domingo, 6 de octubre de 2013
«EICHMANN EN JERUSALÉN» de Hannah Arendt
Por: Pilar Alberdi
Hasta el año 1961, Alemania pagó a Israel, según datos que constan en el libro Eichmann en Jerusalén, un total de 737 millones de dólares en «compensación», si esta palabra puede utilizarse de ese modo, en el caso del asesinato de millones de personas de origen judío.
Por esa misma época, y es un dato a tener en cuenta, lo que nos permite comprender la impunidad de que gozaban los responsables del anterior régimen nazi tras la posguerra, de los 1.500 jueces de la magistratura alemana, más de 500 habían formado parte del Tercer Reich. A los que hay que sumar, la presencia en Alemania, de altos cargos del nazismo, que no se molestaron en cambiar sus nombres y apellidos y que ejercían sus profesiones liberales, ya sea como médicos, farmacéuticos, sin ningún temor. Si algunos fueron juzgados, las penas a las que fueron condenados no sumaron, en general, más de cinco años. Hubo algún caso de diez. Idéntica actitud se tuvo en el resto de Europa. Además los nazis contaron con la ayuda de la organización Odessa, fundada en 1946 para ayudar a prófugos nazis, como fueron los casos de Eichmann y Menguele.
Pero el juicio de Eichmann, teniente coronel de las SS, secuestrado en Argentina por agentes secretos del Mossad para ser juzgado en Israel, tiene como precedente el hecho de que cuando se descubrió que Josef Menguele residía en Argentina, se solicitó la extradición a aquel país y fue desestimada. Ante el temor de que ocurriese lo mismo con Eichmann, se opto por recurrir a los servicios secretos de Israel.Quien denunció la presencia de Eichmann en Argentina fue Simon Wiesenthal. Él, que había perdido a 89 miembros de su familia en los Campos de Exterminio, ayudó a presentar ante la justicia, con sus intensas búsquedas, a más de mil.
El juicio de Eichamann, iba a provocar amplias repercusiones en tiempos de la Guerra Fría. En primer lugar, en Alemania se abrieron algunas causas a nazis, aunque las condenas fueron pequeñas. El interés por este juicio motivó a numerosos medios periodísticos a enviar corresponsales para cubrir el proceso. Una de estas enviadas por la revista New Yorker, al parecer se ofreció ella, fue la filósofa, judeo alemana, Hannah Arendt, que se había refugiado finalmente en Norteamérica durante la Segunda Guerra Mundial después de haber pasado por otros países.
El resultado de su trabajo se resumió en cinco artículos que remitió a la revista y, posteriormente, en un libro Eichmann en Jerusalén. En la obra, la autora intenta no dejar cabos sueltos y, sobre todo, trasluce un pensamiento independiente que le causó algunos roces con la comunidad judía y también con varios intelectuales, entre ellos, Isaiah Israel.
La filósofa ve a Eichmann, y cita parte de sus declaraciones como lo que es, un hombre común, un eslabón más en la larga lista de la burocracia política y militar que hizo posible el holocausto y al que seis psiquiatras, con motivo de su enjuiciamiento, habían calificado como una persona «normal». Eichmann fue el oficial que estuvo a cargo de la emigración de los judíos alemanes (1933 a 1938) y posteriormente de las deportaciones masivas a Campos de extermino (1939). Solo en dos o tres ocasiones, según su propia declaración, tuvo que asistir a aquellos lugares de desolación y muerte, y ver algo de lo que allí ocurría, y quedó consternado, aunque siguió cumpliendo con la tarea que le fue ordenada. El hombre capaz de llevar adelante esa tarea, fue el mismo que devolvió por «malsano», según nos cuenta Hannah Harendt, el libro Lolita de Nabokov que le habían prestado mientras permanecía preso en Jerusalén, y el mismo que se declaró inocente, negó haber cometido crímenes y alegó en defensa de sus actos, la obediencia y las leyes que imperaban en la Alemania de esa época.
Dice la autora, «No fue hasta el estallido de la guerra, el 1º de septiembre de 1939, cuando el régimen nazi se hizo abiertamente totalitario y abiertamente criminal». Era el tiempo en que Himler, inventaba frases para levantar la moral de los soldados: «Mi honor es mi lealtad». Hitler se presentaba como el Mesías que iba a salvar a Alemania y al mundo de los judíos, los gitanos, los comunistas, los homosexuales y lesbianas, las personas con minusvalías, los opositores políticos...
