lunes, 27 de abril de 2020

CINCO CAMINOS Y UNA CONFLUENCIA


Pilar Alberdi


«Dos extravagancias: excluir la razón; admitir solo la razón» Blaise Pascal
«Vislumbré igualmente el sentido profundo del culto a los muertos entendido como un negarse a traicionar a aquel que ha sido, tratándole como si no fuera». Gabriel Marcel



Primer camino: lo bueno, lo malo; el pasado y el presente

Hubo un tiempo en que la tradición señaló como «bueno» aquello que se conservaba del pasado. Ese convencimiento aseguraba frente a «lo nuevo», una defensa; la conservación de las viejas costumbres. Con la modernidad se impuso lo contrario, lo nuevo se revistió de una súbita majestad, de una idealidad no reflexionada. De ahí, el mito del Progreso como sustituto del deus absconditus, el Dios oculto; de ahí también la laicidad y la aparición del homo absconditus; el hombre opaco en gran medida para sí mismo.
El impulso científico y las nuevas tecnologías harían el resto. De la mano de cada opinión relativa, aparece en circulación la moneda del todo vale. Pero, evidentemente, no todo vale. Dijo Leibniz en su ensayo Sobre las penas eternas: «El mal tiene consecuencias eternas, pero el bien también». Aunque el filósofo, teólogo y matemático trataba el tema bajo el aspecto religioso, nosotros sabemos que la semilla del bien que se siembra, igual que la de mal, perduran en el tiempo.

Segundo camino: un acercamiento a la Grecia clásica

Aristóteles llamó la «ciudad sana» al pequeño grupo social regido por costumbres ancestrales y basado en el respeto a la sabiduría de los mayores. En ella, todos podían ocuparse, a través de las diversas artesanías, de su propia vida y de la de los más cercanos. A esta siguió la «ciudad justa», representada por la polis, ejemplo de ciudades-Estado como fue el caso de Atenas, donde las artesanías comenzaron a especializarse.
Dada la nueva situación, el poder político resultó afianzado a partir de la estratificación social y el reparto de las tareas: la parte más privilegiada era la de los ciudadanos (hombres); el resto, los que no podían acceder a los derechos de estos, eran las mujeres; los extranjeros (dedicados al comercio); y una enorme cantidad de esclavos para el servicio doméstico, la agricultura y un sinfín de ocupaciones.
En esta sociedad, según la propia distinción de Aristóteles, convivían aquellos que llevaban una vida (zoé) propia de animales, y aquellos pocos que tenían una mejor vida (bios), poseyendo tiempo para el estudio y la contemplación, como era propio de algunos filósofos.
(Percibimos aquí, acentuada luego con la idea de que el filósofo sería el mejor gobernante (Platón), esa percepción elitista que distingue sin más entre aquello que pueda pensar quien se diga filósofo y el resto. Si bien es verdad que un filósofo con conocimientos puede seguir la línea del pensamiento humano hasta nuestros días, eso, no necesariamente le hará mejor persona).

Tercer camino: la confluencia de Atenas y Jerusalén. Del culto a Dios al de la Razón

Resulta cuanto menos curioso, comprobar cómo, muchos siglos después, en una Europa resultado de la confluencia del influjo de la Biblia (religiones reveladas) y de la filosofía griega, la Revolución Francesa, tomó templos religiosos católicos, como fue el caso de la Iglesia de Notre Dame, y los ofreció a la nueva deidad, «La razón», mientras olvidaba, como bien les reclamó la filósofa Marie Gouze (Olympe de Gouges), otorgar a las mujeres, los mismos derechos ciudadanos que se habían establecido para los hombres. Defendiendo su reclamo con la presentación de Los Derechos de la Mujer y de la Ciudadana; siendo poco tiempo después condenada a muerte. Y es que, La Razón, convertida en diosa, siempre será la razón de alguien, es decir, de un poder, una élite.

Cuarto camino: un paso adelante y otro atrás. Y entonces los hombres se encontraron con grandes máquinas a las que atacaron con palos

