Pilar
Alberdi
La
primera pregunta necesaria sobre este tema es: ¿por qué molestan tanto los
inmigrantes? Y en tal caso: ¿cuáles de ellos?
Esto
tiene una respuesta sencilla: molestan los musulmanes, no importa el país de
origen del que provengan y los subsaharianos. (Hay un nombre para definirlo: «islamofobia»).
Los primeros por su religión. Y los segundos especialmente por «racismo». Cabe
decir, además que, entre estos últimos, muchos son musulmanes, algo que la
mayoría ignora. Y en ambos casos, molestan por sus costumbres o lo que la gente,
de manera generalizada y sin mayor conocimiento, interpreta como «sus
costumbres».
¿A
España solo llegan musulmanes y subsaharianos? De ningún modo. El resto llega
como turistas en aviones como es el caso de los iberoamericanos; pero estos,
evidentemente, no parecen molestar tanto, porque se supone, al menos aquí en
España, que estamos reunidos por un pasado común, hablamos el mismo idioma, aunque
sus rostros, muchas veces sean los de los indígenas de aquellas tierras y los
de los afrodescendientes de esclavos. Además, entre estos grupos, hay algunos
más favorecidos por razones de conveniencia política.
Pero
volvamos al tema de los musulmanes. Se repiten en Redes sociales algunas
consignas con intencionalidad. Se repite lo malo de algunos hechos, sin citar
lo bueno de una comunidad pacífica. Quizá sea bueno recordar que no hace tanto,
aviones de la OTAN bombardearon y destruyeron las vidas y los bienes de
millones de personas en Oriente Medio: Irak, Libia, Siria. Cuando los grupos de
personas en huida de ese infierno llegaron a las fronteras de Europa se
encontraron de frente con alambradas de púas y golpes, mientras en sus tierras
se robaba el petróleo. Todavía en el recuerdo podemos ver las imágenes de
guardias marinos griegos dando golpizas a mujeres, niños y hombres que arribaban
desesperados y en frágiles botes a las costas de Grecia. Y también podemos
recordar los miles de chalecos salvavidas que quedaron abandonados sobre las
playas, fruto de esos desesperados desplazamientos forzosos. Mientras tanto,
mucha gente en Europa hizo negocio. Y hasta algún artista realizó sus obras con
esos chalecos abandonados. ¿Por qué apenas se habla de los grandes campos de
refugiados como el de Lesbos y otros?
Es
hora de pensar, sí de reflexionar: las grandes tragedias humanitarias no se
producen solas, ningún efecto se produce sin una causa. ¿Cuántos de los que vieron las noticias
televisivas de esos días sabían que Libia tenía un gobierno laico? ¿De dónde
surgieron todos esos grupos terroristas, ahora, desaparecidos? ¿A qué intereses
de qué país servían? ¿Cómo fueron creados y mantenidos? ¿Por qué hay épocas en
que se los activa y otras no, según sean los planes geopolíticos de algunos
países? No parece tan difícil ni extraño hacerse este tipo de preguntas, y
además, la hemeroteca permite conocer las respuestas. O ¿acaso no recordamos
que en la atacada Irak no había armas de destrucción masiva como se dijo en su
día?
No
hay una creencia religiosa mejor que otra. Esta pugna ya se vivió con las
Guerras de religión en Europa. Las creencias religiosas son parte de culturas,
las no creencias también. Cuando la mentalidad de la gente pasa por estas
luchas solo estamos ante lo que los ilustrados definían como «idolatría» y, por
supuesto, ante la «intolerancia».
En
algunos países del norte de Europa se anuncia el próximo control del número de
extranjeros que viven en los barrios. No podrán superar el 30%. Se señala con
acritud que no se integran; que viven de ayudas oficiales. ¿Habrá que recordar
que llegaron sin nada, fruto de incursiones violentas de terceros países en su
territorio, que muchos son núcleos familiares
con niños pequeños o adolescentes, que primero tienen que aprender el idioma y
probablemente necesiten una preparación específica para acceder a un puesto de
trabajo?
¿Habría
que recordar que Europa paga a diversos países (Turquía, Marruecos…) para que
controlen esos flujos de personas? Que considera en este momento, y así lo ha
manifestado en algunos documentos a los inmigrantes como una amenaza. Ya la
sola utilización de la palabra «flujos», en el caso de «flujos migratorios» es
como hablar de cosas, una palabra habitualmente relacionada con el agua o el gas.
Llamémosles parias, desposeídos, víctimas. Demos a lo que sucede su verdadero
nombre.
Siento
que muchos de los que juzgan estos hechos no comprenden las situaciones por las
que pasa un inmigrante, comenzando por el duelo de lo que ha dejado atrás; la
falta de documentación; el abuso al que pueden ser sometidos en condiciones laborales
ilegales; incluso la sorpresa fruto de su propia ignorancia sobre lo que le
esperaba en el destierro, etcétera.
No,
no son solo los blancos los que son racistas; la mayoría de la gente lo es.
Esto también hay que decirlo.
Y
luego hay esas otras comprensiones que hacen a la forma de entender el sentido
de la vida y de la propia cultura. Y voy a poner un ejemplo, yo colaboro como
voluntaria en una asociación que busca la mejor integración del migrante, en mi
caso ―entre otras tareas― cumplo con la de ser profesora de las clases de español.
En mis inicios en este desempeño busqué un profesor de árabe-marroquí, ya que
la mayoría de los alumnos que tenía en ese momento eran marroquíes. Cuando
llegó el momento de aplicarme en el aprendizaje de sus verbos comprobé que iba
a recibir en principio la enseñanza de los siguientes verbos: «salir», «comer»,
«beber», «pararse», «comprar», verbos propios de las actividades sociales más
básicas de una cultura, como corresponde a la vida en comunidad de los pequeños
pueblos. Ahora preguntémonos cuáles son los principales verbos que nosotros
enseñamos en español: «ser» (que ellos no tienen), «estar», y «tener». Tuve la
sensación de que nuestros verbos más utilizados comparados con los suyos eran
ostentosos, soberbios. Después les enseñamos otros que pensamos imprescindibles
en su nueva vida como «trabajar» o
«vivir» (en) para que puedan explicar el lugar en el que residen, y así
poco a poco vamos incluyendo los demás.
En
suma: hemos olvidado lo que es ponerse en la piel del otro. No sabemos qué cosa
sea eso; hay una carencia de sensibilidad exasperante. Hay una gran ignorancia
tanto en España como en Europa en general de lo que supusieron en el pasado
tanto los exilios por necesidad (grandes hambrunas) como por las grandes guerras
y lo que significó aquello para tantos millones de personas.
En
la nueva realidad europea, en esa confrontación Ruso-a-ucraniana que no nos
beneficia aunque favorezca a otros, nos han explicado y lo hemos vivido que los
inmigrantes ucranianos no molestan. Porque esto, también se enseña.
Es
verdad: podemos conformarnos pensando: la vida es así, o podemos intentar sumar
nuestra reflexión a esta terrible realidad porque, a fin de cuentas, un
pensamiento puede ―si es expresado con valentía y sinceridad― abrir las mentes
de otros.