros usuarios que tomaron el taxi en el que él escapó, y, por supuesto, volvieron a llevarle al hospital.
Verán, lo diré sencillamente, cuando los demás hablan de los ancianos, sí, de las ancianas y ancianos en general, es que me taparía los oídos para no escuchar la cantidad de sandeces que se dicen. Algunos jóvenes y medio jóvenes, y muy especialmente algunos burócratas eficientes parecen no percibir que en el interior de la persona relativamente sana y anciana, sigue habiendo un mundo precioso, tienen motivaciones y disfrutan de alegrías, y sobre todo, señores, hay un Yo, ese Yo poderoso que les llevó adelante en la vida, diciéndoles que hasta el último instante importa.
Si hacemos un triaje como los que se han señalado, se han hecho, yo más pronto o más tarde podría entrar en ese grupo, mis hermanas entrarían en ese grupo, mis primas y primos, mis amigas y amigos, la mayoría de mis vecinos, una gran parte de la población en la que vivo. Y si no es con esta pandemia, puede ser con la próxima, siempre que se apliquen criterios similares. Viejos por fuera y jóvenes por dentro. Mil veces más sabios, quizá, que lo que cada uno fue en su juventud.
Viendo el panorama, ayer, decidimos despedirnos mi esposo y yo, por si después no se dan bien las cosas y no tenemos tiempo de hacerlo, nos agradecimos la vida que nos dimos, la compañía de hijos y nietos, y cuanto hemos aprendido en este camino, pero hoy todavía desayunaremos juntos, y cada uno se dedicará a sus tareas.
Algunos han intentado colar estas decisiones como propias de la bioética, pero no es eso, no. Se llama biopolítica, simplemente. No hay respiradores, ¿a quién descartamos?
Esta noche he dormido bien; y me he despertado, ¡hay qué ver, la mente no descansa!, pensando en otros posibles triajes. ¿Quién ha sido buena persona? ¿Quién ha pensado más en los otros? ¿Cuántos poemas y novelas leyó? ¿Qué ha aprendido en su vida? ¿Cuánto amó y cuantos abrazos dio? ¿A cuántas mariposas siguió el vuelo? ¿A cuántos hijos y nietos inspiró con su conducta? ¿Qué huerta cultivó? ¿Cuál fue el rumor de río que más le gustó? ¿Cuántas olas contó?
Señores: ¿será momento de recordar, una vez más, que todas las personas valen lo mismo y que cuando olvidamos esto estamos perdidos?



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Tres enfermos se escapan de los hospitales donde estaban ingresados
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https://www.abc.es/sociedad/abci-sanitarios-contagiados-mandan-matadero-202003250353_noticia.html
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https://www.publico.es/tremending/2020/03/24/el-vicegobernador-de-texas-dice-que-hay-que-dejar-morir-a-los-abuelos-para-salvar-la-economia/

Fotografía:

"Manos". Durero

miércoles, 11 de marzo de 2020

LEO STRAUSS, EL FILÓSOFO DE LA «SEGUNDA CAVERNA»