Una brutal maquinaria de aniquilamiento se había puesto en marcha, pero la escritora aclara que aunque los sistemas totalitarios hacen desaparecer personas, no hay «bolsas de olvido». Sin embargo, contra este olvido hay que luchar, porque las víctimas, la mayoría de las veces, no tienen voz ni se les ofrece justicia, y sobran ejemplos como para citar aquí, incluidas las víctimas del franquismo.
Lo terrible y degradante para cualquier persona que viva en este mundo y, en especial en Europa, es saber que estos hechos ocurrieron hace relativamente poco tiempo, que los vimos revivir no hace tanto en Yugoslavia, y que en esta Comunidad Europea en crisis, hay ejemplos de nuevos estallidos fascistas a través de organizaciones de ideario racista.
La filósofa Hannah Arendt escuchó a Eichmann, si bien lo hizo como corresponsal de una revista, pero sobre todo como persona que conoció lo sucedido en Alemania y como intelectual atenta a lo vivido. Percibe que que por falta de memoria del acusado que se limita a hacer hincapié en unos sucesos y no en otros, y por una mala gestión de su abogado, que quizá desconocía algunos hechos, o simplemente porque su defendido ni siquiera los recordaba o porque se sentía lo suficientemente culpable como para no mencionarlos, podía haber aportado el testimonio de algunas personas judías a las que facilitó la salida de Alemania o, incluso, el traslado de deportados a determinados Campos de Exterminio, en donde pensaba que por encontrarse ya en el final de la guerra, quizá pudiesen salvarse. Nada le disculpaba, pues ya era parte del gran entramado de muerte, pero este último tipo de acciones, al ver que los altos mandos ya no podían controlarles, fue llevado a cabo por numerosos oficiales con el desconocimiento de sus superiores.
Hannah Arendt también lo escuchó con atención cuando dijo que quedó horrorizado al ver, en las dos o tres ocasiones en las que fue obligado a estar en los campos de exterminio o en zonas de fusilamiento, la forma en que se mataba, y lo vivos que parecían los cadáveres después de haber inhalado el gas de la muerte o cómo se arrojaba tierra sobre personas que aún se movían, después de ser obligadas a desnudarse, a colocarse en una zanja, ya sea de pie o recostadas, y a ser ametralladas, y se olvidó decir otras atrocidades previas como las violaciones y vejaciones de todo tipo, aunque cita el horror con que vivió como le rompían los brazos a una mujer joven. Pero ¿por qué hay que decir todo esto en voz alta? ¿Por qué hay que verlo una y otra vez en los documentales de la época, en las fotos que sacuden con una fuerza sin igual nuestro corazón? Porque es necesario saber lo que personas aparentemente normales son capaces de hacer o de dejar que otros hagan cuando impera el terror y se hace un hueco el militarismo. Y aunque nos gustaría pensar que no volverá a suceder, hemos visto esos campos y esos desaparecidos en países como Argentina, Uruguay o Chile.
Ante los testimonios de los testigos de aquellas matanzas, el juez del juicio a Eichmann preguntaba por qué no se rebelaron. Hannah Arendt resume lo dicho en la sala, indicando que para la mayoría de aquellas personas, después de años de persecución, pérdida de derechos y bienes materiales, engaño y sometimiento, morir por los disparos, era lo mejor que podía sucederles, ya que había muertes todavía peores. Y, además, ¿cómo podían rebelarse cuando las consecuencias podían ser terribles para los suyos? Sabemos que se quemó a mujeres y niños dentro de iglesias, que se hizo desaparecer poblaciones y pueblos enteros. Pero pese a todo este conocimiento, entre las cosas que no le perdonaron algunos a la escritora, fue que se sumara a las voces de otros que antes que ella, dijeron que el juicio a Eichmann debía haber sido internacional. Tampoco se le perdonó la última frase de su libro, en donde se hablaba de «la banalidad del mal». («Fue como si en aquellos últimos minutos [Eichmann] resumiera la lección que su larga carrera de maldad nos ha enseñado, la lección de la terrible banalidad del mal, ante la que las palabras y el pensamiento se sienten impotentes»), pero menos todavía se le perdonó que dijese algo sobre los Consejos Judíos, creados y establecidos por los nazis en los ghettos, citando el libro The Destruction of the European Jews (La destrucción de los judíos europeos) de Raúl Hilber, quien escribió sobre la creación de aquellos Consejos y de la policía judía que dominaba en los ghettos: “Fue un sistema que permitió a los alemanes ahorrar personal y fondos, y al mismo tiempo aumentar su dominio sobre las víctimas. Una vez dominados los dirigentes judíos, estaban en posición de controlar a toda la comunidad”. Hannah Arendt escribió: «Para los judíos, el papel que desempeñaron los dirigentes judíos en la destrucción de su propio pueblo constituye, sin duda alguna, uno de los más tenebrosos capítulos de la tenebrosa historia de los padecimientos de los judíos en Europa». Presos judíos también eran los que recibían, junto a los oficiales nazis, a los grupos de deportados, y quienes retiraban los cuerpos gaseados y los llevaban a los hornos. Eichmann, durante el proceso, corroboró con sus declaraciones los datos aportados en su día por Raúl Hilber. El sistema que habían creado les permitió conseguir sus objetivos con mayor facilidad.