Afirmada la Ilustración y el industrialismo, la división ya no fue entre qué es lo «bueno» y qué lo «malo», sino entre «progresista» o «reaccionario». (Nos lo recuerda Leo Strauss en Progreso o retorno). Así, sin matices, sin rescatar lo mejor de cada opción, dando por hecho que lo nuevo, el progresismo que hasta hoy en día oímos defender a los políticos, sin saber muy bien qué están defendiendo en la actualidad, a qué se refieren, frente a lo reaccionario, lo que reacciona en sentido contrario, que bien puede ser un conservadurismo, que intenta retener lo mejor o más útil del pasado, y un ecologismo que busca preservar la vida.
Pero, volvamos a Grecia un instante. Recapitulemos: en aquellos primeros tiempos de la humanidad, con menos conocimientos y distracciones que las actuales, parece posible afirmar que el tipo de relaciones que podía establecer un hombre se circunscribía al conocimiento de los más cercanos y, por supuesto, de sí mismo. Con respecto a lo que fuera bueno o malo, y a su entendimiento, nos sirve de ejemplo la Alegoría del carro citada por Platón: «Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen; necesariamente, pues, nos resultara difícil y duro su manejo» (Fedro). Obviamente, aparece lo político.
De este modo, la ley de la Ciudad, aquella que Aristóteles había llamado la «ciudad justa», sustituyó a la «ciudad sana», más cercana a la Naturaleza. Pero que la ciudad imponga su ley, no quiere decir que todos acepten cumplirla. El arte de la tragedia griega nos recuerda el ejemplo de Antígona. Ella se niega a obedecer la nueva ley que le impide, a causa de una cuestión política, dar sepultura a su hermano. Su desobediencia le costará la vida. La ley familiar, la ley del pequeño grupo del pasado, la de la «ciudad sana», esperaba que los deudos enterrasen a sus muertos con dignidad y respeto. «La distinción entre naturaleza y convención implica que la naturaleza es esencialmente ocultada por las decisiones de la autoridad. (…) La naturaleza es más antigua que toda la tradición, y más venerable que toda la tradición», nos recuerda Leo Strauss en La ciudad y el hombre. Por tanto, también deberíamos hablar de la Naturaleza oculta (naturae absconditus). Lo que la mayoría acepta en la ciudad en la que Antígona vive, no se hubiera aceptado en el pasado. Y ella cumple con la tradición, rebelándose contra la ley impuesta en Tebas por su tío, el rey Creonte. La ciudad con su nueva política impone también una Ética, que no todos aceptan; Antígona se mantiene fiel a la tradición recibida. Para ella, esa ley nueva, es algo así como una «verdad relativa», una opinión. Decía Strauss que las opiniones son «fragmentos sucios de la verdad» que puede venirle muy bien, como es lógico, al rey Creonte, por ejemplo, pero está vacía del origen de esa otra nobleza antigua, basada en lo que el hombre sentía, en lo que de más natural había en él: la defensa de los propios, el cuidado de la prole, algo que también conocen los animales en sus instintos básicos. Los muertos deben ser acompañados y enterrados por sus deudos. Antígona, lo sabía, y cumplió.
Pero no solo los reyes pueden ser desobedecidos, incluso los dioses que impone la ciudad. Fueron acusados de impiedad hacia los dioses: Protágoras, Sócrates, Anaxágoras, Aristóteles. En esos mismos dilemas se debatieron no pocos de los filósofos, y en la línea religiosa, teólogos y pensadores de pasados siglos, recurriendo a la «escritura exsotérica», además de a la «esotérica», así como al latín como lengua de ocultamiento, para escapar de persecuciones y dejar semiocultos numerosos mensajes entre líneas. Ya no se trataba de la fuerza de la ley sino de la religión. Pensamos, por ejemplo, en Spinoza. Esto lo vio con claridad Lessing, quien no solo lo explicó sino que lo practicó, y a quien Strauss remite. Resumiendo: la ley natural está en la base del derecho positivo y de la religión positiva.

Quinto camino: conversar se puede. Las ideas de Hans Jonas sobre el legado a las próximas generaciones, y mi conversación con unos niños

