Pilar Alberdi
Leo del escritor y periodista polaco Ryszard Kapuscinski, fallecido en 2007: Los cinco sentidos del periodista. Estos cinco sentidos son: «estar, ver, oír, compartir, pensar». La obra fue publicada en España por la editorial Anagrama en 1994.
A veces, cuando leo a algunos autores, como es el caso de este sincero periodista, me sorprendo al comprobar cuánto y cómo de bien percibían el momento social e histórico de su época, y, al cabo, de la nuestra, pues tal es su continuidad.
Ryszard Kapuscinski (1932-2007) desarrolló la mayor parte de su labor periodística como «corresponsal de guerra». Aunque asume que aquello era estar a disposición de los sucesos las 24 horas también le permitía estar atento a la realidad, investigar, conocer un país, escribir, tomar notas. Pero, casi de improviso sucedió que, si antes los corresponsales de guerra eran muy necesarios, con la llegada de las nuevas tecnologías, no era el caso. En el pasado, es decir, hace unas décadas, ser un buen corresponsal de guerra en una zona determinada, suponía tener fuentes de información seguras obtenidas a través del tiempo residiendo en el país o la región de trabajo habitual del periodista. Ese tipo de investigación facilitaba además,la realización de una crónica más elaborada y ensayística, frente a un trabajo periodístico rutinario y con fecha de entrega. Además, era propio de su labor investigativa decidir qué temas eran importantes, proponerlos y explicar por qué era necesario desarrollarlos.
Sin embargo, llegó un momento en que todo cambió y como la información se podía conseguir fácilmente por Internet, ya no importaba tanto de dónde salía o quién la proveía, es decir, cuando la procedencia de la fuente de información dejó de tener valor, en este caso el periodista en la zona del conflicto, el corresponsal de guerra, tal como fue conocido, comenzó a desaparecer de escena.
Dice, Kapuscinski: «El desarrollo de las técnicas de comunicación ―sobre todo la telefonía móvil y el correo electrónico cambiaron radicalmente las relaciones entre los trabajadores de los medios y sus jefes». ¿Qué ocurrió entonces? Ya no preocupaba la verdad sino si la noticia era «interesante», que era como preguntar: ¿es mejor la tuya que la de los demás, llama más la atención? La verdad, aquella que buscaba el periodista, y de la que intentaba dar testimonio, también parecía estar a punto de desaparecer de escena.
En sus propias palabras: «Hoy, al cronista que llega de hacer una cobertura su jefe no le pregunta si la noticia que trae es verdadera, sino si es interesante y si la puede vender. Este es el cambio más profundo en el periodismo; el remplazo de una ética por otra». De este modo, lo interesante, lo llamativo, lo vulgar, lo escandaloso, la mentira ha reemplazado a lo verdadero. Lo terrible de esto es que estamos hablando de una época posmoralista, la nuestra, donde impera la posverdad, y vale más lo que se vende bien que la verdad. La verdad, si uno la quiere para sí, la tiene que buscar y mucho ha de investigar antes de hallarla.
Otros cambios que señala Ryszard Kapuscinski es la de la competencia entre medios, de lo que uno habla, habla el otro: «actúan como una banda», «cada uno mira al otro y ninguno mira al mundo». Además, en ese tiempo el furor del «globalismo», comenzaba a mostrar su lado oscuro: la desindustrialización y la deslocalización de empresas, aunque todavía seguía en boga el concepto de «aldea global», tan repetido por aquellos tiempos, mientras el periodismo se volvía superficial en unos medios cada vez más poderosos que incluían no solo la posesión de periódicos, sino de radios y televisiones; constituyéndose en verdaderos imperios de la comunicación. De tal modo, que lograban que una noticia ocupase todo el espacio audiovisual mientras otras quedaban al margen. Por ejemplo, habla del caso de la «crisis de los rehenes en Teherán» y como hubo allí, concentrados durante largo tiempo, numerosos medios periodísticos; mientras el resto de noticias del mundo, entre las cuales podían haber algunas importantes, se perdían en el cúmulo de sucesos diarios.
Hombre inteligente, Kapuscinski señaló cómo el «globalismo» solo beneficiaría a los estados con las economías más fuertes, mientras al resto les haría poco favor.
«Todo lo que escribo está precedido de enormes lecturas», dirá. El periodista se siente en la obligación de saber más que sus lectores, aunque reconoce que: «Una gran parte de la humanidad no tiene ambiciones intelectuales, sino que aspira a pasar su vida más o menos de buen modo. Esa gente desea divertirse, y esto no se les puede negar». Pero para él, el buen periodismo pasaba por instruirse, y también en leer poesía para mejorar el estilo.
Frente a la falta de lecturas de la gente, le preocupaba el papel que estaba jugando el cine, ya que como señaló el alemán Rudolf Arnheim en su libro El cine como arte: «la gente confunde el mundo generado por las sensaciones con el mundo creado por el pensamiento, y cree que ver es lo mismo que entender. Sin embargo, no es así». Esta aclaración me parece fundamental.
Kapuscinski se consideraba en la línea de un Nuevo periodismo, el cual ya no luchaba en las democracias vigentes contra la censura (algo propio de las dictaduras), sino contra una cierta «manipulación sutil», precisamente aquella, que valoraba más una noticia que pudiese llamar la atención que otra que mostrase la verdad. «En esta profesión ―dirá― se perdió algo tan central como el orgullo de lo personal. De aquello que implicaba también la responsabilidad del periodista por su trabajo: el hombre que pone su nombre en un texto, se siente responsable de lo que escribió». Así es. Y el periodista que no lo pone evidentemente se deja llevar por lo que le imponen.+
Referencias:
Kapucinski.
Ryszard. Los cinco sentidos del periodismo. Anagrama.
Barcelona, 1994.
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