Pilar Alberdi
«Centauro» publicado en Casi un objeto (Santillana) es un cuento del escritor José Saramago. Este pequeño relato, dieciocho años después de la primera lectura, goza en mi corazón de un lugar especial.
Es verdad que muchos cuentos y gran cantidad de autores conviven en el mismo espacio, y quizá otro día me detenga en citar algunos, pero pasan los años y el cuento «Centauro», mantiene en la página 163 del libro, el ángulo superior de la hoja doblado. Siempre lo estará, eso es un hecho. Incluso si alguien osara levantar el pliegue, si quisiera alisar la página que le da inicio, permanecerá la marca como una cicatriz indeleble.
La historia del relato es sencilla, trata sobre los últimos días en la vida de un centauro. La narrativa abunda en el arte de no ser atrapado; de vencer al destino, de enfrentarse a los problemas. Hay que ser muy buen observador para conseguir un cuento tan perfecto en su esencia. Un desvelamiento lento nos obliga a separar las distintas partes que conforman al centauro: el caballo-el hombre, el centauro.
Una historia de milenios, un ser conocedor de los griegos y sus dioses, un luchador victorioso, mitológico, y ahora, por el azar de los días, un ser desamparado y amenazado por una sociedad tecnológica, devaluadora del mundo del que venimos y de su cultura e indiferente ante el devenir del futuro.
Pensar el centauro desde la perspectiva del autor es preguntarse por un modelo de existencia diferente. ¿De qué modo se acompañan los dos cuerpos que forman la figura? ¿En dónde se sitúa esa división? ¿Qué desean uno y otro? ¿Cómo deciden la acción? ¿Qué comen o beben? ¿Qué necesidades diferentes deben resolver para descansar, dormir e incluso soñar? ¿El frío o el calor son iguales para ambos? ¿De qué modo sienten uno y otro la cercanía de los hombres, su múltiple amenaza? ¿Qué representa para el hombre-centauro la visión de una mujer a la que jamás podrá hacer suya, y, sin embargo, siente en cada pequeña célula de su cuerpo?
Saramago ha demostrado en esta joya literaria una labor de investigación minuciosa sobre sí mismo como persona, en primer lugar, y en segundo, como resultado de la sociedad de la que formamos parte.
Quizá uno de los más inesperados momentos de la lectura surge en el imprevisto encuentro que tendrá el centauro con un jinete que, acompañado de un mozo, lucha denodadamente contra molinos. Así los describe: «el hombre delgado maltratado y el hombre gordo lamentándose, el caballo flaco cojeando y el burro indiferente». El centauro no será insensible a esa derrota y él también acudirá a vencer a los gigantes, después de que el enjuto caballero y su ayudante han sido vencidos y parten a una nueva aventura.
Porque de esto va la vida, ¿verdad?, de generosos y egoístas, de veraces y aduladores, de valientes y cobardes.
Pero ¿no somos todos incompletos? Por supuesto. ¿No estamos unidos como partes de algo mayor? Sin duda. ¿No sentimos que nos falta siempre algo, que nos conocemos poco? Evidentemente. Entonces, la tarea nuestra, será conocernos mejor, de tal modo que cuando acudamos ante el espejo y este nos devuelva la imagen del centauro, o cualquier otra en la cual podamos reconocernos parcialmente, sepamos entrever qué parte de nosotros está ahí, y cómo está compuesto el ser que nos observa.
El resto es fácil: dar las batallas con luz propia.
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