martes, 27 de julio de 2010

ALAS DE MARIPOSA

Ilustración de portada realizada por Mercedes de la Jara para Alas de Mariposa, novela infantil de Pilar Alberdi.¿A que es preciosa?




Iré ofreciendo más detalles en la página de Alas de Mariposa

miércoles, 21 de julio de 2010

PETIRROJOS



Texto: Pilar Alberdi
Foto: www.fotolibre.org

Del modo en que yo los veo por el jardín de nuestra casa, son enormemente sociables. Les gusta acercarse a las personas. Van de una rama a otra. Caminan a saltos y con tranquilidad por lugares abiertos, por ejemplo, sobre el césped. Recuerdo uno que se posaba en el suelo mientras regábamos y sacudía sus alas bajo la fina llovizna del riego que le alcanzaba. Cuando esto sucedía, se apartaba dando saltitos. Volaba a la rama baja de alguna planta y volvía a ponerse a tiro de ser alcanzado por la lluvia artificial del riego. Nunca he dado de comer a ninguno, pero al ver un par de vídeos en YouTube, he sentido la tentación de intentarlo cuando se de la ocasión. No es el único pájaro sociable que abunda en el mediterráneo, también están los tordos, ellas de color amarronado y ellos negros,y ambos de ojos color naranja. No dudan en entrar a la casa para llevarse unos granos del pienso de los perros. Es normal que en época de celo veamos nacer en dos nidadas cuatro polluelos que luego, en sus primeros vuelos, son vigilados y defendidos por los padres. Si bien el canto del petirrojo parece quedarse habitualmente en ese «tic, tic, tic», monótono y repetitivo, que le sirve para marcar el territorio, los tordos se dedican a imitar al resto de los pájaros, dando desde las ramas punteras de los árboles o desde las antenas de la televisión o las altas farolas de la calle, verdaderos conciertos; mientras otros pequeños pájaros como los pinzones, los carboneros, los verderones, algún aguzanieves, también marcan su territorio o su presencia de un modo más modesto.

A principios del invierno me gusta especular sobre el carácter que tendrá el petirrojo que nos traerá la primavera. ¿Será más sociable que el del año pasado? ¿Tal vez menos? ¿Formará pareja y tendrá polluelos? ¿Su canto de llamada logrará acercar a alguna hembra? ¿O se convertirá en un petirrojo solitario?

El conocerlos más de cerca, me ha permitido comprender su papel en los relatos infantiles y juveniles. Ellos son los grandes samaritanos. Por ejemplo, aparece en Crónicas de Narnia, concretamente en el primer tomo, —El león, la bruja y el armario— de C. S. Lewis (1899-1963), en el momento en que los cuatro niños desean encontrar al fauno. En ese instante, aparece un petirrojo que volando de árbol en árbol, les indica el camino, no hasta el fauno, pero sí hasta los casa de los castores en donde hallarán una explicación a cuanto está ocurriendo. La Reina del Hielo que persigue a los humanos ha convertido al fauno en una estatua de hielo por no haber denunciado el primer contacto con Lucy.
También aparece un petirrojo en el libro El jardín secreto de Frances Hodgson Burnett (1849-1924), y es él, quien entregará las llaves de la pequeña puerta que da al jardín que ha permanecido cerrado tanto tiempo al amor y a los recuerdos.
Al parecer, el nombre de Robin Hood también tiene que ver con la relación entre la caperuza roja del protagonista y el color de parte del pecho y la frente del petirrojo. Me pregunto si Caperucita Roja, tendrá también alguna relación. Pero no lo sé.

Al pensar en todo ésto me doy cuenta, de lo poco que se usan algunos términos, por ejemplo, el de petirroja; y esto me lleva a pensar en el de gorriona... A veces, el genérico masculino parece dominarlo todo, y otras veces, como en el caso de las golondrinas, parece hacerlo el femenino.