Pilar Alberdi

Dice Leo Strauss en Sin ciudades no hay filósofos que la «filosofía» es el intento de sustituir la opinión por el conocimiento. La filosofía, que es básicamente «amor a la sabiduría», no debería conformarse con meras opiniones del momento.
Debemos a Platón la Metáfora de la Caverna. Quizá algunos de ustedes la conozcan. Aparece la mención en su libro La República. Haciéndonos eco de dicha explicación, sabemos que en la caverna hay unas personas situadas, es decir, colocadas en un orden y unas condiciones previamente determinadas por otros, sin libertad, y sin un acceso directo a la realidad, de la que solo perciben reflejos y sombras, aunque para ellos, esa sea la verdad.
Me atrevería a afirmar que la mayoría de las veces, nosotros, estamos en situaciones similares; percibimos lo que parece ser una verdad, pero siempre hay algo más allá, que no alcanzamos a captar: un entramado de hechos y circunstancias diferentes, velados, ocultos bajo lo que creemos percibir.
Para Platón, aquel que sale de esa situación y alcanza a conocer la verdad, tiene la obligación de regresar a la caverna para contarlo a los que allí quedaron prisioneros. «Filósofo es aquel que ha ascendido hasta la contemplación de la Idea de Bien». Qué sea este bien, ahora podemos ignorarlo, de qué valores está constituido exactamente, también; pero intuimos será una idea de la verdad o de la posible verdad más completa que la existente en el interior de la caverna, pues sabemos que los que están dentro, atrapados entre luces y sombras, percibiendo una realidad inválida, son menos que hombres, sin acceso a la dignidad que les corresponde como personas, y no solo atrapados sino engañados frente a una materialidad configurada irrealmente. Esa caverna a la que se refiere Platón, representa la polis, la Ciudad-Estado de su tiempo con su política y su vida social, y los intereses de poder.
En la época clásica, los valores apreciados por filósofos como Platón tenían como base las ideas de «bien, belleza y verdad», de los que dependían otros, esenciales para la comunidad, y todos ellos opuestos a los de «maldad, mentira y fealdad». Sabemos, además, incluso por experiencia propia y porque otros antes que nosotros lo han vivido, que la bondad, la verdad y lo bello precisan de lo «justo» para su valoración, tema este, el de la justicia, esencial en la vida, y también en La República de Platón.
Pero el problema, según Leo Strauss, es que la persona actual, ya no puede salir de la caverna de Platón al exterior, sin pasar antes por una Segunda Caverna. ¿Por qué? Porque el problema, advierte, es que desde la Ilustración, el pensamiento moderno consiste en la negación dogmática de la existencia misma de valores fijos, la meta siempre está delante, lo mejor se espera del futuro y está por llegar, por tanto, si no hay para la época actual, alguna idea superior o mejor, si todas las ideas son de hecho ideas relativas, entonces «antes de emerger de la caverna hacia la luz de la verdadera filosofía ―aquella que se mantiene en la búsqueda de la verdad― el hombre actual deberá remontar de la Segunda Caverna [la de la Modernidad] a la primera [la clásica de Platón]», es decir, de aquella en que hay un batiburrillo de verdades relativas, que ni siquiera pugnan entre ellas por demostrar cuál sea mejor, a la caverna metafórica de Platón, en la que al menos alguna clase de verdad relativa se presenta como verdadera, antes de salir fuera a ver qué hay más allá. A partir de aquí, según Platón, si el filósofo logra escapar de la caverna, si es alguien que realmente ama la sabiduría, y habría que añadir, si es alguien que también ama a sus congéneres, tendrá la obligación ética de regresar para contarlo, aunque corra el riesgo de no ser creído o de ser atrapado.
Si entendemos esa Segunda Caverna propuesta por Strauss, por ejemplo, como lo que representa esta época en la que nos encontramos, en que se dan por válidas numerosas verdades relativas (todos los días pugna por aparecer alguna nueva) que contradice a las demás, y en la que sigue vigente la palabra Progreso como una especie de talismán, entonces, será necesario ascender de esa Segunda Caverna a la Primera (de Platón). De lo contrario, no se podrá llegar más allá.
Pero ¿cómo haremos para conseguirlo? Eso es ya más difícil de saber. Día a día se dan por aceptadas demasiadas «verdades relativas», con las que unos por unos motivos y los demás por otros, podríamos o no estar de acuerdo en un momento dado. Nos encontraríamos sumidos en aquello que Batjin consideraba el mundo de la «ideología cotidiana» y Lacan los «itinerarios establecidos»: todo el mundo opinando lo mismo o lo que está de moda, o, simplemente, lo que defiende la mayoría; eso, antes que disentir, y exponerse a la dura experiencia de pensar de otro modo, y oponerse.
Resulta evidente que los que se encuentran conformes en esta Segunda Caverna, difícilmente podrán creer que más allá hay otro horizonte posible.
Lo cierto es que también hay bastantes filósofos felices en esa Segunda Caverna, en donde no hay una sola verdad sino muchas relativas. Las verdades relativas, en suma, hacen felices a mucha gente de las más variadas ideologías; lógicamente, también hay allí muchos políticos, de esos que cambian de opinión todos los días, haciéndonos dudar de para qué les votamos; y sí, también, hay personas de todo tipo.
Pensar, intentar ver con claridad, despejar las brumas de la irrealidad siempre fue difícil, y en esta época no iba a ser menos, quizá incluso es algo más difícil, porque ya no hay algo que se tenga por verdaderamente bueno o por verdaderamente malo, en lo que la mayoría pudiese estar de acuerdo, aunque luego las catástrofes, las guerras y otras calamidades nos recuerden cuáles son los valores fundamentales, y la importancia de defenderlos.
Frente a una ética antropológica como la que sí hubo en el pasado, en la que la persona se relacionaba consigo misma y con los más cercanos, y era responsable de su proceder ante estos, hoy no poseemos una ética universal que permita enfrentarnos a cuestiones de la máxima importancia, en las que por la decisión de una o más personas pueda quedar afectada la humanidad. Pensemos en temas de genética, solo por citar un ejemplo.Sobre este tema recomiendo el libro Teoría de la responsabilidad de Hans Jonas.
Escribió el poeta japonés Kiorai, discípulo de Bashó: «Parece inmóvil/ el hombre que en el campo/ está cavando». Esto dijo, y es la sensación que yo tengo cuando desde la lejanía veo personas trabajando en el campo, parece que estén quietas, pero no lo están. Vale esta imagen, esta pequeña alegoría como metáfora del filósofo que busca la verdad, que no desea quedar atrapado por modas ni circunstancias ni autoridades, y aunque fuera más fácil ceder preferirá seguir cavando, incluso solo, aunque de lejos parezca que no se mueve e incluso que no da fruto.
Del mismo modo que los campesinos de mi ejemplo, una, que ha ido aprendiendo su oficio con los años, también cava entre las ideas que va encontrando, cava, saca conclusiones, aparta unas opiniones como quien arroja a un lado las malas hierbas, siembra otras ideas, espera que broten, como si para conocer la verdad, la labor de partogénesis, tantas veces dolorosa, fuese necesario esperar, a un lado del camino. Y así, el campesino, símil de la mujer y el hombre de cualquier tiempo que piensa más allá de las ideas utilitarias o permitidas del momento, que busca e indaga incluso más allá de las palabras que están de moda o han sido impuestas por la costumbre o por la ley, excava y excava, y siembra, y a veces hasta recoge algún fruto, y carga sin dudarlo el peso de una humanidad doliente, mientras para los demás, en la lejanía, solo parece eso, una figura estática, lejana, empequeñecida, y fugaz.


Referencias:
Platón. La República. Offsetgrama. Buenos Aires, 1978. (519 c-520 a)
Strauss, Leo. Sin ciudades no hay filósofos. Tecnos. Madrid, 2014.
Jonas, Hans. El principio de realidad. Herder. Barcelona, 1995.
Varios autores.Haikus inmortales. Poeta Kiorai.Hiperión. Madrid, 1994. Pág. 51.