
Texto: Pilar Alberdi
Foto: www.fotolibre.org
Del modo en que yo los veo por el jardín de nuestra casa, son enormemente sociables. Les gusta acercarse a las personas. Van de una rama a otra. Caminan a saltos y con tranquilidad por lugares abiertos, por ejemplo, sobre el césped. Recuerdo uno que se posaba en el suelo mientras regábamos y sacudía sus alas bajo la fina llovizna del riego que le alcanzaba. Cuando esto sucedía, se apartaba dando saltitos. Volaba a la rama baja de alguna planta y volvía a ponerse a tiro de ser alcanzado por la lluvia artificial del riego. Nunca he dado de comer a ninguno, pero al ver un par de vídeos en YouTube, he sentido la tentación de intentarlo cuando se de la ocasión. No es el único pájaro sociable que abunda en el mediterráneo, también están los tordos, ellas de color amarronado y ellos negros,y ambos de ojos color naranja. No dudan en entrar a la casa para llevarse unos granos del pienso de los perros. Es normal que en época de celo veamos nacer en dos nidadas cuatro polluelos que luego, en sus primeros vuelos, son vigilados y defendidos por los padres. Si bien el canto del petirrojo parece quedarse habitualmente en ese «tic, tic, tic», monótono y repetitivo, que le sirve para marcar el territorio, los tordos se dedican a imitar al resto de los pájaros, dando desde las ramas punteras de los árboles o desde las antenas de la televisión o las altas farolas de la calle, verdaderos conciertos; mientras otros pequeños pájaros como los pinzones, los carboneros, los verderones, algún aguzanieves, también marcan su territorio o su presencia de un modo más modesto.
A principios del invierno me gusta especular sobre el carácter que tendrá el petirrojo que nos traerá la primavera. ¿Será más sociable que el del año pasado? ¿Tal vez menos? ¿Formará pareja y tendrá polluelos? ¿Su canto de llamada logrará acercar a alguna hembra? ¿O se convertirá en un petirrojo solitario?
El conocerlos más de cerca, me ha permitido comprender su papel en los relatos infantiles y juveniles. Ellos son los grandes samaritanos. Por ejemplo, aparece en
Crónicas de Narnia, concretamente en el primer tomo, —El león, la bruja y el armario— de C. S. Lewis (1899-1963), en el momento en que los cuatro niños desean encontrar al fauno. En ese instante, aparece un petirrojo que volando de árbol en árbol, les indica el camino, no hasta el fauno, pero sí hasta los casa de los castores en donde hallarán una explicación a cuanto está ocurriendo. La Reina del Hielo que persigue a los humanos ha convertido al fauno en una estatua de hielo por no haber denunciado el primer contacto con Lucy.
También aparece un petirrojo en el libro
El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett (1849-1924), y es él, quien entregará las llaves de la pequeña puerta que da al jardín que ha permanecido cerrado tanto tiempo al amor y a los recuerdos.
Al parecer, el nombre de
Robin Hood también tiene que ver con la relación entre la caperuza roja del protagonista y el color de parte del pecho y la frente del petirrojo. Me pregunto si
Caperucita Roja, tendrá también alguna relación. Pero no lo sé.
Al pensar en todo ésto me doy cuenta, de lo poco que se usan algunos términos, por ejemplo, el de petirroja; y esto me lleva a pensar en el de gorriona... A veces, el genérico masculino parece dominarlo todo, y otras veces, como en el caso de las golondrinas, parece hacerlo el femenino.
Aún puedo citarles un cuento más, el de la escritora Selma Lagerlöf, titulado
El petirrojo. Es un cuento de temática cristiana, en el que los petirrojos que fueron creados, según se dice en el relato, sin el color rojo del pecho, lo consiguen por fin, cuando uno de estos ejemplares, conmovido por el sufrimiento de tres malhechores que han sido crucificados en un monte, y a los que ha visto llegar zaheridos y vitupereados por una muchedumbre, decide acudir a retirar las espinas de la corona que ciñe la cabeza de uno de ellos; lamentando no ser un águila para poder retirar los clavos que los sujetan a los maderos de las cruces.
Estoy segura de que hay muchos cuentos, especialmente noreuropeos, donde aparecerán petirrojos. No los conozco. Pero sean petirrojos o no, de todos todos los cuentos que he leído y en los que hay protagonistas del mundo de las aves, y que no son, precisamente petirrojos, me quedo con El príncipe feliz de Oscar Wilde, siempre logra conmoverme; y con El patito feo de Hans Christian Andersen. Sin duda, ambos autores son dos de los grandes maestros del género.