Aún puedo citarles un cuento más, el de la escritora Selma Lagerlöf, titulado El petirrojo. Es un cuento de temática cristiana, en el que los petirrojos que fueron creados, según se dice en el relato, sin el color rojo del pecho, lo consiguen por fin, cuando uno de estos ejemplares, conmovido por el sufrimiento de tres malhechores que han sido crucificados en un monte, y a los que ha visto llegar zaheridos y vitupereados por una muchedumbre, decide acudir a retirar las espinas de la corona que ciñe la cabeza de uno de ellos; lamentando no ser un águila para poder retirar los clavos que los sujetan a los maderos de las cruces.

Estoy segura de que hay muchos cuentos, especialmente noreuropeos, donde aparecerán petirrojos. No los conozco. Pero sean petirrojos o no, de todos todos los cuentos que he leído y en los que hay protagonistas del mundo de las aves, y que no son, precisamente petirrojos, me quedo con El príncipe feliz de Oscar Wilde, siempre logra conmoverme; y con El patito feo de Hans Christian Andersen. Sin duda, ambos autores son dos de los grandes maestros del género.

sábado, 10 de julio de 2010

ÚLTIMAS VOLUNTADES DE ESCRITORES



Texto y foto: Pilar Alberdi

Estos días que estoy por Alcalá de Henares, además de permanecer junto a la familia, mis manos pueden recorrer los lomos de algunos de los que fueron mis libros. Cuando me fui a vivir a Rincón de la Victoria, dejé a buen recaudo, la mitad de mi biblioteca. En especial todos aquellos libros que tenían que ver con el teatro y la novela española, lingüistica, historia, filosofía, y varios temas más.
De este modo, volví a mirar con placer dos libros: uno de Carmen Conde sobre Gabriela Mistral, la poetisa chilena; y otro sobre Juan Ramón Jiménez. Se da la casualidad de que en ambos libros vienen citados parte de los testamentos de los escritores.

Gabriela Mistral que como pocos supo ver lo alto que era el cielo de castilla, opinaba que en Madrid a 800 metros se conseguía lo que en Chile, ella había conocido en la cordillera. Y este cielo le hacía comprender mejor a los escritores españoles y, en especial a los castellanos, teniendo la idea de que ese cielo de algún modo explicaba las metáforas de Teresa de Ávila.
El testamento de Grabriela Mistral daba comienzo de este modo: «Yo, Lucila Godoy Alcayaga (también conocida como Gabriela Mistral)... Después en sus diferentes puntos dejaba claras sus decisiones, entre ellas las de legar las ganancias de sus libros que provengan de América del Sur a los niños pobres del pueblo de Montegrande, en le Valle de Elqui, en Chile, y el resto así como sus propiedades a dos de sus amigas, de las cuales una, fue su albacea.
Por ese libro sé, que los años que vivió en California mantenía un jardín, ella misma trabajaba en él, aunque tenía algo de ayuda.

El otro libro nos habla de Juan Ramón Jiménez, en realidad es una selección de poemas. A Juan Ramón Jiménez también le gustaban las plantas. Esto es algo que ya escribí en otro artículo que podrán también encontrar por aquí, ya que en su obra se percibe ese conocimiento de los árboles y plantas de Andalucía, así como los nombres de los pájaros, y nunca han faltado animales, incluido el mítico Platero, figura concretada a partir de varios burros.
De la última voluntad de Juan Ramón Jiménez que figura en el Museo que lleva su nombre en la Universidad de Río Piedras, Puerto Rico, dentro de aquel periplo que fue su exilio tras la Guerra Civil Española, ya muy enfermo, dejó escrito: «El ataúd sea modesto y liso, de madera sin forrar ni pintar; el entierro pobre. No se avise a nadie, ni se moleste a quien no sea necesario para dicho acto. Amo a Cristo pero no quiero nada con la iglesia. Que se me entierre en lugar cercano al de mi muerte, y que se deje al lado de mi fosa otra, por si Zenobia quiere, cuando muera, venir a mi lado. Si no, quede vacía para siempre. En la lápida o losa, que debe ser sencilla, se pondrá nada más. Juan Ramón, de Zenobia»

La última voluntad de Juan Ramón Jiménez es tan estremecedora como la de Cervantes en su carta al conde de Lemos. Sólo que esta incluye una declaración de amor. Lo que Juan Ramón Jiménez desconocía en ese momento, es que Zenobia, fallecería primero.