Hans Jonas, filósofo alemán de origen judío, se preguntaba en su obra Principio de responsabilidad si podíamos tener una ética al margen de lo sagrado; creo que sí, bastaría con respetar lo que la naturaleza nos ha dado, nuestro propio ser y forma de comportarnos, esa consciencia que nos señala los límites, expresados luego en códigos morales y leyes.
Al autor le preocupaba nuestra demostrada incapacidad para cuidar el mundo y preservar, además de a las otras especies, la nuestra, y muy especialmente la vida de las próximas generaciones. Él se hacía preguntas similares a las que aquí dejo: ¿Nos preocupan los seres que puedan llegar a nacer en el futuro? ¿Sentimos nuestra responsabilidad sobre ese tema? ¿De qué manera lo percibimos? O, simplemente: ¿nos alcanza con que a nosotros nos vaya bien, y punto? Y eso hasta donde nos dure el bienestar, dado el talante soberbio, autoritario y negacionista de algunos líderes políticos actuales sobre el cambio climático.
Hans Jonas era consciente de que nuestra preocupación se quedaba siempre corta, a duras penas llegaba hasta los hijos y los nietos, y ahí encontraba una carencia de solidaridad para con el futuro más lejano.
De este libro de Hans Jonas, Principio de responsabilidad, se han citado con insistencia unos imperativos categóricos, al estilo de los de Kant, propuestos por el autor, precisamente para garantizar esas vidas futuras.
Como filósofo, le pesa ese proceder, esa indiferencia, convencido como está de la preeminencia del «ser» frente al «no-ser». La cuestión es sencilla. Sinceramente: creo que los niños saben más de esto, especialmente cuando son pequeños, que los adultos. Y para comprobarlo, conversé con algunos. También debo hacer la siguiente aclaración: probablemente, se sintieron algo defraudados por una explicación, cuya respuesta, ellos como niños que eran ya intuían, simplemente, porque no tienen encima todo el peso de la cultura, y están, por tanto, más cerca de su propia esencia. A ver, es como cuando a un adulto se le pregunta ese acertijo que dice: «¿Cuántos animales caben en una ballena», y el adulto comienza a darle vueltas a la cuestión. Primero se pregunta dónde está la trampa, porque cree adivinar que la hay (un adulto tiene experiencia y conocimientos), luego se pregunta si se estará hablando de animales reales y si por casualidad el que preguntó le quiere engañar llamando «animales» al placton. Cuando el adulto no ha terminado con sus disquisiciones, el niño de 7 u 8 años contesta: «Ninguno; porque “va llena”». Y a continuación suelta una carcajada, aclarando: «Ba… llena. ¿Lo pillas?». ¿A qué han vivido alguna vez este tipo de experiencia? El niño encuentra la respuesta más sencilla, sin cuestionar si alguien pretende engañarle, ni tomar en consideración mil cosas más, mientras que el adulto entra en un laberinto de difícil salida. Como resultado, su inteligencia parece algunas veces menor que la de un niño. Pero el niño, por decirlo de algún modo, está más cerca de sí mismo, de su sentir, de su experiencia básica.
Así, el aceptar la preeminencia del ser frente al no-ser responde a la valoración positiva de lo que es frente a lo que no. Dice Jonas: «Hay que observar que la mera posibilidad de atribuir valor a lo que es, independientemente de lo mucho o lo poco que se encuentre actualmente presente, determina la superioridad del ser sobre la nada, a la que no es posible atribuir absolutamente nada, ni valor ni disvalor, y que la preponderancia ―temporal o permanente― del mal sobre el bien no puede acabar con esa superioridad, esto es, no puede empequeñecer su infinitud». Por tanto, para aceptar el ser, primero hay que aceptar ese valor de ser, que mueve y pone a su vez en pie, otros valores; por ejemplo, el de la vida, y el de la felicidad que supone el que pueda ser vivida con dignidad.
Por eso, pregunté a los niños con quienes mantuve la conversación si creían que todas las personas deseaban la felicidad, y me contestaron que sí. Les pregunté, por si no me habían entendido bien, si no sería lo contrario, y la mayoría preferiría, por ejemplo, la infelicidad, y me contestaron que no. Les pregunté si pensaban que había personas que pudieran desear la infelicidad de otros, y me dijeron que no. Entonces, afirmé: si todos quieren su felicidad como nosotros también queremos la nuestra, habrá que respetar que eso se cumpla. «Por supuesto», admitieron ellos. Y, aunque no recuerden en el futuro el nombre del autor al que me referí, creo que no olvidarán esa conversación, porque ellos eran conscientes, sin ser adultos, ni universitarios ni tan siquiera sabios, que todo aspira a ser, a cumplir con su propio fin, y esto se percibe hasta en la más pequeña planta que busca ansiosa su trozo de luz, o como diría Jonas, se advierte en la naturaleza esa «voluntad» de trascendencia de la que nosotros también somos parte, y que nos obliga moralmente a respetar ese mismo derecho en los demás seres, con todas las consecuencias. Dice Jonas: «Que el mundo tiene valores es cosa que ciertamente se sigue de modo directo del hecho de que tiene fines, y en este sentido, de acuerdo con lo anterior, no se puede continuar hablando de una naturaleza libre de valores».

Confluencia de los caminos recorridos

Estamos en el mes de abril, aquí, en el sur de España, junto al Mediterráneo. Es tiempo de COVID 19; estamos en cuarentena, la mayoría, confinados. Hace apenas unas semanas, los montes de Málaga se llenaban de almendros en flor, y junto a las carreteras amarilleaban los hermosos racimos amarillos de las mimosas. Hoy, en el jardín, tras algunos conatos de lluvia, las abejas zumban posando suavemente sobre las flores de los naranjos, mientras las delicadas violetas derraman su dulce perfume junto a una pared de la casa, donde el invierno parece haber dejado ahí su húmedo fantasma; y más allá, bajo un cielo azul donde un rebaño de nubes blancas pasta concienzudamente, las flores de los heliotropos parecen competir con algunas rosas y fresias, a ver cuál de ellas presenta la más bella fragancia, el aroma más perfecto. Así, el mundo de la vida dice sí a la vida. El deseo de bienestar, por ejemplo, de tener cubiertas nuestras necesidades básicas; de felicidad, de amar y ser amados; de dignidad, en consecuencia, de respetar y ser respetados, se percibe por doquier. Por eso, el ser importará siempre más que el no ser; que es algo que hasta los niños saben.




