Pilar Alberdi
Los inconmovibles… ¿Quiénes son? ¿Cómo, no hemos oído hablar de ellos? Sí hemos oído. Oímos todos los días, a todas horas, muchas veces su voz es la única que oímos, desgraciadamente. Están en todos los estamentos, pero muy especialmente en los de poder. Son los primeros en hacer cambios que no les afectarán, los primeros en subirse el sueldo, los primeros en pasar de lo público a lo privado por puertas de dudosa transparencia; los que nos arrastran a guerras de exterminio que no son nuestras. Son empresarios cercanos a los gobiernos de turno a los que siempre les irá bien, porque obtendrán margen de negocio y oportunidades de inversión; son fuerzas armadas del pueblo, pero que ya no miran por el pueblo. Y están en todos los países.
Pero ¿quiénes más son los inconmovibles? También están entre los que menos tienen, sí, pero a estos yo los llamaría, los «indiferentes». Hay gente que haciéndose el indiferente se cree importante. ¡Allá cada uno con la administración de sus «importancias»! Parece increíble, pero es así. En todas partes hay indiferentes, y cuanto menos espirituales (idealistas) y más materialistas, más estúpidos. Estos también creen y como decía Ortega, «en las creencias se está», que a ellos no les tocará el mal.
Ocurrió esta semana. Me encontraba yo leyendo muy de madrugada unos artículos de José Ortega y Gasset cuando me encontré la palabreja en cuestión, «inconmovibles», y me alteré como quien sacudido por la amenaza de estar a punto de padecer un mal sueño ya no quiere intentar el descanso nocturno. Entonces, mentalmente, busqué a los inconmovibles que yo había conocido en mi vida, y también a los indiferentes.
Ortega, que siempre tuvo alma de español y de europeo, mira en ese momento de su vida (1916) hacia el este de Europa y percibe con toda su crueldad los atropellos de la Primera Guerra Mundial todavía en curso. Aquella técnica espantosa acribillando y diezmando a la juventud europea en las trincheras; los nacionalismos sangrando; los pueblos desmembrándose.
Y es entonces, ante ese drama ―solo un poco más tarde llegará la Guerra Civil Española y después la Segunda Guerra Mundial―, ante ese espanto que comienza en el centro de Europa y al que seguirán otros, cuando José Ortega y Gasset en un artículo nombra a esos filisteos, los «inconmovibles». Dirá: «En toda guerra grande, venga quien venga, los derrotados son siempre los filisteos. Esta es la utilidad superior de la bélica emergencia. ¡Los filisteos, los burgueses, los hombres en cuyas manos la vida se congela!».
«La vida se congela…» Lo sabemos, la de los demás poco vale para ellos, para esos que pueden desaparecer y ser afectados y todavía no lo saben. Y explica por qué; simplemente porque desde que nacen se encuentran cómodos en un entramado social e institucional que les favorece. Pero entonces llega la guerra y todo lo cambia; también a ellos tan acostumbrados a la estabilidad y a obtener ganancia les sacude fuerte y diezma sus fortunas y altera para siempre su futuro, porque a fin de cuentas nadie sabe dónde caerá la próxima bomba.
Los inconmovibles esperan, quiero creer que inconscientemente, que lo malo solo les ocurra a otros. Los inconmovibles, los festejadores del poder desconocen o no quieren asumir que ellos tampoco son importantes, porque por encima de ellos hay otros filisteos con más poder y con menos escrúpulos.
Y entonces llega la amenaza de una guerra que ya está en las fronteras y que afectará a los buenos y a los malos; a los contendientes directamente, a los más patriotas y a los menos, a los que entienden algo de lo que está pasando y a los que no; que dejará caos y muerte por doquier.
Da la impresión de que las enseñanzas de las anteriores guerras no nos hubieran dejado nada, y no es así. La gente, aunque se altere, prefiere la paz. Lo que ocurre es que simplemente siempre ha habido unos pocos que arrastran a la mayoría al matadero. Puedes ponerle el nombre que quieras, filisteos, inconmovibles, indiferentes, ellos no tienen valores morales sino intereses; eso es todo.
El resultado es la carencia de un humanismo que pueda suplir el mandato de esos fines, de esos intereses en definitiva.
ResponderEliminarEstoy de acuerdo. No gana la verdad; gana la mentira, la crueldad y la astucia. Y en eso juego de soberbia e ignorancia perdemos todos.
EliminarMuy acertado como siempre, en estos tiempos en que los súbditos de la Agenda 2030 nos quieren llevar a una guerra y así acelerar aun más la destrucción y la ruina del pueblo.
ResponderEliminarLos medios apoyan y publicitan lo que les mandan sin darse cuenta que ellos mismos y sus hijos lo sufrirán.
Nos quieren esclavos, pero muchos nos queremos libres. Es una lucha contra la ignorancia. Encienden el televisor, y obedecen. Ni siquiera saben a quién, del mismo modo que no saben que obedecen. Confunden opinión mediática con criterio propio.Tristes días.
EliminarGracias por tu comentario.
Un artículo que habla de las verdades de nuestra sociedad dócil y "abobada". Y donde todos merecemos nuestra culpa, por no estar atentos a lo "humano" y que de eso se trata el vivir, creo yo, aunque ya ni sepamos qué significa vivir en esta tierra. Comparto tus opiniones y agradezco tus palabras verdaderas, altas y claras. Mi padre, al final de sus días, andaba desilusionado con lo conseguido. No dejaba de decir: "la vida es un bello regalo que recibimos pero unos pocos (materialistas sin entrañas) la han convertido en "negocio". Las guerras, y todas las crisis mundanas, son provocadas por esos "negociantes sin escrúpulos. Las injusticias son su consecuencia.
ResponderEliminarGracias por compartir, Pilar.
Un cálido abrazo.
Querida Clarisa: gracias por tu visita a este blog. Tu padre dejó -entre las muchas cosas que habrá dejado en este mundo-, una poeta de una sensibilidad especial; esa eres tú. Por eso quiero dejar aquí el enlace a tu blog para que te visiten y te lean: https://clarisatomascampa.blogspot.com/
EliminarUn abrazo.