viernes, 13 de mayo de 2022

CONTRA LOS FILÓSOFOS DEL HORMIGUERO

 


Pilar Alberdi

Leo mucho y escribo poco, es verdad. Entre manos tengo los borradores de un par de ensayos pero aún tardarán en salir al exterior, hay que darles un tiempo de sosiego, un poco de silencio y de sombra en un retirado cajón, una calma que anticipe o sea puente a nuevas reflexiones; y quizá, aquí y allá, en los tupidos renglones, un cambio en el orden de las palabras que surgirá más tarde.

Verdaderamente me subo a hombros de gigantes cuando leo, y desde allí oteo el mundo. Es como estar en otro continente, en otras tradiciones, en otra clase de «tiempo», el de gentes lúcidas y sensatas. Solo un interés me empuja: comprender, es decir, comprender mejor cada día.

Haciendo justicia a los términos «leo mucho y escribo poco», aquí dejo someramente los títulos y autores de algunas de mis últimas lecturas, que no son todas, por supuesto, en esta visita constante que hago a bibliotecas físicas y virtuales. Algunos ejemplos:

Lectura de libro de Antonio Barcena: Hannah Arendt —Una filósofa de la natalidad —. Arendt comprendió que la «humanitas», lo humano renace una y otra vez con cada ser, que cada ser es una nueva oportunidad para garantizar, afianzar lo humano. ¿Acaso no destellan con luz propia en la humanidad unos pocos individuos portadores de esa humanidad? ¿Y acaso no han sido ellos quienes han dado ejemplo en ese sentido?

El autor nos recuerda lo que dijo André Enegren sobre la filósofa: «Hannah Arendt no pertenecía a nadie». Y es esa, su condición de «apátrida», la base que justifica dicha afirmación. Pero no toda, porque siempre reconoció que su madre le enseñó a ser fuerte, a oponerse a lo que fuera si creía tener razón, especialmente si la ofensa de la que fuese testigo no fuera ni siquiera contra ella misma sino contra otros más débiles, incapaces de defenderse o de reconocer la ofensa. Incluso cuando de algún modo tuvo patria, fue valiente. Lo fue siempre. Para atreverse a decir lo que se piensa, y para pensarlo, para oponerse a lo que hay, a lo que se impone, al vil engaño, hay que ser valiente.

Sobre esta condición de «apátrida» en tiempos de la guerra y la posguerra, la autora se expreso del siguiente modo:«Al perder nuestro hogar perdimos nuestra familiaridad con la vida cotidiana. Al perder nuestra profesión perdimos nuestra confianza en ser útiles en el mundo. Al perder nuestra lengua perdimos la naturalidad de nuestras reacciones; la sencillez de nuestros gestos y la expresión espontánea de nuestros sentidos. Dejar a nuestros parientes en los guetos polacos, a nuestros mejores amigos morirse en los campos de concentración significó el hundimiento de nuestro mundo privado». Muchos de estos intelectuales ya no volverían a ver a sus familiares, especialmente a sus padres. Lo contó en Nosotros los refugiados, (1943).

A Hannah Arendt se la cita mucho, es verdad, muchísimo en artículos académicos y otros textos de filosofía escritos por hombres y también por mujeres, pero no aparece en la mayoría de los libros de filosofía para universitarios. Esto sí que es terrible. ¡Qué silencio! Todavía le deben su lugar en la Historia de la filosofía pese a sus estudios sobre el totalitarismo y la violencia a los que tantos recurren.

El mal le preocupó siempre. Frente al bien al que consideraba profundo, con raíces firmes, el mal era algo superficial que crecía rápidamente como un hongo infectando todo en su camino. Quizá por eso, supo ver por un lado el «mal radical», el del instigador y propulsor, y aquello otro que definió como la «banalidad del mal», la de sus seguidores, la de aquel que sin hacerse muchos problemas de conciencia intenta sobrevivir al sistema, pretendiendo eludir toda responsabilidad cuando se la piden con excusas como la de haber obedecido leyes que fueron legales en un determinado momento histórico. Lo explica en El caso Eichmann. Pero la ley moral no es la ley oportunista de los hombres.