Si a esto sumamos que la propia Arendt en 1961 recomendó la no publicación del libro de Raúl Hilber a la editorial Princeton University Press, obra que fue publicada con posterioridad en una editorial pequeña, nos damos cuenta de que, al margen de las consideraciones que ella hubiera podido tener en aquel momento para la no recomendación de ese libro, el hecho de reconocer dos años después en su obra Eichmann en Israel, la importancia de los datos presentados por Hilber, basados en los archivos nazis a los que tuvo acceso, con la afirmación de que esos Consejos Judíos sirvieron a los fines nazis, debió ser un tema difícil de aceptar, incluso para ella.
La pregunta de Arendt es: «¿Por qué colaboró aquella gente en la destrucción de su propio pueblo; a fin de cuentas, en labrar su propia ruina?», ya que eran los encargados de hacer las listas de las personas que vivían en los ghettos así como de sus bienes materiales.
Algunos de los responsables de esos Consejos o de otros organismos judíos que luego fueron juzgados en Israel, justificaron sus actos diciendo que no podían decir a toda esa gente que iban a morir, o que se sintieron bien de haber podido salvar a algunos; aunque otros responsables de Consejos actuaron diferente, comunicando a los demás la situación y eligiendo entre todos qué postura tomar o, en algún caso, suicidándose porque moralmente no podían cumplir las órdenes encomendadas por los oficiales nazis que les habían puesto al frente de esos Consejos.
También hay que tener en cuenta que oficiales como Eichmann, ignoraban que se llegaría a lo que se dio en llamar la Solución Final y que se aceleró a partir de julio 1942. Es más, el propio acusado había llegado a considerar que era posible crear un Estado Judío en el Este de Europa.
Las últimas palabras de Eichmann en el patíbulo, antes de ser ahorcado, fueron: «¡Larga vida a Austria, larga vida a Alemania, larga vida a Argentina, nunca las olvidaré!».
¿Era eso todo lo que tenía qué decir? Me pregunto: ¿agradecimiento a Austria porque allí se sintió despreciado como alemán; a Alemania, porque su incorporación al partido nazi en Austria le permitió encontrar un rumbo en su vida y sentirse «importante», ¡ay, cuánto sabía de esto el psicoanalista Adler!; y a Argentina porque llegó allí gracias a la organización Odessa y se sintió protegido, tanto que ni siquiera se cambió de nombre, se reunió con su familia y trabajó en una empresa de fabricación de coches? Por supuesto, en esas últimas palabras no hay ninguna para las víctimas.
Quizá la historia de Eichman, que puede contarse a través de algunos los datos de su biografía, debería entenderse psicológicamente a partir de estos otros: Hubo una vez un niño que se quedó huérfano, cuyo padre se volvió a casar y se marchó a Austria, pero el pequeño no se sintió querido por la nueva mujer de su padre que le dio dos nuevos vástagos a aquél; allí el pequeño Adolf se hizo amigo de un niño judío de nombre Salomon en cuya casa se sentía feliz porque allí sí se sentía en familia y gracias a este niño aprendió yidish...
Y, si seguimos con los demás oficiales, incluso con el propio Hitler, encontraremos un padre violento y alcohólico, y con otros dictadores más de lo mismo... Y, muchos de ellos, presentaron dificultades con los estudios,probablemente por las circunstancias en que vivieron, lo que les ocasionaría falta de concentración y de sentido para imaginar su futuro. Eso es lo que encontraremos: el escaso amor que recibieron en su niñez y el maltrato. Aborrecen, pues, la debilidad que padecieron e inconscientemente desean ocupar el lugar (superior en cuanto a dominio) de quien les vejó. Padecen, un grave «complejo de inferioridad» unido a otras psicopatologías.
