Pilar Alberdi
El autor del Discurso de la servidumbre voluntaria, un importante texto filosófico poco conocido en su época, el siglo XVI, fue el francés Étienne de La Boétie (1530-1563).
Según Michael de Montaigne, que lo conoció tras la lectura de la obra que apareció en forma de manuscrito anónimo, el joven Étienne la escribió cuando tenía 18 años, sin embargo, con posterioridad afirmó que lo hizo a los 16. Algunos estudiosos creen que este cambio de Montaigne obedece a su deseo de alejar el texto de la posible influencia de la rebelión de Guyana, muy cercana en el tiempo a la escritura de dicha obra, y también, a la utilización del texto por parte de un grupo de luteranos, como panfleto político, en un contexto social de guerra de religiones entre católicos y protestantes. Probablemente, el deseo de Montaigne fue que la obra se leyese en el futuro como lo que era, una obra filosófica relevante. No podría afirmar si por ese entonces, La Boétie ya era abogado, sabemos que lo fue, lo que muestra su interés por la justicia. Interés que no es ajeno al estudio de las desigualdades sociales enmarcadas en su manuscrito; desigualdades que favorecen la servidumbre.
Durante mucho tiempo existió la versión de que Michel de Montaigne publicó el texto, pero hoy sabemos que no fue así. En una última decisión lo cambió por la publicación de un grupo de poemas del joven autor. Entiendo que publicarlo le habría causado problemas y, sobre todo, afirmaciones como las que figuran, ciertamente contundentes, en ese momento reinaba Francisco I, no casaban bien ni con los cargos públicos que había ostentado Montaigne, ni con ese «¿Qué sais-je?» (¿Qué sé yo?) con el que pretendía vivir, un tanto equidistante de lo que para otros eran verdades absolutas.
De ningún modo dudo de que, en lo esencial, Montaigne, fue un fiel admirador de La Boétie, aunque al final se mantuviera silencioso sobre el Tratado.
Explicado el contexto en el que apareció la obra, unos pocos manuscritos para unos pocos humanistas más las diferentes copias que fueron apareciendo en el tiempo, el tema principal del Discurso de la servidumbre trata sobre la legitimidad o no de una autoridad, que tiene referencia clara con el absolutismo que se vivía en ese momento en Francia y en otras naciones de Europa, que iría dando pie posteriormente a numerosas rebeliones hasta llegar, dos siglos después, a la Revolución Francesa. Durante ese tiempo, el texto, fue reapareciendo cuando era necesario apelar a una democracia e influyendo especialmente en relevantes filósofos franceses.
Bien, vayamos por partes. El concepto que utiliza para esta autoridad es el de «tirano» y el de quienes lo sustentan, «pueblo». El primero es «Uno» y el segundo «muchos». Por tanto, son conceptos afectados por una cantidad numérica y una distinción social. Ha de suponerse que los muchos podrían enfrentarse al Uno, pero entremedias está la servidumbre que lo mismo que sostiene a aquél le hace imposible rebelarse.
El objetivo principal de la obra debió ser el de llamar la atención sobre la obediencia. Una obediencia ciega, velada, sin análisis. Dice: «¿Acaso no es vergonzoso ver a tantas y tantas personas, no tan solo obedecer sino arrastrarse?», no ante un Sansón o un Hércules sino ante un hombre inferior en muchos aspectos a quienes lo veneran. Y no es un hombre solo el que le rinde pleitesía sino miles, incluso ciudades enteras y hasta naciones.
La tesis principal de la obra indica que es la servidumbre del pueblo quien sostiene al tirano en el poder. Poder que detenta por tres posibles medios: elegido popularmente, ganado por las armas o recibido por herencia.
Y entiende por servidumbre la actitud de un pueblo que se somete al poder sin presentar resistencia, más por costumbre que por razonamiento, porque si algo tiene el poder es la dificultad de posicionarse frente a él y cuestionarlo.
En esta primera parte de la obra tenemos, pues, sorprendido y hasta exaltado, a un pensador que dice no comprender cómo esto sucede para a continuación y ayudándose de ejemplos históricos ir mostrando sus hallazgos. Esas referencias del pasado nos traen el recuerdo de personas y actos heroicos y sobre todo de su amor a la libertad.
Es, por tanto, un principio de texto, donde se reitera abundantemente en algunos contenidos de su discurso, quizá con la intención de que nos quede presente lo siguiente: hay obediencia ciega porque no hay verdadero amor a la libertad. Una cuestión que le parece totalmente incomprensible porque a cualquier animal cuando se le priva de libertad se rebela. ¿Y siendo así con el animal, qué sucede con el hombre incapaz de reaccionar? ¿Qué cosa es, representa, este hombre-pueblo? ¿A cambio de qué beneficios, si es que consigue alguno, está dispuesto a perder su libertad? Si la naturaleza nos ha hecho a todos iguales, opina Étienne de La Boétie, ¿cómo es posible que algunos sientan esta persistente necesidad de libertad y otros no? Afirma: «No solo nacemos con nuestra libertad, sino también con la voluntad de defenderla». Es más, la persona debería sentir, asegura, «la desgracia de la sumisión».