Lecturas recomendadas:

Jonas, Hans. El principio de responsabilidad. Herder. Barcelona, 1995.
Mounier, Emanuel. Introducción a los existencialismos. Guadarrama. Madrid.
Lessing. Textos filosóficos y teológicos. Editorial Nacional. Madrid, 1982.
Leibniz. El origen de la religión revelada. Internet en línea. Lectura: marzo 2020.
Strauss, Leo. La ciudad y el hombre. Katz. Buenos Aires, 2006.
Strauss, Leo. Progreso o retorno. Paidós. Barcelona, 2004.

Fotografía: Iglesia de San Martín en Ivry-la-Bataille, Francia. (En su fachada pueden apreciarse las inscripciones del culto a La Razón, 1793)

domingo, 5 de abril de 2020

EL DIOS CRUCIFICADO



EL DIOS CRUCIFICADO -Semana Santa y COVID-19-

Pilar Alberdi

«Eloi, Eloi, lamá sabactani» (Señor, Señor, ¿por qué me has abandonado?). Jesús de Nazaret
«no hay piedad donde no hay caridad» Leibniz

¿Por qué se adora la cruz? ¿Qué significado adquiere hoy frente a un Universo que parece no sentir cuando es capaz de destruir al hombre? (1) El teólogo alemán Jürgen Moltmann (1926- ), uno de los tres teólogos cuyas obras comentaré en este artículo, se pregunta en su libro El Dios crucificado «qué significa el recuerdo del Dios crucificado en una sociedad oficialmente optimista que camina por encima de muchos cadáveres». Evidentemente, una pregunta así, merece ser contestada.
Una mirada selectiva hacia dos de los principales teólogos protestantes, Dietrich Bonhoeffer (1906-1945) tanto como Moltmann), y otro católico, Johan Baptist Metz (1928-2019)), nos ofrecerá la posibilidad de conocer de cerca esa visión crítica sobre la cristiandad del pasado siglo XX y de parte del XXI.
De los tres, Bonhoeffer fue el antecedente. Opositor al régimen nazi, y angustiado en el tiempo que le tocó vivir, dijo: «Para este mundo el éxito es la medida y la justificación de todas las cosas; pues bien, la figura del juzgado y crucificado sigue siendo extraño y en el mejor de los casos digna de compasión para el mundo. El mundo quiere y debe ser vencido por el éxito». Ha tenido que llegar hasta nosotros imprevistamente una pandemia, la de un virus (COVID-19), aunque en años anteriores no habían faltado alertas por otros virus, para recordarnos el sentido de lo apocalíptico, los límites de la ciencia, la afectación en lo social, lo político y económico, para dejar de lado disputas innecesarias, remover entre los viejos valores y sacar a la luz el amor, el respeto al prójimo, y la solidaridad.
Lo escatológico en tiempos de crisis, igual que la certeza de nuestro final personal, nos recuerdan los límites del camino. Frente a la vida, tal como se nos presenta a diario, es fundamental una exigencia ética y reflexiva.
Si el creyente exige preguntarse por el silencio de Dios, también podemos decir que cualquiera puede preguntarse por ese silencio cósmico, al que la ciencia lentamente va desvelando, y que como seres de este Universo nos interesa ontológicamente. Y ser, lo sabemos bien es ser capaz de actuar. La persona reflexiva, busca conocimiento para comprender, y afirma el sentido de lo que cree en sus propios actos. Porque, como dice Batjin en Hacia una filosofía del acto ético, uno cuando actúa, lo hace con todos los momentos de su vida en que los que ha actuado también, uno en cada acto consolida un poco más el ser que está queriendo ser, el encuentro del ser consigo mismo, su ética, por eso esperamos de una persona a la que conocemos esa proyección que intuimos determinada en el tiempo de su vivir.
Dietrich Bonhoeffer había anticipado estas cuestiones. No basta con un altar para adorar a Cristo, si la gente permanece apartada en su casa, si cada cual vive en su pequeño y cómodo mundo. He ahí lo fácil. Dirá: «la idea cristiana es el camino de Dios al hombre, y la señal que la hace concreta es la Cruz. Aquí está el punto en el que solemos darnos media vuelta sacudiendo la cabeza sobre la causa cristiana». La cruz no es algo que deba ser mirada sin más, sino que es una realidad ―siempre presente―que nos interpela. Las cargas están para asumirlas, y finalmente como ser, son las que nos llevan hacia adelante.
