sábado, 21 de mayo de 2016

Svetlana, Alexiévich: «La guerra no tiene rostro de mujer»



Pilar Alberdi

Leer un libro es participar del conocimiento que lo impregna. Entre 17 y 35 millones de soviéticos perdieron la vida durante la Segunda Guerra Mundial. Hoy la cifra que todos barajan es de unos 22 millones. El libro de la periodista Svetlana Alexiévich, reciente Premio Nobel de Literatura, recoge en una experiencia coral las voces de mujeres que participaron en el ejército. Nadie esperaba esa guerra, es un testimonio que se repite. Lo curioso es que cuando una ha leído a numerosos escritores centroeuropeos, muchos de ellos, alemanes incluso, tampoco la imaginaron. De repente, estaba ahí.
Las mujeres soviéticas se incorporaron, tantas de ellas como voluntarias con apenas 16-17 años, a un ejército masculino. Hasta dos años después no recibieron ropas interiores femeninas. Fueron con sus bonitas trenzas, acudieron ilusionadas a alistarse, a veces tuvieron que suplicarlo, y el primer día que les cortaron el cabello, comprendieron lo que iba a ser la guerra. Luego llegarían esos momentos en que se ve el primer muerto o aquel en que se mata por primera vez. La mayoría coincidirá en que de repente se volvieron viejas, y a causa del susto, a tantas de ellas se les volvió blanco el cabello.
Estas historias hay que leerlas o no comprenderíamos bien cómo fue esa guerra. A ellas, no les gusta ver películas de guerra porque mienten. La guerra es otra cosa. No querían matar, y allí estaban. No sabrían si tendrían futuro, y allí peleaban. El primer frente en las trincheras; el segundo frente, compuesto también en gran medida por mujeres, se encargaba de lavar uniformes, de hacer el pan. Imaginemos aquel frío, aquellas batallas en que todo ardía, la facilidad con que los soldados perdían sus piernas, sus brazos. Muchas de estas mujeres se encargaban de sacar a los hombres heridos del campo de batalla, lo hacían arrastrándose, y no debían olvidar el arma del soldado. Vivieron la guerra entre el lodo, la nieve y la sangre. La mayoría de ellas no soporta ese olor, muchas no tienen nada rojo en sus hogares. Pero la guerra está ahí, en su memoria y vuelve, día sí y día no.
Por supuesto que sabían bien quién era el enemigo, pero también había momento de piedad para el enemigo. Incluso se preguntaban cómo era posible tener esa piedad, pero aquellos que tenían enfrente, sin duda muchos de ellos, no eran otra cosa que víctimas de las circunstancias que les habían tocado vivir, obligados a matar. Tan jóvenes, tan hermosos y tan vulnerables. Y si difícil era ver hombres muertos, cuando veían mujeres, un extraño pudor las hacía pensar en su propio destino. En esa guerra hubo francotiradoras, servidoras de piezas de artillería, operadoras de globos aerostáticos, mecánicas, aviadoras, ingenieras zapadoras, enfermeras, médicas.
Entre los recuerdos, la casa. El hogar al que retornar, el espacio en donde poder reencontrase con los suyos, pero, ¿dónde estarían? ¿Los que habían marchado a la guerra habrían regresado y los que se quedaron, qué habría sido de ellos?
No es una historia fácil de contar y a estas mujeres les duele contarla, a muchas se les atragantan las palabras, algunas no saben cómo hallarlas. Varias son increíblemente poéticas. Hay compasión por las personas y por los animales. Una de ellas desearía avisar a los pájaros antes de que comience la batalla para que se alejen; otra se pregunta cómo el enemigo ha podido cometer graves asesinatos ante unos caballos, esos caballos incapaces de pisar a los muertos. Animales, al fin y al cabo, tan asustados o más que las personas en el campo de batalla.
Cruzan territorios para vencer o quizá habría que decir para que todo acabe pronto y para volver a casa, para poner punto y final a lo que les ha tocado vivir; aquello que no dudarían en volver a enfrentar si hiciera falta. Todos esperan que llegue el día de la Victoria, y cuando escuchan la palabra, «¡Victoria!», cuando realmente ha llegado ese sonido que anticipa que han sobrevivido a la guerra, casi no se lo creen. En la pared del Reichstag una joven soldado escribirá junto a otros testimonios: «Os ha vencido una muchacha rusa de la ciudad de Sarátov». ¡Habían pasado tanta hambre! Soñaban con comida todas las noches, que les resulta sorprendente haber llegado a Berlín.
«Los tiempos cambian, pero ¿y los humanos?» se pregunta la periodista que ha escuchado y reunido pacientemente los testimonios.
Cuentan esas voces que cuando llegaron a territorio alemán encontraron en las trincheras termos con café. Les parecía increíble. ¿Cuándo había sido la última vez que alguno de ellos había tomado un café? Viendo aquel idílico paisaje de prados, montañas y preciosas casas de campo, les costaba entender para qué quería Hitler su tierra. Por eso no era extraño, y muchos lo vieron, que en las casas alemanas se fusilase juegos de porcelana, copas, almohadas, ropas de cama… Todo aquel lujo.
Y como si todo esto no bastase, como si lo más digno y lo más bajo del ser humano no lo hubiesen visto a diario en el campo de batalla, un campo que avanzaba junto a ellos, que se extendía cada día un poco más, aún quedaba el regreso, y la pregunta aquélla, la más importante, la que comentaban por las noches, sobre lo que harían después de la guerra (casarse, continuar los estudios) se quedaba detenida en el aire, porque no sabían lo que se iban a encontrar al regresar, porque había que empezar de nuevo y olvidar.
Hay que dar las gracias a este coro de mujeres. Son testimonios que hay que leer.