Lectura del artículo de Jacques Maritain: «Santo tomás de Aquino y el problema del mal. Principios generales»: El autor invita a la reflexión partiendo de la claridad exponencial de Tomás de Aquino sobre el mal. ¿En qué momento se produce? El resumen sería: faltar a la regla (lo que está ordenado) es previo a la caída. Si hay caída es porque hay una regla o norma que no se ha respetado. El pensamiento no es el mal; con el acto comienza el mal verdaderamente. Mientras haya pensamiento puede haber reflexión y cambio de proceder. Una vez cometido el acto nos encontramos de frente con la consecuencia.

Lectura de Las paradojas de la irracionalidad de Donald Davidson: Todas las acciones aún las más incomprensibles pueden ser explicadas. No hay falta de conciencia salvo en algunos casos concretos como demencias, etc. Ninguna acción adolece de consecuencias.

Releí La fábrica del hombre occidental de C C Lewis: La pregunta griega «¿qué es?», el conocido «tò tí esti» de Aristóteles pasó a ser en los latinos el «qué de la cosa», la «quididad».

Nos preocupó y siempre nos preocupará aquello a lo que nos enfrentamos. Es evidente que a unos más que a otros, y toda corriente filosófica lo ha hecho a su manera.

Lewis, además, nos propone una cuestión fundamental, nos dice que lo que nos hace humanos es la pregunta: «¿Por qué…?». Con ella —añadoexpresamos nuestro sentido de la justicia, de la libertad, la exigencia de una respuesta que nos conforme, que se ajuste a razones.

Lo humano no es, no ha sido y no será jamás obediencia ciega. Lo humano se opone al conformismo, a la sumisión y a la obediencia impuesta provenga de donde provenga. Pongo un ejemplo sencillo que los que hemos sido padres podemos recordar fácilmente: hay un momento en que el niño pasa de decir «sí» a todo a decir «no», cabe pensar que en ese paso ha habido un aprendizaje. ¿Le han engañado? Ya no se deja engañar. ¿Le han llevado donde no ha querido? Ya no lo aceptará. Y el rotundo «no» lo dirá como defensa de sí, aunque no siempre le genere beneficios, porque aun le falta comprensión y palabras. Es parte del aprendizaje. Después, el niño irá avanzando hacia la adolescencia y hacia la juventud. Si el razonamiento crítico pervive en ese camino, muchas veces habrá de cuestionar los hechos y se hará la pregunta: «¿Por qué…?» Pregunta que al mismo tiempo que cuestiona al otro o lo otro, es fundamental para sí mismo y el resto de la humanidad.

También leí Las dos claves de la moral de Henri Bergson. Entre sus páginas hay un concepto que no sé si sería suyo o lo tomó del acervo popular: «el filósofo del hormiguero», me inclino más a esta última proposición por el modo en que lo explica.

La cuestión es la siguiente, llega el día en que la hormiga se pregunta para qué tantos trabajos, por qué debe cumplir con las obligaciones impuestas. La hormiga triunfa sobre su condición de obrera cuando se plantea las preguntas, pero pronto cede a la tentación de alejarse del hormiguero y de la tarea. Ella porta una «filosofía del hormiguero» que la obliga a reconocerse entre las demás hormigas y a ser parte necesaria del sistema, por tanto, pronto establecerá para sí y se rendirá a un pensamiento que justifique su propio comportamiento y el del hormiguero al que pertenece.

Asiento en que todos podemos ser filósofos del hormiguero pero hay momentos en que hay que saber decir «no», especialmente cuando todos dicen «» sin reflexionar ni investigar,y cuando oponerse a la mayoría parece un suicidio. Es lo difícil: aquí prima el valor de la persona.