Como el autor mismo va creciendo intelectualmente según avanza la obra y una vez presentado lo singular se extiende hacia lo general, explica cómo no son las alabardas ni otro tipo de armas ni tan siquiera soldados sino solo cinco o seis personas las que realmente afianzan al tirano al prodigarle consejos y disposiciones que el otro sigue. Personas que son del pueblo. Unos pocos de entre los muchos.
Estas cinco o seis personas a su vez tienen por debajo otras seiscientas a las que mandan y ordenan y estas a otras miles y así la cuenta progresa hasta llegar a millones que, como parte componente del Uno, lo sostienen por su propio interés. Expresa: «al fin hay casi tanta gente para quien la tiranía es provechosa como para quien la libertad sería deseable». Pero hay algo más: nadie está seguro en esta relación de fuerzas, ni el tirano, ni quienes le sirven. Y Étienne pone en evidencia los dramáticos finales de hombres que sirvieron a tiranos, como Séneca y Burro con respecto a Nerón. Y podemos añadir el caso de Dionisio de Siracusa que vendió a Platón como esclavo, disgustado por los consejos que este le daba y especialmente por algunas propuestas presentes en la República como la idea de un rey filósofo.
Entre los instrumentos en que se basa el sostenimiento de la tiranía no solo están la obediencia y la servidumbre sino la veneración que se le tributa al tirano. Y el tirano, que antes ha arrebatado cuanto podía del pueblo, paga con fiestas y comidas populares, con espectáculos y danzas, con la ostentación de su poder majestuoso. Ante estos encantamientos, al fin y al cabo, pocos sabrán distinguir si el rey va desnudo, como el del cuento de Andersen, tal es el velo sobre el poder. Al final, la realidad es para la mayoría, aquella que la gente está dispuesta a creer.
Evidentemente, al menos para mí, esta obra es crucial y debemos agradecer que pese a las peripecias a las que se enfrentó, a los tiempos en los que permaneció oculta, podamos leerla hoy en día, no como una obra de aquel pasado sino como una obra de rabiosa actualidad.
Preguntas que podemos hacernos: ¿en qué ha cambiado el poder? ¿En qué se sostiene? Pronto llegaremos a idénticas conclusiones. El poder no ha cambiado, básicamente, es el mismo. Hoy más difuso. Hay capas de poder que van más allá del conocimiento general de las personas, fuerzas políticas y económicas que lo detentan.
En las democracias modernas numerosas personas (asesores, consejeros, representantes del partido en instituciones) sostienen al líder y marcan su influjo.
Cuando Michel Foucault decía en el pasado siglo XX que el poder era algo distribuido entre todos, que todos éramos parte del poder, quizá estaba hablando en esencia de lo mismo que Étienne de La Boétie, que la servidumbre y sus formas están presentes hoy en día. Y como diría la filósofa Marina Garcés: la servidumbre atraviesa la sociedad y si «es perversa es porque es voluntaria». Cabe la pregunta de si realmente lo es y lo será sin duda en infinitos casos, pero si lo que falta es información y conocimiento, entonces lo que hay en abundancia es ignorancia, por tanto, la pregunta sería hasta qué punto es voluntaria. Y ¿qué papel juega aquí la ignorancia?
Pero también ocurre como señaló Foucault y Marina Garcés refleja en su obra Escuela de aprendices: «Todo sistema de educación es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes». Si queremos saber ante qué clase de poder estamos, el tipo de educación que se ofrece, es un buen punto de partida para el análisis. ¿Priman en él los resultados? ¿Se dejan atrás los estudios de las humanidades? ¿El esfuerzo pierde valor? ¿Interviene en aspectos que hasta ahora pertenecían al ámbito de la familia? Estas son algunas de las preguntas necesarias para saber quién es el Uno y quiénes los muchos, y cómo en ese desequilibrio de fuerzas permanente vive el sujeto de la posmodernidad.
Referencias:
Citas:
LA BOÉTIE, Étienne. El discurso de la servidumbre voluntaria. Ed. Terramar. Buenos Aries, 2008.
GARCÉS, Marina. Escuela de aprendices. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2020.
Foto:
LA BOÉTIE, Étienne. El discurso de la servidumbre voluntaria. Ed. Akal. Madrid, 2022.
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