sábado, 7 de mayo de 2016

LA FENOMENOLOGÍA TRASCENDENTAL, HUMANIDAD-ANIMALIDAD EN HUSSERL





Por: Pilar Alberdi

Escribió Husserl en sus Meditaciones Cartesianas: «Todo ser mundanal, todo ser espacio-temporal es para mí, esto es, vale para mí, y precisamente por el hecho de que yo lo experimento, lo percibo, lo recuerdo, lo pienso de algún modo en el que lo juzgo, lo valoro, lo deseo, etc. Como es sabio, Descartes designará todo esto con el término “cogito”. El mundo no es para mí, en general, absolutamente nada más que el que existe y vale para mí en cuanto consciente en tal “cogito”». Así, mientras el cogito cartesiano expresa la «duda metódica» haciendo «como si…» el mundo no existiera, con el fin de manifestar la duda y encontrar una respuesta nueva a cargo de las cuestiones que el sujeto se ha propuesto resolver; la «epojé» husserliana («poner entre paréntesis»), no toma el mundo en sí, sino cómo lo que es para la conciencia del sujeto. Lo que supone poner en práctica una reflexión «trascendental» como él la define, tomando esta palabra de Inmanuel Kant, pero quitándole cualquier posible relación con la palabra «alma» o «metafísica» en el sentido clásico, entiéndase cristiano-platónico.
El mundo de Husserl remite a los «fenómenos» (hechos, seres, situaciones, ideas…) con los que nos relacionamos. Y lo apodíctico o intencionalmente cierto de este encuentro y de este desvelamiento, es la consciencia del acontecimiento y lo que esto representa para el sujeto en un mundo que se percibe como un «horizonte de posibilidades», todavía por descubrir. Vemos lo que tenemos delante, pero todavía hay más. Sabemos lo que ocurrió, pero en alguna ocasión todavía veremos más. Es, de este modo, como lo subjetivo y lo empírico marchan juntos, configurándose a partir de la experiencia, permitiendo así el hilo conductor «ego, cogito, cogitaum». Es decir, el yo, el sentido intencional sobre el objeto de atención y lo percibido.
Llegados a este punto, uno intuye que el «Existo, luego pienso» del pensamiento de Jean Paul Sartre, posterior a Husserl, está más cerca del filósofo alemán, que el «Pienso, luego existo» de Descartes. Husserl señala una y otra vez la experiencia plenificante del existir. Pero aún hay más, un simple recorrido entre los textos El existencialismo es un humanismo de Sartre y Carta sobre el humanismo de Heidegger, corrobora el distanciamiento de este, tanto del pensamiento de su maestro Husserl como de Sartre.
Veamos: El texto de Heidegger, Carta sobre el humanismo, una epístola de respuesta a Jean Baufret, luego ampliada para ser publicada, intenta contestar a la pregunta: «¿Cómo dar un nuevo sentido al humanismo?» Heidegger después de analizar de dónde proviene el término (homo humanus romano, admirador de la cultura griega, frente al homo bárbaro, y del homo humanus romano del Renacimiento, admirador y redescubridor de la cultura y los textos griegos perdidos y recuperados, frente a la «supuesta barbarie de la escolástica gótica del Medievo», sumará el humanismo marxista y el existencialista, indicando que ni uno ni otro precisan como los anteriores del retorno a las fuentes de la Antigüedad. Finalmente, Heidegger negará la posibilidad de dar sentido a este humanismo existencialista por considerar que «la esencia», que se pretende dar a este humanismo «es metafísica». Realmente, nada nos parece más lejano de los dos humanismos últimos citados, y muy especialmente del «existencialista» al que se dirige, ya que exige responsabilidad absoluta del ser humano ante los acontecimientos que le atañen y conforman su vida y la historia, al margen de la existencia de un Dios. Pero así como no es un humanismo metafísico el sostenido por Sartre, por más que lo pretenda Heidegger, tampoco lo fue el sostenido por Husserl, por más que utilizara la palabra «trascendental».