Hay en Youtube vídeos de la época, especialmente, algunos de los que están realizados con imágenes tomadas por Eva Braun, la joven amante de Hitler. Al margen de la opulencia en que vivían, observen el lenguaje corporal que muestran los jerarcas nazis, además del típico saludo nazi, miren los brazos cruzados, las manos tomadas por delante del cuerpo, «en barrera», que puede leerse al mismo tiempo como protección de sí mismos y superioridad; también les vemos con las manos sujetas por detrás de la espalda que significa una demostración de seguridad y experiencia; los pulgares sobre el cinto y las manos «en jarras» ofrecen un claro mensaje de poder y superioridad; las manos en el bolsillo, que algo se esconde o desinterés por aquello de lo que se está conversando en ese momento; también les vemos llevar la cabeza alta, erguida; la mirada directa y de frente; resulta abundante la fuerte gestualización, el movimiento enérgico de manos y brazos para acentuar algunas partes de su locución y lo hierático e histérico de muchos de sus gestos.
Según testigos de la época los nazis siempre parecían llenos de ira, eso también les permitía mostrarse fuertes y seguros de lo que hacían. Si aceptamos que más del 80% de la información que recibimos es por la vista, podemos comprender lo que significaba este tipo de mensajes, así como el de otros actos de propaganda.
Frases:
«Cuando nace un niño judío no sé qué hacer con él: no puedo dejar al bebé en libertad, pues no existen los judíos libres; no puedo permitirles que vivan en el campamento, pues no contamos con las instalaciones que permitan su normal desarrollo; no sería humanitario enviarlo a los hornos sin permitir que la madre estuviera allí para presenciar su muerte. Por eso, envío juntos a la madre y a la criatura».
Josef Menguele. Responsable del Campo de Concentración de Auschwitz
«Entonces tomé la decisión de no llorar nunca más cuando mi padre me azotaba. Unos pocos días después tuve la oportunidad de poner a prueba mi voluntad. Mi madre, asustada, se escondió en frente de la puerta. En cuanto a mí, conté silenciosamente los golpes del palo que azotaba mi trasero». Hitler
«para luchar hace falta odio» Hitler
Frase que figuraba en la puerta de entrada de algunos Campos de concentración: Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres), que podía leerse con un doble sentido. En el campo de Buchenwald, decía: Jedem das seine (Cada uno lo suyo).
Frase escrita por Günther Anders, seudónimo del filósofo judeo polaco Günther Stern (1902-1992), primer esposo de Annah Arendt, autora del libro Eichmann en Jerusalén. La frase expresa el sentimiento de culpabilidad (propio de todo sobreviviente, y también de un “duelo” no resuelto) cuando visitó Auschwitz, ya que él, igual que su esposa también sufrieron la persecusión nazi: «Si se me pregunta en qué día me avergoncé absolutamente, responderé: en esta tarde de verano cuando en Auschwitz estuve ante los montones de anteojos, de zapatos, de dentaduras postizas, de manojos de cabellos humanos, de maletas sin dueño. Porque allí tendrían que haber estado también mis anteojos, mis dientes, mis zapatos, mi maleta. Y me sentí -ya que no había sido un preso en Auschwitz porque me había salvado por casualidad- sí, me sentí un desertor».
Foto: tomada de Internet, en la que se aprecia la frase Arbeit macht frei (El trabajo os hará libres)en la puerta de entrada de Auschwitz.
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Como siempre magnífico trabajo Pilar. Muchas gracias.
ResponderEliminarTremendo el ser ¿humano?
Sí, tremendo.
EliminarUn abrazo.
No cabe duda de que la historia tiene una gran deuda con éste tema magníficamente resumido por Pilar Alberdi.....pero aún no se agota, siempre surgen a las luz nuevos hallazgos y nuevas interrogantes.
ResponderEliminarSupongo que mientras no cambiemos, y Lorenz llegó a afirmar que como seres sólo somos un eslabón en el camino al "ser humano", no dejaremos de descubrir más horrores.
EliminarUn saludo, Sergio.
Escalofriante Pilar. Tantas realidades de las que debemos ser conscientes. Muchas gracias.
ResponderEliminarSí, ser conscientes, a cada instante. Ese es el camino.
EliminarUn abrazo.
Buenas tardes Pilar, estoy tratando desesperadamente de conseguir este libro y no lo consigo por ningún lado. Es para regalar a una persona que se recibe de la carrera Licenciatura en Psicología ahora el 13/12. Sabes donde lo puedo conseguir?? No se trae mas al país y en las ferias de usados no lo consigo por ningún lado!!! Muchas gracias!
ResponderEliminarSi no lo puedes conseguir en las librerías de tu lugar de residencia, en plataformas de venta de libros y ebooks como es el caso de Amazon, está.
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