Si tuviera que hacer balance de las lecturas que me influyeron de niña, sin duda «Platero» ocupa un lugar especial. En 1981 visité Moguer para estar un momento de pie ante la tumba de Zenobia y Juan Ramón. . En el pueblo está la casa museo. Aunque supongo que en donde realmente está el poeta es en sus versos... «Y yo me iré. Y se quedarán los pájaros cantando...» Así comienza su poema: El viaje definitivo.

viernes, 2 de julio de 2010

MEMORIA DE LOS PARQUES



Texto: Pilar Alberdi

¿La memoria de los parques es nuestra memoria? ¿Qué sentimos cuando volvemos al parque donde vivimos parte de nuestra infancia? ¿Y cuando es el parque donde dimos nuestros primeros besos adolescentes? ¿O aquel otro al que llevamos a nuestros hijos o a nuestros sobrinos o nietos?
Me pregunto si los parques también tendrán memoria. Si contabilizarán sus gorriones, esa alta cantidad de palomas que bajan a la arena de los juegos y mueren allí en solitario ante ejércitos de hormigas. Palomas a las que ya fallecidas, las levantará y las dejará, a falta de algo mejor en un contenedor de basura, una mano amiga.
Cuando mi nieto oye a los gorriones cantar, dice «pía, pía» que para él quiere decir: pájaro, todos los pájaros, aquello que canta en el aire entre las ramas de los árboles, y vaya a saber en su pequeña mente cuántos más significados simbólicos posee la palabra.
Los parques conocen de bastones de ancianos, de juegos de petanca, de partidos de fútbol entre niños, de bicicletas nuevas y de patines después de un cumpleaños, un 24 de diciembre o un 6 de enero. Saben de columpios y toboganes, de gritos y chillidos, de bebés que se inician en el periplo que es la vida.
De visita a la casa de mis hijos, he vuelto a los parques con mi nieto. Paso bastantes horas en él. Sigo sus pequeñas grandes hazañas dominando los escalones para subir a los toboganes, el equilibrio para mantenerse en un columpio.
Pero también descubro que los parques recogen como en un espejo a la sociedad: ahí están los inmigrantes hablando en la lengua de su inminente pasado mientras, por momentos, se dirigen a sus hijos en la lengua del país en el que viven, España; ahí están los pequeños luchando a su manera por ocupar un lugar bajo el sol. «¡Mío!» gritan defendiendo de cualquier posible deseo de otro niño, sus balones, sus palas, rastrillos, figuras y cubos. Allí están las madres y padres atentos, y los que no lo son tanto, los que dejan a los niños a su aire y luego prometen palizas para después del regreso a casa. También están los abuelos, achacosos ya, cuidando de los nietos mientras los padres trabajan.
Ayer pensaba: si quieres ver la sociedad que tendremos, quédate un par de horas en el parque entre los juegos, los niños y los adultos; debajo de las agujas de los pinos, de la fresca sombra de los árboles y del canto de los pájaros. Estos niños son los adultos de mañana. No he podido evitar preguntarme si lo estábamos haciendo bien comparando con la visión que yo tenía de lo que ocurría en los parques cuando mis hijos eran pequeños... Y ahí me he quedado, observando y pensando, bajo los pinos piñoneros, entre palomas y un niño que hablaba de pájaros mientras decía «pía, pía».