De los tres teólogos, el joven pastor Bonhoeffer fue condenado a muerte por el régimen nazi. Ocurrió en 1945, en el campo de concentración de Flossenbürg (Alemania), acusado de ser uno de los organizadores del atentado a Hitler del 20 de julio de 1944. Entre sus actividades previas al encarcelamiento había creado junto a otros jóvenes pastores y teólogos protestantes la Iglesia Confesante, opuesta al Führer. Su objetivo la denuncia de la Iglesia oficial y su sometimiento al nazismo. Como cristiano le preocupaba el carácter burgués de los fieles, quienes se mantenían fuera del verdadero contacto con los pobres y desprotegidos. Desde ese espacio de complacencia, aun dando limosna y manteniendo ciertas formalidades como las de acudir al rito, se puede llegar a parecer un buen cristiano, sin serlo. Bonhoeffer ya mostró su preocupación por la pérdida de lo sagrado en El precio de la gracia y en sus Escritos Esenciales. Señaló: «El aburguesamiento del cristianismo significa olvido de la cruz y desesperanza». (Es un tema del que también se hará eco el católico Metz). «Con todo, la muerte de Jesús en la cruz de los criminales muestra que el amor divino encuentra el camino hasta la muerte de los criminales, y cuando Jesús muere en la cruz con el grito: “Dios mío ¿por qué me has abandonado?” [Mt 27, 46; Mc 15-34; Véase Sal. 22, 2], esto significa que la eterna voluntad de amor de Dios no abandona al hombre ni siquiera en la experiencia de desesperación por el abandono de Dios, Jesús muere de verdad desesperado de su obra, de Dios, pero precisamente esto significa el coronamiento de su mensaje».
Estamos en Semana Santa, una semana que será diferente a otras por la presencia entre nosotros del Covid19. Camino doloroso que estamos viviendo como sociedad del éxito y de la que esperamos reflexión para hacer un mundo mejor y más justo. Decía Bonhoeffer sobre el sentido del Viernes Santo y del Domingo de Pascua que «el camino de Dios al hombre conduce de nuevo a Dios» (2). Y afirmaba: «Un rey que va a la cruz tiene que ser el rey de un reino sorprendente. Solo quien comprenda la profunda paradoja de la idea de la cruz puede entender todo el significado del dicho de Jesús: “Mi reino no es de este mundo” (Jn 18, 36) En el fondo, dice Bonhoeffer, «Cristo no es el portador de una nueva religión, sino el que nos trajo a Dios»” y el que volvió a recordar unas reglas éticas básicas que se encuentran también en otras tradiciones. Hay un pasaje fundamental en el libro (3), en dónde explica la actitud de Pilatos, mostrando la diferencia entre «la autoridad por el cargo», y «la autoridad por la dignidad». Explica: «En la estructura de las autoridades se dan dos tipos de opuestos: la autoridad según el cargo y la autoridad de la persona. La pregunta dirigida a la autoridad según el cargo reza así: “¿Qué eres tú?”, en la cual el “qué” se refiere al cargo. Pero la pregunta dirigida a la autoridad de la persona, dice: “¿De dónde te viene a ti esta autoridad?” Y la respuesta es: “De ti, ya que tú reconoces mi autoridad sobre ti”». Como todos los años se liberaba por esa fecha a un reo, Pilatos, consciente de preferir no cargar con esa muerte, que le parecía un tema dentro del ámbito judío, ofrece la posibilidad de salvar a Jesús. La opción estaba entre Barrabás, un ladrón o participante en un motín en donde se produjo un homicidio, el Nuevo Testamento ofrece distintas versiones; o Jesús. Y el pueblo eligió salvar al primero, por lo que Jesús fue crucificado por blasfemo. El título o tablilla en la cruz decía en hebreo, latín y griego: «Jesús de Nazaret, rey de los judíos», aunque las palabras exactas también varían, y han quedado reunidas en el acrónimo INRI.
A Bonhoeffer también le molestaba especialmente, lo que llamó la «gracia barata»; la creencia de que basta con afirmar ser cristiano para obtener esa «gracia». Para el pastor esa «gracia barata» no alcanza, y señala hacía el Evangelio, allí y solo allí, dice, está la “gracia cara”, la del acto, la del testimonio, la de la ofrenda incluso de la propia vida. Según él, Lutero sí quiso esta “gracia cara” para los fieles, pero no fue la que quedó a partir de la Reforma. Esa «gracia cara» es costosa, y se adquiere a un alto precio. «El precio que hemos de pagar hoy en día con el hundimiento de las Iglesias organizadas, ¿significa otra cosa que la inevitable consecuencia de la gracia conseguida a bajo precio? Se ha predicado, se han administrado los sacramentos a bajo precio, se ha bautizado, confirmado, absuelto a todo un pueblo, sin hacer preguntas ni poner condiciones; por caridad humana se han dado las cosas santas a los que se burlaban y a los incrédulos, se han derramado sin fin, torrentes de gracia, pero la llamada al seguimiento se escuchó cada vez menos».
