Pilar Alberdi
Encontrar la relación entre un autor y otro, entre un lector y otro, nos permite contemplar el pensamiento en conjunto. ¿Una sola persona percibe más que todas? No. Todos juntos, pero no necesariamente a la par, indudablemente, vemos más. Me recuerda esto, aquella pequeña alegoría de Platón sobre los que buscan juntos iluminados por sus pequeñas linternas. Hasta podemos imaginar el destello titilante de las luminarias. Separados, avanzan en línea recta, y al reunirse comentan lo que han hallado, y no es necesariamente lo que anhelaban, pero juntos han visto más.
Búsqueda y camino están asociados. ¿Qué va primero? En unos casos será la búsqueda la que prometa hallar el camino, la que lo haga deseable y posible; en otros, el camino colaborará a la búsqueda.
Alain Chartier, ensayista francés del pasado siglo, nos recuerda en un texto titulado La poesía que en esta, la expresión libre de las palabras anticipa las ideas que la fuerzan. La naturaleza habla a través del cuerpo sin censura. Se expresa, dice, proclama, alerta de forma poética. Algo poderosamente interior como es el tiempo (esa marca del infinito) habita el poema; lo libera y a la vez lo enclaustra. De este modo: «el poeta no cesa de reconciliar a la naturaleza con el espíritu».
Ama el cuerpo con todos sus sentidos, con los sentimientos hechos un nudo y se expresa unas veces seguro, otras titubeante. El poeta asume la voz del mundo y lo sostiene. Está hecho de un tiempo secular y a la vez sagrado donde lo finito y lo infinito se convocan. Desde su posición y circunstancias la persona expresa palabras que son verdaderas cadencias musicales; y surgen vertiginosamente pero con sentido. Tanto, que la mano, diestra para estas tareas, no cumple el vertiginoso apremio de escribirlas. Ellas, rápidas, huyen hacia la vida. Detenerlas, analizarlas, es una proeza. Si la palabra «alma» ya no se utiliza, aquí tiene cabida, es en esa zona de luz y sombra, de embeleso, de resguardo y arrojo.
En Alain Chartier encontramos como en espejo las páginas de un libro de Henri Bergson: «La verdad es que por encima de la palabra y por encima de la frase hay algo mucho más simple que una frase e incluso que una palabra, el sentido, que es menos una cosa pensada que un movimiento de pensamiento, y menos también un movimiento que una dirección». Y esa dirección es ciertamente una dirección moral.
Es verdad que las palabras, fría o apasionadamente, pueden ofrecer distintos sentidos, pero se sabe cuándo son o no verdaderas.
El insigne y atormentado Pascal dejó escrito en sus Pensamientos: «Los sentidos reciben de las palabras su dignidad, en lugar de dársela». Las palabras, podemos decirlo, visten el sentido. Lo adornan. En definitiva, el sentido es expresión del ser: contiene todo lo que este es y tiene a la vez de diferente de los demás.
Hasta para interpretar la realidad de los hechos acostumbramos preguntarnos: ¿cuál es el sentido? o ¿con qué sentido? Porque hasta el sentido de los hechos acecha tras las preguntas y valora unas veces impertérrito y otras apasionado, las respuestas.
Buscamos con tanta insistencia el sentido que lo nombramos con «conceptos» (categorías) que puedan enmarcarlo debidamente y a su tiempo. El sentido de la vida quizá haya sido uno de los más buscados.
Estoy segura de que ambos escritores leyeron a los clásicos, que Alain Chartier leyó a Henri Bergson, y ambos a Pascal. Porque todos los filósofos son como gustaba definir Bertrand Russell: «efecto de su tiempo», y «causa» de otras filosofías en tanto que las influyen.
Resumiendo: el sentido, si buscamos una analogía contundente y veraz, es aquello que permanece normalmente oculto, que se desvela a través de las palabras fruto de las acciones de toda la vida y se revela majestuoso o inmundo, según sea el caso, en el sonido y también en el acto.
El sentido es eso que es la persona: su biografía esencial, las decisiones de una vida, su cobardía o valentía, su decir veraz o mentiroso, su servilismo o heroísmo, su capacidad comprensiva o su ignorancia.
¿Diríamos que este sentido lleva una dirección? ¡Siempre! ¡ Claro que sí! Es una dirección moral en marcha, es una presencia viva y ofrece un discurso que puede ser, entre otros posibles modos, poético. El sentido va impreso en la memoria de lo que esa persona ha sido, su humanitas o por el contrario su antihumanismo. Y eso, en el sentido, es lo que más nos importa al interpretar los hechos.
El sentido es pues como el agua marina que en cada movimiento rebaja a ola su contenido, para volver a recuperarlo poco después de derramarse sobre la arena. Nos embelesa, nos seduce, incluso nos amedranta. Es, en su potencia, un centro: irradia, difunde y propaga, pero también contiene. Eso es el sentido. Rebalaje. Escalón in crescendo del reflujo del agua en marcha. Serenidad, premura, dolor, amor en sintonía con el mundo: el agua pura que una y otra vez asume su forma y eternamente vuelve a ser la ola. Eso es el sentido.
Publicado en Filosofía en la red, 2-04-2023
La revista ha producido, además, un vídeo sobre el tema con base en este artículo. Lo puedes encontrar en el siguiente enlace de Youtube.
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