Sintetizando: para Husserl el mundo se recibe a partir de las propias evidencias y esta inclusión pertenece al «sentido propio del mundo», el que uno le da. Aún viviendo en la misma familia, sociedad y hasta época, nuestro sentido del mundo, producto de nuestra experiencia en él, será diferente y estará mediado por aquello que focaliza nuestra atención, es decir, por lo intencional de nuestra percepción, más la cultura recibida. De hecho, no es extraño que una segunda lectura de un texto, nos permita encontrar algo que no habíamos percibido en la primera o que frente a una persona, un suceso, incluso un recuerdo del pasado o un sentido imaginario de lo que pudiera suceder en el futuro, encontremos nuevas perspectivas cada vez que nos detengamos a pensar en ellas. El yo-intencional es pensamiento en «movimiento», interactúa con el medio y con su propia experiencia, se mueve en un horizonte intencional en donde el yo, la conciencia-sentido y el objeto-fenómeno se relacionan. Dice Husserl: «Los objetos son para mí y son para mí lo que son en cuanto objetos de una conciencia real y posible». En un mundo en donde están los demás seres (incluidos los animales), en donde las personas son «reflejos» de uno mismo, análagos, en cierto modo, pero diferentes en cuanto a experiencias, como miembros de una «co-humanidad» y un «mundo pre-dado». Siendo la conclusión del filósofo que siempre: «Un existente está en comunidad con un existente», por tanto, relacionado.
No es esta (Meditaciones cartesianas) la única obra en la que Husserl hablará de la animalidad. Por eso, me gustaría citar aquí, para quienes posiblemente lean esto y se empeñen en la diferencia (1), las palabras de Johan Huizinga (2), autor al que Husserl conocía y cita en alguna ocasión: «El juego es más viejo que la cultura; pues, por mucho que estrechemos el concepto de esta, presupone siempre una sociedad humana, y los animales no han esperado a que el hombre les enseñara a jugar».
Aunque no podamos considerar un taxón o categoría filogenética como categoría absolutamente natural, ya que siempre han sido creadas por el hombre, deberíamos recordar el importante paso que dio Linneo en el s. XIX, al incluir al hombre (homo) dentro de los homínidos, y a estos dentro de la familia de los primates.
Como decíamos antes, no es esta la única obra en que Husserl hablará de los animales, también lo hará en otras, por ejemplo en Ideas lógicas II (3) y en La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental a la que me referiré a continuación. Esta, igual que las Meditaciones Cartesianas son obras de madurez. De hecho, a la que ahora nos vamos a referir la publicó en 1936, dos años antes de su fallecimiento. Para entonces, Husserl y también su hijo, por ser judíos, ya habían sufrido el acoso del nazismo y el apartamiento de sus cátedras, mientras que Heidegger se plegaba al movimiento y se sumaba al mismo.