En la misma línea se manifestó el sacerdote y teólogo católico alemán Johan Baptist Metz, consideraba que la pérdida del sentido escatológico o apocalíptico había permitido la aparición de cristianos superficiales. Si no hay un límite que nos recuerde un rendimiento de cuentas frente a nuestra vida y la de los demás, es decir, un previo sometimiento a la reflexión, y acaso a un juicio, ¿cuál es el resultado? «Quien escucha, por ejemplo, el discurso sobre la resurrección de Cristo en la cruz de forma tal que el clamor apocalíptico del Hijo abandonado por Dios se haga inaudible, ese tal no escucha el Evangelio, sino un arcaico mito de triunfadores». Su crítica se dirige a la Iglesia como centro de una burguesía en la que el creyente se acomoda sin sufrir mayores inconvenientes por su fe ni por sus prácticas. Ese límite, fuera de nuestro tiempo es también aquel ante el cual Sócrates hipotecó su vida, como nos recuerda Leo Strauss. Cuando se lee la Apología de Sócrates de Platón, se encuentran allí las palabras del filósofo a sus acompañantes. Y lo que dice es que él confía en que hay algo más, algo bueno además, donde lo que él ha hecho será valorado, aunque ese tipo de cosas es, así lo expresa, de las que no se dicen al pueblo. Ya sabemos por otras obras de Platón la facilidad con que se denunciaba de impiedad a quienes no respetaban a los dioses griegos. Cuando en el 52 d. C. llegó san Pablo a Atenas, encontró que los atenienses dedicaban culto a numerosos dioses, entre ellos, al «Dios desconocido» (4). De tal modo que cuando san Pablo intentó trasmitir el mensaje cristiano en el Aerópago [Hch 17, 22-23], comenzó a decirles que venía a hablarles precisamente de ese dios.
En la misma línea de Bonhoeffer y Metz, quien criticó en un sínodo, en el año 1966, la posición tomada por la Iglesia Católica Alemana ante el nazismo (5), Moltmann señalará en su libro El cristo crucificado, que el símbolo de la cruz que representa a la Iglesia cristiana, no fue un símbolo esencial para esta en sus comienzos; había otros (el buen pastor, la paloma, el pez, etc.). La cruz representaba para los primeros cristianos algo vergonzante, porque significaba una contradicción y remitía a un Dios «que fue crucificado, no entre dos candelabros sobre el altar, sino entre dos ladrones en el Calvario de los perdidos, ante la puerta de la ciudad». «La cruz no era entonces el signo en que se triunfa, ni signo de victoria en las iglesias, ni un adorno de los tronos imperiales, ni signo de órdenes ni de condecoraciones, sino un signo de contrición y escándalo, que frecuentemente transmitía vergüenza y muerte», pues en esa cruz «triunfa la muerte, el enemigo, la no-iglesia, el estado de injusticia». Moltmann incide en el hecho de que la iglesia del crucificado al pasar a ser dominante socialmente, con el tiempo, embelleció y envolvió con «esperanzas e ideas de salvación» aquel instrumento de tortura, agonía, y muerte.
Explica, además, como el término «Dios crucificado» apareció en la tardía Edad Media, y lo asimiló Lutero. Pero también critica Moltmann que la Cruz se vea como símbolo de salvación cuando debería ser la alerta de lo que sucede en el mundo, la contradicción entre un Dios, al que se presenta como omnipotente pero débil para el mundo.
Nietzsche, que sin duda fue crítico con ese cristianismo burgués, como también lo fue Kierkegaard, percibió con gran lucidez cómo «Los hombres modernos, con su embotamiento frente a toda nomenclatura cristiana, no sienten ya lo pavorosamente superlativo que para un gusto antiguo se encerraba en la paradoja de la fórmula que habla de “Dios en la cruz”. Esta certeza probablemente posibilitó que su personaje Zaratustra se horrorizase de la muerte de Dios a mano de los hombres, y sobre todo la ignorancia de estos de haber llevado a cabo ese asesinato en un mundo secularizado.
Para Moltamnn que sigue las palabras de Schelling («Todo lo que es, puede manifestarse solo en su contrario. El amor únicamente en el odio; la unidad únicamente en la disputa») le parece claro que Dios como mejor se manifiesta es a partir de sus contrarios, «la impiedad y el abandono».
Si la religión, como insinuó Marx, es el pedido de auxilio de un mundo sin corazón. Pongamos el oído. Yo escucho su latido. Porque después de la crisis causada por el COVID-19, quizá hayamos comprendido que se puede vivir de otra manera, y con otras prioridades; esa es la enseñanza, o puede serlo, y deberíamos ser capaces de aprovecharla.



