Por: Pilar Alberdi
Ellas fueron:
Gertrudis de Avellaneda (1814-1873),
Emilia Pardo Bazán (1851-1921)y
Concepción Arenal (1820-1893). A las tres, la mayoría de los hombres que formaban la
Real Academia les dijeron que no podían ocupar un puesto: la razón, ser mujeres.
La escritora
Gertrudis de Avellaneda nació en Cuba y se quedó huérfana de padre a los 8 años. A los catorce, se negó a aceptar un matrimonio concertado, y perdió parte de su herencia. La madre contrajo nuevo matrimonio y se trasladaron a España. Vivió entre Galicia, Madrid y Sevilla. Amó apasionadamente a un hombre que no la correspondió. Soltera, tuvo una hija que falleció a los siete meses. Posteriormente, contrajo matrimonio en dos oportunidades.
Fue una dramaturga muy querida por el público.
En el intermedio de su vida regresó de visita a Cuba, donde fue y sigue siendo muy admirada.
Sus intentos de entrar a la Academia siempre recibieron una negativa.
Dicen que en el entierro de la autora, sólo acudieron 12 personas.
Emilia Pardó Bazán. Nació en Galicia. Su padre pertenecía a la nobleza, y de él recibió el título de condesa. Su residencia era el pazo de Meirás, el mismo que al siguiente siglo, la ciudad de la Coruña regaló al dictador Francisco Franco.
Su padre, de creencias liberales, y que también fue político, le inculcó que podía conseguir lo que quisiera.
Emilia se casó muy joven, tuvo tres hijos, y se separó de su marido por desaveniencias relacionadas con las actividades de la escritora y su repercusión pública. Entre los amantes que se le adjudican: el escritor
Benito Pérez Galdós.
Como la anterior escritora, intentó ocupar un sillón en la Real Academia. Se lo negaron tres veces. La prensa acabó llamando al caso: «la cuestión académica». Todo un «eufemismo», y que lo justo hubiera sido llamar al caso: la negativa de los varones académicos. Mientras tanto, se daba la paradoja de que ella era la presidenta de la sección de literatura del
Ateneo de Madrid.
Admiró a
Zola y
Flaubert, y defendió un naturalismo-realista, en el que también se inscribían autores de la época como
Alarcón,
Pereda,
Galdos,
Valera.
Quienes hayan tenido la oportunidad de leer su novela,
Los pazos de Ulloa, recordarán su fuerza dramática y el abismo social entre ricos y pobres, entre señores y campesinos.
Numerosos cuentos suyos tratan sobre la «violencia de género». Su calidad excelente. Su modernidad: única.
Ya en su tiempo, criticó la «comercialidad» de la cultura, citando a autores que se hacían famosos gracias a otros, que trabajaban para ellos. Estas críticas y otras, las expresó en su ensayo La cuestión palpitante.
Concepción Arenal, de origen gallego como las anteriores. Se quedó huérfana de niña. Su padre, era un militar de ideas liberales, y contrario a la monarquía absolutista de Fernando VII.
A los 21 años acudió a la Facultad de Derecho vestida de hombre, ya que a las mujeres no les estaba permitido su ingreso en la Universidad. Vestida de ese modo, también frecuentaba tertulias políticas y literarias. Casada con un abogado, compañero suyo de estudios, tuvo dos hijos, y enviudó muy pronto.
Como las mujeres no podían presentarse a los premios convocados por la Academia, en 1860 presentó un ensayo, La beneficiencia, la filantropía y la caridad, con el nombre de su hijo de 10 años. Al obtener el premio acudió con el niño a recogerlo. Aunque se produjo un escándalo, no le retiraron el premio.
Firme en sus decisiones llevó adelante una tarea social encomiable. En 1863 recibió el título de Visitadora de Cárceles de Mujeres. En 1868 el de Inspectora de Casas de Corrección de Mujeres. Fundó una constructora benéfica para ayudar a la creación de viviendas para los más pobres. También fue una de las organizadoras de la Cruz Roja del Socorro. Entre sus escritos destacan:
El reo, el pueblo y el verdugo o la ejecución de la pena de muerte;
Manual de virtudes del pobre;
Las colonias penales de Australia y la pena de deportación;
La instrucción del pueblo;
A los vencedores y a los vencidos;
La voz que clama en el desierto;
La mujer en casa;
La mujer del porvenir;
La condición social de la mujer. Entre sus frases, destaca: «Odia el delito y compadece al delincuente».
La siguiente en intentar su entrada a la
Real Academia fue
María Moliner. Tampoco lo consiguió. A la primera que se lo concedieron fue a
Carmen Conde en 1975. Después de ellas, unas pocas más:
Elena Quiroga,
Ana María Matute,
Carmen Iglesias,
Margarita Salas,
Soledad Puértolas,
Inés Fernández Ordoñez...