Que la «humanidad» le preocupaba a Husserl, lo demuestra en este libro donde repite la palabra una y otra vez, sabiendo además, y ya por experiencia directa que es una humanidad doliente. Incluso las preguntas importantes que los seres deben o deberían hacerse son «preguntas humanas». «El positivismo ―dirá― decapita la filosofía» al dejar de lado cuestiones esenciales. Pero, hay más, la crisis que percibe en la filosofía de la época que le toca vivir, representa o muestra «la crisis de todas las ciencias modernas como miembros de la universalidad filosófica, una crisis de la humanidad europea misma, primero latente, pero después cada vez más manifiesta». Tanto que poco después, tomaría cuerpo la Segunda Guerra Mundial, con el auge de los fascismos y los totalitarismos.
No sólo había ocurrido un desmoronamiento de la fe en el sentido metafísico o de las creencias religiosas, sino de la «razón» misma. Si el primero de los sentidos podía ser relativamente individual, el segundo que apela al acuerdo y al consenso, supuso el desmoronamiento de la humanidad. El «animal rational» había perdido pie. Rotos todos los ideales, también se rompía esa afirmación de Husserl de que «en nuestro filosofar ―cómo podríamos pasarlo por alto― somos funcionarios de la humanidad». El telos (fin) buscado por el humanismo, el del conocimiento, la sabiduría, la solidaridad y respeto al otro, había sido sustituido por el ideal ario de un ser superior, bárbaro al fin, inhumano y antieuropeo.
Con las matemáticas cartesianas y las que le siguieron, y con la explicación científica del mundo, solo con eso, no se puede hacer una mejor humanidad.
Los números, elemento simbólico sin vida propia, acaparan el mundo. Su testimonio es de tantos por ciento, de alzas en la bolsa, de ganancias, de reparto de escaños. Aplíquese a cuanto se quiera. Pero la vida de la «experiencia» es otra cosa, es «cuerpo vivido» y esto vale tanto para el homo como para los animales, las plantas y especialmente para la Tierra, como «mundo de la vida».
Husserl interpretará que lo que es menos tiene sentido por lo que es más, y no al revés, por eso, dado que el adulto humano tiene o debería tener mejor comprensión de sí mismo, es obligación suya respetar a los niños y a los animales que son menos que ese adulto centrado en su conocimiento y en su experiencia. La animalidad subyace en nuestra humanidad. La animalidad nos muestra nuestra humanidad común.
Finalmente, no puedo sustraerme a citar estas palabras de Husserl como parte de la conclusión del libro La crisis europea de las ciencias y la fenomenología trascendental: «yo soy el yo que tiene experiencias en general como yo viviente (pensando, valorando, actuando), soy necesariamente el yo que tiene su tú, su nosotros y su vosotros, el yo de los pronombres personales, y del mismo modo, necesariamente, yo soy y nosotros somos en comunidad yoica, correlatos de todo aquello que nosotros designamos como existentes mundanos», en un mundo que no solo es mundo, sino «un mundo en común».



Notas:
(1) HEIDEGGER, MARTÍN. Carta sobre el humanismo. «El cuerpo del hombre es algo esencialmente distinto de un organismo animal»
(2) HUIZINGA, JOHAN. Homo ludens.
(3) SAN MARTÍN, JAVIER. Para una filosofía de Europa. Ensayos de fenomenología de la historia. Cap. II. La subjetividad trascendental animal.


Ref. libros:
Meditaciones Cartesianas
Ediciones Paulinas. Madrid, 1979.
La crisis de las ciencias europeas y la fenomenología trascendental
Prometeo. Buenos Aires, 2008.

Nota:
El presente artículo también ha sido publicado en la página española de filosofía La caverna de Platón
La fenomenología trascendental, humanidad-animalidad en Husserl ISSN 1577-0567 Depósito legal: M-42185-2000