Notas:

(1) Pascal. Pensamientos. «El hombre no es más que una caña, la más frágil de la naturaleza, pero es una caña pensante. No hace falta que el Universo entero se arme para destruirla; un vapor, una gota de agua es suficiente para matarlo. Pero aun cuando el Universo le aplastase, el hombre sería todavía más noble que lo que le mata, puesto que él sabe que muere y la ventaja que el Universo tiene sobre él. El Universo no sabe nada». En su libro Introducción a los existencialismos, que también recomiendo, de (2) Emmanuel Mounier, dirá este, que de Pascal a Sartre, lo que se percibe es «la angustia», «el vértigo». Por decirlo de otra manera, la escisión y la falta de sentido amenazan constantemente al hombre en cuanto a su origen y perspectivas, por tanto, el esfuerzo para evitar este desgarro es permanente.
(3) Bonhoeffer, Dietrich. Escritos Esenciales, pág. 62
(4) Dios Desconocido(Agnostos Theos). Ibid, pág. 70 También: Laercio, Diógenes. Vida y opiniones de los filósofos ilustres. Libro I, 69, 2. En donde se explica cómo la llegada de una plaga en Atenas y su intento de solución por parte de Epeménides dio origen al culto al Dios desconocido
(5)Tomemos en cuenta la fecha, 1966, lo hace con la misma tardanza con que el mundo comenzó a hacerse eco de lo que había pasado en los Campos de concentración y exterminio.


Lecturas relacionadas:

Bonhoefer, Dietrich. Escritos esenciales. Sal Terrae. Santander, 2001.
Bonhoefer, Dietrich. El precio de la sangre. Sígueme. Salamanca, 2004.
Fraijó Nieto, Manuel. Filosofía de la religión. Estudios y textos. Trotta. Madrid, 2005.
Freud, Sigmund. El malestar en la cultura. Akal. Madrid, 2017.
Nietzsche, Friedrich. Genealogía de la moral.Alianza. Madrid, 2011.
Metz, Johan Baptist. Más allá de la religión burguesa. Sígueme. Salamanca, 1982.
Metz, Johan Baptist. Esperar a pesar de todo. Sígueme. Salamanca, 1992.
Moltmann, Jürgen, El Dios crucificado. Figuera. 1975
Moltmann, Jürgen. Dios en la creación. Sígueme. Salamanca, 1987.
Liebniz, Gottfried Wilhelm. Discurso de metafísica. Alianza. Madrid, 1981.
Liebniz, Gottfried Wilhelm. Ensayos de Teodicea. Sígueme. Salamanca, 2013.


Otras lecturas:

Guenon, René. El simbolismo de la Cruz. Se explica la importancia de la cruz como símbolo en distintas tradiciones. Otros temas: significados del Árbol de la Vida y del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Relación ternaria por ejemplo de estos símbolos con Jesús y los otros dos crucificados que le acompañaban. El significado de la serpiente en el tratamiento bíblico, no solo cuando representa el mal. Relación del eje vertical de la cruz con la trascendencia y del horizontal con lo humano; también del macrocosmos y microcosmos. Sentido de urdimbre y trama en los Upanishads. No es una lectura fácil, pero es ideal si se conocen o uno desea aproximarse a otras tradiciones.

Marcel, Gabriel. Homo Viator. Prolegómenos a una metafísica de la esperanza. Sígueme. Salamanca, 2005.
Se trata de un grupo de artículo escritos en el período correspondiente a la Segunda Guerra Mundial. Incide especialmente en la Esperanza; en su caso y el de sus contemporáneos fue que se acabase la guerra, y llama la atención sobre el carácter profético de esta: «la esperanza es un saber más allá del no saber». En la esperanza, viene a decir, hay «una no aceptación, aunque positiva» de la realidad o los hechos tal como se presentan, una prefiguración del futuro. La esperanza arroja algo de «claridad» sobre ese acontecimiento, anticipa una solución. La esperanza también es una cuestión de fe de que algo pueda llegar a ser de un determinado modo. La creencia también puede determinar el camino necesario para conseguirlo. Otro tema importante de estos artículos es conocer qué nos hace personas ante nosotros mismos y ante los demás; y análisis de lo contrario, el ser convertido en «personaje». Incluye una lúcida crítica al deseo de «distracción» de una gran mayoría de la población, que busca permanente el modo de evadirse de sí mismos.