También releí otra obra de Bergson: Memoria y vida, textos seleccionados por Gilles Deleuze. Ahí aparece un tema fundamental en su obra: «la duración y el yo» donde la memoria, el recuerdo de sí y la lealtad que uno se tiene a sí mismo es importante. La conciencia de lo vivido y actuado, nos ofrece una base importante sobre la continuidad de ese tipo de acciones que sirven de refuerzo y garantía del propio proceder y de alguna manera a la propia individualidad.

Una de las últimas obras que he leído es una recopilación de textos de José Bergamín con introducción y prólogo de Nigel Dennis. En la sección correspondiente a los ensayos, aparece en primer lugar el titulado: La decadencia del analfabetismo”. Probablemente los lectores jóvenes no sepan quién fue Bergamín, pero los de mi edad sí. A Bergamín, como a muchos de su época, les pilló el toro de la Guerra Civil por el camino.

¿Qué pasa con la alfabetización? La respuesta es sencilla: la alfabetización iguala a la media, impone una cierta manera de ser desde la escuela. Es una alfabetización a partir de letras, incluso de números donde todo responde a un orden, a una corrección, a una normativa, a una adecuación a la regla. La diferencia con el analfabeto es que este conoce las palabras de los suyos, porta una memoria oral; se mantiene dentro de las tradiciones; es rico en poesía, esa otra forma de la filosofía profunda donde las palabras no son lo esencial sino el sentido, y las imágenes que estas sean capaces de retratar. Y con respecto a esto último pone como ejemplo a los niños. Un niño no puede pensar con frases elaboradas, piensa con lo que ve, con lo que siente. Así hemos pensado siempre, aunque luego busquemos las palabras adecuadas para poder explicar algo con detalle.

Nos da a entender Bergamín que con las palabras «deber»,«aprobar»,«nota», aparece la «razón práctica» del alfabetizado, aquella de la que habló Kant, frente a la «razón pura» del analfabeto. Toda razón práctica hay que imponerla, la razón pura es natural, intuitiva.

Quizá de aquel analfabetismo también surgieron cosas malas, pero una muchedumbre dirigida desde los mass media, que toda ella sigue el mismo discurso impuesto masivamente, por ejemplo de odio, es, sin duda peor, porque teniendo los medios para su propia educación y reflexión, el alfabetizado no los utiliza. Nos está pasando hoy: todos alfabetizados, pero ¿quién lee? ¿Quién investiga, quién se instruye? La gente ve y escucha lo que le dicen por el televisor. Los alfabetizados de hoy, además, están rendidos al mundo virtual.

No quiero dejar sin citar por último el libro El arte de la poesía de Ezra Pound y la importancia que otorga a la imagen. Esto estaría en consonancia con lo dicho en el anterior apartado. No pensamos con palabras pensamos con imágenes a las que nombramos con palabras, para las que buscamos idealmente las palabras adecuadas. Siendo con preferencia eso, lo que transmite un verdadero poeta en su poema.

Para Pound una imagen es un «complejo intelectual y emotivo en un instante temporal». Afirma: «vale más presentar una sola imagen en toda una vida que producir obras voluminosas». Una imagen supera la limitación de cualquier traducción deficiente, cruza fronteras con facilidad, se anticipa a la palabra y después la capta para ser nombrada. Pienso en la Alegoría de la Caverna de Platón. En este caso es un ensayo, pero igual vale, porque nadie negará además lo poético filosófico en analogías como esa que refleja Platón. Podríamos decir de la imagen que es aquello que leemos entre líneas, que supera el decir de las palabras, que subyace a las mismas, que nos impulsa a hacernos más preguntas.

Por último, he releído algunos libros de George Steiner, de Gustavo Bueno, de Josep María Esquirol, varios sobre temas de lógica, uno sobre la antigua Grecia de Karpp Ernst. Releí la Ética a Nicómaco, y de Ernst Gugendhat, Propedéutica de la ética.

Y así bien podemos decir se pasaron los días mientras llegaba esforzada y alegra la primavera.

Renovación, renacer, he ahí la vida.