Artículos relacionados:

Revista Aleteía. «Los doce símbolos más importantes de las catacumbas cristianas». https://es.aleteia.org/2017/05/15/los-12-simbolos-mas-importantes-en-las-catacumbas-cristianas/

Capanaga, Victorino. «Las dimensiones de la Cruz en la existencia cristiana según san Agustín» http://www.revistadeespiritualidad.com/upload/pdf/703articulo.pdf
En este artículo se relacionan símbolos cristianos como mar, nave, leño, presentes en obras de san Agustín, por ejemplo, en las Confesiones. También se da un lugar especial a la carta de Pablo a los Efesios sobre el misterio de la Cruz. Agustín renueva las palabras paulinas: «Tal vez aquí significa la Cruz del Señor. Porque allí había anchura, en la que se extendían los brazos: longitud, surgiendo de la tierra, en la que está Cristo clavado; altura en la parte que sobresalía desde el brazo cruzado; lo profundo donde estaba fijada la cruz, y de allí surge toda la esperanza de nuestra vida» (…) Porque la anchura está en las buenas obras, la longitud en la perseverancia hasta el fin, la altura les viene del Sursum corde (¡Levantemos nuestros corazones!), de modo que todas nuestras obras buenas en las que perseveramos hasta el fin, teniendo anchura por el bien obrar y longura por la duración hasta el fin». Para san Agustín este «aquí» era su siglo, la población en que se encontraba, otras poblaciones, a las que comparaba con el mar (las pasiones). Metafóricamente: alentaba a caminar sobre él.

Noticias en prensa sobre Semana Santa, COVID-19, Iglesias, religión. Por fecha:

Israel: los judíos ultraortodoxos rechazan las restricciones por el coronavirus
https://www.perfil.com/noticias/internacional/israel-judios-ultraortodoxos-rechazan-restricciones-coronavirus.phtml
El Papa Francisco ofrece una bendición «urbi et urbi» en una plaza de San Pedro desierta
Lectura Internet: 27-03-2020
https://www.marca.com/tiramillas/actualidad/2020/03/27/5e7e47c022601d405b8b45cf.html
Las mega iglesias evangélicas brasileñas siguen dando misa para 10.000 personas: «El antídoto del virus es la fe» Lectura Internet: 29-03-2020
https://www.eldiario.es/internacional/iglesias-brasilenas-continuan-abiertas-coronavirus_0_1010349890.html
Covid-19 cambia protocolo de oraciones en el Islam Lectura: 24-03-2020
https://www.prensa-latina.cu/index.php?o=rn&id=352173&SEO=covid-19-cambia-protocolo-de-oraciones-en-el-islam
La Iglesia Evangélica reprueba el desafío a la cuarentena de algunas de sus congregaciones
Lectura Internet: 20-03-2020
https://elpais.com/sociedad/2020-03-19/la-iglesia-evangelica-reprueba-el-desafio-a-la-cuarentena-de-algunas-de-sus-congregaciones.html
De Sevilla a Castilla y León, el coronavirus deja a España sin Semana Santa
Lectura Internet: 14-03-2020
https://www.expansion.com/sociedad/2020/03/14/5e6cc212e5fdea277c8b45dc.html

NOTA FINAL: estimado lector-lectora si has llegado hasta aquí mereces esta explicación. Los tres teólogos-pastores-sacerdotes a los que doy lugar en este artículo han dedicado una gran parte de su vida a filosofar sobre las creencias en la que estaban insertos. Personalmente llegué a ellos hace años cuando cursaba el Grado de Filosofía en la UNED. Estudié —entre otras muchas asignaturas— dos de Filosofía de la Religión y dos de Creencias Orientales. Veréis, No hay teología sin filosofía; y me atrevería a decir ni filosofía sin teología. En cuanto a esta relación, en el pasado tenemos el ejemplo de Agustín de Hipona, un hombre que estudió con gran dedicación a los filósofos griegos e incluso, abrió dos Escuelas de retórica, una en Cartago y otra en Roma, antes de optar, quizá la palabra justa fuese “rendirse” al apostolado cristiano. Y digo “rendirse” porque aquél, aquélla, que asuma el deseo de trascendencia del ser, la importancia de ser íntegramente persona y no solo un individuo acorde con su época, precisa de gran humildad. He sentido, lo percibo a menudo, y en especial, lo he vivido por este artículo, una crítica feroz de personas situadas probablemente en el ateísmo. Creen ellos que pensamiento y religión no pueden ir juntos. Se equivocan. Y lo hacen, además, porque no reconocen cuán dogmático se puede ser desde cualquier posición.
La religión, las creencias sean del tipo que sean, impregnan por completo nuestras culturas. Lo mejor que podemos hacer, si no las conocemos bien, es intentarlo. Observar incluso, cómo, permítaseme la palabra, “administran”, desde diversas instituciones ese legado, esa fe, reconociendo cuando las hay sus propias autocríticas, algunas de las que cito en el artículo, sí, pero también y muy especialmente las actuales, por ejemplo, las de las teólogas reclamando a la Iglesia Católica un espacio para la mujer, y una transparencia ejemplar que impida que se repitan abusos de autoridad y sexuales como los conocidos estos últimos años. Y son solo un par de ejemplos.
Sin duda, estos temas y algunos más darán en el futuro pie a nuevos artículos.
Gracias por vuestra atención.


Foto: Vidrieras de la Catedral de León. La he tomado de Internet, si a su autora o autor, le molesta que aparezca aquí, me lo dice y la retiro. Gracias.